Octubre 2.015

 

 

Ya había llegado el otoño, el verano había pasado casi sin darse cuenta, y de repente, de un día para otro, se había pasado de un calor insoportable a un frío casi invernal. En eso mismo estaba pensando Laura mientras miraba el armario decidiendo qué ropa ponerse.

Esa noche tenía una fiesta que le habían organizado sus amigos para celebrar su radical cambio de vida. Todavía estaba asimilando lo que había hecho, y sus amigos le organizaban una fiesta para apoyarla en su decisión.

Una mañana se había levantado hastiada con su trabajo repetitivo en la oficina. Había estudiado Informática en la Universidad Politécnica de Madrid, una de las primeras universidades en Madrid que creó dicha carrera. Ahora todas las Universidades tenían esos estudios, los cuáles habían dividido en un montón de ramas. Ya no era lo mismo, desde luego. Y un día se dio cuenta, o más bien se había dado cuenta hacía mucho, que ese trabajo ya no le satisfacía ni lo más mínimo. Cada día, levantarse de la cama para ir a trabajar era una tarea insoportable. Así que decidió cambiar totalmente y dedicarse a la restauración de muebles, tema al que hasta hacía muy poco se dedicaba en su tiempo libre como hobby.

Hacía ya seis meses que había alquilado una pequeña tienda a pie de calle en donde se dedicaba a restaurar los pocos muebles que le llevaban, y también a arreglar muebles de segunda mano que se encontraba en tiendas y mercadillos, los cuáles luego vendía. La verdad es que no se podía quejar, le iba bastante bien, por lo que estaba encantada. El vintage estaba de moda y a ella eso le venía muy bien.

A todo esto le daba vueltas mientras que contemplaba su aburrido armario. Después de tanto pensar decidió ponerse unos vaqueros con una blusa blanca y unos zapatos de tacón para ir algo más arreglada. Unos básicos que nunca fallan, pensó.

Todavía se estaba terminando de maquillar cuando sonó el timbre. Por la hora, se imaginó que sería David que venía a buscarla para llevarla a donde hubiesen decidido llevarla a cenar y a tomar algo, porque sus amigos habían pensado que sería buena idea que fuera una sorpresa y por supuesto no le habían contado nada.

Cuando abrió la puerta se encontró a David con un precioso ramo de rosas. David, tan guapo como siempre, con su casi uno noventa de estatura, un pelo castaño que siempre llevaba revuelto, sus ojos marrones y un cuerpo fibroso de gimnasio, se llevaba a las chicas de calle.

Le cogió el ramo mientras le invitaba a entrar. Inmediatamente fue a la cocina a coger una jarra para poner las rosas con agua y con una aspirina, que decían que así duraban más las flores, pero la verdad es que a ella se le morían las plantas tan rápidamente que hacía mucho tiempo que había dejado de molestarse en decorar con seres vivos su hogar.

- No tenías que haberte molestado. - Le dijo a David mientras que éste servía dos copas de vino tinto y observaba cómo Laura ponía el ramo en un jarrón que le quedaba algo pequeño al gran ramo. Al final tuvo que dejar apoyadas las flores en la pared para que el jarrón no volcara encima de la encimera de la cocina.

- Las he visto al salir de la oficina y he pensado en ti. Me parecía un bonito detalle para comenzar la velada. - Mostró su blanca dentadura en una gran sonrisa con ese aire de no haber roto un plato en su vida, aunque su brillo en los ojos indicaba justamente lo contrario.

David era uno de los mejores amigos de Laura, entre ellos no había ningún secreto. Se conocieron poco después de que Laura terminara la Facultad. Ella trabajaba de becaria en una empresa que desarrollaba software a medida para diferentes clientes y él se había encargado de enseñarle, era su jefe. Posteriormente, Laura fue progresando en la empresa hasta que ambos llevaban dos equipos diferentes y estaban al mismo nivel. En ese momento ya eran muy buenos amigos, ambos se habían ayudado para llegar a donde estaban. Aunque a Laura le ofrecieron una buena oferta en otro departamento de la empresa, un puesto más comercial, que no pudo rechazar, por lo que su trabajo habitualmente tan cercano, dejó de serlo, ahí había estado trabajando hasta que lo dejó para dedicarse a la restauración, pero en ningún momento perdieron el contacto, de hecho ahora quedaban mucho más. Por supuesto, también habían tenido un par de citas y más que un par de noches de sexo. Aunque eso había sido hacía ya mucho tiempo.

