Diecisiete

 

—¡Qué sorpresa! —exclamó Archer. Le dio a Haviland unas palmadas de bienvenida en la espalda, con verdadera alegría al ver a sus amigos en la logia con su tío Giacomo—. Habéis llegado muy pronto. No os esperaba hasta mañana —les dijo—. Pero esto es mejor. Habéis llegado a tiempo para la tratta. Hoy se seleccionan los caballos para el Palio. Me alegro mucho de que estéis aquí. Por favor, comed algo. Hay jamón con melón, pan, café… Siempre hay café por las mañanas.

¡Por Júpiter, qué estupendo era volver a verlos! Nolan y Brennan estaban muy morenos de haber pasado los días caminando por la montaña, y Haviland estaba… feliz.

Su amigo se echó a reír, y todos se sentaron.

—Ya hablas como tu tío. Nos ha estado dando de comer desde que hemos llegado.

Giacomo sonrió y se encogió de hombros.

—Así es como hacemos las cosas —comentó, y se levantó de su silla—. Señores, les dejo para que se pongan al día. Yo tengo algunas cosas que hacer antes de la tratta. No te olvides de venir, sobrino —le dijo, moviendo un dedo en señal de advertencia.

—Te ha tomado cariño —dijo Nolan, cuando Giacomo entró en la casa.

Archer sonrió.

—Yo también a él. Ha sido maravilloso conocerlo a él, y al resto de la familia de mi madre —dijo, y miró a su alrededor—. ¿Dónde está Alyssandra, Haviland?

—Todavía está en la cama —respondió Haviland, astutamente—. Tal vez es donde te gustaría estar a ti también. Dinos, ¿dónde está ella?

Archer fingió que no lo entendía. ¿Cómo era posible que Haviland lo supiera? Sus amigos solo llevaban unos minutos con él.

—¿Por qué piensas que hay una mujer?

—No te hagas el tonto, amigo mío, porque veo todas las señales: te has quedado dormido y tienes ojeras. Has estado despierto toda la noche… varias noches seguidas, diría yo. Y yo llevo con Brennan el tiempo suficiente como para saber qué aspecto se tiene después de algo así.

Archer se pasó una mano por el pelo para ganar tiempo. ¿Se lo contaba? Intentó mentir una vez más.

—Estoy muy ocupado con la carrera. Acabo de volver del campo.

Brennan se echó a reír.

—Esto no es por un caballo, Archer. ¿Tan tontos te parecemos?

Nolan miró a Brennan.

—Tal vez pensó que somos tan tontos que no íbamos a darnos cuenta de que se había marchado —dijo Nolan, y miró fijamente a Archer—. ¿Por qué no nos dijiste que ibas a dejarnos plantados en París?

Allí estaba el reproche que él había temido. Seguramente, estaban dolidos porque, al no decirles que iba a marcharse, parecía que su amistad con ellos no era igual que la que tenía con Haviland. Y eso no era así en absoluto. La decisión no tenía nada que ver con ellos. Tenía que ver consigo mismo.

—Disculpadme… —dijo Archer—. No quería molestar a nadie.

—Habríamos venido contigo —insistió Nolan—. Haviland habría podido casarse solo, o podríamos haber vuelto a su boda.

Archer negó con la cabeza.

—No, vosotros teníais planes para ir a los Alpes. No quería que os perdierais eso, cuando ni siquiera sabía cómo iban a salir las cosas aquí.

Aquellas palabras no parecían suficientes para transmitir todo lo que sentía, pero era precisamente, eso, en resumen. No quería fracasar delante de sus amigos. ¿Y si su tío no lo hubiera acogido con los brazos abiertos? ¿Y si a él no le hubiera gustado Siena? Los habría llevado hasta allí para nada. Aquello era algo que tenía que hacer solo.

Se hizo el silencio en la mesa. Ellos lo entendían. Cada uno tenía sus propios demonios, sus propios sueños. Cada uno tenía que enfrentarse a sus propios riesgos. Brennan sonrió y rompió aquella solemnidad.

