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TODOS SOMOS NECESARIOS

Ángel y Laura fueron paseando bajo un sol primaveral hacia aquel restaurante donde se había forjado la nueva etapa de la empresa, mucho más humana y soleada que la anterior.

Mientras caminaba al lado de su jefe, ella trataba de entender a aquel triunfador humilde que le inspiraría buena parte de su reportaje. Le asombraba que pese a su nueva posición, que le obligaba a vestir traje, tener secretaria y chófer —aunque casi nunca lo usaba—, nada en él parecía haber cambiado.

Seguía bromeando con sus antiguos compañeros de almacén y hablaba sin abandonar nunca la sencillez y la modestia.

Al encontrar a su antiguo patrón, bajo cuyo techo seguía viviendo, a la puerta del restaurante se fundió con él en un abrazo antes de preguntarle:

—¿Hay mucha cola?

—Tengo una docena de personas esperando mesa, pero trataré de colaros.

—Ni hablar —dijo el chico muy firme—. Esperaremos nuestro turno, como todos los demás.

Un cuarto de hora después, Ángel y Laura compartían mesa con la informalidad de dos amigos acostumbrados a hablar de cualquier cosa.

—¿Qué es lo que querías preguntarme? —abrió fuego ella, deseosa de saber el motivo de aquel almuerzo.

Ángel se frotó la barbilla antes de empezar:

—Esta mañana, mientras probaba las nuevas carretillas mecánicas, me he dado cuenta de algo importante. Hay mozos que llevan más de diez años, algunos incluso veinte, haciendo el mismo trabajo monótono. Eso me preocupa.

—¿Por qué? Alguien tiene que hacerlo. Seguro que la mayoría, sobre todo los más veteranos, se sienten muy contentos de tener un trabajo fijo y bien remunerado en los tiempos que corren.

—Es posible, pero ¿cómo podemos saber si son realmente felices viniendo a trabajar? No me gusta la idea de que acudan por pura resignación, solo porque necesitan cobrar un sueldo a final de mes.

Mientras la ágil camarera servía los primeros, Laura meditó qué podía responder a aquello. No entendía adónde quería ir a parar su jefe. Finalmente contestó:

—Hay trabajos más aburridos que otros, eso es así. Pero todos son necesarios. Para que nosotros podamos programar los objetivos del año y los comerciales puedan recoger sus pedidos, otros tienen que dar salida al agua.

—Me gusta eso que has dicho: «todos son necesarios» —repitió Ángel—. La pregunta es: ¿qué podemos hacer para que sepan que sabemos que son necesarios?

—Pues no lo sé…, ¿decírselo? —Laura se aguantó una risita ante aquella idea tan obvia—. Tal vez podamos redactar una circular para todos los empleados en la que agradezcamos el esfuerzo que hacen cada día.

—No estaría mal, pero a la gente no le gustan los mensajes generalizados. Yo mismo, por ejemplo, nunca contesto a un correo privado que haya sido enviado a muchos remitentes a la vez. Pero me está yendo muy bien hablar contigo, porque siento que se va disipando la niebla en este asunto. Tenemos que pensar algo para que cada trabajador sienta Aquasprit como algo muy personal.

—Pensaremos —sonrió Laura.

—Mientras tanto —dijo Ángel olfateando el segundo plato—, ¿qué te parece si hacemos al personal un test de la felicidad?