- ¿No traes a Eva? - Eva, era la última conquista de David, o por lo menos la chica con la que estuvo el fin de semana anterior.

- No, Eva ya es historia. Espero conocer a alguien interesante esta noche en la fiesta. ¿Alguna de tus amigas crees que sería una buena pareja para mí? - Laura no pudo evitar soltar una carcajada, como decía su madre, le salió del alma.

- Creo que las conoces a todas. Y las que están libres creo que ya han probado tus “ya te llamaré”. Pero nunca se sabe, quizás a alguna le apetezca un polvo. No eres malo en ese aspecto y ya sabes que el mercado está muy mal. - Laura con risa irónica, se encogió de hombros y levantó las manos como si le estuviera diciendo que era un caso perdido y David no pudo menos que echarse a reír.

- Sabes, a veces suenas un poco vulgar. - Le guiñó un ojo.

- Perdona que sea tan clara, ¿te molesta? - Su tono fue irónico mientras le sacaba la lengua de forma infantil.

- Anda, vámonos. Al final llegamos tarde. - Dijo riéndose.

Después de terminarse la copa de vino, salieron del piso para dirigirse al restaurante. Laura vivía en Madrid, en uno de esos nuevos barrios que parecían barrios dormitorios, todas casas nuevas, gente joven, pocas tiendas, pero muchos parques y muchas parejas con niños pequeños. Por lo menos su casa estaba cerca de la zona antigua, donde tenía todas sus necesidades a mano y cubiertas, aunque sólo fuera para ir a comprar el pan no tenía que darse un gran paseo ni coger el coche. Vivía sola, pero tenía un piso grande, de cuatro habitaciones, una de ellas era su despacho y otra su taller, donde a veces trabajaba en algunos muebles para relajarse, porque el trabajo pesado lo llevaba a cabo en el taller de la tienda.

En el ascensor, Laura no pudo evitar preguntar dónde era la cena, pero David no soltó ni prenda, sonrió, subió las cejas en gesto interrogante y con la cabeza hizo un gesto negativo. Estaba claro que hasta que no llegaran, no iba a saber dónde se dirigían.

Ya era noche cerrada en Madrid, pero estaba muy bonito con los edificios del centro iluminados. Pasaron por la Puerta de Alcalá, para girar en La Cibeles y seguir por el Paseo del Prado. Bueno, por lo menos estaba localizada, iba pensando. Entraron en el primer parking que vieron y que todavía tenía plazas libres. Eran prácticamente las diez de la noche y a esas horas no era fácil encontrar sitio para aparcar en el centro, incluso en parking.

El restaurante estaba en una pequeña callejuela detrás de la zona de Huertas. Laura no lo conocía. El interior era de estilo árabe, con muchas telas de colores vivos y mucho cachivache de mercadillo, y por lo que se veía, para cenar o estabas sentado en unos grandes cojines en el suelo o te tumbabas como si estuvieras en una cama. Ahora agradecía haberse puesto unos vaqueros.

Cuando llegaron, estaban todos en la barra tomando algo mientras les esperaban. Los primeros en verlos llegar fueron Marta y Pablo, la mejor amiga de Laura desde la Facultad y su marido, que también era compañero de estudios. Marta era una morenaza imponente, parecía una gitana de raza, aunque no lo era y Pablo, muy atractivo con la cabeza rapada y casi tan moreno de piel como su mujer. Si algún día tenían hijos les iban a salir muy guapos.

Marta le daba un beso en la mejilla mientras le decía. - Menos mal que te has puesto cómoda, no me han dejado decirte nada para no darte ninguna pista.