—Bueno, eso responde una parte de la cuestión. Vamos a la otra parte. ¿Quién es ella?

Ahora le tocaba a él ser el idiota. ¿Qué pensarían sus amigos cuando les contara lo de Elisabeta y les hablara de su descabellado plan? Archer ganó tiempo sirviéndose una rodaja de melón.

—Es complicado.

Nolan se inclinó hacia delante.

—Con las mujeres, siempre es complicado. Desembucha.

Archer los miró. Eran sus mejores amigos, por muy salvajes que fueran. Podía confiar en ellos y, tal vez, debería haber confiado en ellos para contarles que iba a marcharse de París con antelación. Bajó la voz.

—Es secreto. Mi tío piensa que no debería verla. Es de otra contrada y está prometida a un hombre detestable.

Nolan sonrió.

—¿Es una mujer prohibida, hija de un rival y novia de otro? Vaya, Archer, Shakespeare estaría babeando con lo de «dos familias iguales en nobleza» y todo eso. Lo único que falta es que le pidas matrimonio como un héroe, y que te escapes con ella para ser felices y comer perdices.

Nolan se quedó callado, y Archer notó el peso de su mirada. Nolan siempre veía demasiadas cosas de los demás.

—Oh, Archer, ¡no lo habrás hecho! —exclamó su amigo, y se quedó boquiabierto.

Los otros también se quedaron mirándolo con pasmo.

Haviland fue el primero en recuperarse.

—¿Cuándo?

—Esta misma mañana.

—Seguramente, en el momento más oportuno, cuando estaba completamente agotada del revolcón —dijo Brennan—, y no se le pasaba por la cabeza rechazarte.

—No ha sido un revolcón —dijo Archer, protestando.

—Claro, claro, ha sido «hacer el amor». Estás completamente embobado con ella —dijo Nolan, riéndose.

—No está embobado, es que quiere rescatarla —dijo Haviland con astucia, recordándole a Elisabeta. Su amigo, que siempre era la voz de la razón, abrió las manos—. El matrimonio es un paso muy importante. ¿Estás seguro de que quieres casarte por las razones correctas? Si quieres rescatarla, tal vez podamos encontrar otro modo de conseguirlo.

Archer soltó una exhalación.

—Por eso no quería contároslo. Sabía que ibais a intentar disuadirme.

Casarse con Elisabeta era una idea completamente descabellada, pero había ido formándose en su cabeza desde su estancia en el campo. Sin embargo, Haviland había dado en el clavo con su comentario. ¿Qué era lo que él quería? ¿Acaso su inconsciente había producido aquel plan porque sabía que su aventura no podía continuar sin una solución?

—Si la conocieras, lo entenderías.

Ellos no la habían visto en el campo, con los caballos, ni habían visto su corazón asomando en sus ojos cuando hablaba de su familia. Elisabeta era una mujer que amaba sin reservas y que, por ese amor, estaba dispuesta a hacer grandes sacrificios personales. Tener el amor de una mujer así y poder compartir la vida con ella sería un tesoro inimaginable.

—Bueno —prosiguió—. Ya no tiene importancia. Ella no ha aceptado.

—¿Y por qué no? —preguntó Brennan—. ¿Lo ves? Deberías habérselo preguntado después de un buen revolcón. Las mujeres dicen que sí a cualquier cosa después de una buena sesión de sexo.

—Por segunda vez, no fue un revolcón. Eso es una grosería, Brennan —protestó Archer.

¿Cuándo vamos a conocer a ese parangón? —preguntó Haviland, antes de que Nolan y Brennan pudieran proseguir con la discusión.

—Seguramente, la veréis durante la tratta —dijo Archer, y se puso en pie. Era un buen momento para cambiar de tema—. De hecho, deberíamos salir ya, si queremos conseguir un buen sitio —añadió, y sonrió a sus amigos—. Me alegro mucho de que estéis aquí.

