Marzo 2.016

 

 

Laura estuvo muy ocupada entre su trabajo y el entrenamiento toda la semana. Ya había terminado la rehabilitación del hombro, prácticamente subía el brazo tanto como el otro. Así que esa semana fue a entrenar y también se acercó al club de tiro a practicar. Se mantuvo toda la semana atareada para no pensar ni en los asesinatos ni en su relación con Jose, si es que había alguna relación. Aunque sabía que no podría estar mucho tiempo desconectada de todo.

Salía el viernes de la tienda para ir a comer cuando sonó el teléfono.

- Hola Laura, ¿cómo estás? - La voz del otro lado sonaba sin resentimiento, por lo que se relajó.

- Hola Jose. Estoy bien gracias. Iba a comer algo. ¿Y tú? - Intentaba ser natural, pero estaba nerviosa.

- He estado investigando al Chino y a sus dos amigos, tengo bastante información sobre ellos, ¿puedes quedar esta noche y te cuento? - Laura esa semana no había investigado nada. Le había dicho que quería que la mantuviera informada, por lo que no podía rechazar el encontrarse con él, aunque en ese momento era lo que menos le apetecía, se sentía fatal, se había dedicado a ratos a insultarse a sí misma por su comportamiento, lo más bonito que se había llamado era zorra.

- De acuerdo. Voy a ir a entrenar, saldré a las diez. A partir de ahí cuando quieras.

- Ok, te paso a buscar. - Jose colgó.

Laura pasó al bar de en frente y pidió un sándwich y una lata de refresco para llevar. Tenía que ponerse en marcha, Jose había seguido trabajando en el caso y ella se había dedicado a tener la mente ocupada en otras cosas, así que no había hecho nada.

Se sentó en la mesa de la tienda, delante de su ordenador y se puso a buscar información por Internet del Chino, el Dardo y el Bulldog. No encontró gran cosa. Cuando buscó por el Chino encontró mucha información sobre los chinos de China, una revista peruana, un cartel de la droga mexicano, pero nada del que ella quería. Cuando buscó sobre el Dardo todo lo que apareció era sobre juegos de dardos y cuando buscó por el Bulldog, la información que apareció se refería a perros, cómo cuidarlos, cachorros, pero tampoco nada del Bulldog que ella buscaba. Y así pasó dos horas hasta que tuvo que abrir la tienda y dejar de buscar.

Pensaba salir temprano, ya tenía todo recogido, puesto el abrigo y el bolso en la mano, cuando sonó el fijo que tenía encima de la mesa. Era Don Mateo, el cliente al que le habían llevado el día anterior el secreter, para decirle lo que le había gustado. Estaba encantado, era justo lo que él quería, un mueble con personalidad y precioso, le agradeció también que no lo hubiera pintado, que solo hubiera tratado la madera. El hombre fue encantador y quedó en pasarse por la tienda la semana siguiente porque tenía que amueblar más rincones de su casa y confiaba plenamente en ella.

Cuando colgó, Laura se sentía muy satisfecha consigo misma, no hay mejor motivación para seguir trabajando que la gente valore tu trabajo y se sienta tan identificada con las piezas que ella les busca y les restaura. Es genial, saber que aciertas con sus gustos y necesidades.

Llegó al entrenamiento y se olvidó de todo, tenía que estar concentrada en la clase. Esa tarde su sensei le metió mucha caña, sabía que no estaba en su mejor momento después de haber estado cinco meses sin haber entrenado, y sabía que tenía que coger otra vez el ritmo, así que su sensei estuvo machacándola toda la clase, pero salió encantada, le gustaba cuando daba todo de ella misma.

