Veintitrés

 

Cuando Archer llegó al barrio, encontró a la gente muy animada. Los hombres de Torre se habían comportado bien en la pelea contra Oca y Onda, y estaban celebrándolo. El vino corría, y había cánticos y gritos de alegría por todas las calles. A medida que se acercaba a casa de su tío, el gentío era mayor. La gente había empezado a reunirse para la cena. Quizá no se hubieran dado cuenta de que, aunque hubieran ganado una pelea callejera, no tenían jinete.

Archer tenía un nudo en la garganta y, de repente, en su mente aparecieron las palabras «Ten cuidado con lo que deseas». Tenía lo que tanto había deseado al alcance de la mano, pero en un momento en el que había algo mucho más importante en juego. Si estaba en la carrera, ¿cómo iba a poder desaparecer con Elisabeta? Tenían pensado escabullirse, salir de la ciudad a escondidas en medio de las celebraciones del final del Palio, si Torre no ganaba. Sin embargo, si él estaba en la pista, sería mucho más difícil de conseguir sin llamar la atención, puesto que todo el mundo podría verlo. Sin embargo, para aquello era el matrimonio. Si tenían que llamar la atención, así sería. La Iglesia lo respaldaba.

Archer fue esquivando las mesas que se habían dispuesto en la calle para la cena de la prueba general, la cena tradicional que se celebraba después de la quinta prueba. Su tío ya estaba sentado en la mesa principal con el priore de Torre y otros cargos importantes de la contrada. Su tío le hizo una seña para que se acercara y ocupara uno de los asientos. Archer vio a sus amigos, que estaban sentados cerca y que, por su aspecto, debían de estar disfrutando de la celebración. Nolan tenía un moretón en la mandíbula y estaba narrando el episodio de su pelea con muchos gestos, ya que no sabía italiano. Sus esfuerzos provocaban la risa de los que estaban a su alrededor, y Archer sonrió para sí. Nolan tenía la capacidad de sentirse como en casa allá donde fuera.

Archer saludó a todo el mundo con los besos tradicionales antes de sentarse.

—¿Cómo está Morello? He oído que hubo dificultades en la prueba —preguntó enseguida. Cuanto antes abordara la cuestión, mejor. Quería resolver cuanto antes el problema del jinete, y estaba preparado para luchar por el derecho a participar en el Palio.

Su tío se encogió de hombros; aparentemente, no estaba preocupado.

—Morello está muy bien, gracias a Dios, porque solo se puede tener un caballo. Las normas son muy claras al respecto. Si tu caballo no puede correr, tú no puedes participar. No hay sustitutos para un caballo enfermo. Tal vez, después de cenar, puedas echarle un vistazo a su pata y vendársela, como precaución para esta noche.

Su tío tenía un brillo en la mirada, y le transmitió un mensaje secreto de enhorabuena. Giacomo le había ayudado a planear aquel día, y sabía perfectamente dónde había estado.

Archer extendió las manos sobre el mantel y miró al priore con seriedad.

—Sin embargo, no podemos decir lo mismo de nuestro fantino. No puede montar. Necesitamos un jinete, un buen jinete. Tenemos el mejor caballo, según todo el mundo, y sería una pena desperdiciar su potencial con un jinete que no esté a la altura —dijo. Entonces, miró a su tío significativamente, y añadió—: Creo que ese jinete debería ser yo.

Su tío permaneció impasible. Archer no esperaba menos; Giacomo no podía arriesgarse a que le acusaran de actuar con favoritismo. Él tenía que luchar por sí mismo.

El priore negó con la cabeza.

—Agradezco mucho el ofrecimiento, pero así no se hacen las cosas —respondió, sonriendo para suavizar su negativa.

Sin embargo, Archer no se rindió. Se inclinó hacia delante y habló con rapidez, con firmeza.

