Abril 2.016
Laura estuvo muy liada durante la semana entre los trabajos en el taller, la tienda y los entrenamientos, estaba yendo tres veces por semana a karate y un par de días se acercaba a hacer prácticas de tiro. Jose había tomado la costumbre de acompañarla a sus prácticas de tiro, lo que le venía muy bien, porque solía corregirla y por ello estaba mejorando la puntería.
El sábado por la mañana estaba en la tienda atendiendo a una pareja joven que estaba interesada en uno de los muebles que tenía expuesto. Un mueble que se había encontrado hacía algún tiempo en una tienda de muebles de segunda mano en muy malas condiciones, por ese motivo le había salido muy barato. Ella lo había reconstruido y lo había convertido en una preciosa isla para una cocina. Le sonó el móvil que tenía encima de la mesa y pidiendo disculpas a la pareja se acercó para ver quién era, cuando vio que era Marta, le colgó y quitó el sonido para que no la volvieran a interrumpir.
- Me encanta. - Decía la mujer. - Creo que nos quedaría muy bien en la cocina, es nuestro estilo. - Intentaba convencer al hombre, él por su parte, la miraba embelesado sin decir nada, asintiendo. Estaba claro que de la decoración se ocupaba ella, y su pareja estaba tan enamorada que le consentía todo. La verdad es que los dos se miraban muy tiernamente, seguramente eran recién casados, pensó Laura mientras se acercaba de nuevo a ellos.
- Creo que nos lo llevamos. - Le dijo él. Su chica asintió muy emocionada.
Laura se ocupó de tomar los datos para realizar el envío al hombre, mientras ella se paseaba por la tienda contemplando algunos de los muebles que estaban expuestos.
- Tiene cosas muy bonitas en su tienda. - Le dijo cuando se acercó.
- Muchas gracias. - Laura sonrió, le alegraba saber que a la gente le gustaba lo que ella hacía con tanto cariño.
El hombre le estrechó la mano. - Me parece que nos volveremos a ver. - Le dijo guiñándole un ojo y señalando con un movimiento suave de la cabeza a su mujer. Se giró, la cogió de la mano y salieron de la tienda bromeando.
Laura los miró con un poco de envidia, se los veía tan felices y enamorados. Se quitó esas tonterías de la cabeza y llamó a Marta. Su amiga le cogió el móvil al primer tono.
- Hola guapa, perdona que te haya colgado pero es que estaba con unos clientes.
- No te preocupes, me lo imaginaba. Todo el mundo tiene vida menos yo. - Se quejó.
- Anda, descansa, que dentro de nada no podrás ni dormir, aprovecha ahora ese silencio que no volverás a tener en años.
- Genial, ahora me vas a deprimir. - Marta por supuesto bromeaba. - Te llamaba para ver si tienes planes para esta noche.
- No, no tenía pensado hacer nada. - Como todas las noches, cenaría con Jose y verían alguna película.
- Genial, entonces te vienes a cenar a casa. Cenamos, nos tomamos algo y jugamos a algún juego. Por favor, dime que sí. Necesito hablar con alguien que no sea mi tripa ni el plasta de mi marido, que lo único que dice todo el rato es ¿Estás bien cariño? - Dijo imitando a Pablo. - Como me vuelva a decir esa frase, te juro Laura, que le tiro lo primero que encuentre a mano a la cabeza. Así que tienes que venirte, si no quieres que tu mejor amiga cometa un asesinato. - Laura no pudo menos que echarse a reír. - Por cierto, tráete también a Jose.
- Cuenta conmigo. Respecto a Jose, se lo diré, no sé si tendrá planes. - Al otro lado del teléfono Marta ponía lo ojos en blanco pero no le dijo nada a su amiga. - Si puede, seguro que se anima, porque le encantan los juegos de mesa, como a nosotros.
- Por fin Pablo va a tener un amigo con el que jugar. - Siempre que iban de casa rural o quedaban a cenar en alguna casa, Pablo aparecía con sus juegos de mesa y casi nunca jugaban. En el grupo, excepto a Laura y Marta, al resto no les llamaban mucho la atención. - Además, tenemos uno nuevo que compró el otro día, tendremos que ver de qué va.
- Perfecto, ¿a qué hora?