En el vestuario femenino había un baño turco, así que como iba con tiempo, decidió relajarse un rato dentro. Pasó envuelta en la toalla y con las chanclas, no había nadie. Puso la toalla en el asiento y se tiró encima a disfrutar del calor y la humedad. Cerró los ojos y se concentró en no pensar en nada, cosa que le resultó completamente imposible. Pero por lo menos, logró no pensar en Jose. Estuvo ordenando su cabeza para poner en orden todo el trabajo que tenía que hacer la semana siguiente y si podría adelantar algo en su casa, así que se organizó el fin de semana para avanzar un poco. Cuando abrió los ojos vio que el reloj había avanzado casi quince minutos, así que se levantó y se mareó un poco, el calor y la tensión baja no eran buenas compañeras.

Se dio una ducha más larga de lo normal, le sentaba bien el agua caliente cayéndole por encima. Cuando terminó quedaban diez minutos para las diez, así que salió dispuesta a esperar a Jose, pero al salir vio su coche aparcado justo en frente de la puerta. Él estaba dentro esperándola, ojeando unos papeles dentro de una carpeta, supuso que sería trabajo o la información que había obtenido del Chino y compañía.

Laura abrió la puerta del copiloto y se subió, mientras Jose echaba al asiento de atrás los papeles que tenía en la mano y los que habían estado reposando en el asiento del copiloto.

Fue a saludarla dándole dos besos, pero las cabezas se liaron y acabaron besándose en los labios. Se miraron y los dos se echaron a reír, estuvieron así un rato.

- Nos comportamos como críos de instituto. - Dijo Laura todavía riéndose. Jose asintió también riéndose.

- Anda, vámonos. ¿Dónde quieres ir? - Laura no había pensado nada, aunque justo en ese momento le sonaron las tripas. - Parece que tienes hambre. ¿Quieres que vayamos a mi casa? - Laura se puso tensa, Jose se dio cuenta al ver por el rabillo del ojo el leve movimiento de su cuerpo. Después de sacar el coche del lugar donde lo tenía aparcado., levantó la mano derecha. - Prometo ser bueno. - Laura le sonrió y se relajó.

- ¿Qué me vas a hacer para cenar? - Preguntó Laura con voz de niña buena.

- Que mal acostumbrada te tengo, me parece que no tengo gran cosa, había pensado que podíamos pedir unas pizzas.

Cuando llegaron a casa de Jose, éste llamó para pedir la comida. Mientras, ella se quitaba el abrigo y lo dejaba en un perchero de pie muy moderno que tenía a la entrada de la casa. Dejó el bolso encima del sillón, en un lateral donde no molestara y se sentó, se quitó los zapatos y se cruzó de piernas encima del sofá.

- Espero que no te moleste que me haya puesto cómoda. - Jose la miró, se estaba poniendo una pinza en el pelo de mala manera para poder trabajar mejor y que el pelo no la molestara.

- Claro que no. La pizza ya está en camino. Si quieres algo, sírvete, hay cervezas y refrescos en la nevera, y alguna botella de vino en el botellero, en la esquina de la cocina. - Jose se dirigió a las escaleras - Ahora bajo, voy a quitarme esta ropa. - Él iba con traje y corbata, muy guapo, pensó Laura.

Se acercó a la nevera a por una cerveza, eran tercios, pero no sabía donde guardaba el abridor, por lo que en vez de ponerse a rebuscar volvió al sillón. Al salir de la cocina, vio en una esquina las dos latas que le había regalado el fin de semana y sonrió para sí. Mientras Jose bajaba, puso la tele, pero no había nada interesante, así que la apagó.

Jose se acercó al sofá y le pasó una gruesa carpeta rellena de papeles.

- Como ves entre los tres tienen más antecedentes que años Matusalén. - Jose se acercó a la cocina donde cogió otra cerveza para él, el abridor y se acercó a abrirle la botella a Laura. - Toma. - Le pasó su cerveza. - Te hago un pequeño resumen. Todos estos años han seguido en contacto, siguen siendo buenos amigos, la mayoría de delitos que han cometido los han realizado juntos. Se han pasado algunas temporadas en la cárcel. Sobre todo se han dedicado a robar en chalés, solían entrar cuando no había nadie. También hay algunos robos en tienda, maltratos a sus mujeres, pero nada que me haga pensar que ahora se estén cargando a nadie de los que allí estuvimos.