—Tampoco se hacen lesionando a un fantino la noche anterior a la carrera. Yo creo que no se han respetado las tradiciones, y que nosotros no debemos permanecer atados por las prácticas anteriores, y menos por las que delimitan la elección de los fantini. La idea de que un fantino no sea de la misma contrada para la que corre es solo una práctica normativa. En las reglas no hay ninguna prohibición escrita que impida que un jinete sea de su contrada.

El priore suspiró.

—No es la preferencia general.

—Al cuerno las preferencias —dijo Archer—. No voy a ver cómo Torre pierde el Palio solo porque usted quiera atenerse a unas preferencias.

Tampoco iba a perder a Elisabeta solo porque Morello llevara un fantino que no estaba a su altura. Quería controlar su destino.

El priore entornó los párpados.

—Signor, tenga cuidado de no pedir esto solo por sí mismo. Todos conocemos su apuesta con Pantera y con Ridolfo Ranieri.

Archer no se dejó acobardar por aquella insinuación.

—Por supuesto que lo pido por mí mismo. ¿Quién se juega tanto como yo en esta carrera? La mujer a la que he elegido para ser mi esposa, mi futura felicidad, mis posibilidades de permanecer en Siena con una reputación limpia… Todo está sujeto a lo que ocurra mañana. Sin embargo, eso no importa. Aunque Elisabeta no estuviera presente, yo pediría que me concedieran el honor de participar en el Palio en nombre de esta contrada, por mi tío, que ha trabajado tanto para que consigamos la victoria.

—Y yo le diría que no —respondió el priore.

—Soy el mejor jinete. He participado en las pruebas nocturnas. Conozco la pista, y Morello me conoce a mí. Y lo mejor de todo es que no soy conocido, sino un recién llegado —argumentó Archer, con calma—. Esta misma noche estoy dispuesto a echarle una carrera con mi caballo, Amicus, a quien diga lo contrario, para demostrarlo.

El priore miró nerviosamente a su tío, y Archer se dio cuenta de que estaba empezando a convencerlo con sus argumentos.

Su tío se inclinó hacia delante y participó en el debate por primera vez. Se dirigió directamente al priore.

—Tal y como yo lo veo, Archer es la mejor opción. No puedo negociar un partiti para conseguir otro buen fantino esta noche. Ranieri tiene mucho dinero, y no ha dejado a nadie con quien negociar. Eso nos pondría en desventaja para la carrera de mañana. Mi sobrino se ha ofrecido por voluntad propia; recuerde que esta recomendación no ha venido de mí. Sin embargo, es una buena recomendación. Él no se habría ofrecido si no pudiera hacer el trabajo. Creo que debe montar. Creo que es nuestra mejor opción.

El priore se apoyó en el respaldo de su silla, con las manos entrelazadas sobre el estómago y la mandíbula tensa. Asintió.

—Usted es el capitano, signor Ricci. Si dice que es la mejor decisión, entonces lo es. El signor Crawford participará.

 

 

El sol se había puesto ya, y las calles estaban iluminadas con faroles. En las mesas se servían platos de pasta y de risotto, rebanadas de pan recién hecho y botellas de vino. El ambiente era muy alegre. La gente brindaba y cantaba. El priore dio un discurso, y su tío habló sobre la grandeza de Torre, sobre las victorias del pasado y sobre la superioridad de su caballo y su jinete. Gobbo Saragialo estaba lesionado, pero Torre iba a vencer con la ayuda de su sobrino.

Aquella fiesta duraría toda la noche, pero quienes estaban sentados a la mesa de Archer tenían trabajo que hacer. Su tío se excusó poco después de los discursos para ocuparse de las negociaciones de último momento, para tomar precauciones contra Onda. Archer se excusó para ir a ver a Morello.

