Octubre 1.999

 

 

El lunes por la mañana Jose estaba en comisaría yendo a la máquina de café a por el primero de la mañana, cuando se encontró con Carlos saliendo de la sala de descanso con dos cafés en la mano.

- A ti te estaba buscando. Toma. - Carlos le ofreció uno de los cafés que llevaba en la mano y Jose lo cogió agradecido. - El jefe nos espera.

- ¿Qué humor trae hoy? - Era tan variable como el tiempo. De repente recibía una llamada de felicitación por algún caso resuelto y se convertía en un pedazo de pan, se pasaba el día felicitando a todo el mundo por cualquier cosa. Si por el contrario la llamada era para presionarle por algún caso o para cantarle las cuarenta, los gritos que recibían todos en el departamento los oían hasta en Japón. Y por desgracia, la segunda circunstancia era la que se daba con más frecuencia.

- ¿Tú qué crees? - Carlos se encogió de hombros. No lo había visto, sólo había recibido una llamada solicitando verlos a ambos lo antes posible en su despacho, no le había dado ni tiempo a contestar cuando al otro lado ya habían colgado. Él no podía saber el estado en el que se lo iban a encontrar, pero por su experiencia, el ser llamado a su despacho, nunca era para nada bueno.

Continuaron el camino con cara de pocos amigos y sin decir palabra, ambos esperando lo peor. Sentada en su sitio, al lado de la puerta del despacho, estaba Carmen, tan recta como una escoba tecleaba bruscamente algo en el ordenador. Ese día ella parecía estar de muy mal humor, ni siquiera se dignó en mirarlos y saludarles como era su costumbre, así que no le preguntaron por el estado de su jefe. No era buen presagio que ella estuviera así, normalmente era una persona risueña y agradable. A sus más de sesenta años, debía estar a punto de jubilarse, pero teniendo un hijo alcohólico y en paro en casa, y un marido que se pasaba las horas muertas mirando la televisión sin prestar atención a lo que pasaba o dejaba de pasar a su alrededor, para ella era un descanso venir a trabajar a diario. De hecho, Jose no llegaba a comprender cómo una persona llevando a cuestas una vida tan dura, podía ser tan dulce, tampoco entendía por qué no los mandaba a ambos a la porra y se iba de casa, era ella la que mantenía a los dos vagos que tenía metidos en casa.

Llamaron a la puerta temiéndose una bronca por lo despacio que avanzaban en el caso del Chino. Escucharon una voz profunda que les indicaba que pasaran.

Jose fue el primero en entrar.  Su jefe estaba hablando por el teléfono  mientras les hacía señas con la mano para que pasaran y se sentaran en las dos sillas que tenía situadas justo en frente de su mesa. En las mismas que habían recibido tantas broncas por algún caso que no iba como su jefe esperaba o como el jefe de su jefe esperaba, la cadena hacia arriba a veces parecía infinita.

Se sentaron ambos esperando a que terminara de hablar. Su despacho era muy amplio, su mesa llena de papeles esparcidos por todas partes apenas dejaba ver el teclado del ordenador, y la enorme pantalla a un lado que ocupaba un cuarto de la mesa en ese momento estaba apagada. Detrás había una ventana que daba a un edificio demasiado pegado a la comisaría, casi parecía que no había calle de separación, el muro parecía un tabique en la propia ventana, esto era algo que siempre había agobiado a Jose. Alrededor, la estancia estaba llena de archivadores, Jose sabía que le gustaba tener todos los casos guardados en papel y archivados por orden alfabético y con una organización de colores que sólo entendían Carmen y él.

En cuanto colgó el teléfono se centró en sus hombres, primero miró a Carlos y luego a Jose, sonrió, era el inspector más joven de la comisaría, había venido con muy buenas referencias y no le estaba fallando. Había resuelto un porcentaje muy alto de casos, era muy meticuloso y ahora le había venido con esa idea. Una buena idea, pero que necesitaba mucho seguimiento y a muchos departamentos implicados que él no controlaba. Eso no le gustaba, que nada dependiera de él directamente, tener que estar dando explicaciones y elaborando informes.

Jose se relajó al verlo sonreír, quizás eran buenas noticias, confiaba que fuera lo que llevaba tanto tiempo esperando, la aprobación de su idea.