Y lo estaba, aunque ellos se hubieran quedado horrorizados con sus noticias. Sus amigos estarían a su lado pasara lo que pasara.

 

 

El campo que había frente al Palazzo Pubblico estaba lleno. Todo el mundo se había reunido allí para la tratta que iba a celebrarse aquella mañana. La emoción y la impaciencia se notaban en el ambiente cuando Archer y sus amigos se reunieron con la Contrada della Torre.

Aquella mañana iban a elegirse los caballos para la carrera y, por la tarde, se asignaría un caballo a cada vecindario. Por la noche se celebrarían las primeras pruebas oficiales. Solo quedaban tres días para la carrera. Él tenía responsabilidades, ya que era uno de los mangini de su tío. Sería difícil escabullirse, casi imposible. Las noches previas a la carrera eran frenéticas, porque los capitani y los mangini tenían que hacer los partiti, las negociaciones secretas para llegar a acuerdos entre contradas.

Archer se sintió ansioso. Con tanta actividad, ¿qué iba a ser de Elisabeta y de él? ¿Acaso aquella última noche había sido, de verdad, la última noche que pasaban juntos? ¿Terminaría así su aventura? Sería lo más conveniente para ella, si de verdad iba a rechazar su oferta. Su boda con Ridolfo debía celebrarse a las dos semanas del Palio, así que, simplemente, podía acabárseles el tiempo.

Ella no había rechazado su proposición de matrimonio, pero tampoco la había aceptado. ¿Acaso era demasiado noble como para imponerle un matrimonio? Tal vez Elisabeta temiera que su afecto solo partiera del deseo de rescatarla. ¿Cómo podía convencerla de lo contrario? ¿Y cómo podía convencer a los demás? Aquellos que lo conocían sabían que no había ido a Siena a casarse; él mismo lo había dicho en varias ocasiones. Su plan de esperar tenía sentido al principio, puesto que estaba empezando una nueva vida lejos de Inglaterra y lejos del dolor que le había causado la muerte de su madre. No era un buen momento para comenzar una nueva relación. Sin embargo, Elisabeta representaba la oportunidad de iniciar una relación en cuerpo y alma, algo que nunca había tenido antes. Y él era demasiado inteligente como para desperdiciar aquella oportunidad.

El matrimonio de sus padres le había mostrado los riesgos del amor, pero Siena le estaba mostrando su belleza. Si podía tenerlo, ¿había algo que no mereciera la pena arriesgar? ¿Era posible conseguirlo? Elisabeta pensaba que sí, y por eso se negaba a que la vendieran a Ridolfo como esposa. Si para ella era posible, ¿no podía serlo para él? ¿Para ellos dos? Él había basado su proposición en la esperanza de que lo fuera. Aquellos eran los pensamientos que le ocupaban la mente durante aquellos primeros momentos de la tratta.

—En serio, Archer… —dijo Nolan, inclinándose hacia él, al notar su distracción—. Lo estoy pasando mal por ti. Te has fijado en una mujer a la que no puedes conseguir. ¿Lo has pensado bien? ¿Qué puede salir de este encaprichamiento, salvo problemas? Si tus rivales, o sus rivales, se enteran de que esta aventura sigue…

Archer se estremeció. Nolan podía ser muy astuto; en tan solo una mañana, parecía que ya había captado lo intrincado de la vida sienesa. Si Oca se enteraba de lo ocurrido, tendrían derecho a cobrarse una venganza. Creerían que Torre, y no solo Archer, había violado la tregua alcanzada después de la fiesta de Pantera. Su petición de matrimonio le crearía una enemistad a Torre.

—El Palio ya es lo suficientemente peligroso —prosiguió Nolan—. No tienes por qué buscarte más problemas.

—La contrada de su prometido ni siquiera participa en esta —dijo Archer, a la defensiva.

Los tres puestos restantes para el Palio se habían sorteado mientras él estaba en el campo. Oca no iba a estar entre los diez participantes de la carrera. Sin embargo, eso no significaba que la contrada no intentara hacer negociaciones para impedir que vencieran sus rivales. Era horrible para una contrada que no participaba el hecho de que ganara una de sus contradas enemigas. Era casi tan malo como perder.