- Si te parece os espero a las nueve.
- De acuerdo, en cuanto sepa si va o no Jose te envío un mensaje. Un beso.
Cuando Laura colgó, se fue al taller a seguir trabajando en un bonito baúl que estaba arreglándole a una señora mayor. Se lo iba a regalar a su hija, a quién siempre le había gustado mucho. En ese momento estaba forrando con tela su interior. Cuando terminó, ya era la hora de comer y en vez de irse al restaurante griego de al lado, se fue a casa de Jose, puesto que habían quedado en comer juntos.
Cuando llegó, Jose ya estaba preparando algo, olía muy bien. Se acercó a la cocina y le dio un beso en la mejilla.
- Huele muy bien ¿qué es? - Se acercó al horno a ver si veía algo.
- Es pollo al limón. - En el horno vio unos contramuslos de pollo que ya tenían muy buen color. Se le abrió el apetito al instante.
- Nos ha invitado Marta a cenar esta noche, ¿te apuntas?
- ¿Nos o te? - Jose empezaba a darse cuenta que se estaba introduciendo en el grupo de amigos de Laura porque últimamente se estaba convirtiendo en su sombra, y pensaba que ella podía sentirse incómoda por la situación.
- A ambos. - Jose levantó las cejas interrogante.- Vamos, que me ha invitado a mí y luego me ha dicho que te vinieras. - Le sonrió pícara.
- ¿Y a ti no te importa?
- Sabes que no, estoy encantada de que Marta se lleve bien contigo. Después de lo que ocurrió hace tanto ya, no te creas que te tenía en muy alta estima.
Sonó la alarma del horno. - La comida está, vamos a comer. - En un momento pusieron la mesa y comieron el pollo que había hecho Jose y que Laura alabó.
En cuanto terminaron de comer, Jose se fue a comisaría porque tenía trabajo pendiente, pero le dijo que sobre las ocho llegaría para ir juntos a la casa de su amiga.
Ella se puso a recoger la cocina. Habían llegado a un consenso de limpieza en los últimos días, como a Jose le encantaba cocinar y ella sólo sabía cocinar un par de cosas, él se encargaba de la comida y ella de recoger. Así que metió los platos y los vasos en el lavavajillas y limpió el horno, que aún siendo pirolítico no quedaba completamente limpio, aunque anunciaban lo contrario. Le dio una pasada con un producto especial de limpieza que había descubierto en casa de Jose y un trapo. Lo dejó como nuevo. Seguramente lo habría comprado María, la señora que Jose tenía contratada un par de días por semana, venía a limpiar la casa y a planchar la ropa. Laura no había coincidido nunca con ella, pero Jose hablaba maravillas de ella y Laura estaba de acuerdo, dejaba la casa como los chorros del oro, además, era un placer encontrarse su ropa planchada como si hubiera duendes que se lo hicieran. Empezaba a pensar que cuando volviera a casa, ella también contrataría a alguien, se estaba empezando a acostumbrar a eso y a la buena comida. Quizás la misma María podría acercarse algún día por su casa, tendría que hablarlo con ella, a ver si llegaban a un acuerdo.
Como un reloj, Jose apareció por su casa a las ocho en punto, se dio una ducha y bajó con unos vaqueros negros y una camisa granate que le sentaba fenomenal. Se lo quedó mirando mientras bajaba por las escaleras. Jose se dio cuenta y ella como una tonta se sonrojó.
- ¿Estoy bien? - Le preguntó para seguir pinchándola, pero ella ya había recuperado la compostura.
- Muy guapo, como siempre. - Le dio un beso en la mejilla. - Anda, vámonos que al final no llegamos. Es muy complicado aparcar por donde vive Marta.
Cuando llegaron a casa de Marta tuvieron suerte, justo en frente del portal se iba un coche, así que lo aparcaron ahí. Jose cogió una bolsa del asiento de atrás y Laura lo miró interrogante.
- Una botella de vino. ¿A ti no te han enseñado que cuando te invitan a cenar hay que llevar algo? - Laura sonrió, tenía toda la razón, pero la confianza que había entre las dos era tan grande que no se hacían entre ellas esas cosas.
- Ya sabes, la confianza da asco. - Le dijo sonriendo. - Eres un encanto.