- No me voy a ir por las ramas. Nos han dado luz verde al plan propuesto por Jose.- Jose respiró aliviado, si todo salía bien, podrían cogerlos a todos. Sólo necesitaba jugar bien sus cartas y llevaba mucho tiempo estudiándolo todo, esperaba que no se le escapara nada, aunque por supuesto tenía muy claro que siempre surgían contratiempos, de todas formas esperaba estar preparado para afrontarlos sin que nada importante escapara a su control. - Lo único es que tenemos que mantener informado en todo momento y al detalle a la Fiscalía. Eso implica informes diarios con los avances del caso. Necesitan el detalle de la gestión que se va a realizar con el dinero que hay requisado, etc, etc.

- ¿Con cuánto dinero contamos? - Jose ya se había imaginado que todo esto iba a llevar mucho papeleo, iba a haber muchos departamentos externos a la comisaría involucrados, ya contaba con ello. Pero le preocupaba la disponibilidad de dinero. Su plan necesitaba dinero.

- Hay diez millones requisados de la última operación. Nos dejan utilizar todo, siempre y cuando les informemos detalladamente de su uso. También esperan recuperarlo con creces. - Carlos y Jose asintieron y se relajaron, con ese dinero tendrían suficiente para que picaran el anzuelo. - Si no tienen más preguntas… - Dejó inconclusa la frase, y ellos entendieron perfectamente que esa reunión se daba por finalizada.

Salieron contentos del despacho. Carmen seguía aporreando el teclado mirando a la pantalla, tenía los ojos nublados por las lágrimas.

- Preciosa, ¿te pasa algo? - Le preguntó Carlos zalamero. Ella nunca estaba así de triste, incluso con todos los problemas que tenía en casa. Carmen levantó la mirada y explotó.

- Me he ido. Les he dejado en casa a los dos. Ya no aguantaba más. Me he ido a casa de mi hermana y estoy buscando un apartamento en alquiler. No lo soportaba. - Ambos cogieron a Carmen, cada uno de un brazo y se la llevaron a la zona de descanso donde Jose sacó de la máquina un chocolate caliente. Carmen lloraba a moco tendido, y ellos no sabían muy bien qué hacer. Carlos le daba palmaditas en la espalda como si de un perro se tratara y Jose le ofrecía el chocolate que tenía en la mano torpemente, de hecho casi se lo vuelca encima a la pobre mujer que lloraba desconsolada.

- Era algo que tenía que ocurrir tarde o temprano. Has hecho bien. No podían aprovecharse ambos de ti el resto de sus días, o de los tuyos. - Carlos le hablaba tiernamente.

- Ahora no hacen más que llamarme, los dos. - Carmen se giró y miró directamente a Carlos. - Cuarenta años que llevo casada, cuarenta, se dice pronto. Y llevo treinta y nueve sin recibir en el trabajo una llamada de mi marido y ahora, desde que me he ido, me llama tres veces al día, suplicando que vuelva. Y mi hijo, igual. - Estuvieron callados unos minutos, cada uno viendo los problemas de Carmen desde su punto de vista. Jose y Carlos sentían pena por la pobre mujer, pero en el fondo se alegraban que hubiera tomado esa decisión, se merecía vivir su vida y disfrutar los años que la quedaran sin el lastre que había tenido encima en los últimos tiempos. Por su parte Carmen, estaba muy asustada y había momentos en que pensaba que su decisión había sido una mala idea y que debería volver a su casa, menos mal, que esos momentos eran escasos, seguía mirando de frente a su vida y pensaba seguir adelante con su decisión, para bien o para mal ya la había tomado y seguiría hasta el final con ella, aceptando las consecuencias tal y como vinieran, ya le tocaba cuidarse a sí misma.

Cuando vieron a Carmen más relajada, respiraron los dos aliviados.

- Recuerdas Carmen mi primer día aquí. Lo despistado que iba por los pasillos sin encontrar nada, ni a nadie. Tú te reías, y me llevabas a donde quería ir. Así te conocí. Siempre riendo, siempre contenta, siempre feliz. - Los dos estaban sumergidos en aquellos tiempos, llenos de nostalgia. - Espero volver a verte así en breve. - Carlos le dio un beso en la mejilla y ella le sonrió agradecida.

Jose se sentía fuera de lugar, en medio de un momento íntimo que sólo les pertenecía a ellos, en unos recuerdos de hacía más de veinte años. Él sabía que siempre habían tenido una buena relación, eran buenos amigos. Carlos y su mujer invitaban a cenar a Carmen de vez en cuando, aunque cada vez menos, ella siempre se inventaba alguna excusa para no asistir y ellos no insistían. Así que, decidió volver a su mesa a estudiar de nuevo su plan y estar preparado para cualquier eventualidad.

 

 

Eran casi las tres de la tarde cuando Carlos levantó la cabeza de su mesa y le dijo a Jose.