- Creo que no lo hubiera adivinado, este sitio no me suena de nada. Y tampoco entiendo por qué tanto secretismo. - Le dijo Laura poniendo los ojos en blanco.

Cris, una rubia con gafas de pasta que le daban un toque muy intelectual, le acercó una copa de vino tinto. - Nunca se sabe lo que te vas a encontrar. - Pues si que estaba misterioso todo el mundo, pensó Laura. Cris y ella habían estado hablando un buen rato esa misma tarde y tampoco le había dicho nada. Aunque claro, se pasaron todo el tiempo hablando de los problemas de Cris en la oficina. Siempre se desahogaba con ella porque antes trabajaban juntas, mano a mano, y Laura conocía todos los tejemanejes que se movían alrededor del trabajo de Cris.

También estaban Marcos y Pedro, un par de compañeros, ya excompañeros de trabajo, Nuria, Susana, Raquel y Luis, todas ellas habían estudiado con Marta y ella en la Facultad y Luis era pareja de Raquel desde que la conocía, así que también era parte de la familia, aunque actualmente ya se habían convertido en marido y mujer. Eran un grupo de once personas, los amigos más íntimos de Laura.

David nada más llegar se había acercado a Nuria y a Susana que eran las amigas solteras de Laura. En cuanto los vio le salió una sonrisa sin querer, ya estaba en su salsa, sacando todos sus encantos frente a dos chicas guapas, aunque por su puesto ya se conocían en el sentido más amplio de la palabra.

En cuanto llegó la camarera indicándoles que ya estaba la mesa preparada, todos cogieron su copa que aún estaba sin terminar y siguieron a la atractiva chica, que iba vestida con un conjunto lleno de monedas y enseñando cadera. Laura supuso que después de la cena bailaría la danza del vientre. Iba a ser una noche muy exótica. Genial, porque a Laura le encantaba probar cosas nuevas, por lo menos parecía que iba a ser entretenido.

Ya sentados alrededor de la mesa en cómodos cojines, la situada más al fondo del restaurante, entre todos seleccionaron unos entrantes de delicias árabes, un poco de todo para poder probar y cuscús como plato principal. Laura pensaba que era un poco fuerte para cenar, pero seguro que así no se le subiría tanto el vino, llevaba ya dos copas y aún no habían empezado a cenar.

- No sé cómo me habéis traído aquí, a ti que sólo te gusta la comida tradicional. - Marta estaba sentada a la derecha de Laura y no era muy proclive a salirse de la habitual comida mediterránea, o más bien de los platos de la tierra. Al contrario que Laura, a Marta no le gustaba casi nada, era muy quisquillosa con la comida.

- Bueno, un día es un día. Y por lo menos sé que el baklava me encanta. Nunca olvidaré que me hiciste probarlo cuando fuimos a Túnez, menos mal, porque está buenísimo. - Túnez fue el primer viaje que hicieron juntas al extranjero cuando aún estaban en la Facultad y el primero a un país árabe, luego habría algunos más. Aún recordaba lo poco que comió Marta en ese viaje, convencerla para que probara el baklava fue una tarea harto complicada, cosa que no se entiende porque la miel y el pistacho son cosas que a Marta le encantan y cuando lo probó, reconoció que efectivamente estaba exquisito.

Como se imaginaba, la cena estuvo llena de risas y brindis por su nuevo futuro con la nueva empresa en la que se había metido. Todos sus amigos la apoyaban al cien por cien. Sabía que podía contar con ellos. De hecho, todos le habían comprado algún que otro mueble para rellenar algún hueco en sus casas del que realmente no disponían.

Después de tomar el café, les pusieron una pipa de agua con tabaco de sabor a manzana, que se fueron pasando durante un rato, hasta que se apagaron las luces del restaurante y como se imaginaba, las camareras que hasta ese momento habían estado sirviendo la cena, se pusieron a bailar la danza del vientre entre las mesas del restaurante. Todos aplaudían al son de la música mientras disfrutaban del movimiento impresionante de caderas de las bailarinas.

