Marzo 2.016

 

 

Ya había pasado más de un mes desde que intentaran asesinar a Laura y no había vuelto a haber ningún otro intento ni ninguna otra muerte.

Laura había pasado un par de noches en casa de Jose, pero decidió que tenía que volver a su casa, cuanto más tardara, más le iba a costar volver, y como siempre había hecho, tenía que superar su miedo enfrentándose a él.

De todas formas, compró una puerta más sólida, la última novedad en puertas blindadas. No le hacía sentirse mucho más segura, pero esperaba que a quien fuera, le resultara más complicado acceder a su piso. Con ayuda de Jose compró una cámara por Internet, que puso en el sitio que mejor se podía ver a un intruso, en una esquina en el mueble de la entrada, donde se veía perfectamente la entrada y la puerta del tendedero que daba directamente a la caldera, puesto que la cámara se podía mover horizontalmente y verticalmente. La conexión a Internet era por wifi, de forma que desde el móvil podía conectarse y ver su casa. Tenía visión nocturna gracias a los LEDs de infrarrojos incorporados y detector de movimientos, por lo que se la podía configurar para que sólo grabara cuando notara algún movimiento, que la cámara detectaba si había un cambio masivo de píxeles en la imagen. La grabación se hacía en tarjetas SD que eran muy fáciles de conseguir y Laura tenía varias de gran capacidad gracias a su cámara fotográfica. Después de aprender a manejarla le pareció muy útil, y le había salido por menos de cien euros en Internet. Estaba encantada.

Laura le había pedido a Jose que no le contara a nadie el intento de asesinato. No quería preocupar a sus padres, Marta no estaba en condiciones de atender sus problemas, ahora tenía que pensar en su bebé, y a David tampoco, ninguno podía hacer nada por ella. Y ya se imaginaba a todos llamándola constantemente preocupados, algo similar a lo que estaba haciendo Jose últimamente.

Había seguido trabajando como si no hubiera pasado nada, pero a la par quedaba con Jose casi todas las noches para investigar.

Habían comenzado por toda la gente que participó en el caso del Coyote, querían saber qué había sido de ellos en estos quince años. Aunque Jose tenía gente para que le hiciera ese trabajo, pensaba que quizás ellos podían obtener más información, al fin y al cabo también eran posibles víctimas.

Cuando Laura salía de la tienda por las tardes, Jose estaba ya esperándola en el bar de en frente. De allí solían ir a visitar a las personas que tenían anotadas. Habían hecho una lista con aquellos que estuvieron involucrados en el caso y sus allegados, les preguntaban sobre su actual vida y si habían visto algo raro últimamente. El asesino sabía de sus vidas y dónde vivían e incluso dónde se iban de vacaciones, como en el caso del Bola. Eso implicaba que no podía estar muy lejos de las víctimas, tenía que haberlas estudiado con anterioridad, quizás alguien lo hubiera visto.

Todos les ayudaban cuanto podían, como ellos, eran posibles víctimas y estaban asustados. Cuanto antes lo cogieran, antes podrían respirar tranquilos.

Había emotivos encuentros, pero casi todos, inicialmente eran fríos con ellos, al fin y al cabo todos se sintieron traicionados. Aunque con el paso de los años, el rencor existente estaba desapareciendo. Algunos hasta se ponían nostálgicos recordando alguna anécdota del pasado.

Esas semanas fueron muy duras para Laura, muchos recuerdos.

Jose la dejaba en su casa, siempre la acompañaba hasta su piso. La mayoría de las veces pasaba a tomar algo. Esos ratos intentaban no hablar del caso, se contaban lo que habían hecho en el día para desconectar un poco de tanto estrés y tanto recuerdo.

Llegaban a los fines de semana agotados, y seguían investigando, en casa del uno o del otro, ambos con su portátil, investigaban por Internet, con tanta red social podían sacar mucha información.

