Catorce
El futuro era incierto. Si alguien le hubiera dicho, cuatro meses antes, que su tío iba a entregarle su sueño en bandeja de plata, Archer se habría sentido eufórico. Sin embargo, en aquel momento su sueño le parecía un sueño apagado y no la brillante oportunidad que creía antes.
Aquella era una de las cosas que ocupaban la mente de Archer mientras estaba sentado en la larga mesa de la villa, junto a su tío, que había ido a ver los caballos una última vez antes de la tratta.
Por supuesto, no debería estar pensando en eso. No debería estar pensando en Elisabeta, que estaba prohibida para él, ni en lo que podía hacer para disuadirla de su obstinada negativa.
—La vida en una villa encaja contigo —le dijo su tío, mientras servía dos vasos de vino, ajeno a su distracción.
—Sí, es cierto —respondió Archer con sinceridad.
Los días que había pasado allí habían cumplido con creces sus expectativas, y eso era una prueba más de que había tomado la decisión correcta al ir a Siena. Allí tenía las riendas de su propia vida, y nadie podía decirle lo que tenía que hacer. Además, estaba formando vínculos con una familia a la que nunca había podido conocer.
—Los dos zainos vienen —dijo su tío, mientras tomaba un racimo de uvas de una bandeja.
Archer asintió.
—Tienen unas patas muy fuertes. Pueden tomar bien las curvas.
Archer había estudiado los mapas del circuito del Palio, que era un recorrido circular.
—Cualquiera de los dos puede con la curva de San Martino —añadió.
Aquella era la curva más peligrosa del Palio, y la cruz de muchos de los caballos. Por supuesto, la habilidad del caballo no era el único factor, pero sí el único factor que podía dominarse con el entrenamiento.
Tomar las curvas con éxito también dependía de si otro jinete tenía intención de provocar una caída, y eso dependía de qué partiti se hubieran alcanzado entre las diferentes contradas.
—¿Qué otros caballos crees que deberíamos llevar a la tratta?
La tratta era la selección oficial de los caballos, y tenía lugar tres días antes del Palio. Su tío hizo la pregunta sin darle importancia, pero a Archer no se le escapó que era un honor. De nuevo, le había pedido su opinión, señal de que estaba dispuesto a dejarse guiar por la opinión de su sobrino.
—Creo que hay otros dos que pueden estar listos para entrar en la selección —dijo Archer, y los nombró. Su tío asintió.
—¿Y el gris? —preguntó Giacomo.
Archer hizo un gesto negativo, sin dudarlo.
—Está demasiado verde. Es un caballo rápido, pero es asustadizo. No creo que responda bien con todo el ruido y la actividad del día del Palio. He hecho simulacros aquí, con disparos, y no han salido bien. Pero es joven. El año que viene, tal vez.
Su tío sonrió y se dio una palmada en la rodilla, al tiempo que soltaba una carcajada.
—¡Has hablado como un auténtico Ricci! Nadie pensaría que es tu primer Palio, sobrino mío. Además, no has titubeado. Tienes seguridad y valor —dijo, con un brillo de orgullo en los ojos—. Pero eso ya lo supimos en el momento en el que te metiste en un lío en Pantera.
Archer sonrió, pero se puso alerta al instante. El tema de conversación estaba alejándose de los caballos, y no estaba seguro de querer que así fuera.
—Espero que la situación en la ciudad se haya tranquilizado en mi ausencia —dijo, en un tono neutral.
Su tío se encogió de hombros y movió una mano vagamente.
—Sí, así es. El tío de la muchacha hizo bien su papel. Anunció el compromiso, y la boda se celebrará a finales de agosto. En Oca ya están tranquilos, ahora que es oficial. He oído decir que Ranieri le hizo a su prometida un tour por su casa, y entonces, la futura novia se marchó al campo a reflexionar. Una bonita casa y unas arcas bien llenas pueden servir para que una mujer cambie de opinión. Las mujeres son criaturas muy prácticas, en el fondo.
Así que aquella era la estratagema de su tío. Giacomo lo estaba observando atentamente para ver cuál era su reacción. Archer se cuidó de no dejar traslucir lo que pensaba. Él sabía cuál era el motivo de la visita al campo de Elisabeta, y tenía un entendimiento muy distinto de la visita a la casa de Ridolfo Ranieri. No podía tolerar que toda la belleza y la pasión de Elisabeta fuera sacrificada a un hombre a quien ella no quería y que no iba a respetarla. Sin embargo, ella estaba dispuesta a casarse por su familia. Él era el único que se oponía a su decisión.
—Es lo mejor, ¿no te parece? —preguntó su tío—. Una mujer bella y con temperamento que se quede soltera puede ser peligrosa para una familia, sobre todo si es viuda y piensa que puede actuar según su voluntad.