Morello estaba bien. Archer le inspeccionó las patas y no notó ningún calor preocupante. Después de revisar al caballo y asegurarse de su buen estado, podía haber vuelto a la fiesta; puesto que él iba a ser el fantino, la tarea de vigilar al caballo había sido asignada a otro. Sin embargo, Archer dejó que el mozo fuera a cenar. La verdad era que agradecía la calma del establo, y no tenía ganas de volver a la fiesta. Si no podía estar con Elisabeta, la cuadra era su segunda mejor opción. Le acarició el cuello a Morello afectuosamente, diciéndole palabras reconfortantes.

—¿Te imaginas cómo se va a poner la gente mañana, cuando ganemos? —preguntó alguien a sus espaldas—. ¡Este sitio es una locura! En el mejor de los sentidos, claro.

—Hola, Nolan. ¿Cuánto vino has bebido? —le preguntó Archer, riéndose.

—No lo suficiente, pero mucho más que tú, amigo mío. Tú eres el que más motivos de celebración tienes, pero aquí estás, hablando con los caballos otra vez.

—Siempre. Los caballos saben escuchar —dijo Archer, acariciándole el morro a Morello.

—Amicus tiene muy buen aspecto. Lo he visto hoy. Ha engordado. Todo el mundo dice que es un caballo que corre mucho.

—¿Y cómo lo sabes? Tú no hablas italiano.

—No es difícil deducir lo que dice la gente. ¿Y sabes qué otra cosa he entendido hoy? Que te has casado con Elisabeta di Nofri en secreto.

Archer intentó no delatar su nerviosismo.

—Si lo has oído, entonces ya no es un secreto —replicó.

Si Nolan lo sabía, ¿cuánta gente más conocía la noticia? ¿Estaba en boca de toda la contrada? ¿Guardaría Torre el secreto, al menos por un día? Era imposible que todo un barrio consiguiera esa hazaña…

Nolan dio un trago a la botella de Chianti que tenía en una mano.

—Es un buen vino —dijo, y se limpió los labios con el dorso de la mano. Después, le guiñó un ojo a Archer—. Nadie diría que soy hijo de un vizconde.

—No, nadie lo diría —respondió Archer con sequedad.

—Bueno, ahora eres un hombre felizmente casado. O, tal vez, infelizmente casado, ya que tú estás aquí y ella, no. Supongo que no es la mejor noche de bodas. Pero tengo que reconocer que es un plan muy ingenioso, Archer. Ganes o pierdas mañana, la chica es tuya —dijo Nolan. Entonces, se puso serio. No estaba tan borracho como fingía—. Aunque no creo que Ridolfo y Oca aprecien mucho tus esfuerzos. Cuando se enteren, la pelea callejera de hoy va a parecer un paseo por Hyde Park. ¿No lo has pensado? habrá sangre, principalmente, la tuya.

—Si gano, no importará nada. Nadie tiene por qué saber que he burlado a Ridolfo —dijo Archer—. Si gano, él tendrá que respetar nuestro acuerdo.

Nolan asintió.

—La victoria resuelve muchas cosas, pero vas a tener que montar como un maestro, Archer. Tienes que preocuparte por Onda, porque son los enemigos de Torre. Tienes que preocuparte por Pantera, porque ya han ganado una vez y tienen un buen caballo, y podrían ganar de nuevo. ¿Y quién sabe qué está tramando Oca? Sin duda, habrán pagado a sus aliados para que te hagan la vida imposible. Y, por si fuera poco, no sabes si puedes confiar en las demás contradas.

Archer sonrió apagadamente.

—Has entendido los entresijos del Palio maravillosamente, para ser un recién llegado.

—Todo es cuestión de contactos, y lo sabes. Eso es lo que mejor se me da —dijo Nolan, encogiéndose de hombros—. Me gusta este sitio. Es un sitio que entiendo bien.

—Parece que has sido de gran ayuda en la pelea de hoy —le dijo Archer, dándole un codazo en las costillas.

Nolan se lo devolvió.

