Diciembre 2.015

 

 

Era martes después de comer cuando Laura recogió una furgoneta que había alquilado por Internet en una oficina del centro. Se dirigía a Barcelona al Mercado de los Encants a ver si encontraba algún mueble interesante que vender en su tienda.

Ese par de días que iba a faltar, su madre se iba a ocupar de la tienda. A su madre le encantaba, por un lado se sentía útil, no se pasaba el día entero en casa y por otro lado, se podía relacionar con gente variada y diferente. Aunque su madre no entendía mucho de muebles, Laura siempre tenía una carpeta encima de la mesa con el catálogo de todos los existentes en la tienda y las características de los mismos, tales como su estilo o el material en que estaba realizado, así su madre sólo tenía que buscarlo y leerle los datos al cliente.

El principal atractivo de este mercado situado en Barcelona, es que los lunes, miércoles y viernes entre las siete y las nueve de la mañana se subastan públicamente lotes de muebles y algunos otros objetos, nunca sabes lo que te puedes encontrar. Es el único mercado en Europa que tiene esta modalidad de venta. Se puede regatear por la venta de estos lotes y se pueden obtener productos a muy buen precio, posteriormente, los compradores los venden en el mercado. Los lotes que se suelen vender se obtienen de pisos que han de ser vaciados o tiendas que han tenido que cerrar.

La idea de Laura no era comprar ningún lote, porque la mayoría de los objetos no le resultarían útiles, pero si que había piezas importantes en algunos lotes, y eso es lo que a ella le interesaba.

Había reservado una habitación en un pequeño hotel muy cerca de La Sagrada Familia, que no quedaba tampoco lejos del Mercado. Cuando llegó fue directamente a la plaza de garaje que también había reservado para dejar la furgoneta. Cogió su pequeña maleta y subió a recepción.

Cuando salió del ascensor se encontró en frente de una recepción minimalista y moderna en colores naranja y blanco, totalmente incoherente con la edad del edificio. Se acercó al mostrador de la recepción donde había una chica joven atendiendo una llamada al teléfono. Parecía que al otro lado había alguien que había hecho una reserva para el fin de semana pero la recepcionista le decía que la reserva no le aparecía en el ordenador. A Laura le pareció que este incidente le iba a llevar a la chica algún tiempo subsanarlo, así que cogió su pequeña maleta y se dirigió al restaurante del hotel.

El restaurante estaba decorado por completo en blanco y negro, intentando dar un toque de elegancia al conjunto, pero no lo lograba y eso que había piezas muy bonitas.

En seguida le atendieron y le indicaron lo poco que quedaba para cenar, puesto que la cocina había cerrado. Así que pidió un sándwich y una copa de vino tinto. Estaba agotada del viaje, le había llevado casi siete horas. Poco después de salir de Madrid se había topado con un accidente de tráfico, y eso hizo que estuviera retenida más de una hora, sin contar que la furgoneta no le permitía ir a mucha velocidad. El caso es que había llegado después de las once a Barcelona, agotada. Y al día siguiente le esperaba un duro día.

Después de pagar la cena, puesto que como aún no sabía el número de habitación en el que se alojaba, no pudo pedir que le cargaran la cuenta a la habitación, se dirigió de nuevo a la recepción, donde estaba la misma joven que cuando llegó. Esta vez, estaba leyendo unos papeles y metiendo datos en el ordenador, así que en cuanto la vio, levantó la cabeza y con una gran sonrisa la atendió.

Le dieron una buena habitación, aunque había pagado la más sencilla. Como su reserva eran dos noches entre semana, y no había mucha afluencia de clientes, tenían el hotel medio vacío, por lo que le dieron una habitación de mayor categoría que la que había pagado, Laura estaba encantada.

Subió a su habitación que estaba en la cuarta planta, era amplia, con una cama tamaño king, encima del escritorio había una tele de pantalla plana, el minibar estaba lleno de bebidas y snacks.  Después de abrir su maleta y sacar el neceser, se dirigió al baño a darse una ducha antes de irse a dormir. Si la habitación era amplia, el baño era enorme, tenía bañera con hidromasaje  y ducha aparte. Como lo único que en ese momento quería hacer, era dormir, decidió que se daría una ducha, pero que al día siguiente intentaría probar el hidromasaje. Bendita falta de clientes, sonrió Laura al asimilar la suerte que había tenido.

Puso la tele a volumen muy bajo y se metió en la cama. Media hora después la tele ya estaba apagada y ella dormida en un profundo sueño.