Un camarero avisó a Laura para que lo acompañara, David le confirmó que tenía que ir con él con un leve movimiento de cabeza. Ambos se levantaron y se dirigieron a un cuarto, situado al lado de la mesa en la que habían cenado, cerrado al público. Cuando entraron, vieron que debían de ser los vestuarios de las camareras. Una habitación rectangular y estrecha con las paredes forradas de telas rojas y naranjas, se abría hacia la derecha. En el lateral izquierdo de la habitación había un biombo oscuro, del que colgaban un par de blusas y una falda, supuestamente de las camareras. En el lateral derecho había dos tocadores, uno al lado del otro, con un montón de luces alrededor de los espejos. Y al fondo, otro biombo.

- Ahora no preguntes y disfruta. - Cuando se dio la vuelta, encontró a David con un sujetador dorado lleno de monedas y una falda de diferentes cortes de tul, también con muchas monedas. David le sonreía.

- No pensarás que me voy a poner eso. - Laura estaba sorprendida, ahora entendía por qué sus amigos no paraban de llenarle la copa de vino, querían que se sintiera poco cohibida, y la verdad es que había hecho efecto, porque se dijo a sí misma, y por qué no. Le quitó el vestido de las manos a David con una sonrisa provocativa y se colocó detrás del biombo que había en el lateral de la habitación.

- Sabía que no iba a tener que rogarte mucho. - David se estaba riendo mientras cogía la ropa de Laura que ésta le iba tirando por encima del biombo.

- Lo que no sé, es exactamente qué queréis que haga con esta ropa, porque en mi vida he bailado la danza del vientre y voy a hacer el ridículo. - Laura estaba teniendo problemas para abrocharse los imperdibles del traje, por lo que resoplando salió de detrás del biombo para que David terminara lo que ella había empezado. Cuando se dio la vuelta contempló divertida la cara de pasmado que se le había quedado a David.

- Estás preciosa, ya no recordaba el cuerpazo que tienes. Creo que vas a tener que recordarme por qué rompimos. - Detrás de David estaban los espejos de los tocadores, en uno de ellos, Laura pudo mirarse con su atuendo y pudo reconocer que no le sentaba nada mal, teniendo en cuenta que ya pasaba de los treinta y cinco, de hecho, estaba muy cerca de cumplir los cuarenta, practicaba mucho deporte y eso se notaba.

- No digas tonterías. Vamos afuera para que el resto también pueda reírse un rato de mí. - Se acercó a David, le cogió la mano y se dispuso a salir de la habitación.

Cuando salió del vestuario, se dio cuenta que su mesa había sido rodeada por visillos muy coloridos que hacían que el sitio quedara totalmente oculto a la vista de los demás clientes del restaurante, y aún así quedaba un hueco entre la mesa y la habitación de la que acababa de salir para bailar.

En cuanto sus amigos la vieron se pusieron a aplaudir y a vitorearla. La camarera que les había estado atendiendo se acercó a ella, la cogió de las manos y se la llevó a la zona libre para bailar. Laura intentaba hacer los mismos movimientos que ella, pero se veía muy torpe, le parecía imposible mover la cadera tal y como la camarera/bailarina hacía. Así que viendo la dificultad del baile, decidió mover la cadera a su estilo y disfrutar del momento. Al poco tiempo, sus amigas estaban alrededor suyo con pañuelos de monedas en las caderas bailando y haciendo el mayor ruido posible. Después, hasta los chicos se animaron a mover las caderas. Fue un rato muy divertido para todos.

Cuando se sentaron para descansar de tanto baile, en la mesa ya tenían servidos algunos gin-tonic, bebida que estaba muy de moda, y algún que otro cóctel. En ese momento las camareras pasaron quitando los visillos que hacían de la mesa una zona privada y pudieron ver que había alguna mesa más ocupada, pero la mayoría de la gente se había ido. Por lo que en el restaurante había mucho ambiente, pero nada de agobios.

