El plan sería el siguiente. Henry mandaría una nota a Ashe y le diría que quería hablar con él para aclarar las cosas. Le pediría que se reuniera con él en el mausoleo. El tono de la nota dejaría claro que iba a ser una confesión. Si Ashe no sabía qué quería confesar, mejor. Sin embargo, se temía que Ashe tendría alguna idea. Había estado demasiado tiempo encerrado con los libros de cuentas y sospecharía que algo estaba mal aunque no supiera exactamente qué. Sin embargo, eso daría igual después de que se vieran. Podría decirle que había robado las joyas de la corona entre otros miles de pecados y Ashe no podría hacer nada. Ashe estaría muerto. Un hombre estaría escondido entre la maleza y le dispararía mientras hablaban. Después, Trent mataría al hombre que había matado a Ashe y nadie se enteraría de nada. Nadie se preocupaba por un hombre que mataba a otro por dinero, nadie lo echaría de menos y la muerte de Ashe podría atribuirse a muchos motivos como un suicidio, un accidente al manipular una pistola o, incluso, un accidente cometido por su hermano desequilibrado. Esta era la que más le gustaba. Eso le daría la excusa para que Alex volviera con el doctor Lawrence.
Ya había mandado la nota. Ya debería estar en Bedevere esperando a que Ashe la recogiera. El plan estaba en marcha. Todo habría terminado al cabo de unas horas y Bedevere sería suyo.
Ashe se retrasaba. Alex volvió a mirar su reloj y fue de un lado a otro del vestíbulo. No estaba molesto y andaba tranquilamente. Iban a salir a dar un paseo para charlar un rato. Sin embargo, lo había visto sentado en el césped con Genevra y disfrutando de un día excepcionalmente bueno. Cuando volvió a mirar, ya no estaban. No le importaba. Su inquieto hermano estaba contento por fin... y enamorado, aunque tenía la sensación de que ni Ashe lo sabía. Se daría cuenta enseguida y eso lo tranquilizaba. Ashe estaría satisfecho y su satisfacción lo convertiría en un buen administrador de Bedevere y en un buen conde.
No lo había hablado con Ashe y no pensaba hablarlo hasta que fuera absolutamente necesario, pero creía que le quedaba poco tiempo de vida. Había un médico joven en el sitio donde estuvo internado y le contó lo que pensaba sobre su estado. El doctor Lawrence no estuvo de acuerdo con el desolador diagnóstico y prohibió cualquier comentario, pero para él tuvo sentido. La crisis nerviosa fue un indicio de algo más largo. La depresión, las pérdidas de memoria... el médico joven lo llamó una alteración de su sistema neurológico. No estaba loco y eso era una buena noticia. Eso lo mantuvo con fuerzas durante los meses que estuvo allí, pero su estado lo llevaría a la muerte. Con suerte, le quedaba un año. Ya podía notar pequeños cambios. No era nada radical, pero podía notar que perdía energía. Algunos días incluso notaba que se le escapaban las ideas antes de que pudiera retenerlas. Algunos días le costaba hablar. Algunos días le temblaban las manos. Algunos días, como ese, estaba muy bien. Esos días trabajaba mucho. Había trabajado todo el día y había escrito todo lo que quería decir a Ashe cuando llegara el momento en el que no se acordara de las respuestas que estaba buscando su hermano.
Alex se detuvo junto a la mesa. Había una nota doblada en la bandeja de plata. No se recibían muchas invitaciones esos días, pero podía imaginarse el día en el que Genevra y Ashe recibirían montones de ellas. Bedevere volvería a vibrar y los hijos de Ashe correrían por las escaleras y llevarían sus barcos a la fuente. Tomó la nota. Iba dirigida a Ashe, pero no tenía ningún sello que dijese que había llegado de Londres o cualquier otro sitio. La había escrito alguien del pueblo que no vivía en la casa. Tuvo una intuición terrible. Henry ya no estaba en la casa y solo podía ponerse en contacto con Ashe mediante una nota. Desdobló la nota antes de que el remordimiento se lo impidiera. Miró la firma y, efectivamente, era la de su primo Henry.