Despertó de repente a las seis de la mañana, había tenido una pesadilla. Últimamente volvía a tener la pesadilla de siempre y que ya llevaba varios años sin padecer. Un incendio, veía a la muerte a su lado, con su capa y capucha negra, la guadaña y unos ojos huecos cuál calavera que la observaban mientras ella se asfixiaba por el humo, entonces, despertaba empapada en sudor y gritando.

Se levantó y en el baño se echó agua a la cara para refrescarse y aclarar sus ideas. Recordó que había metido unas zapatillas de correr por si acaso. Así que con las mallas y la camiseta con las que había dormido, se fue a correr. No sin antes ponerse el forro polar con el que había llegado el día anterior.

Se acercó corriendo hacia la Sagrada Familia, aunque aún estaba sin terminar, el edificio que comenzara Gaudí era espectacular, después de rodearlo admirando su belleza mientras corría, continuó por la calle de la Marina, giró en la Avenida Meridiana y llegó al Parque de la Ciudadela, en el que estuvo dando vueltas media hora hasta que decidió volver al hotel.

En el hotel se dio una ducha rápida, se puso unos vaqueros, un jersey, un zapato plano muy cómodo y el forro. Los días en los que iba a los mercados eran días agotadores, había que recorrerlos muy bien, fijarse en los objetos, regatear y que nadie se adelantara. A primera hora, recién expuesta la mercancía siempre era más cara, si te esperabas a última hora podías obtener el mismo objeto a mejor precio, pero te arriesgabas a quedarte sin él. Así que había que estar ojo avizor, ser rápida y buena en el regateo. Cosa que a Laura no se le daba mal después de tantos viajes a sitios donde el regateo en las compras era el pan de cada día.

Cuando llegó al mercado estaban colocando los lotes recién adquiridos en los diferentes puestos. Miró hacia arriba y vio los impresionantes espejos que cubren el mercado, reflejando todo lo que ocurre en él y protegiéndolo de las inclemencias del tiempo. Como estas cubiertas están tan altas, no le quitan al mercado ese encanto de encontrarse al aire libre.

Laura empezó a andar de puesto en puesto, revisando lo que éstos ofrecían. Había muebles de todo tipo, desde muebles ochenteros hasta muebles del Ikea. El primer mueble que le llamó la atención fue un musiquero, en su interior una balda con un agujero redondo donde se colocaba el plato giradiscos, y debajo un espacio que servía para guardar los viejos discos de vinilo. Estaba perfectamente conservado. Si se cambiaba la balda del agujero podía servir para guardar cualquier tipo de cosas, quizás como un minibar. Después de preguntar el precio y regatear un poco, acabó comprándolo ya que le veía muchas posibilidades y se lo habían dejado a muy buen precio.

Estuvo un par de horas dando vueltas sin encontrar nada que le llamara la atención, hasta que se topó con un antiguo baúl, muy sencillo pero que le dio una idea fantástica, convertirlo en una chimenea. Lo había visto en Internet fabricado por una compañía francesa y le había encantado la idea. Y justo detrás del baúl vio un mueble que pasaba desapercibido, un pequeño banco de forja con unas formas muy bonitas, pintado y retapizado podía ser una pieza única. Se llevó ambos.

Como ya era prácticamente la hora de comer se acercó a un conocido restaurante de comida rápida que quedaba cerca del mercado, en el que se tomó una ensalada y un refresco, sin perder mucho tiempo, para volver a su tarea en el mercado.

Iba de vuelta al mercado, cuando le sonó el móvil. La pantalla mostraba el nombre de Jose con una foto suya en la que estaba muy sonriente y guiñándole un ojo, se la había tomado el día que guardó su número en la memoria.

- Hola Laura, ¿dónde estás? Te he estado llamando y al no coger el teléfono me tenías un poco preocupado. - Laura se dio cuenta que tenía varias llamadas perdidas suyas que no había oído estando en el mercado.

- Perdona, no lo he oído. Estoy en Barcelona, ¿recuerdas que te lo comenté? Por cierto, ¿te acuerdas de Javi, el hermano de José Manuel? - Por supuesto que se acordaba de él, le vino a su cabeza la imagen de un chico triste en un cementerio, manteniendo el tipo mientras todo el mundo le daba el pésame. - Pues se vino con su padre a vivir aquí a casa de sus abuelos. He pensado en acercarme esta tarde a saludar. Cuando salga de aquí.