Laura se levantó para dirigirse al baño. Allí las chicas estaban recomponiéndose el maquillaje. Se miró en el espejo, y a parte de unas gotas de sudor de tanto baile se vio guapa, aún no tenía patas de gallo, sus ojos azules y su larga y ondulada melena morena la convertían en una persona muy atractiva a los ojos de los demás. Apenas iba maquillada, por lo que con el calor no tenía nada trastocado, los ojos brillantes de felicidad o de alcohol, en ese momento no lo tenía muy claro. Se remojó un poco la cara y volvió a salir.

Notó que alguien la tiraba del brazo y se volvió. Al principio le costó reconocerlo, se lo quedó mirando, pero en cuanto vio su sonrisa amigable y sus ojos, no lo dudó. Era Carlos, un policía que ya estaba en edad de jubilarse, al que no veía desde hacía más de quince años. Le había costado reconocerlo porque su espesa cabellera había desaparecido y le había salido una pronunciada barriga cervecera. Al verlo tan mayor, se emocionó y le dio un gran abrazo. Hubo una época en la que el afecto que sentía por Carlos, podía haberse comparado al que sentía por su propio padre, pero por unas cosas y otras, habían perdido el contacto hacía ya mucho tiempo.

- Carlos, ¿Qué haces aquí? ¿Cuánto tiempo? ¿Qué tal tu mujer y los niños? - No podía dejar de hacerle preguntas. Se empezó a reír porque se dio cuenta que la policía parecía ella no él.

- Madre mía Laura, estás guapísima. Casi ni te reconozco, de hecho no estaba seguro de que fueras tú. Por ti no pasan los años. - Como siempre, un zalamero. - Pues María está bien, en casa. Los niños ya no son tan niños. Fran, el mayor, ya está casado y se fue a Estados Unidos a vivir con su mujer que es de San Francisco, así que no nos vemos mucho. Y el pequeño acaba de terminar en la Universidad y está buscando trabajo de lo suyo, ha estudiado Derecho, pero ya sabes que está todo muy complicado, así que por ahora, está trabajando en cosas que le van saliendo, un poco de todo. ¿Y tú? ¿Cómo te va la vida?

En ese momento Laura sintió unas manos que le rodeaban la cintura. Era David que venía con la copa que había dejado en la mesa.

- Se te va a aguar. - Dijo sonriendo mientras estiraba la mano para estrecharla con Carlos. - Hola, soy David Mata.

- Carlos García. ¿Es tu marido?  - Preguntó dirigiendo la mirada a Laura. Ella, que en ese momento estaba dando un sorbo a su copa, casi se atraganta.

- No, es un buen amigo. - Laura hizo una breve pausa. - David, él es un viejo amigo, es subinspector de la policía.

- Inspector. - Le corrigió Carlos. Laura levantó la copa brindando por ello y le felicitó. Pero, en ese momento Laura se dio cuenta que Carlos no le había respondido a su pregunta. - ¿Qué haces aquí? ¿Trabajo? Porque te veo bebiendo agua, ¿estás de servicio?

- Pues por desgracia sí. Nos han dado un soplo, pero me parece que… - Carlos no pudo terminar su frase, se quedó mirando por encima del hombro de Laura, su mirada había quedado entristecida de repente. Ésta, al notar el cambio de Carlos se dio la vuelta para ver dónde se dirigía su mirada. Al ver a la persona que tenía detrás, de la sorpresa se le cayó la copa.

Después de unos segundos de perplejidad, se forzó a reaccionar. - Por Dios, qué torpe soy. Perdonad. - Aunque no había mojado a nadie, puesto que con el calor que hacía ya se había terminado la bebida, empezó a limpiarse nerviosamente el traje como si estuviera mojado.

- Hola Laura, cuánto tiempo. - Dijo la persona, que la había puesto tan nerviosa, con una nota nostálgica. Su voz era la misma que aún recordaba, esa dulzura con la que pronunciaba su nombre, la suavidad en el tono de sus palabras, nunca había olvidado esa voz. Laura levantó la cabeza, contó hasta tres y ya más relajada e intentando parecer lo más natural posible, sonrió a la persona que se había unido a ellos.

- Hola Jose, sí, mucho tiempo.

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