Brennan le dio un codazo.

—¡Mirad, ahí llegan?

La gente gritó cuando empezaron a aparecer los primeros caballos, que eran conducidos entre la multitud hasta el patio del Palazzo Pubblico, donde se revisaba su estado de salud. A medida que pasaban los caballos, las conversaciones comenzaron inmediatamente. Archer oía retazos a su alrededor. ¿Sería seleccionado el Morello de Jacopi de nuevo, después de haber ganado en julio? ¿Y ese caballo? ¿Y aquel otro? ¿Aquel no encogía la pata, tal vez porque tenía un ligamento tenso? ¿No se había caído este en una de las pruebas nocturnas? La energía fluía en la plaza. Era una fuerza contagiosa y bravucona. Resultaba difícil no contagiarse de ella.

—¡Ahí están los caballos de mi tío! —exclamó Archer, y señaló al lugar por el que se acercaban los animales. Aquel día iban a saber qué caballo de Torre participaría en la carrera, y también sabrían si alguno de los caballos de su tío iba a correr también. Él había trabajado mucho con sus caballos, todo por aquel momento.

Si el propietario de un caballo era elegido para el Palio, el dueño recibía un buen premio monetario por el honor, aunque no hubiera garantía de que ese caballo fuera a correr por la contrada de su propietario. Uno de los caballos del tío Giacomo podía correr para otro barrio. Había otro premio para el dueño si el caballo ganaba. Tal y como le había contado su tío, había muchas maneras de ganar o perder en el Palio. Era mucho más que cruzar la meta en primer lugar.

La gente calló un poco cuando el último caballo de los veinte que se presentaban entró al patio del palacio. Debían esperar a que los veterinarios comprobaran el estado de salud de los animales. Aquello era de capital importancia, porque los caballos enfermos no podían sustituirse. Si el caballo que se le había asignado a una contrada se ponía enfermo o resultaba herido, no habría reemplazo, motivo por el que la responsabilidad de Archer de vigilar el establo era tan importante. Las contradas podían intentar incapacitar al caballo de otro para que no participara en la carrera.

La multitud se impacientó esperando las noticias. Archer miró a su alrededor en busca de Elisabeta. Había muchas mujeres, así que, tal vez, ella también hubiera ido. Sin embargo, él no la vio.

Por fin se hizo el anuncio. Todos los caballos habían pasado la revisión veterinaria. Archer exhaló un suspiro de alivio, puesto que él mismo había recomendado los caballos que presentaba su tío, y si esos animales no hubieran estado sanos, habría tenido que responder por su error.

La energía de la gente aumentó de nuevo. Sacaron pequeñas tarjetas para anotar puntuaciones y apuntar observaciones mientras los capitani separaban los caballos en grupos de cuatro o cinco para hacer pequeñas carreras. Sin embargo, aquellas carreras tenían poco interés para él. Conocía a aquellos animales, puesto que había estado corriendo con ellos durante tres noches y ya le había hecho llegar sus recomendaciones a su tío. Lo que le interesaba en aquel momento era la multitud. ¿Estaba allí Elisabeta? Archer miró hacia los balcones de la plaza y, de repente, se le dibujó una sonrisa en los labios. ¡Allí!

La vio sentada en uno de los balcones, y se le cortó la respiración al constatar su belleza.

—Está allí, en el balcón —les dijo a Nolan y a los demás, señalándola con disimulo. Estaba deslumbrante, vestida de blanco, con un parasol a juego. El blanco era un color ideal para contrastar con su pelo oscuro. Incluso a aquella distancia, Archer notó su fuerza, la vida que irradiaba. Ella se inclinó hacia delante para escuchar lo que decía uno de sus acompañantes y se echó a reír. Él conocía el sonido de aquella risa, y la oyó en su mente, a pesar del ruido de la plaza.

Nolan dio un suave silbido.