—En Inglaterra, una viuda tiene ciertos privilegios sociales —dijo Archer, ofreciendo una sutil defensa a Elisabeta.
—Aquí, una viuda discreta también —dijo su tío. Claramente, quería dar a entender que Elisabeta di Nofri no había sido discreta y que, con su indiscreción, había sacrificado aquellos privilegios—. De todos modos, una mujer así no es para ti. Has mencionado que todavía no quieres casarte, ¿no? —preguntó, intentando sonsacarle sin demasiada sutilidad, de nuevo—. ¿Qué te parece la vida aquí, en la villa, con los caballos? Constantemente, me hablan del buen trabajo que estás haciendo aquí. Los hombres dicen que nunca habían visto a nadie que supiera tanto de caballos, y que eres un magnífico jinete.
Aquel era el reconocimiento, las alabanzas que él había esperado recibir alguna vez. Y, ahora que lo había conseguido, se sentía desconfiado, porque habían llegado vinculadas a sus perspectivas matrimoniales y a la dirección en la que debería dirigir esas perspectivas.
—Me gusta mucho estar aquí. Me ha demostrado que tomé la decisión correcta al venir —dijo Archer, y vio que su tío asentía con un gesto de aprobación. Después, siguió explicándose—: Me gustaría comprar una finca para mí. Quiero establecer aquí mi hogar. Estoy harto de Inglaterra.
Pronunciar aquellas palabras debería haber sido emocionante. Hacía varios meses que había hecho aquel plan. Aquel día, sin embargo, se sintió vacío al pensarlo; quedarse significaba que no podía escapar con Elisabeta, que no podía salvarla de Ridolfo, aunque ni siquiera estaba del todo claro que ella fuera a permitirlo.
—¿Y harto de tu padre, sin duda? —preguntó su tío Giacomo, con astucia—. Tengo que advertirte que la distancia no va resolver tus problemas. Tu padre es tu padre, tu sangre y carne, tu familia. Él siempre estará contigo.
Su tío se inclinó hacia delante.
—Tienes que averiguar por ti mismo si estás huyendo de tu padre, o has venido a conocer a la familia de tu madre. No te preocupes, nosotros estamos muy contentos de que estés aquí y, por eso, tengo que hacerte una proposición. Quiero que te hagas cargo de la villa y de los caballos.
De ese modo, podría vivir allí todo el año. Era una oferta generosa, y ponía de relieve la riqueza de su tío, que podía ceder una villa sin vacilación. Además, le transmitía que la familia lo había aceptado generosamente.
Desde la perspectiva italiana, Archer no tenía elección. La familia era la familia. Sin embargo, no todo el mundo tenía un tío que le diera una villa. Aquella oferta le conmovió. Además, lo cambiaba todo. Ahora tendría una cosa más, aparte de sí mismo, que ofrecerle a Elisabeta. Una vida respetable.
¿Qué respondería ella a su oferta?
—Eres demasiado bueno, tío… —dijo Archer, delicadamente, preguntándose qué querría su tío a cambio de su generosidad. Además, se sintió culpable. ¿Tal vez aquello fuera una recompensa por haber renunciado a Elisabeta?
Su tío se encogió de hombros e hizo un pequeño gesto.
—Me sentiría honrado de tener a tu familia en esta casa en el futuro.
En aquel momento, el tío Giacomo aparentó todos sus años. Normalmente estaba lleno de energía y era astuto y agudo. Parecía que no tenía edad, que tenía muchos menos de sus cincuenta y dos años. En las cartas que le escribía a su madre, el tío Giacomo había adquirido una imagen inmortal para él, que era joven e impresionable. Era el hermano mayor que nunca cometía errores, que había sido el pilar de la familia durante décadas, una fortaleza de estabilidad, una roca eterna.
En aquel momento, no. Archer se dio cuenta de lo mucho que había perdido su tío durante su vida: su hermano pequeño, Pietro, había muerto a los treinta años en un accidente, al caer del caballo mientras montaba por las calles empedradas, y su hermana se había casado con un inglés que se la había llevado, y no había vuelto a verla nunca más. Solo se habían comunicado por carta. Él no había tenido hijos. Para ser un hombre que valoraba tanto a la familia, la del tío Giacomo había disminuido mucho.
Su tío se inclinó sobre la mesa y agarró a Archer de la muñeca.
—Para tu tía y para mí significa mucho tenerte aquí. Nunca debes pensar que eres una carga. La familia nunca es una carga. Tú te pareces mucho a mi hermana, ¿sabes? —dijo, con una mirada triste—. Ojalá hubiera vuelto a verla. ¿Fue feliz?
