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UN NUEVO INICIO
Ángel había pedido a quien ahora era su jefe acudir al restaurante dos horas antes de abrir. Al igual que examinaba con ojos críticos el huerto antes de ponerse a faenar para descubrir lo que necesitaba cada hortaliza, quería saber cómo estaba el patio antes de arremangarse.
Lo primero que le llamó la atención fue el cartel de la entrada, PAQUITO II, que estaba sucio y torcido. Después de sacarle la mugre con ayuda de una fregona, pasó al interior del restaurante y encendió las luces. Tres de los ocho fluorescentes estaban fundidos, lo que creaba un ambiente tristón en el local, que se hallaba en una calle más bien sombría.
Después de barrer y fregar, se puso tras la barra, que no había vivido una limpieza a fondo desde hacía meses. Justo entonces llegó el patrón.
Se quedó boquiabierto al ver el baldeo que Ángel había dado al local en solo dos horas. El suelo y la barra estaban relucientes, y los cinco fluorescentes que funcionaban parecían dar más luz al haber perdido la pátina de polvo.
No obstante, ahora a Ángel le preocupaban otras cuestiones relativas a aquel establecimiento.
—¿Por qué se llama Paquito II?
—Pues… supongo que porque había otro local del mismo dueño antes de que yo tomara el traspaso.
—Entonces, ¿Paquito es un amigo tuyo?
—¡Qué va! Ni siquiera lo conozco.
—Eso habrá que cambiarlo cuanto antes —dijo Ángel—. A la gente no le gusta ir al segundo restaurante de alguien que ni siquiera es ya el dueño del negocio. Así nunca se sentirán en casa.
—No hay dinero para encargar un rótulo nuevo… —replicó el patrón sorprendido por aquella evidencia—. Y tampoco sé qué nombre habría que ponerle. Yo me llamo Manuel. ¿Crees que quedaría bien Manuel I?
El joven tuvo que contener un ataque de risa ante la falta de imaginación de aquel pobre hostelero. Pensó que debía de estar tan agobiado por las deudas que le costaba salir de los estrechos límites de su mundo.
Mientras pensaba en todo eso, de repente Ángel sintió que una bombilla se iluminaba en su interior.
—¡Tengo una idea! ¿Y si dejamos que lo decidan los clientes?
—Pero… ¿te has vuelto loco? ¿Cómo vamos a hacer eso?
—Cuando les pasemos la cuenta, añadiremos un papel con un espacio para que propongan un nuevo nombre para el restaurante. El ganador debería recibir una comida a la carta como premio.
—Haz lo que quieras —dijo Manuel, apabullado—. Aquí cerca hay una casa de fotocopias. Pero antes vamos a escribir el menú. ¿Qué sabes cocinar?