Si a Jose le pareció extraño que después de tanto tiempo Laura se acercara a saludar, no lo mencionó. Y Laura se lo agradeció porque era una decisión que había tomado el día anterior mientras conducía de camino a Barcelona, una idea que se le cruzó por la cabeza de forma repentina y que le pareció una gran idea. Suponía que Javi ya no viviría con sus abuelos, seguramente estaba casado y había creado una bonita familia, pero por lo menos le darían su nueva dirección, o eso esperaba. Tenía la dirección de sus abuelos grabada en la memoria, como algunos de esos teléfonos que te aprendes de pequeña y que aunque ya no los utilizas sigues recordando.

Se despidieron y quedaron en comer el viernes. Jose se acercaría a buscarla a la tienda.

Esa tarde Laura no estaba muy centrada en los muebles, pero todavía tenía que encontrar alguna pieza más. Y justo cuando estaban casi cerrando encontró un escritorio y un cabecero, ambos fantásticos en el mismo puesto, así que los compró. Y en el puesto de al lado se encontró con una puerta de madera maciza que debía de haber sido de alguna masía, que también compró, le dijeron que era de finales del siglo XIX.

Estas últimas piezas le habían salido muy bien de precio por haberlas comprado a última hora. Estaba encantada con el día, al final había resultado ser muy productivo.

Después de recoger sus nuevas adquisiciones con la furgoneta alquilada, se fue dando un paseo a la dirección que tenía guardada en la memoria, la casa de los abuelos de José Manuel. Por lo que le indicaba el navegador del móvil era muy cerca de la Plaza de Cataluña.

Cuando llegó, por el telefonillo escuchó la voz de una señora mayor que le abrió la puerta en cuanto mencionó que era amiga de José Manuel, su nieto, Laura suponía que sería la abuela.

En la puerta se encontró con una señora muy mayor, con el pelo blanco y corto arreglado con una permanente. Iba vestida con un chándal de franela que tenía pinta de ser muy calentito, y eso que en la casa hacía mucho calor. Seguro que era un viejo edificio que aún mantenía la calefacción central, y seguramente estuviera puesta todo el día, aunque no estaba segura que en Barcelona hubiera ese tipo de calefacciones.

Laura volvió a presentarse y la señora Carmen, que así dijo que se llamaba, la dejó entrar aún cuando en la cara se le notaba muy sorprendida. Su marido, Joaquín, ya estaba en la cama, pues por lo visto no había pasado una buena tarde, le dijo.

El salón era muy grande, tenía una zona de comedor y un salón donde se sentaron. Los sillones eran de un estampado floral muy pasado de moda, como el mueble en el que estaba empotrada una vieja televisión de tubo que tenía puesta pero sin sonido. En la esquina de la habitación un enorme árbol navideño de plástico decorado con muchas bolas y guirnaldas, en un aparador situado en el comedor un completo Belén. A Laura le hubiera gustado acercarse a contemplarlo, pues disfrutaba del detalle de las figuras. Eso le recordó que ella no lo había puesto en casa, a ver si sacaba un rato.

Laura no sabía por dónde empezar después de tantos años sin saber de la familia de José Manuel. Le contó a la abuela que por un viaje de trabajo había venido a Barcelona y se había acordado que aquí se habían mudado Javi y su padre después de abandonar Madrid, y como habían perdido el contacto, le gustaría verlos, saber de ellos, cómo se encontraban y esas cosas.

A la abuela Carmen se le saltaron un par de lágrimas que dejaron sorprendida a Laura. - Parece que no sabes lo ocurrido, ¿verdad? - Ella no sabía a qué se refería. Así que la abuela Carmen le relató todo lo que había sucedido.

Poco después de que Javi y su padre se fueran a vivir con ellos, su yerno tuvo un accidente laboral, trabajaba en la construcción y se cayó de un andamio. Un caso muy sonado según contó la abuela puesto que se debatió mucho en los periódicos el tema de la seguridad laboral. Estuvo varios meses en el hospital en coma, hasta que al final murió, no pudieron hacer nada por él y tuvieron que tomar la decisión de desconectarlo de las máquinas que lo mantenían con vida. Los médicos inmediatamente les hablaron de la donación de órganos, aún no se habían despedido de él y ya estaban firmando papeles para que todos los órganos con posibilidades de ser donados, fueran donados.

La muerte de su padre afectó mucho a Javi y también a Juan José, su hermano mayor, quién llevaba ya varios años viviendo con ellos. Ellos querían llorar su marcha, pero los periodistas no dejaban de molestarlos, querían saber si pensaban si su padre trabajaba en buenas condiciones de seguridad. Angelitos míos, y ellos qué iban a saber. Incluso aparecieron por la puerta diferentes abogados para demandar a la constructora. Fue una época muy difícil para todos, decía la abuela Carmen.