Así volvieron a saber de todos ellos. Hablaron con el Mini que llevaba casado casi ocho años, trabajando en una empresa en el Departamento de Fraude, y tenía un bebé. Les habló de su hermano Edu, que también se había casado, hacía diez años y tenía dos hijos, había puesto un taller en el barrio, en el que trabajaba Quique. No habían perdido el contacto. Quique se había divorciado hacía menos de un año y lo estaba pasando muy mal, según le contó el Mini, su mujer era una bruja que no le dejaba ver a su hijo de ocho años. Pero ya no importaba, le dijo, porque se había ido. Su hermano Edu seguía trabajando en el taller, pero la muerte de Quique le había afectado mucho.

También supieron de Donald, estaba trabajando en un Departamento Jurídico en una gran compañía. Era al que mejor le iban las cosas, por lo visto estaba forrado y se había olvidado de todos ellos, habían perdido el contacto. Sabían que se había casado porque la boda fue un evento anunciado en las revistas. Su mujer era rica, era la hija de un empresario importante. Toda esa información pudieron sacarla posteriormente de Internet, como les habían dicho, había revistas del corazón que habían publicado su boda y algunos detalles más. Aún no tenían hijos.

Chiqui daba clases en la Complutense de Madrid, en una asignatura de Psicología. Se había casado también, pero no había funcionado y se había divorciado, por lo visto, su mujer le fue infiel en varias ocasiones.

Respecto al Chino y sus dos sombras, el Dardo y el Bulldog, los dos que siempre estaban pegados a él, seguían como antes. Entraban y salían de la cárcel muy a menudo, por acoso, robos de coches, robos en tiendas con arma de fuego, maltrato a sus parejas, la lista de delitos de todos ellos era interminable. Ninguno estaba actualmente en la cárcel, tampoco lo estaban cuando se produjeron las explosiones. Quizás, podían tener algo que ver. Aunque seguían sin entender por qué justo ahora, podían haberles matado hacía tiempo. ¿Serían los tres los culpables? Motivo tampoco les faltaba, después del Coyote, ellos tres habían sido los más afectados cuando todos testificaron en el juicio, estuvieron varios años en la cárcel.

Era otra vía a investigar en la que el equipo de Jose ya estaba trabajando. Carlos le había informado sobre los interrogatorios que les habían realizado a los tres para obtener información de dónde se encontraban en el momento de los dos asesinatos y cuando se produjo el intento de asesinato de Laura. Todos tenían coartadas, aunque tampoco eran muy buenas, puesto que sus coartadas eran ellos mismos. Durante los asesinatos habían estado en casa de uno en Nochevieja, de juerga, y según dijeron, habían estado ellos tres solos, y en casa del otro, otra vez de juerga, también ellos solos. Durante el intento de asesinato, en el cine donde nadie los había visto ni les recordaba. Seguramente mentían, bien porque eran culpables o bien porque estaban cometiendo cualquier otro delito.

El caso es que llevaban varias semanas investigando a todo el mundo, pero se encontraban en el mismo sitio que al principio, seguían sin sospechoso.

 

 

Laura necesitaba desconectar un poco de la investigación, sentía que se encontraban en un bucle del que no salían. Quizás un par de días de descanso les haría ver todo desde otra perspectiva.

Así que el viernes mientras trabajaban, como siempre en el caso, se le ocurrió una idea que le propuso de inmediato a Jose.

- Creo que estamos saturados y no avanzamos. Tal vez sería interesante desconectar este fin de semana. - Jose la miró, pensaba lo mismo desde hacía días, pero no se había atrevido a decírselo, se la veía tan obcecada. - Podemos ir el fin de semana a Denia, en Alicante.

- ¿Denia? - Preguntó extrañado.