- ¿Y te das cuenta ahora? - Le dijo sarcásticamente.
Cuando llamaron a la puerta, desde el interior se oyó como Marta les gritaba que ya iba y Pablo le decía a su mujer que se quedara sentada que ya iba él.
Cuando Pablo abrió la puerta, Marta estaba detrás haciendo en silencio como que se ahorcaba. Jose mantuvo la compostura pero Laura se echó a reír.
- Hola chicos, pasad. - Se giró. - Marta, deja de hacer el bobo. - Agarró de la cintura a su mujer y le dio un dulce beso en la mejilla.
Jose le dio a Pablo la botella y éste la llevó a la mesa para la cena.
- Pablo ha llamado al chino. No me ha dejado cocinar. - Marta puso los ojos en blanco. - Espero Jose, que te guste la comida china. Ya me ha dicho Laura que eres una joya en la cocina.
- Sí, me encanta la comida china, no hay problema. Y creo que Laura exagera. - Le guiñó un ojo a Marta.
- Laura tiene muchos defectos, pero la exageración no es uno de ellos. - Rieron del comentario, mientras Laura le sacaba la lengua infantilmente a su amiga. - Y que sepas que ya tienes un nuevo amigo, Pablo se ha enterado que te encantan los juegos de mesa, y con eso, te lo has ganado.
- ¿Queréis tomar algo? - Ofreció Pablo. - ¿Laura un vino tinto?
- Si, por favor. - Pablo se acercó a abrir la botella que habían traído.
- Lo mismo.- Pidió Jose. Pablo sirvió tres copas de vino y un mosto tinto para su mujer.
- Desde que en Reyes le pusiste a Marta mosto, se ha aficionado.
- Queda mejor cenar con mosto que con agua, así parezco una más. - Bromeó Marta mientras le daba un sorbo a su bebida. - Por cierto Pablo, que no se nos olvide comprar mosto para la casa rural. Os recuerdo que ya es el fin de semana que viene.
- ¿Ya? - A Laura se le había pasado el tiempo volando, no se había dado cuenta que ya era la semana que viene la salida. Al final, Marta había reservado una casa con piscina, muy bonita por lo que se veía en las fotos de Internet, en Sacedón, en Guadalajara, a poco más de una hora en coche desde Madrid, donde se podían hacer rutas a caballo, turismo y al lado estaba el embalse de Entrepeñas. Tenía muy buena pinta.
El repartidor llegó con la comida y se sentaron a comer. En la cena, Marta estuvo haciéndole un montón de preguntas a Jose sobre estos últimos quince años. Laura pensó que era peor que sus padres o que la policía. De hecho, alguna vez intentó sacar otro tema, pero su amiga siempre volvía a lo mismo. Jose le contestaba encantador y Marta poco a poco se estaba relajando con él. En un momento en que tanto Pablo como Marta desaparecieron a la cocina, Laura se disculpó por el comportamiento de su amiga.
- No tienes por qué disculparte. Lo entiendo perfectamente. ¿Recuerdas cómo te dejé tirada en un mal momento? Sólo te está protegiendo y no sabes cuánto me alegro de saber que ella estuvo todo ese tiempo contigo. - Jose le acarició la mejilla. - Siempre me he sentido muy culpable por dejarte cuando más me necesitabas. En aquel momento me pareció lo mejor, pero después me arrepentí.
- Pero volviste. Eso es lo importante.
- Si, pero era tarde. - Se quedaron los dos callados. Laura pensando en cómo se debió de sentir Jose cuando volvió y se la encontró con David. Y ella sin saberlo.
Marta y Pablo aparecieron con el postre.
- Lo ha hecho Pablo, espero que os guste.
- ¿Es lo que me imagino? - Ambos asintieron. Laura se dirigió a Jose - Hacen un flan de queso con el robot de cocina para chuparse los dedos.
Después de tomar el postre, Pablo les sacó copas a todos, ron con cola para todos, menos para Marta que estuvo tomando chupitos de licor de melocotón sin alcohol.