—Y voy a ayudar todavía más. Todos pensamos que no deberías dormir solo hoy, por si Oca intenta algo, o por si alguien les dice que vas a ser el jinete de Torre. Así que, ¿sabes una cosa? —dijo, con una sonrisa—: Vas a pasar tu noche de bodas conmigo. Me ha tocado en el sorteo.

 

 

Archer había pasado la noche con Nolan de verdad, aunque su amigo se había quedado dormido a los pocos minutos de acostarse; en caso de que Oca hubiera intentado alguna estratagema, no habría servido de nada.

En aquel momento, al atardecer del día siguiente, después de participar en el largo desfile que se celebraba antes del Palio, y de dejar atrás la ceremonia de bendición de los caballos, con la parte interior de la pernera de los pantalones humedecida para facilitar el movimiento contra los flancos desnudos del caballo, y con el nerbo tradicional en la mano, la fusta que se usaba en la carrera, a Archer le había tocado ocupar la posición de rincorsa en la línea de salida.

No era la posición que él hubiera elegido. Nueve de los caballos se alineaban frente a la cuerda en el orden asignado, pero el caballo de la rincorsa, el décimo, permanecía detrás, a la espera de que lo llamaran para entrar a la pista en cuanto el organizador, el mossiere, hubiera situado a todo el mundo.

Entonces, y solo entonces, podría entrar el décimo caballo. Lo haría al galope, detrás de los demás caballos, cuando cayera la cuerda. Mientras que los demás caballos necesitaban varios pasos para ganar velocidad, él ya estaría al galope. Sin embargo, aquello también tenía sus desventajas.

Morello se encabritó, y Archer lo hizo girar mientras le acariciaba el hombro con una mano y le decía palabras tranquilizadoras. Tal vez también quisiera tranquilizarse a sí mismo. Había mirado a su alrededor por toda la plaza, en busca de Elisabeta; aunque le había parecido verla en el mismo balcón de la tratta, no había suficiente luz para estar seguro de que era ella. Esperaba que estuviera a salvo. No sabía lo que iba a pasar después de la carrera.

No tenía tiempo de pensar en esas cosas en aquel momento. No podía permitirse pensar en el futuro ni en Elisabeta. Tenía que concentrarse en Morello, en la pista y en todo lo que sabía sobre los peligrosos giros de las curvas de San Martino y Casato. Los caballos ya estaban alineados, y a él le resultaba casi surrealista el hecho de que todo fuera a terminar a los pocos minutos de haber empezado.

Archer recibió la señal del mossiere, que le indicaba que podía entrar en la pista. Archer respiró profundamente. Tenía algo de control sobre el inicio de la carrera, puesto que el mossiere no podía dar la señal de salida hasta que una parte de su caballo hubiera entrado en la pista. Normalmente, la carrera tenía un comienzo limpio cuando el caballo de rincorsa había empezado a galopar, pero no siempre se seguía esa regla. Su tío había ido aquella misma mañana a negociar un partiti de último momento con el mossiere, por si acaso a Torre le tocaba el décimo lugar.

Archer tomó las riendas, miró al cielo y pensó en su madre. Aquel habría sido un momento de orgullo para ella.

—¿Estás listo, muchacho? —le preguntó a Morello. El caballo movió hacia atrás las orejas. Estaba escuchándolo, y estaba listo—. Muy bien, vamos a ganar esta carrera.

Archer hizo girar a Morello una vez más, le dio la orden de galopar, y el gran caballo saltó a la pista a toda velocidad. Al caer al suelo la cuerda, el Palio empezó.

Morello dejó atrás al resto de los participantes, que todavía estaban intentando tomar velocidad. Archer se lanzó con Morello a recorrer la primera recta a toda velocidad. Si tenía la más mínima ventaja sobre los otros caballos, podría permitirse el lujo de aminorar ligeramente el galope para tomar la curva Casato. Recordó las estadísticas que le había enseñado su tío: aquella era la curva en la que existían más posibilidades de caer durante la primera y segunda vueltas. Archer dejó correr a Morello; el caballo quería hacerlo, y Archer se lo permitió. Un buen jinete sabía cuándo debía respetar los deseos de su caballo, y Archer lo hizo hasta que tiró de las riendas en la curva Casato.