- Tengo pendientes algunos encargos y se me ocurre que quizás allí encuentre algo interesante, en la Feria de Antigüedades de Jesús Pobre. Se celebra todos los primeros domingos de cada mes. Por lo que este domingo toca. Y además, podemos aprovechar para dar una vuelta por la zona, o descansar tirados en la arena, aunque no nos podamos bañar con este frío. Resumen, un poco de desconexión.

- ¿Llamas desconexión a un fin de semana de trabajo? - a Jose le hizo gracia el tipo de desconexión que quería Laura, pero por otro lado le parecía interesante conocer su mundillo, en el que se movía ella y que tanto le gustaba.

- Bueno, seguro que se nos ocurren otras cosas que hacer. - Ella le guiñó un ojo bromeando.

- No me lo digas dos veces. - Estaban sentados en el sofá, en casa de Jose, rodeados de papeles y no pudo resistirse a tirarla hacia atrás y darle con un cojín en la cabeza, empezando una guerra de cojines. Ese rato lo disfrutaron como dos críos y les liberó un poco de la tensión acumulada. - Sí, creo que nos vendrá bien, o acabaremos volviéndonos locos. - Estaba mirando cómo había quedado el salón de su casa, todos los cojines estaban desparramados por el suelo, lo mismo que todos los papeles que habían estado revisando momentos antes.

Entraron en Internet y Laura reservó la furgoneta en el mismo sitio de siempre, mientras Jose se ocupó de reservar el hotel.

- ¿Una o dos habitaciones?

- Dos, por supuesto. - Se lo dijo con un retintín que él no supo comprender.

- Tenía que intentarlo. - Jose puso los ojos en blanco y Laura rió. - He reservado en un hotel en Denia al lado de la playa, tiene unas bonitas vistas.

Al día siguiente salieron temprano, fueron turnándose al conducir durante el camino. El rato que Laura no condujo se dedicó a mirar por la ventana y a dormitar, estaba muy cansada. Se sentía muy cómoda en el coche con Jose, sin hablar, sin tener que forzar una conversación. A él se lo veía contento, su cara no demostraba la preocupación de las últimas semanas, parecía relajado. En eso estaba pensando cuando le sonó el móvil, era David.

- Hombre, ¡cuánto tiempo! ¿Qué tal tu viaje? - David había tenido que irse unas semanas a Nueva York por temas de trabajo.

- Llegué hace un par de días que me he tomado para descansar y que se me pasara el jet lag. - Mientras le decía esto, estaba bostezando.

- Pues parece que aún no te has adaptado al horario. - Le dijo riéndose.

- Supongo que tienes razón. - Continúo bromeando él. - Bueno, ¿cómo te viene si te saco hoy a cenar?

- Me encantaría David, pero hoy no puedo, estoy de camino a Alicante. Mañana hay una feria de antigüedades a la que estoy yendo para ver si encuentro algo. - Laura no supo por qué, pero no le dijo que iba acompañada por Jose.

- Bueno, pues cuando vuelvas llámame y quedamos.

- Por supuesto. Un beso. - Se despidió Laura.

- Otro para ti. - Le dijo David mientras colgaban.

- ¿Paramos a tomar algo? Estoy empezando a tener hambre. - Jose se había dado cuenta que no le había dicho a David que estaba con ella, pero no tenía claro si eso significaba algo.

- Me parece bien, así aprovecho para ir al lavabo. - Pararon en la siguiente zona de servicio que encontraron. Ya no quedaba mucho, en menos de dos horas habrían llegado al destino.

Cuando Laura salió del baño, Jose ya le había pedido una Coca Cola Light y él se estaba tomando otra con un pincho de tortilla. - No sabía si querrías comer algo. - Laura miró su pincho de tortilla y le entró hambre.

- Me has dado envidia, quiero otro pincho. - Cuando les sirvieron el pincho, Jose ya se había terminado el suyo y miraba el de Laura con ojitos tiernos. - Anda, te doy un poco, ¿lo compartimos? - Jose no dijo nada, cogió su tenedor y empezó a picar del pincho de Laura mientras ella se reía del hambre voraz que tenía.