—La mayoría del tiempo, sí —dijo Archer—. A veces es difícil vivir con un hombre como mi padre. Quiere salirse con la suya en todo.
—Vittoria sabía eso antes de casarse con él. Sin embargo, era un hombre guapo y rico. Montaba a caballo como un maestro, y tenía una figura romántica. Todas las damas de la contrada estaban locas por él —dijo Giacomo, y suspiró—. A todas les parecía romántica su actitud distante. Mujeres, ¿quién las entiende? Esa presencia inquietante les parece atractiva. A mí me resulta fatigosa. Siempre pensé que era un emparejamiento extraño. Los Ricci no somos pobres, pero no tenemos título, no somos aristócratas, solo una familia rica con caballos y propiedades. Yo hubiera pensado que tu padre preferiría una esposa con un estatus distinto. Pero, al final, el amor superó todos esos obstáculos —dijo. Al ver que Archer iba a protestar, alzó una mano para silenciarlo, y añadió—: La quería, Archer, pienses lo que pienses. Lo que pasa es que a alguna gente le cuesta expresarlo.
Su tío se levantó de la mesa. Archer se levantó con él, y Giacomo le dio un beso en cada mejilla.
—Lleva los caballos a la ciudad dentro de un par de días. Ya están preparando la pista del Palio, y habrá unas pruebas nocturnas no oficiales antes de la tratta. Lleva también a unos cuantos jinetes; tú no puedes montar a los cuatro caballos a la vez.
—¿Montar? —preguntó Archer con incredulidad.
Su tío se echó a reír.
—Solo para las pruebas nocturnas, no te hagas ilusiones —dijo—. Lo has hecho muy bien, Archer. Estoy orgulloso de ti, y tu madre también lo estaría. ¿No te contó nunca que ella participó en esas pruebas nocturnas una vez? ¿No? Pues lo hizo. Los jinetes son todos aficionados, porque los jinetes oficiales no se arriesgan. Por supuesto, tu madre se disfrazó. Nadie la reconoció, salvo Pietro y yo. Nos pusimos furiosos con ella por haber corrido semejante riesgo, pero ¿cómo íbamos a reprochárselo, si montaba tan bien? —explicó, y le dio una palmada a Archer en el hombro.
Después, se palpó el bolsillo.
—Casi se me olvida. Ayer llegó esta carta para ti.
Archer observó el sobre y reconoció la letra al instante. Era de Haviland, y Archer la leyó rápidamente con una sonrisa.
—Mis amigos van a venir a Siena para ver la carrera.
—Muy bien. Se alojarán en casa —dijo su tío—. Será muy agradable tener la casa llena de jóvenes. Nos veremos pronto en la ciudad, sobrino mío.
En la ciudad. Allí tendría la oportunidad de volver a demostrar lo que podía hacer, de dar un paso más hacia su sueño si todavía lo quería, de cumplir la promesa que le había hecho a Elisabeta. Sin embargo, todo eso tenía un precio. Tendría que actuar pronto. Parecía que Haviland y compañía iban a llegar justo a tiempo; le vendría bien tener a sus amigos junto a él.
Archer se quedó sentado a la mesa hasta mucho después de que su tío se fuera, pensando. Estaba muy contento de ver a sus amigos; los echaba de menos, y los necesitaba. Sin embargo, cuando Haviland y él habían decidido reunirse en Siena, los planes eran distintos. Él pensaba que iba a participar en la carrera. Además, no sabía que podía estar en situación de tener que huir de la ciudad con una mujer.
En realidad, aquello era adelantarse a los acontecimientos, porque Elisabeta no había accedido a nada. Sin embargo, daba igual: cuando le había hecho aquella sugerencia a Haviland, pensaba que las cosas serían distintas, más calmadas.
No estaba seguro de cómo iban a sentirse sus amigos cuando llegaran y se encontraran con que, seguramente, iban a separarse de nuevo, sobre todo Haviland, que llegaba a Siena con su flamante esposa. No estaba seguro de cómo iba a sentirse Haviland por haber llevado a su mujer a semejante embrollo. De hecho, no sabía si Brennan y Nolan lo habrían perdonado. Se había marchado sin decírselo, dejando que fuera Haviland quien se lo explicara todo. Y, en aquella ocasión, tal vez tuviera que hacer lo mismo cuando llegaran. Los había invitado a que atravesaran Europa, haciendo que acortaran su estancia en los Alpes, para dejarlos plantados otra vez.
Archer jugueteó con una de las esquinas del sobre. Aquellas eran respuestas que no tenía aún. Sin embargo, las tendría muy pronto. El Palio se había convertido en un sueño y en una fecha límite.