Epílogo
Villa Ricci, en la campiña toscana
Aquel fue, en opinión de Archer, el mejor banquete de bodas del mundo, aunque hubiera tenido lugar cinco días después de la boda y, para las costumbres italianas hubiera pocos invitados. Solo la familia de la novia, la familia del novio, y los tres amigos del novio.
Archer miró la larga mesa que se había dispuesto entre los olivos del jardín. Tenía el corazón lleno de alegría. El dolor que había llevado a Italia desde Inglaterra estaba arrinconado, y ya no dominaba su vida. Aquel dolor lo había conducido hasta la Toscana, pero la felicidad era lo que le haría permanecer allí. Tal vez los demás siguieran su camino, pero su hogar estaba allí. No lamentaba que su viaje terminara en Siena, puesto que, desde el principio, esa era su esperanza. Lo único con lo que no había contado era con un final tan feliz.
No les quedaba mucho más tiempo. Oyó el alboroto de los caballos y los carruajes que había en el patio. Haviland y Alyssandra iban a continuar su luna de miel en Florencia; allí estudiarían las escuelas de esgrima italianas durante unos meses antes de volver a París a pasar la Navidad con el hermano de Alyssandra. Nolan y Brennan habían hablado de ir tranquilamente a Venecia, para asistir al carnaval. Archer se echó a reír al pensar en aquellos dos sueltos por Venecia, sin que Haviland ni él estuvieran vigilándolos.
Archer alzó su copa. Quería que aquellos momentos perduraran en la memoria de todo el mundo. Para la ocasión, habían abierto algunas de las botellas de champán que Haviland había llevado de París.
—Un brindis. Primero, por mi encantadora esposa, que es lo suficientemente valerosa como para emprender conmigo este viaje llamado vida, nos lleve adonde nos lleve. Segundo, por mis amigos, que han estado a mi lado durante tiempos inciertos. No habría podido pedir mejores compañeros. Por Brennan; que tu viaje sea seguro, vayas donde vayas. Espero que las mujeres de Europa sobrevivan a tu paso. Por Nolan; encuentres donde encuentres a tu media naranja, te deseo una noche de bodas mejor que la mía.
—¡Brindemos! —exclamó Haviland, y todos entrechocaron sus copas entre risas.
Cuando terminaron de beber, Archer alzó su copa una vez más y, con solemnidad, pasó cuidadosamente el brazo herido por los hombros de Elisabeta.
—Un último brindis, por todo el mundo, por el futuro, por el momento en que volvamos a encontrarnos.