Cuando llegaron, ya tenían las habitaciones preparadas. La habitación de Laura era muy espaciosa, tenía una cama de matrimonio con colcha de patchwork y cojines a juego, había una butaca en la esquina que tenía pinta de ser muy cómoda, un escritorio con su silla y al lado una mesa baja con un pequeño televisor, que desde la cama se veía perfectamente. El baño no era muy grande pero estaba muy limpio. Su ventana daba a la playa, y como le había dicho Jose tenía unas bonitas vistas. La habitación de Jose era la contigua a la suya y por lo que vio eran iguales, cambiaba el color, la de ella en tonos verdes y la de él en tonos azules. El hotelito era muy romántico pensó Laura, muy bonito para venir en pareja.

Quedaron en la recepción en media hora para poder darse una ducha rápida. Laura vació la pequeña maleta que llevaba dejando el neceser en el baño y la poca ropa en el armario de la habitación. Jose por su parte después de afeitarse, bajó antes de tiempo a la recepción, se sentó en una butaca y cogió el periódico que había encima de una pequeña mesa mientras esperaba a Laura. Cuando bajó, se fueron a dar una vuelta por los alrededores.

Se recorrieron el Paseo Marítimo, Laura se quitó las zapatillas, se remangó los pantalones y se metió en la playa, Jose detrás de ella, hizo lo mismo. Llegaron al agua y pasearon mojándose los pies.

- Esto es vida. - Dijo Laura soñadora. De repente Jose le salpicó con el pie y se pusieron a correr infantilmente. Acabaron los dos tirados en la arena riendo.

- Nos hacía falta algo así. - Laura lo miró extrañada. - Me refiero a las risas. Hacía mucho que no te veía tan relajada y risueña, vamos, como solías ser.

- Supongo que tienes razón, pero… - Jose le puso los dedos en la boca para que no continuara hablando, sabía perfectamente que iba a hablar de los últimos meses, y habían venido a desconectar. Se levantó de la arena y le ofreció la mano para que también ella se levantara. Siguieron paseando los dos cogidos de la mano.

La hora de comer se acercaba y estuvieron mirando los restaurantes de la zona sin decantarse por ninguno. Se sentaron en una terraza a tomar un vermú mientras veían a la gente pasar y el mar de fondo. Laura se puso a investigar con su móvil un blog que había encontrado, en él recomendaban un restaurante que hacía una paella muy rica cerca de donde estaban. Se lo comentó a Jose a ver qué opinaba.

- Entonces, ¿paella? - Laura asintió, le encantaba la paella. - Pues vamos allá.

Acabaron en el restaurante que les había recomendado un desconocido por Internet comiendo paella y bebiendo sangría. La paella estaba buenísima, la habían pedido de marisco y las gambas, mejillones y calamares que llevaba eran frescos, estaban riquísimos, y para acompañar, una sangría que estaba muy dulce, tal y como le gustaba a Laura, la pena es que al estar tan buena, se bebía como si fuera agua y sin darte cuenta se te había subido a la cabeza. Aún no habían terminado la paella, pero ya se habían tomado una jarra de sangría.

- ¿Pedimos otra? - Le dijo Jose.

- ¿Quieres emborracharme? - Dijo Laura sonriente.

- Ya me gustaría, pero sé que eso contigo es harto difícil, seguro que acabo yo antes dando tumbos por ahí que tú. - A Laura le salió una carcajada del alma.

- Prometo no dejarte por ahí dando tumbos. Te llevaría a la habitación del hotel como haría cualquier buena samaritana. - Bromeó ella.

- Umm, entonces habrá que pedir otra. - Dijo Jose tentador.

Así que pidieron otra, aunque no llegaron a terminarla. Después de la rica paella y la sangría, se tomaron un café para despejarse y continuaron con la visita.