Había completado la primera vuelta. Los otros caballos ya habían llegado a su ritmo, y algunos intentaron adelantarlo cuando llegó la recta de la segunda vuelta. Uno de los jinetes se inclinó para azotar a Morello con su fusta al entrar en la curva San Martino, y el animal hizo el giro con más velocidad de la que a Archer le hubiera gustado. Archer sintió que Morello perdía el equilibrio, y cambió el peso del cuerpo para ayudar al caballo a mantenerse en pie. ¡No iba a caer! Un caballo relinchó detrás de ellos, y Archer se resistió a mirar. Alguien había chocado contra la peligrosa curva, pero él no. Morello, no.

La muchedumbre gritó enloquecidamente cuando Morello y otros dos caballos galoparon codo con codo en la siguiente recta. Cada uno de los jinetes se había colocado a un flanco de Morello, y Archer vio inmediatamente el peligro. Entre los dos podían aplastar a Morello. Sin embargo, tenía que elegir entre ellos o el muro. Ninguna de las dos opciones era un riesgo aceptable. Archer dio a Morello con su nerbo, pidiéndole más velocidad para librarse de sus dos contrincantes.

Morello respondió, y Archer entró en la curva Casato a toda velocidad. Por algún motivo, la mayoría de los choques en aquella curva ocurrían durante la primera vuelta; Archer aprovechó su conocimiento de las estadísticas, y la multitud lo vitoreó al ver que Morello superaba el giro sin derrapar.

—Una vuelta más —le gritó Archer al caballo.

Notaba que el animal se estaba cansando; Morello había empezado la carrera a toda velocidad. Sin embargo, los demás caballos también acusaban el cansancio. Él mismo tenía las piernas agarrotadas por el esfuerzo de montar sin silla.

Los dos contrincantes habían quedado atrás, pero había surgido otro: el zaino que representaba a Giraffa lo persiguió en la curva San Martino, y Archer urgió a Morello. Aunque estaba exhausto, Morello corrió con fuerza, y el caballo de Giraffa no pudo alcanzarlo. Archer y Morello culminaron la segunda vuelta y se lanzaron a toda velocidad hacia la meta.

—¡Vamos, vamos, vamos! —gritó Archer, por encima del rugido de la multitud.

No podía perder. Todo dependía de que Morello atravesara la meta en primer lugar. El caballo percibió la urgencia de su jinete y, con un último esfuerzo, pasó por la meta medio cuerpo por delante del representante de Giraffa. El ruido de la muchedumbre era ensordecedor. Archer vio a su tío bajar rápidamente de la tribuna especial de los capitani y otros invitados importantes, entre los que estaba Ridolfo.

Su tío agarró la brida de Morello y condujo al caballo, rápidamente, hacia la salida de la pista, donde fueron rodeados por Torre. Giacomo levantó el puño.

—¡Lo hemos conseguido, sobrino mío! ¡Lo hemos conseguido!

Archer saboreó la victoria, la euforia de haber formado parte de todo aquello. Había cumplido su sueño.

Sin embargo, su mejor premio se dirigía hacia él. Elisabeta, con un vestido de color azul claro, se abría paso entre la multitud, acompañada por su tío y Giuliano.

Archer bajó de Morello y fue hacia ella, mientras su preocupación desaparecía. Había ganado la carrera limpiamente, y Pantera debía respetar el acuerdo. Archer solo tenía ojos para ella y para su sonrisa. Tal vez, si hubiera tenido ojos para algo más, habría visto el peligro antes de que fuera demasiado tarde.