Como Marta les había prometido sacaron un nuevo juego, estuvieron revisando las instrucciones para luego ponerse a jugar. El juego era como el libro de Julio Verne “La vuelta al mundo en 80 días”, tenían que lograr dar la vuelta al mundo tal como hizo Phileas Fogg con su mayordomo Passepartout, pasando por diferentes países, y quién llegara en menos tiempo, ganaba. Utilizaban como medios de transporte el ferrocarril, el barco e incluso el globo. Por supuesto Scotland Yard tampoco se lo ponía fácil, tal y como ocurría en el libro.
- Por cierto, hoy han llegado las postales que Juan José Zamora envió a su abuela. - Estaban en la segunda partida del juego cuando Jose se acordó. Todos estaban puestos al día de toda la investigación, Laura no tenía secretos con Marta y Marta no los tenía con Pablo.
- ¿Y? - Laura esperaba que hubieran encontrado algo que les ayudara.
- Y nada. No se han encontrado huellas. Bueno, mejor dicho, todas tienen tantas huellas que no se ha podido sacar nada en claro. Los mensajes que escribía a su abuela no dan ninguna pista de su paradero, son frases típicas, nada personal. “Estoy bien.” “Espero que os encontréis bien.” “Me acuerdo mucho de vosotros.” “Os quiero”. Están analizando la escritura, pero sin nada con qué comparar no creo que nos lleve a ninguna parte.
- ¿De dónde eran las postales? - Preguntó Laura intrigada.
- De todo el mundo. San Petersburgo, Machu Picchu, Cataratas de Iguazú, las del Niágara, Las Vegas, Petra, Roma, el Taj Mahal, etc. Incluso había una del Castillo del Conde Drácula que había llegado en estos días. ¿No estuviste ahí después de Semana Santa? - Laura asintió con una idea en la cabeza.
- De hecho, has estado en todos esos sitios. - Confirmó Marta.
- ¿Crees que estaba allí cuando estuve yo? - Laura dijo en alto lo que estaba pensando.
- Si fuera así, te ha estado siguiendo todo este tiempo. ¿Has ido siempre con las mismas personas a esos viajes? - Laura negó en seguida.
- No, algunos los he hecho con Pablo y Marta, otros con Susana y Nuria, o con Cris, y también con David.
- Tenemos que comprobar si las fechas del sello de las postales coinciden con tus viajes. - Jose se estaba poniendo nervioso. Si era así, la cosa iba más lejos de lo que a él se le había ocurrido pensar. Se levantó de la mesa. - Lo siento, pero creo que deberíamos irnos, me gustaría comprobar eso ahora mismo. - Pablo y Marta se levantaron de la mesa preocupados por su amiga. Laura no sabía ni qué pensar, ¿era posible que la hubiera seguido Juanjo todos estos años?, y si era así ¿por qué? Y si era él el asesino, ¿por qué ahora? Seguía sin entender nada, tenía muchas preguntas y pocas respuestas, algo se les escapaba pero seguía sin saber el qué. - Todo estaba muy rico. He disfrutado de la velada. - Seguía diciendo Jose mientras se despedían con besos.
- Llámame mañana a primera hora y me cuentas, ¿de acuerdo? - Laura asintió nerviosa.
En el ascensor Laura le cogió la mano, Jose notó que estaba temblando y la abrazó. - Tranquila. Si lo que pensamos se convierte en realidad, por lo menos ya sabemos lo que estamos buscando. - Jose tenía razón, por lo menos todo empezaba a tener algún sentido, o no. Respiró hondo tres veces para tranquilizarse y se separó de Jose.
- Pues vamos a confirmarlo.
En el coche, Laura iba mirando por la ventanilla y pensando en lo espectacular que era Madrid de noche con todas esas farolas iluminándola. Llegaron en seguida a la comisaría en la que trabajaba Jose en el barrio de Salamanca. Subieron las escaleras a toda prisa y entraron en su despacho. Jose sacó de una carpeta que tenía encima de la mesa las postales. Laura revisó todas ellas, y pudo comprobar que en todos esos sitios había estado. Incluso había una del Kilimanjaro, ¿haría él también la ascensión en el mismo momento que ella?
- He estado en todos estos sitios, pero no puedo recordar las fechas de los viajes. Tengo las fotos en mi casa, podemos ir y comprobarlo.
Salieron de comisaría como habían entrado, volando y sin saludar a nadie.