- Entonces ¿no los consideras sospechosos? - Preguntó Laura, se le acababan las personas que podían tener un motivo.

- No dejan de ser sospechosos, pero no creo que ellos sean los culpables. No tiene ningún sentido.

- Supongo que tienes razón, algo se nos está escapando. - Jose estaba de acuerdo con Laura, algo se les escapaba pero no sabía qué podía ser.

Llegaron las pizzas y dejaron de lado los informes para ponerse a cenar. Se abrieron otra cerveza cada uno y cenaron tranquilamente. Laura le estuvo contando su búsqueda de información y lo poco que había conseguido esa mañana mientras comía.

Estuvieron muy relajados, haciéndose bromas, contando lo que habían hecho esa semana, los entrenamientos de ella, los entrenamientos de él, el trabajo de ella, los casos de él. Cuando terminaron se pusieron a ver una película que estaban pasando en la televisión y que a Laura le encantaba, “Los intocables de Elliot Ness”.

- Me encanta esta escena. - Le dijo a Jose mientras se veía a Elliot Ness, interpretado por Kevin Costner, y sus ayudantes en la frontera con Canadá montando a caballo y con una espectacular banda sonora de fondo. La película continuaba y no pudo evitar llorar cuando se cargaron al contable, ni cuando mataron a Sean Connery. Intentó disimular para que Jose no la viera, odiaba ser tan sentimental en las películas, por lo menos cuando había alguien delante. Pero Jose sonriendo le pasó un paquete de pañuelos de papel quitando toda la gracia a su vano intento de esconderse de su mirada.

Cuando la película terminó se tomaron una copa y siguieron hablando, tampoco del caso, sino de todo un poco. Anécdotas de los últimos años, como les había ido por un lado a Carlos y a su familia, y por otro lado a Pablo y a Marta. Pero sobre todo hablaron del cambio de trabajo de Laura. Jose sentía curiosidad por su cambio de vida, de una vida en la oficina con un sueldo fijo, a abrir una tienda de muebles. Después del domingo Jose sabía lo que disfrutaba con ello, pero había pasado de la seguridad del trabajo fijo a la incertidumbre convirtiéndose en autónoma. Y tal como estaban las cosas en España, ya que no era el momento más boyante para el país económicamente hablando, no llegaba a comprender su cambio, justo en ese momento. Y conociendo a Laura, sabía que ella disfrutaba teniendo un entorno seguro y relajado.

- La verdad que cuando miro atrás, no tengo ni idea de cómo me atreví. No sólo era el agotamiento del trabajo aburrido y repetitivo de todos los días. Siempre los mismos proyectos, la misma gente, el mismo estrés, era agotador, ¿sabes? Y lo peor no era eso, sino, el que me costara tanto levantarme para ir a la oficina. Me parecía muy triste que sólo viviera para que llegara el viernes por la tarde y salir de la oficina para disfrutar de un fin de semana que se pasaba tan rápido que no me daba ni cuenta. Y vuelta a empezar. Entonces me pregunté si quería que mi vida fuera así, y me contesté con un no en mayúsculas. NO, NO y NO. Así que decidí hacer lo que más me gustaba, restaurar muebles y decorar. Ahora me levanto con ganas de afrontar el día. Si me toca trabajar, estoy encantada, a ver qué mueble me voy a encontrar hoy, qué le haré, qué me dirá que le haga, porque aunque creas que estoy loca, ellos me dicen lo que quieren que les haga, lo que realmente necesitan. Y si me levanto el fin de semana, igual, me levanto con ganas de hacer cosas, de ver a mis amigos. Ahora disfruto todos los días, no sólo los fines de semana. No sé si me entiendes.