Llegaron al Ayuntamiento y empezaron a subir escaleras hasta llegar al Castillo de Denia que pasaron a visitar. Cuando terminaron con la visita, siguieron con la subida hasta llegar a la Explanada del Gobernador donde se encuentra el Museo Arqueológico, al que también accedieron.

Laura no paraba de hacer fotos con el móvil, al Castillo, a la Torre Roja, a la Torre del Consell, a las vistas de Denia desde las alturas, con Jose, sin nadie, autofotos, a veces le pedía a Jose que le hiciera alguna y en un par de ocasiones a algún turista despistado como ellos con el que se encontraban, para poder salir los dos juntos. Fue una tarde divertida.

Acabaron cenando cerca de la playa, en un pequeño restaurante que también les recomendaron en Internet, el mejor pescado de la zona, decían. Cuando entraron, el local les sorprendió, era muy pequeño, cinco o seis mesas, no había más. Ni una lámpara encendida, todo el local estaba alumbrado con velas, era como una pequeña cueva, en los recovecos de las paredes había velas, en las mesas más velas, manteles blancos bordados y un pequeño jarrón con una flor natural. Les acomodaron en la mesa más apartada, la más intima, ellos se dejaron llevar. Se sentaron y leyeron la carta, la recomendación en Internet era el pescado, Jose pidió lubina, Laura atún, para beber una botella de vino blanco, el que les recomendó el camarero.

- Un sitio muy bonito. - Dijo Laura para romper el silencio que a ambos les había llegado a la vez, quizás por un recuerdo que ambos compartían de hacía tiempo. Jose asintió, nada más pudo decir.

- Bueno, ¿y mañana qué es lo que buscas en la feria? - Cambió de tema.

- Pues la verdad, es que nunca busco nada en concreto, suelo abrir la mente y dejarme llevar. Necesito un escritorio o un secreter para un pedido de un cliente. Sé que quiere algo clásico, bonito y masculino, un secreter sería ideal, sino un escritorio de estilo alfonsino también estaría bien, es un estilo masculino. A ver qué nos encontramos. - Laura se encogió de hombros.

El camarero apareció con el vino que le fue a dar a probar a Jose pero éste con un leve gesto le indicó que lo catara Laura, ella probó el vino y dijo que estaba bueno.

Le dio un golpecito cariñoso en el brazo. - Podía haber estado picado y no tengo claro si me hubiera dado cuenta. Al vino blanco no le pillo yo bien el gusto.

- Podíamos haber pedido tinto. - Le sonrió Jose.

- Si, pero con pescado siempre recomiendan el blanco, por algo será. - Laura puso los ojos en blanco.

- Yo creo que hay que tomar lo que te guste. Y por supuesto te hubieras dado cuenta de que el vino estaba o no picado, te hubiera sabido avinagrado y eso lo saboreas en seguida, con lo poco que te gusta el vinagre. - Le guiñó un ojo. En ambas afirmaciones tenía toda la razón.

Llegaron los platos y tal y como habían leído en Internet el pescado estaba exquisito.

- Recuérdame luego que ponga un comentario por Internet de lo fantástico que es este sitio. Decoración diez, comida diez y por ahora la atención es muy agradable. - Como Laura se guiaba mucho a dónde ir por los comentarios que encontraba en Internet, ella también solía valorar los sitios a los que iba para que otras personas pudieran leer su opinión.

Salieron del restaurante contentos, mitad por el vino, mitad porque el día estaba resultando muy entretenido, habían desconectado de todo y lo estaban pasando mucho mejor de lo que ninguno podía haber imaginado.

De camino al hotel pasaron por un pub abierto a la playa, la gente estaba sentada en la terraza, donde había varias estufas de exterior. También había pequeños grupos en la barra. Se sentaron en una mesa un poco apartada en la terraza, dispuestos a tomarse un cóctel. Laura ni se molestó en leer la carta.