Leyó lo nota con detenimiento. Esa alimaña estaba tramando algo. ¿Quería hablar con Ashe? ¿Quería confesar algo? No había horas en un día para escuchar su confesión. La petición era muy impropia de Henry, quien no se caracterizaba por arrepentirse de nada. Dobló la nota y la dejó donde estaba. Fuera lo que fuese lo que quería Henry, no podía ser nada bueno. Sus socios en el asunto del carbón debían de estar poniéndose nerviosos. Henry tenía que saber que lo atacarían o que tendría que darles algo. Les daría a Ashe... Si Ashe estaba muerto, no habría competencia por el fideicomiso de Bedevere. Solo Ashe y Henry tenían participaciones en Bedevere. Sintió un escalofrío gélido. Ashe iba a caer en una trampa. Henry no quería confesar nada, quería matarlo. Iría en lugar de Ashe. Henry no quería que muriera todavía. Sin embargo, antes tenía que ir a buscar algo a su cuarto. Un hombre precavido valía por dos y un hombre «loco» con una pistola asustaría al cualquiera. Además, Henry siempre había sido un cobarde.
—Señor, su hermano ha salido solo de paseo.
Ashe asintió con la cabeza. Alex estaba bien desde que volvió, pero Ashe había dejado muy claro que no debía salir solo por los alrededores. Había sido culpa suya. Se había retrasado. Había quedado con Alex y había creído que lo esperaría.
—¿Sabes hacia dónde ha ido y cuándo se marchó?
Alex no podía estar muy lejos. Solo se había retrasado veinte minutos.
—Ashe, lee esto —intervino Genevra en tono tenso mientras la pasaba la nota—. Estaba en la mesa, pero creo que puede explicar a dónde ha ido Alex.
Ashe leyó la nota y cerró los puños con el papel dentro.
—Gardener, tráeme la pistola.
—Tráeme una a mí también —le pidió Genevra antes de dirigirse a Ashe—. Voy a acompañarte. Si Henry tiene pensado hacer algún disparate, me necesitarás.
—No, Neva. No puedo ponerte en peligro —replicó Ashe en tono tajante—. Necesito que te quedes aquí por si Alex vuelve.
No pudo decir el resto de los motivos. Necesitaba que se quedara allí para que se ocupara de todo si él no volvía. Si Henry tenía pensado hacer alguna barbaridad y él no volvía, Genevra tendría que acudir a la justicia.
Gardener bajó las escaleras con las pistolas en las manos. Ashe miró a Genevra. Sus ojos grises se habían oscurecido y la firmeza de su expresión le indicó que había adivinado los motivos que él no había dicho.
—Ten cuidado —dijo ella agarrándolo del brazo.
Ashe se sintió como si fuese a una batalla. ¿Cuándo se había torcido todo? ¿Cuándo se había convertido en algo tan siniestro? La maldad de su primo era mucho más profunda de lo que cualquiera podía imaginarse en el indolente Henry.
Su caballo cubrió la distancia hasta el mausoleo en un abrir y cerrar de ojos. Desmontó antes de llegar. Si se avecinaba algo mortífero, no quería anunciar su presencia. Se acercó silenciosamente y con la pistola escondida en un costado. Si se había equivocado y Henry tenía buenas intenciones, sería ridículo presentarse armado.
Sin embargo, comprobó inmediatamente que sus suposiciones habían sido acertadas. Alex estaba con Henry en el claro, delante del mausoleo.
—Te sorprende verme a mí.
—El mensaje no era para ti.
Henry estaba nervioso. Miraba a todos lados y movía los pies. Algo estaba saliendo mal. Ashe miró alrededor para intentar ver lo que buscaba Henry. ¿Había alguien escondido entre los arbustos?
—Lo sé.
Alex empezó a moverse en círculo. Siempre había sabido cómo manejar a Henry. Al verlo en ese momento, se acordó de que, siendo niños, Alex era el único que conseguía que Henry pagara por sus maldades.
—Eso hizo que el mensaje me pareciera mucho más interesante —siguió Alex—. ¿Qué era eso que tenías que decirle a mi hermano en un sitio tan alejado de la casa?
Alex parecía un gato que acechaba a su presa y Henry lo miraba mientras daba vueltas.
—¿Pensabas decirle que falsificaste la firma de tu tío en muchos recibos? ¿Querías contarle que falsificaste mi firma para sacar dinero de Bedevere e invertirlo en Forsyth?
—Estás chalado y nadie te creerá. El doctor Lawrence dirá que eso es parte de tu paranoia —gruñó Henry entre dientes—. Por muchas cosas que se sepan, nada te salvará.
—Nada te salvará a ti tampoco —Alex levantó un brazo y apuntó a Henry con una pistola—. Los dos estamos perdidos, Henry. ¿Cómo te sientes?
Henry palideció. Ashe miraba fascinado por el espanto. Alex le había parecido frágil desde su vuelta, pero, en ese momento, era fuerte y autoritario, como él lo recordaba, pero su autoridad era fría, sin la compasión que siempre había tenido Alex. Esperó, no quería intervenir hasta que fuese necesario.
—No me dispararás —le desafió Henry.