- No me puedo creer que subiera el Kili cuando lo subí yo. - Esa fecha la recordaba perfectamente, no todos los días se tiene una experiencia como aquella, sobre todo cuando todos los que iban consiguieron llegar a la cima.
- ¿Quiénes subisteis?
- Fuimos los compañeros de trabajo, Cris, Marcos, Pedro y David. Recuerdo que fuimos en octubre, porque era la mejor época para la ascensión y una de las peores para ver animales en los Parques Nacionales que luego visitamos. Hace cuatro años. Esta postal coincide. - Confirmó Laura. - Pero del resto no puedo estar segura. Excepto la de Rumania que ha sido hace menos de un mes y el Taj Mahal que estuve el verano pasado.
Llegaron a casa de Laura y se dirigieron a su despacho donde estaba el ordenador. Mientras se encendía colocaron las postales en orden cronológico para facilitar la búsqueda. Y ya con las postales y las fotos de Laura confirmaron que todas ellas coincidían en fecha.
- Veo que tienes muchas fotos.
- Sí, me encanta tirar fotos. Quizás haya algo en alguna, pero hay tantas. - Eso mismo era en lo que estaba pensando Jose.
- No te preocupes, seguro que algún programa de los que disponemos puede encontrar algo en ellas. ¿Me las puedo llevar? - Laura asintió.
- Toma, llévate el disco duro, tengo backup de todas ellas ahí. - Laura desconectó el disco duro externo que tenía encima de la mesa y se lo dio a Jose para que lo investigaran.
- Por hoy ya no podemos hacer nada más. Vámonos a casa. - Ya eran más de las cinco de la mañana, Jose llevaría al día siguiente el disco duro para ver si los informáticos del departamento podían encontrar algo.
Cuando llegaron a casa estaban agotados. Laura subió a la habitación de invitados, en la que Jose la había acomodado, justamente en frente de la de él. Jose se puso una copa de whisky con hielo. Laura se asomó y lo vio con la copa, ella se había puesto unos pantalones de pijama con una camiseta y bajó para tomarse otra con él. Sin decir palabra cogió un vaso, se echó hielo y un buen chorro del licor. Se sentó junto a él y se acurrucó a su lado.
- Si Juanjo me ha acosado todo este tiempo sin yo saberlo, y suponiendo que sea el asesino, ¿por qué ha empezado a matar ahora? No me cuadra que sea porque ha salido el Coyote de la cárcel. Todos los que han muerto llevan tiempo por ahí pululando. - Jose no sabía qué responder a esa pregunta.
- Llevo todo el rato dando vueltas a muchas preguntas. Y siguen sin respuesta. No tengo ni idea por qué todo ha desembocado en un desenlace quince años después. No tiene sentido.
- Quizás, - se aventuró a decir Laura - no sea sólo por el Coyote. Si lleva todo este tiempo vigilándome, también tú has aparecido justo ahora. - Jose se la quedó mirando pensativo, y si ella tenía razón, ¿sería él el culpable de todo este desencadenante? Se intentó quitar la idea de la cabeza.
- Será mejor que subamos a dormir, mañana quizás tengamos las ideas más claras. - Se terminó la copa de un trago. Laura asintió, le dio otro sorbo a la suya y la dejó encima de la mesa.
Laura llevaba un rato en la cama dando vueltas, no se podía dormir. Se levantó y se dirigió a la habitación de Jose. Llamó a la puerta que estaba abierta.
- ¿Estás despierto? - Preguntó en un susurro.
- Sí, ¿estás bien? - Laura se acercó a su cama y se sentó.
- ¿Te importaría abrazarme? - Jose le dejó sitio en la cama y ella se tumbó a su lado, la rodeó con sus brazos y ella se acurrucó. - Sabes, me siento violada. Alguien ha estado vigilándome, invadiendo mi intimidad. - Levantó la cara y se encontró los ojos verdes de Jose mirándola. Le besó. Él la apartó y ella se sorprendió, no era la reacción que esperaba.
- ¿Estás segura? - Le dijo con dulzura. Ella respiró hondo, se relajó y le sonrió.
- Ahora mismo, es de lo único que estoy segura. Te quiero, nunca dejé de quererte por mucho que me haya costado reconocerlo.- Laura se sintió mejor después de soltar lo que sentía.
- Te quiero Laura. - Jose la besó.