- Buenas noches. - Les dijo el camarero del local. - ¿Qué van a tomar?

- Me puedes recomendar un cóctel con ron pero que no sea muy dulce, y que no sea mojito o similar. - Laura lo dijo con una sonrisa de lo más encantadora y seductora, pensó Jose.

- Te voy a hacer uno especial para ti, a ver si te gusta. Si no te gusta me lo dices y te buscamos otro cóctel, sin compromiso. - El camarero le guiñó un ojo, y ella asintió contenta. Jose pidió un mojito.

Al poco rato apareció con el mojito de Jose y una copa alargada de color frambuesa, con un par de guindas rojas pinchadas en un palillo y una sombrilla. - Ya me dirás si te gusta. - El camarero se fue y ellos dos brindaron. Laura probó su cóctel y le encantó, aunque estaba bastante dulce, pero le dio igual, estaba muy rico.

- ¿Qué tal está?

- Muy rico, toma, pruébalo. - Le puso la pajita prácticamente en la boca, por lo que él ni se molestó en rechazarlo. Lo probó. - Está muy dulce, pero me gusta.

- Creo que es por la granadina. - Ella asintió.

- Recuerdas cuando nos inventábamos las conversaciones de la gente. - Jose se acordaba perfectamente, era un juego de tan absurdo muy divertido. Laura movió la cabeza señalando a una pareja que había al otro lado de la terraza, parecían muy acaramelados. - Oh, cariño te quiero tanto, ¿qué hacemos aquí? - Laura puso voz infantil de niña tonta. La pareja se estaba besando. - ¿Por qué no nos vamos a la habitación? Estamos dando el espectáculo.

- Qué dices, y el morbo de estar aquí comiéndonos mientras la gente mira. - Jose le siguió el juego poniendo voz grave. - Esos dos no nos quitan ojo. - Se refería a ellos mismos. Justo en ese momento la pareja se levantó dirigiéndose a la playa. - Vamos a hacerlo a la playa, donde nos vean bien. - Se estuvieron riendo un rato. Jose la cogió de la mano y se levantaron. - ¿Damos una vuelta o nos vamos a dormir?

- Vamos  a dormir. - Dijo Laura agarrándose a su cintura y apoyándose en él. - Estoy agotada y algo borracha.

Llegaron al hotel, cogieron las llaves de sus respectivas habitaciones y subieron cogidos de la mano.

- Ha sido un maravilloso día. - Le dijo Jose a Laura delante de su puerta. Fue a darle un beso de buenas noches, pero en ese momento ella giró la cabeza y se besaron, primero fue un beso inocente, pero entre ambos saltó una chispa, un montón de recuerdos empezaron a fluir, sensaciones que ya conocían. Acabaron besándose apasionadamente, sin poder contener lo que los dos estaban deseando desde que se habían vuelto a encontrar en aquel restaurante árabe y que por uno u otro motivo habían estado reprimiendo todo este tiempo.

- ¿Quieres pasar? - Le invitó Laura.

- ¿Estás segura? - Dijo con voz ronca.

- No.- No era esa la respuesta que esperaba Jose, se miraban a los ojos, estaban aún abrazados, él la miraba desde lo alto, ella levantaba la cabeza para verle los ojos. - No quiero romperme de nuevo. - A Jose le dolió, aún ella lo llevaba dentro. Sabía que no se refería sólo a él, sino a todo, pero sufrió al oírla, sintió su fragilidad.

- No lo harás, eres fuerte. Y esta vez estaré a tu lado, no pienso irme a ningún sitio.

Entraron a la habitación de ella, sus cuerpos volvieron a encontrarse, como antaño encajaban a la perfección, parecía que no había pasado el tiempo, se reconocían, recordaban lo que a cada uno le gustaba. Practicaron nuevas cosas aprendidas con la experiencia. Disfrutaron de un sexo a ratos dulce y tierno y a ratos animal y salvaje. Rieron, bromearon y hablaron. Durmieron abrazados, él protector, ella protegida. Ambos guardaron esa noche para el recuerdo, no la olvidarían.