Sin embargo, te tembló la voz como si no lo creyera ni él mismo. Él, Ashe, tampoco lo creía. Alex dispararía. Su frialdad no dejaba lugar a la duda. La cuestión era si él se lo permitiría.
—Claro que dispararé. Estoy loco y un hombre loco con una pistola es aterrador. Nunca se sabe lo que puede llegar a hacer —Alex lo miró con los ojos entrecerrados—. Aunque también es posible que esté cuerdo. Eso sería más aterrador todavía porque puedes estar seguro de que sé perfectamente lo que estoy haciendo. Te daré una oportunidad, Henry. Quiero que firmes una confesión con todas tus falsificaciones y que renuncies a tus intenciones de controlar Bedevere.
—Es posible que no seas el único que tiene una pistola —replicó Henry con arrogancia—. Es posible que haya un hombre en el bosque que está esperando a disparar.
—¿A mí? —preguntó Alex con un asombro muy exagerado—. Soy un noble. ¿Eso era lo que tenías preparado para Ashe? ¿Alguien iba a dispararle cuando viniera con sus mejores intenciones?
Ashe miró hacia la arboleda. Si había un tirador, todavía podía dispararle. Era esencial que encontrara al hombre oculto. Vio un movimiento en un extremo del claro. En cuestión de segundos, se puso detrás del posible asesino y lo dejó inconsciente. Entonces, Ashe decidió que había llegado el momento de dejarse ver. Agarró la pistola del hombre y avanzó con una sonrisa.
—Henry, tu hombre está inconsciente. Yo mismo me he ocupado. Es muy feo por tu parte que me hubieses preparado una sorpresa tan desagradable. En cuanto a la confesión que te ha ofrecido Alex, me imagino que cada vez te parece más aceptable.
Henry estaba pálido como un muerto.
—Esa confesión sería mi sentencia de muerte. Sabéis cuál es la pena por falsificación.
—Tú también lo sabías cuando empezaste con todo esto —le recordó Ashe.
—Si lo prefieres, te disparo ahora mismo —le propuso Alex.
Ashe se preguntó si su hermano lo haría. Parecía decirlo completamente en serio, pero a él no le gustaba la idea de que matara a Henry a sangre fría donde estaba enterrada toda la familia.
—Creo que Alex no tendría reparos, Henry. Ven a casa y escribe la confesión —le pidió Ashe en tono apremiante.
El rostro de Henry se iluminó súbitamente con algo parecido a la esperanza, como si se hubiese acordado de algo.
—Eso iba a ser complicado.
—¿Por qué?
—Bedevere está ardiendo —contestó Henry con un brillo perverso en los ojos—. Podéis olerlo.
El viento cambió y Ashe pudo oler el humo. Alex se montó en Rex detrás de Ashe y salieron disparados. Llegaron a un alto y vieron las columnas de humo sobre la casa.
—¡Dios mío! —exclamó Alex agarrándose con fuerza a la cintura de su hermano.
Ashe se dio cuenta de que solo era una parte de la casa. También vio a los trabajadores del camino que iban corriendo hacia la casa. Si podía organizar una cadena humana con cubos, podrían salvar la parte principal del edificio. Tenía que hacerlo. Todo lo que amaba estaba allí abajo. Genevra estaba allí.
—Señora Bedevere, hay un hombre que quiere verla.
Gardener la encontró en la sala de música, donde se recluyó después de que Ashe se marchara. Solo quería que él volviera sano y salvo y que todas las intrigas de Henry terminaran de una vez por todas.
—¿Quién es, Gardener?
Lo que menos le apetecía era recibir visitas y tener que hablar de cualquier cosa mientras estaba preocupada por Ashe.
—Es uno de esos hombres del carbón, señora —contestó Gardener en un tono de disgusto—. Ya vino una vez para ver al señor Bedevere.
Genevra pasó la mano por la empuñadura de la pistola de Ashe. Ese hombre podría llevarle alguna noticia de Ashe u otra amenaza de Henry. Bajó las escaleras con la pistola escondida entre los pliegues del vestido.
No le gustó el hombre que vio. Él se presentó como el señor Trent, un empresario, pero no parecía respetable a pesar de las ropas caras. No tenía aspecto de ser un empresario próspero, tenía algo siniestro.
—¿Qué desea? —le preguntó ella.
Él se rio por su frialdad.
—Usted debe de ser la señora Bedevere. El señor Bennington nos dijo que tenía mucho genio. Tenía razón. El señor Bennington conoce a sus mujeres. Quería ver al señor Bedevere. ¿Está aquí?
—Sabe que no. Está con Bennington. Había una nota y estoy segura de que usted lo sabía.