Jose la entendía perfectamente, todo el mundo vive esos momentos de hastío, una y otra vez, la suerte es que para Jose esos momentos eran pasajeros porque le encantaba su trabajo, investigar, recopilar pruebas, preguntar a la gente y coger al malo, le fascinaba toda esa labor, todos esos pasos a seguir. Aunque a veces, cuando las cosas no iban bien, moría alguien, no cogían al culpable, se frustraba y se quemaba. Pero seguía adelante, siempre esperando que mereciera la pena cuando lograba meter a un asesino entre rejas. Y así se lo dijo a Laura.

Jose se levantó del sillón y llevó las copas al lavavajillas. - Vamos, te llevo a casa que te veo agotada. - Cuando volvió al sofá, vio que Laura estaba dormida, la cogió en brazos, no entendía con todo lo que comía cómo podía pesar tan poco, y la subió a su cama. Le quitó los zapatos, los vaqueros y la camisa que llevaba y le puso una de sus camisetas y aunque hubo un par de veces que pensó que ella se había despertado, se dio cuenta que no, que seguía dormida.  La tapó con el edredón, le dio un beso de buenas noches en la frente y dejó que durmiera.

Sentado en el sofá, Jose volvió a repasar por enésima vez los informes que habían dejado apartados para ver si encontraba algo, una mínima pista que involucrase al Chino y sus dos compañeros en las explosiones, pero por más que buscó no encontró nada. Se quedó dormido en el sillón con los papeles esparcidos a su alrededor.

 

 

Por la mañana Laura despertó en una cama que no era la suya, las sábanas olían a Jose, aspiró su olor unos segundos antes de abrir los ojos. Era la habitación de Jose, Laura la recordaba del primer día que estuvo allí cuando le enseñó la casa haciéndole una pequeña visita guiada. Vio que su ropa estaba doblada en una silla en la esquina de la habitación, ella llevaba puesta una camiseta que le llegaba hasta la mitad del muslo, supuso que sería de él. Se levantó y se asomó a la escalera, vio que Jose estaba dormido en el sillón, con todos los documentos esparcidos por el suelo. Lo dejó durmiendo y se fue a dar una ducha. El baño era muy amplio, tenía una ducha enorme con una torre con chorros de hidromasaje, los probó todos mientras se duchaba, se colocó de forma que los chorros le dieran en la espalda y estuvo disfrutando el momento un buen rato. Salió de la ducha y se miró en el espejo, tenía buena cara, esa noche había descansado, no había tenido pesadillas y se había sentido segura. En su casa, desde el incidente, por mucha puerta blindada y mucha cámara, no se sentía segura. De hecho, ahora que lo pensaba, se daba cuenta el poco tiempo que pasaba últimamente en casa, intentaba estar en cualquier otro sitio,  lo hacía inconscientemente pero sus acciones estaban ahí. Tenían que coger al cabrón que estaba asesinando a sus antiguos amigos.

Se vistió en la habitación de Jose y bajó. Éste ya estaba levantado, había puesto un par de tostadas en el tostador, y estaba delante del televisor viendo las noticias.

- Mira, ven, no te lo vas a creer. - La voz de Jose sonaba preocupada. En la pantalla, un piso ardiendo, según ponía en los subtítulos era un piso en el barrio de Vallecas de Madrid.

Laura cayó abatida sobre el sofá mientras esperaba expectante que el presentador dijera el nombre de la víctima. Se le pasaron por la cabeza todos sus amigos, a algunos los habían visto estas últimas semanas mientras investigaban. No quería saber cuál era, no podía suceder de nuevo.

De repente aparecieron tres fotos en la pantalla, fotos de las fichas policiales, eran el Chino, el Bulldog y el Dardo. Los únicos sospechosos que les quedaban, y los acababan de asesinar. Otra explosión de gas. Otro piso en Vallecas. Esta vez había heridos, varios vecinos por inhalación de humo.

Laura se recostó en Jose y apoyó su cabeza sobre su hombro, él la rodeo con su brazo, en ese momento saltaron las tostadas del tostador.

 
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