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TOCAR DE OÍDO

La noticia de su marcha cayó en Aquasprit como un jarro de agua fría. Al enterarse su antiguo jefe, desde Sudamérica, el triunfador humilde fue tentado con un mejor sueldo e incluso con acciones de la empresa.

Pero nada de esto convenció a Ángel, que había decidido iniciar una nueva andadura en aquel terruño que tanto había amado su abuelo. A partir de entonces, los milagros se harían entre ancianos que cuidaban sus huertos y corrales.

El momento más difícil fue despedirse de Laura. Aquella joven por la que suspiraba secretamente no daba crédito a la noticia que estaba en boca de todos esa mañana.

—No debes preocuparte —la tranquilizó—. He hablado bien de ti a nuestro gerente en Sudamérica. En breve te ofrecerán un ascenso. Eres joven e inteligente, así que no dudo de que harás carrera en esta empresa.

—Mi intención no era quedarme aquí —confesó con lágrimas en los ojos—. De hecho, después de entregar mi artículo ayer por la tarde había decidido cambiar de aires.

Mientras pronunciaba esta confesión, Laura se daba cuenta de que, así como no quería seguir trabajando junto a Ángel, tampoco le apetecía seguir en una empresa sin él. Estaba hecha un lío.

El gerente que estaba a punto de dejar de serlo la miró con preocupación y le preguntó:

—¿Has pensado en dedicarte al periodismo, una vez que termines la carrera?

—Quizás… —titubeó—. Lo cierto es que no sé qué hacer con mi vida. Quizás me convenga un cambio también a mí. No lo sé. Como dicen los músicos de jazz, «vamos a tocar de oído».

—Me gusta esa idea —sonrió Ángel, que se resistía a terminar la conversación con ella.

Sabía que cuando se despidieran con dos besos, todo habría terminado. Para alargar el momento y poder contemplar a Laura un poco más, de repente le preguntó:

—¿Qué conclusiones has sacado en tu artículo sobre el triunfador humilde?

—Bueno, he descubierto que ser útil y valioso para los demás es siempre un buen negocio, que el optimismo vence todas las barreras y que solo existen los imposibles que trazamos en nuestra mente.

—Un buen resumen —la felicitó—. Yo no lo hubiera dicho mejor.

—También he escrito que los pequeños cambios son el material de construcción de las grandes transformaciones. En fin, nada que no sepas o no hayas aplicado desde que te conozco —admitió ruborizada—. La verdad es que me hubiera gustado trabajar más contigo, pero ha llegado el momento de que cada cual busque un nuevo camino. Te deseo mucha suerte, Ángel, me ha encantado…

—Espera —le tomó repentinamente la mano—. Antes de que nos despidamos hay algo que me gustaría hacer.

Laura le interrogó en silencio con aquellos ojos que Ángel veía cada noche cuando cerraba los suyos.

—Quiero que me hagas el cuestionario Proust. El papel con las preguntas sigue ahí, sobre mi mesa. Ahora que no soy jefe de nadie, podré contestar lo que me dé la gana.