- ¿Nos vamos a comer? - Jose levantó la cabeza de los documentos que estaba revisando, estaba analizando de nuevo toda la información obtenida por los soplos de Quique y Edu. Miró el reloj y vio lo tarde que era, se le había pasado el tiempo volando. Dejó los papeles encima de la mesa, cogió su abrigo y se dispuso a salir detrás de Carlos.

Salieron de comisaría y se fueron directos al restaurante de la esquina, un bar de barrio que daba menús diarios, muy bien de precio, tratándose de la zona en la que se encontraban, y que además ofrecía comida casera.

Saludaron al entrar a los camareros que se encontraban muy atareados sirviendo cafés y platos de comida a diestro y siniestro. Vieron una mesa libre al fondo y se dirigieron a ella. Al momento apareció uno de los camareros de siempre con el menú del día, indicándoles que la trucha se había acabado pero que podían pedir merluza en su lugar. Revisaron la carta sin hablar, decidieron qué comer y pidieron al camarero que apareció en seguida para tomar nota, les llevaba una botella grande de agua que era lo que siempre pedían para beber.

- Tengo entendido que el otro día estuvisteis entrenando Laura y tú. - Jose lo miró sorprendido, estaba claro que la comisaría era como un pequeño pueblo, todo el mundo se enteraba de todo lo que ocurría. Sonrió al pensar en la comparación. - ¿Karate?

- Efectivamente. Me está enseñando.

- ¿???? - Carlos estaba intrigado, sabía que ella competía, pero le extrañaba que Jose estuviera aprendiendo. Por lo que había visto en los entrenamientos, él era muy bueno luchando cuerpo a cuerpo.

- El otro día estuve en una competición, viéndola. Me dejó impresionado. Su concentración, cómo anticipa los movimientos del contrario, siempre va un paso por delante. Es magnífica. - Carlos le dio una servilleta a su amigo.

- Anda, límpiate la baba. - Jose lo miró resignado, e hizo caso omiso al comentario. El camarero llegó con las sopas castellanas que ambos habían pedido de primero.

- Me estuvo enseñando algunos golpes y patadas, y la verdad es que me dio algunos consejos interesantes. Pienso seguir entrenando con ella, me encantaría manejarme en el karate. No  necesito llegar a ser cinturón negro, claro está, pero nunca está de más aprender algo nuevo. - Lo miró irónicamente. - Deberías aplicarte el cuento. Seguro que no le importa tener dos alumnos. - Carlos se atragantó con la sopa.

- No digas tonterías, no tengo edad.

- En eso te equivocas, hay gente muy mayor que práctica esta disciplina. - Lo dijo con sorna, puesto que Carlos no había cumplido ni cincuenta años. Ambos se quedaron en silencio, Carlos pensando en la propuesta de su compañero. El camarero apareció para llevarse los platos vacíos y les trajo el segundo, ambos se habían decantado por la merluza.

- Bueno, y ¿cuándo vas a echar el anzuelo? - Jose se puso pensativo, tenía claro cuándo iba a hacerlo, pero no sabía si contárselo a Laura o no. No sabía cuál era la mejor manera de protegerla, sabiendo o no sabiendo. Se supone que es mejor que no lo sepa, pero si no lo sabe y ocurre algo, no se lo va a esperar y no va a estar preparada. Él tenía claro que ella iba por delante en los combates porque tenía toda la información. En ese momento se dio cuenta que la duda se había disipado, se acababa de  responder.

- Este sábado iremos al bar de siempre a tomar algo. Si está también el Chino, creo que será el momento de hablar con Edu y Quique. Quisiera tenerlos a todos juntos. - Carlos asintió, estaba de acuerdo.

 

 

Laura y Jose estaban tomando algo en La Misión con José Manuel, el Bola y el Mini. Estaban bromeando y hablando de las últimas salidas de los chicos, sus conquistas y anécdotas. En ese momento estaban contando la historia de una guapa morenaza, muy alta y con tipazo, a quién había entrado Donald, y que resultó ser un travesti, todos reían. José Manuel contaba que de espaldas ninguno de ellos se había dado cuenta, estaba muy buena. Fue Donald el primero que se decidió a conocerla y cuando ella se giró tenía un bigote enorme, Donald no sabía ni dónde meterse, al final se dio la vuelta mascullando una disculpa porque se había equivocado de persona.

Jose no estaba prestando atención, estaba centrado en la gente que estaba entrando en el pub, esperando a que llegaran. Empezaba a asumir que hoy no sería el día, a esas horas ya solían estar en el local y si aún no habían llegado, no contaba con que aparecieran.