Elisabeta abrió mucho los ojos y gritó. A su espalda, Morello se asustó. Alguien hizo un movimiento que puso nervioso al caballo, y Archer comenzó a darse la vuelta justo cuando Ridolfo se abría paso entre la gente con un cuchillo en la mano. Ridolfo acertó a clavarle la hoja en el brazo, en vez de en la espalda, y Archer cayó al suelo. Ridolfo tenía de su lado el factor sorpresa y, también, su peso. Con su corpulencia, aplastó a Archer, pero Archer era más fuerte; agarró a Ridolfo por el cuello y lo empujó con una pierna para tratar de quitárselo de encima. Le apretó el cuello con todas sus fuerzas, ignorando el dolor del brazo.

De repente, unos brazos agarraron a Ridolfo y lo levantaron, y lo apartaron de él. Alguien le puso un cuchillo al cuello para inmovilizarlo. Archer vio a Haviland, que le ayudó a ponerse en pie; inmediatamente, buscó a Elisabeta con la mirada para asegurarse de que ella estaba a salvo. Después, miró al hombre que sujetaba el cuchillo en la garganta de Ridolfo: era Nolan. Su amigo tenía un fuego muy peligroso en los ojos.

—Di una palabra, Archer, y lo mato aquí mismo. No sería una falta de honor, puesto que iba a apuñalarte por la espalda.

Archer supo que Nolan lo haría, empujado por la adrenalina que despedía la muchedumbre.

La gente había formado un círculo a su alrededor, y gritaron para mostrar su aprobación a la sanguinaria sugerencia que había hecho Nolan. Archer alargó el brazo ileso hacia Elisabeta y la estrechó contra sí. Miró a su tío, que estaba junto a los capitani de las contradas, todos ellos enfrentados a Ridolfo. Su tío habló:

—Ridolfo Ranieri ha roto su promesa de respetar el acuerdo que hizo con Pantera. Ha intentado matar a un hombre que ha ganado limpiamente una apuesta y que ha reclamado su premio. Su destino debe decidirlo el hombre a quien ha intentado matar.

Archer respiró profundamente. Ridolfo se había puesto a sudar profusamente al darse cuenta de que estaba muy cerca de la muerte, y de que había cometido una locura. Archer quería que todo terminara rápidamente. Quería estar a solas con Elisabeta, lejos de todo el mundo. Estaba empezando a sentirse mareado por la carrera, la pelea, la falta de sueño. Sin embargo, sintió el apoyo de su esposa a su lado, y encontró las fuerzas necesarias para llevar a cabo aquella última tarea.

—Nolan, tira el cuchillo. No quiero ensangrentar la celebración de Torre. Ridolfo Ranieri tendrá que vivir con su vergüenza. Sin embargo, tendrá que irse a otro lugar. Dejará Siena y no volverá nunca. Tiene hasta esta medianoche para organizarlo todo y marcharse adonde quiera.

La multitud rugió para mostrar su aprobación, y a él lo subieron en volandas a Morello. Haviland le dio la mano para ayudarlo a mantener el equilibrio. Todavía tenía que hacer el desfile de la victoria.

—Quiero a Elisabeta —le dijo a Haviland, y ella apareció como por arte de magia y fue alzada a la grupa del caballo. Se agarró a él, y él se alegró de contar con su presencia.

—Has sido tan fuerte por mí… —le susurró ella, y lo abrazó por la espalda, dándole su calor y su energía—. Deja que ahora sea fuerte yo para ti. Vamos a ser fuertes juntos.

Archer sonrió y saludó a la gente con el brazo sano.

—Me gusta cómo suena eso.

No había ido a Siena en busca de problemas, pero se los había encontrado de todos modos. Y había encontrado mucho más que eso: una familia, y el amor. Aquellas dos cosas eran verdaderamente el hogar del corazón, existieran donde existieran en los mapas de los hombres.