 

 

Llegaron de los primeros a la Feria, sonrientes, felices, agarrados de la mano. Laura iba de puesto en puesto mirando a ver si encontraba lo que buscaba o algo que le llamara la atención. Jose observaba su impaciencia cuando no encontraba nada o su alegría cuando descubría algún objeto que le gustaba o le llamaba la atención. Era como ir con un niño pequeño a una tienda de golosinas.

Encontró un tocador isabelino que le pareció una monada, ya había sido pintado en varias ocasiones con anterioridad y tenía el labrado de los cajones bastante perdido entre capa y capa de pintura, pero aún así lo compró, a muy buen precio. Es lo que tenía este mercadillo, que se podían encontrar muebles mucho más baratos que en tienda, le explicó.

- ¿Qué diferencia hay entre antigüedades y almoneda? - Iban agarrados de la mano, Jose estaba embelesado viendo a Laura de un puesto a otro, disfrutando de lo que veía, diciéndole de qué estilo era cada mueble, si era o no una antigüedad, estaba disfrutando por el hecho de lo mucho que ella disfrutaba en ese momento, pero no le quedaban los conceptos muy claros.

Laura se extrañó de la pregunta, no pensaba que estuviera prestando ninguna atención, ni que le interesara. - Pues, las antigüedades son muebles de más de cien años con un estilo definido, pero almoneda se refiere a muebles de menos de cien años, eso sí, por encima de los cuarenta o cincuenta. Todos ellos de buena calidad, ya que en esa época se usaban materiales nobles y excelentes procedimientos artesanales. - Jose la escuchaba muy concentrado, intentaba asimilar toda la información que ella le contaba. Laura no paraba de hablar, le encantaba poder hablar con alguien de su gran pasión y que además ese alguien mostrara un  poco de interés.

Llegaron a un puesto donde Laura vio un secreter. - Mira Jose, lo que estaba buscando. - Sacó del bolso un metro, ya le había comentado en otra ocasión que siempre llevaba uno, nunca sabía cuando lo iba a necesitar, le había dicho, y se puso a tomar las medidas del mueble. - Es perfecto, las medidas son las que buscaba y la madera es tan bonita, a éste no lo voy a pintar, lo limpiaré y enceraré, dejaré que se vea esta preciosa madera de nogal. El secreter es de estilo Chippendale, las patas curvas cuya base parece una garra es una característica de este estilo de muebles, y el tallado en la parte superior de la pata le da elegancia al conjunto. - Laura le explicaba estos detalles mientras se los señalaba en el mueble que tenían delante. - Todos estos cajoncitos son una monada. - Decía mientras los abría y cerraba para ver que corrieran bien. Preguntó el precio y regateó un rato. Al final cerró el trato y Jose supuso que había sido una buena compra porque ella estaba encantada.

Cogió a Jose de la mano y siguieron mirando puestos - Thomas Chippendale fue un ebanista inglés en el siglo XVIII que creó un estilo de muebles de lujo.  - Continúo explicándole.

Se acercó a un puesto donde había detalles decorativos, viejos teléfonos, jarrones sin color, lámparas sin brillo, pero Laura lo que estaba mirando eran unas latas viejas de cereales con publicidad, debían de ser de los cincuenta. - ¿Te gustan? - Jose asintió, la verdad es que ni le iban ni le venían. - Te voy a regalar un par de ellas. - Jose fue a decirle que no hacía falta, a ver para qué iba a querer él esas latas medio oxidadas. Laura lo vio con esa cara de desconcertado y se echó a reír. - Jose, sólo son para decorar, seguro que le encontramos alguna utilidad, pero es que tu casa siendo lo bonita que es, le falta un poco de color y calor. - Le dio un beso en los labios y compró las cajas. Jose boquiabierto no pudo decir más.