- Disimulas fatal. Se te ve en otra parte. Si no quieres llamar la atención, deberías de prestar un poco de atención. No te preocupes que llegarán. Me ha dicho el Mini que su hermano, Edu, le había comentado que se verían aquí, que iban a llegar más tarde porque tenían algo que solucionar. - Jose la miró interrogante. - No sé el qué, pero presumo que ellos mismos te lo contaran en esos informes fantásticos que lees y relees a diario, y que por cierto, no tienen ni idea que te llegan a ti. - Laura tenía razón, tenía que relajarse, así que entró en la conversación bromeando con ellos y riéndose de las historias que contaban.

A la media hora entraron por la puerta Edu y Quique que se acercaron al grupo a saludar. Edu estuvo bromeando son su hermano. Jose no vio entrar al Chino y a sus amigos, así que pensó que tendría que empezar con el plan en otra ocasión. Se estaba acercando a Laura para decirle de irse a casa, cuando la puerta del local se abrió. El primero en pasar fue el Bulldog, seguido por el Dardo y el Chino.

Los tres se dirigieron al fondo del local, a su sitio habitual, sin saludar a nadie. Se sentaron en la esquina, en unos sillones con una pequeña mesa y se pusieron a hablar con unos tercios que les llevó el camarero nada más sentarse. Se encendieron unos cigarros Ducados y continuaron con su conversación. Jose los observaba, disimulando juguetear con el pelo de Laura. Nada le hacía sospechar que se dedicaran al mundo de la droga, ni si quiera les había visto encenderse un porro. A veces dudaba que estuvieran en el buen camino, pero tenían demasiada información que apuntaba a ellos, y detrás de ellos al Coyote. De todas formas, si estaban o no equivocados, lo sabrían en breve.

Jose se mantuvo en su grupo haciendo que prestaba atención a lo que contaban Edu y Quique al resto, aunque realmente no les escuchaba, pero si veía que el resto reían, él hacía lo mismo.

Edu y Quique se fueron a la barra a pedir algo, y se llevaron con ellos a Jose. Tenían una relación bastante buena, les caía bien Jose, pensaban que era un tipo legal, y encima tenía una novia que quitaba el hipo. 

Jose se sentía con la suficiente confianza para que la pregunta que pensaba hacerles no les hiciera sospechar. Sobre todo ahora, que después de que la policía los detuviera estarían más atentos.

- Tengo una pregunta que haceros. No sé si podréis ayudarme, pero no se me ocurre a quién preguntar, no es un tema que conozca. - Jose estaba serio, pero aun así quiso aparentar desconocimiento total en este tema. - Tengo unos amigos, bueno, mejor dicho conocidos, pero que vienen de gente en la que confío. El caso es que tienen bastante pasta, ya sabéis se pasan la vida entre Ibiza y Marbella, de fiesta en fiesta. Ahora han venido a Madrid una temporada y van a organizar una gran fiesta en la que estarán invitados un montón de pijos. El caso es que quieren coca, y me han preguntado a mí. Se me ha ocurrido que quizás conozcáis a alguien, no sé. Si no tenéis ni idea pues nada, ya veré que hago.- Ambos se miraron sin saber muy bien qué decir. Al final habló Edu.

- Bueno, quizás podamos ayudarte. Déjanos unos días. - Jose se relajó, habían picado el anzuelo, supuso que en cuanto salieran por la puerta se lo irían a preguntar al Chino. O al menos eso esperaba.

- Ok, muchas gracias. Pero vamos, que si no sabéis de nadie no os preocupéis. - Jose siguió haciéndose el despistado.

- No te preocupes, nos encargamos, pero si no encontramos nada pues nada. ¿De cuánta cantidad estás hablando? - Jose sonrió, la pasta es la pasta, pensó.

- Para empezar quieren un kilo. No sé cuánto se gastan esos niñatos ricos en droga, pero estoy seguro que mucha pasta. Y también estoy seguro que si les gusta, repetirán. - Ambos asintieron.

- Déjanos investigar y te decimos algo. - Jose movió levemente la cabeza. Ambos se fueron hacia el sitio del Chino, parecía que no iban a esperar mucho para contárselo.

Se acercó a Laura, la agarró por la cintura y le dio un beso en el cuello. Ella supuso que esa explosión cariñosa significaba que todo había ido bien. - ¿Nos vamos? - Dijo con voz ronca a su oído, Laura lo miró y vio ese brillo en los ojos que empezaba a resultarle tan familiar. Así que se despidieron de los chicos y se fueron a casa de Jose.

 

 

 

 

 

 

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