ANDREW CARNEGIE
Este magnate norteamericano de origen escocés nació en 1835 y murió en 1919. Siendo un niño emigrante, supo lo que era la pasión por la lectura gracias a un militar retirado que ofrecía su biblioteca particular a los hijos de los obreros los sábados por la mañana.
Carnegie desempeñó trabajos muy duros cobrando la miseria que se solía percibir en la segunda mitad del siglo XIX. Fue el encargado de una caldera y más tarde telegrafista. Algunas veces tuvo que entregar telegramas a un teatro y, al quedarse a ver la obra, descubrió que no solo le apasionaba la lectura. El joven Andrew resultó ser un excelente telegrafista y empezó a subir en el escalafón de la Ohio Telegraph Company. El joven era realmente emprendedor e invirtió sus ahorros de manera exitosa en el ferrocarril.
La Guerra de Secesión (1860-1865) fue aprovechada por Carnegie, que realizó diferentes inversiones en la metalurgia que le dieron resultados millonarios, ya que la demanda de cañones, lanchas y demás armamento era constante.
Después de la guerra, el magnate dejó de lado el ferrocarril y se centró plenamente en el negocio de las fundiciones. Su fortuna ya era enorme. Sin embargo, él no estaba satisfecho únicamente con seguir aumentando su patrimonio. Carnegie no era un hombre egoísta, necesitaba ayudar a los demás, y lo hizo de manera ejemplar. Sus propias palabras son reveladoras en lo relativo a su filantropía:
Me propongo asignarme un sueldo no mayor de cincuenta mil dólares al año. Aparte de esto necesito cada ganancia, sin hacer ningún esfuerzo por incrementar mi fortuna, para gastar el superávit de cada año para causas nobles. Debo prestar especial atención al hablar en público. Podría ir a Londres y podría comprar todas las acciones de un periódico o rotativo y hacer que tratara temas de interés público, especialmente los relacionados con la educación y la mejora de las clases pobres. El hombre debe tener un ídolo y amasar fortunas es una de las peores especies de idolatría. Ningún ídolo es más envilecedor que la adoración al dinero. Al enfrentarme a un problema suelo esforzarme demasiado, por lo que debo tener cuidado de elegir el estilo de vida que sea más elevado en ese sentido. Si sigo preocupándome tanto por mis negocios y pasando la mayor parte del tiempo pensando única y exclusivamente en cómo encontrar la manera de hacer dinero, me degradaré más allá de perder toda esperanza en recuperarme para siempre. Dejaré los negocios a los treinta y cinco años, pero durante los dos años siguientes deseo pasar las tardes recibiendo clases y leyendo concienzudamente.
Andrew Carnegie donó grandes cantidades de dinero para la creación de una biblioteca pública en su población natal, y también donó cincuenta mil dólares al Colegio Médico de Bellevue para que se fundara un laboratorio histológico.
Carnegie fue un gran crítico de la monarquía británica, incluso abogó por que se creara la república británica.
A pesar de ser un gran triunfador, siempre fue un hombre de carácter humilde conocedor de sus limitaciones humanas. Un ejemplo de ello es su propio epitafio: «Aquí yace un hombre que supo cómo rodearse de personas más hábiles que él».