—Es impresionante. No me extraña que le hayas pedido que se case contigo.

Archer apenas lo oyó. Estaba imaginándose el futuro con Elisabeta, sentada en un balcón, con un niño pequeño sentado en el regazo, un hijo de los dos, que esperara con impaciencia los resultados de la tratta para ver cuál de los caballos de sus padres iba a ser seleccionado para la carrera. La tía Bettina y el tío Giacomo estarían con ellos, y las mujeres se reirían juntas. Entonces, Elisabeta lo vería entre la multitud y lo saludaría, y el mundo desaparecería a su alrededor, como en aquel momento. Tal vez aquella noche estarían juntos en su habitación, celebrando su éxito, y él le contaría la historia de su primera tratta, y de cómo la había visto en el balcón, vestida de blanco, y había sabido por primera vez que ella estaba destinada a ser suya.

Un hombre corpulento salió al balcón y le dijo algo a Elisabeta mientras se sentaba a su lado. Archer sintió un desagrado instantáneo. Nolan le preguntó, en un susurro:

—¿Ese es el imbécil que va a casarse con ella?

Ridolfo había vuelto a aparecer aquel día, con esplendor. Llevaba la riqueza en su ropa y en su abultada barriga. Sin duda, su dinero le había asegurado un balcón en la plaza aquel día, puesto que solo un hombre rico podía permitirse tales lujos. Ridolfo se acercó a Elisabeta, y a ella se le oscureció el semblante. Ya no miraba a la plaza, sino a sus manos en el regazo, y ya no movía los labios, porque había dejado de conversar alegremente.

El alcalde había empezado con el sorteo de los caballos, y la gente esperaba ruidosamente el anuncio de cada resultado. Después de los primeros cinco números, los dos zainos de su tío habían sido asignados a otras contradas, lo cual eran buenas y malas noticias. A Archer no le habría importado que uno de los caballos fuera para Torre. Uno de ellos había sido para Pantera, y no recordaba para cuál había sido el otro. Aparte de Morello, el caballo de Jacopi, los caballos de Torre eran competidores muy prometedores. Morello, el caballo zaino que había ganado el Palio anterior, todavía estaba disponible.

Aquello era una ironía. Allí estaba él, en una plaza, el día más importante antes de una carrera de la que llevaba toda su vida esperando formar parte. Debería estar bebiéndose cada momento de su sueño, pero lo único que quería era que terminara para escapar, para ir junto a Elisabeta.

Los hombres de Torre estaban empezando a ponerse nerviosos. Ya habían asignado caballos a siente contradas. El alcalde volvió a sortear un caballo y, en aquella ocasión, asignó a Morello:

—¡Torre! ¡El Morello de Jacopi es para Torre!

A su lado, alguien lo agarró del brazo y le dio dos besos. Los hombres se volvieron locos de emoción, alzaron los puños y se dieron palmadas en el hombro, felicitándose de corazón, como si ellos hubieran tenido algo que ver con la suerte del sorteo.

Su tío salió del edificio y lo vio. Lo rodeó con un brazo mientras los demás hombres de Torre los arrastraban en la marea que iba a recoger al caballo.

—Sabes lo que significa esto, ¿no? —le preguntó su tío, gritando para hacerse oír por encima del estruendo—. Significa que vamos a tener que trabajar como locos. ¡Yo voy a estar negociando los partiti toda la noche y tú, sobrino mío, vas a estar vigilando a este caballo y protegiéndolo con tu vida!

Aquello debería causarle emoción. Aquel día había sido un éxito. Su tío tenía dos caballos en la carrera del Palio, caballos que él había recomendado. Le había demostrado a su tío lo que valía, y la contrada de su tío había conseguido al mejor caballo para la carrera. Sería un honor vigilar a aquel caballo, y él entendía el significado de aquella oportunidad. Iba a poder demostrarle lo que valía a toda la contrada, además de a su tío.

Sin embargo, solo podía pensar que con todo aquello no iba a tener tiempo para Elisabeta.