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UNA PROPUESTA
Los días fueron pasando y Ángel asumió su nueva responsabilidad con la misma sencillez con la que había cuidado del huerto en su aldea, servido comidas en La Forja del Gato y movido palés en el almacén de Aquasprit.
Como jefe de recursos humanos, se había esforzado en conocer a cada uno de los trabajadores de la planta, así que el nuevo gerente podía poner rostro a todos.
Por su parte, Laura se había adaptado rápidamente a su nueva misión y no se le escapaba ningún detalle del día a día. Cada jornada repasaba con su jefe las reuniones y objetivos fijados, recibía informes de los comerciales, filtraba el correo electrónico y atendía todos los pormenores de Aquasprit.
Había dejado la revista de barrio en manos de otra becaria, a la que había prometido entregar aquel reportaje si algún día llegaba a terminarlo.
Y lo cierto era que se encontraba en el mejor lugar para radiografiar al triunfador humilde. Si no había concluido su reportaje, era porque procuraba mantenerse activa durante todo el día. Eso le servía para alejar de su pensamiento lo único que la torturaba: el flechazo que había sentido por Ángel desde el día en que le vio por primera vez.
Ahora que era su secretaria, aquel sueño se había vuelto imposible. Nunca le habían gustado las historias de empleadas que se lían con sus jefes. Por otra parte, Laura quería demostrarle que era una profesional intachable. Sería su manera de devolverle la confianza que había depositado en ella, pese a no tener preparación ni experiencia en el cargo. No podía saltarse esa distancia intentando llevar la relación fuera de los límites de la oficina.
Mientras elaboraba un dosier para la próxima reunión de comerciales, Laura pensaba en todo esto. Ángel había bajado al almacén para probar unas nuevas carretillas que tenían que agilizar la entrada y salida de mercaderías.
Cuando regresó, ella notó una sombra de preocupación en su cara. Por primera vez desde que trabajaban juntos, lo vio taciturno. Ella no se atrevía a preguntarle qué le ocurría, así que siguió trabajando mientras vigilaba de reojo todos sus movimientos.
Poco después de la una del mediodía, el joven gerente se quedó mirándola fijamente y le dijo:
—Disculpa que te moleste. ¿Puedo hacerte una pregunta personal?
—Claro que sí… —repuso insegura—. ¿He hecho algo mal?
—Al contrario, pero a veces tengo la impresión de que estoy arruinando tu carrera de periodista, teniéndote aquí atada ocho horas al día.
—Me encanta trabajar contigo —se sinceró mientras notaba un repentino calor en las mejillas—. De todos modos, no tenía perspectivas de trabajo antes de que me dieras esta oportunidad. Solo lamento una cosa…
—¿Qué cosa? —dijo Ángel, apoyado en la ventana del despacho.
Tras dudar un instante, Laura explicó:
—En la revista donde trabajaba ya hay una persona que ocupa mi lugar, pero me gustaría terminar el artículo que empecé a escribir. Es por ese reportaje que fui aquella mañana a entrevistarte al restaurante. ¿Te acuerdas?
—Perfectamente —sonrió Ángel, que no había olvidado la primera vez que había visto a aquella chica.
—Mi artículo trata sobre una nueva clase de liderazgo… Ahora que tengo la suerte de trabajar aquí, contigo, me pregunto si te molestaría que de vez en cuando te haga alguna pregunta sobre el tema. Buscaba a alguien como tú… y ya lo he encontrado —confesó.
—Puedes preguntar todo lo que quieras —rio Ángel—. Te dejaré incluso una libreta donde voy anotando lo que me inspira el día a día. A cambio necesito tu opinión sobre algo que me trae de cabeza. ¿Aceptarías comer conmigo en La Forja del Gato?