Siguieron dando vueltas, pero ya sólo compraron un espejo con un marco muy rococó que necesitaba cambiar el espejo sí o sí, tenía pinta de estar oxidado, si es que un espejo podía oxidarse, pensaba Jose.

Cargaron los muebles en la furgoneta y se fueron a comer a un restaurante en el paseo marítimo para despedirse de la playa. Esta vez pidieron una mariscada para dos a la plancha. No pidieron vino pues tenían que conducir a casa, ya se les terminaba el fin de semana. Apenas hablaron en la comida, cada uno estaba concentrado en sus pensamientos.

- Y ahora de vuelta a la realidad. - Laura rompió el silencio con un deje nostálgico. - Me encantaría que este fin de semana no se terminara, ha sido lo mejor desde hace mucho tiempo. - Jose pensaba lo mismo pero no dijo nada. La cogió del cuello, la acercó y la besó.

En el camino de vuelta a casa,  fueron escuchando la música de la radio o cuando no había buena cobertura Laura conectaba su USB a la furgoneta para escuchar su vieja música, casi toda de los ochenta.

- Sabes, cualquiera diría que has estado encerrada en un tarro de cristal todo este tiempo, sin oír más música que la de hace casi treinta años. - Jose tenía razón, Laura no prestaba mucha atención a la música actual, le encantaba la que oía cuando era joven y básicamente era la que llevaban en el coche.

Laura iba mirando por la ventanilla, el campo, los árboles, los sembrados, todo pasaba muy deprisa a su alrededor. Cuando se quiso dar cuenta ya estaban en su taller descargando los muebles que habían comprado.

- Te llevo a casa y yo me encargo de devolver la furgoneta. - Habían quedado con la empresa de alquiler en dejar la furgoneta en el parking y las llaves echarlas al buzón correspondiente en el interior del garaje, ya que al ser domingo por la tarde no abrían la oficina.

- Muchas gracias, Jose. - Laura estaba agradecida. Estaba agotada.

Cuando llegaron a casa de Laura, Jose dejó aparcada la furgoneta en la entrada del edificio de forma que no entorpeciera el paso. La cogió de la mano y subieron ambos sin hablar en el ascensor. En la puerta de Laura, ella se dio la vuelta y lo miró a los ojos.

- ¿Y ahora qué? - Preguntó él. Laura llevaba todo el viaje temiendo esa pregunta y sin saber qué contestar.

- Nada. - Laura se fijó que no había sorpresa en los ojos de Jose, pero si notó dolor, lo que a ella le entristeció, se le hizo un nudo en la garganta. - Ha sido el mejor fin de semana de mi vida, o por lo menos de los últimos años. Pero aún no estoy preparada, necesito tiempo.

- Laura, ¿recuerdas la noche del restaurante? - Cómo se le iba a olvidar. - Sabes que me salvaste la vida, ¿verdad?

- Jose, esa bala que me dio a mí en el hombro, te podía haber dado igualmente en el hombro a ti, yo sólo me comporté como una imbécil saltando sobre ti  y llevándome la herida. - Laura quería quitar hierro al asunto, se sentía incómoda cuando le mencionaban heroicidades, ella no se sentía como una heroína, ni mucho menos. Jose la cogió de la barbilla e hizo que alzara la mirada.

- Laura, sabes que eso no es cierto. Si no me hubieras empujado, yo estaría muerto. Me salvaste la vida. - Hizo una breve pausa. - Eso me recuerda lo mucho que mereces la pena. Entiendo que necesites tiempo para aclararte. Entiendo que tenga que esperar por ti. Esperaré todo el tiempo que necesites, no me pienso ir a ninguna parte. - Apoyó dulcemente sus labios en los de ella y la besó con suavidad. Se giró hacia el ascensor, entró y se dio media vuelta, de forma que se quedaron mirando mientras las puertas se cerraban.

 
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