Javi empezó la Universidad, pero no iba a clase, suspendía todo. Estaba descentrado y siempre enfadado, se convirtió en un rebelde. Con lo que era cuando era pequeño, tan dulce y simpático, hablando con cualquiera, y de repente, no hablaba con nadie, y si lo hacía era para decir algún improperio. Algunos días los pasaba enteros en su cuarto, sin salir ni hablar con nadie, yo le llevaba a la habitación algo para comer, pero la mayoría de las veces ni lo tocaba.

Nosotros no sabíamos qué hacer, mi Joaquín propuso intentarlo con un psicólogo, así que lo llevamos a uno que nos recomendó una vecina, ella también había tenido problemas con su hijo, la edad decía, y el psicólogo lo había ayudado. Pero en nuestro caso, en vez de ayudarle lo que hizo fue encolerizarle más, con nosotros siempre estaba a la defensiva, daba igual lo que dijeras, todo le sentaba mal. Estábamos desesperados.

Y entonces llegó el día de su cumpleaños, diecinueve cumplía, todavía lo recuerdo como si hubiera sido ayer. Le hice para comer macarrones con salchichas, le encantaban, era su plato preferido, o por lo menos de pequeño siempre decía lo que le gustaban los macarrones que le hacía su abuela. Le habíamos comprado de regalo el teléfono móvil que quería, nos volvimos locos buscándolo, estaba agotado en todas las tiendas. Pero cuando lo llamamos para que saliera de su cuarto a comer, no nos contestó. Así que me acerqué a su habitación a buscarle, y allí estaba como un angelito, dormido en su cama. Pero me di cuenta que el bote de pastillas de la mesilla estaba volcado y vacío, y no había ninguna pastilla en el suelo. Se las había dado el doctor como calmante, y él se las había tomado todas. Cuando me dí cuenta, me acerqué para zarandarlo e intentar despertarlo, le abrí la boca y lo puse boca abajo en un fallido intento de que vomitara, entonces lloré y grité al mismo tiempo. Cuando me oyeron vinieron corriendo Joaquín y Juanjo, los dos en la puerta, mirándonos. Juanjo bloqueado con ojos de sorpresa y dolor contemplando el cadáver de su hermano. Mi Joaquín salió corriendo hacia el salón a llamar a urgencias, pero llegaron tarde. Ya estaba muerto.

Lo único que dejó fue una nota en la que decía que no quería seguir adelante, que lo había intentado, Dios sabía que lo había intentado, había puesto en la nota, pero que era tan doloroso seguir viviendo que prefería morir. Y eso hizo.

Mi pobre Juanjo, dónde estará. Una semana después del entierro, mi nieto hizo la maleta y sin despedirse se fue. Otra nota nos dejó el muchacho. Se iba para no volver y nos agradecía infinitamente todo lo que habíamos hecho por él. Todavía nos llega de vez en cuando una postal suya, de algún sitio del mundo, diciéndonos que se encuentra bien y poco más. Por lo menos, sabemos que vive y sigue adelante, con lo que tuvo que pasar el pobre.

Cuando la abuela Carmen terminó de relatar la historia, Laura notó que las lágrimas le rodaban por la mejilla. No se podía creer lo que le había ocurrido a la familia que durante mucho tiempo fue como una segunda familia para ella. Se levantó, le dio un beso en la mejilla a la abuela, que estaba tan inmersa en sus recuerdos que ni se percató de la ausencia de esa desconocida que había llamado a su puerta y le había hecho revivir unos hechos tan dolorosos.

Laura salió del portal y se puso a correr, sin saber cómo llegó, se encontró en la habitación del hotel con los ojos rojos y lágrimas secas en la cara. Le sonó el móvil, miró sin ver la pantalla, hubiera jurado que era David el que la llamaba, pero en ese momento no le importaba. Apagó el móvil, se quitó el calzado y se metió en la cama, ni si quiera tuvo fuerzas para quitarse la ropa. Se acurrucó, se abrazó y lloró. Con lo unida que había estado a todos ellos, cómo se podía haber enterado de esto más de diez años después. Por qué no estuvo con Javi, a su lado, quizás lo hubiera podido ayudar, o no, ya nunca lo sabría. Recordó a José Manuel y a Javi cuando jugaban al escondite y ellos que eran los mayores le hacían trampas, o le dejaban que los buscase cuando ellos ya se habían ido, dejándolo solo. Recordó empujando a Javi, prácticamente un bebé, en un columpio del parque o cuando le enseñaba matemáticas y le daba capones para que prestase atención y se concentrara en ecuaciones y quebrados. Estuvo llorando y recordando, hasta que se quedó dormida.

 

 

 

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