—Si está con Bennington, entonces, ya está muerto —replicó él con una sonrisa de satisfacción.
Genevra hizo un esfuerzo para mantener la calma. No iba a dejarse llevar por el miedo que transmitían esas palabras. Las había dicho para alterarla y no iba a darle ese placer. Henry no mataría a Ashe, no era tan valiente.
—Lo dudo. El señor Bennington ha demostrado más de una vez que es un necio.
—No se preocupe, señora Bedevere, Henry no iba a tener que disparar. Hemos contratado a un profesional para que lo haga. Tiene razón, Bennington no sería capaz de hacerlo.
Genevra empezó a perder la serenidad. ¿Sabía el señor Trent que Alex también había ido? Un pistolero profesional no vacilaría en matar a los dos hermanos. Por un instante, se los imagino muertos en el mausoleo, que los habían sorprendido y no habían podido defenderse. Sin embargo, también se acordó de la noche que fue allí a esperar a Ashe y de cómo sacó su puñal de la bota, de cómo presintió su presencia antes de que la viera. Nadie lo sorprendería.
—No lo creo —insistió ella sin inmutarse—. Es difícil matar al señor Bedevere.
—Si tiene razón, llegará a tiempo para salvarla. Si se ha equivocado, los dos podrán estar juntos en el más allá.
Él levantó una mano y Genevra vio con espanto que otros tres hombres entraban en el vestíbulo.
—Yo me ocuparé de ella, vosotros prended fuego al edificio.
—¡No! No pueden quemar la casa.
Trent encendió una cerilla y miró la llama.
—Le aseguro que sí puedo. Es mi cerilla.
Nadie quemaría el adorado Bedevere de Ashe mientras ella viviera y respirara. Con mano firme, levantó la pistola que llevaba escondida.
—Es mi pistola.
—Solo tiene una bala y yo tengo cientos de cerillas.
Trent no se inmutó por el cañón de la pistola. Ella lo miró a los ojos para que él captara lo decidida que estaba.
—No podrá encender ninguna cerilla cuando esté muerto.
—Entonces, lo harán mis hombres. No puede matarnos a todos.
—¿Tan deseoso está de morir por un palo de madera? —lo desafió Genevra.
Sin embargo, la bravuconada duró poco.
—Ya está bien, jefe —intervino uno de los hombres—. Yo también tengo una pistola. Déjeme que acabe con ella y con todo esto.
—Cunningham... —Trent miró al hombre que acababa de hablar—. Siempre es el pensador. ¿Qué me dice, señora Bedevere? ¿Está usted deseosa de morir por un palo de madera?
Entonces, todo pareció ocurrir muy despacio. Se oyó un disparo que llegó desde lo alto de las escaleras y Cunningham cayó con una mancha roja en el pecho. Otro de los hombres de Trent también disparó. Ella se dio la vuelta y vio que Gardener también caía.
—¡No! —gritó Genevra.
Trent la agarró de la muñeca, la zarandeó hasta que soltó la pistola y la arrastró escaleras arriba hasta que pasaron junto al cuerpo tendido de Gardener.
Gritó y forcejeó, pero nadie podía oírla. Los empleados estaban repasando las tapias del camino. Afortunadamente, las tías estaban en el pueblo y la cocinera tenía el día libre.
Trent la metió en un dormitorio, sacó una cuerda y le ató las manos al poste de una cama.
—Seguramente, Henry resultará ser tan necio como usted cree y el señor Bedevere vendrá corriendo —Trent se rio—. Sin embargo, estaré esperándolo al pie de las escaleras y yo no fallaré.
Genevra le escupió, pero fue un gesto en vano. Él se limpió la mejilla con la mano, se inclinó hacia ella con el aliento oliendo a ajo y la besó obscenamente en la boca.
—Me gustaría que hubiese más tiempo. Podría enseñarle las virtudes de la obediencia. Sería digna de mi cama.
Genevra lo miró con furia y él se rio.
—Veremos qué piensa cuando llegue el fuego. Mi cama podría parecerle una buena oferta a cambio de su vida.
Él se marchó y cerró la puerta, pero ella ya había olido el humo que subía del piso de abajo. Bedevere estaba ardiendo y ella estaba sola. Intentó soltarse, pero el nudo era muy resistente. Si no podía soltarse, quizá pudiera romper el poste de la cama.
Empujó el poste con todas sus fuerzas, pero la caoba que había pasado generaciones en Bedevere se mantuvo firme.
El humo empezó a entrar por debajo de la puerta y empezó a sentir pánico de verdad. Existía la posibilidad de que muriera antes de que pudiera decirle a Ashe que lo amaba.