—¿Ya me crees? —le preguntó él cuando ella se hubo recuperado del asombro—. Henry te chantajeará para casarse contigo y solo por avaricia.
—Ya sois dos —replicó ella con frialdad.
—No me compares con él —Ashe apretó la mandíbula—. Yo vengo sinceramente. El vino con declaraciones de amor. Un hombre enamorado no molesta a una mujer como lo hizo él. Yo no te oculto nada, Neva. No disfrazo mi petición. Es una relación empresarial. Cuando tenga el control legal de Bedevere, Henry dejará de molestarte y tú serás condesa consorte.
Dicho así, parecía una oferta muy tentadora, hasta que se tenía en cuenta todo lo que ganaba él. Tendría el dinero, el control de su hacienda y el control de ella. Estaban en Inglaterra y los derechos de las mujeres casadas eran muy distintos. Casarse con un inglés exigiría un pacto.
—Esa oferta implica que renuncie a mi libertad.
—Te garantiza protección —replicó él.
Estaba loco si creía que iba a renunciar a su libertad por un hombre al que conocía desde hacía una semana. Sin embargo, lo besó a las horas de conocerlo e hizo mucho más al cabo de unos días.
—No te conozco casi.
Ashe sonrió con ironía y los ojos entrecerrados. Era una sonrisa sensual que indicaba que conocía los secretos de ella.
—Creo que conoces lo suficiente como para saber que casarte conmigo no sería algo muy... difícil.
Genevra se sonrojó por la alusión a aquella noche que, en teoría, no debería importar.
—Piénsalo, Neva —siguió él—. ¿Cómo vas a librarte tú sola de Henry? Aunque consigas eludir las repercusiones del sus rumores, volverá y quizá sea violento. En realidad, sobra el «quizá». Hoy ha sido violento. Lo que no consigue con maniobras sutiles, intenta conseguirlo a la fuerza. Henry es muy predecible.
—Eso no es motivo para que nos aprisionemos en un matrimonio.
—Sería una prisión si no lo supiéramos, Neva. Nosotros sabemos muy bien lo que estamos haciendo y lo que conseguiremos.
Empleaba un tono aterciopelado y unos argumentos escurridizos como una anguila. Todo parecía muy sensato cuando lo planteaba así. Sin embargo, en definitiva, todo se resumía en una cosa: ¿acaso necesitaba tanto que la protegiera de Henry como para sacrificar su libertad? No era justo. Se jugaba algo más que la protección, también había que tener en cuenta la hacienda. La habían dejado a su cuidado. ¿Qué sería lo mejor? ¿Casarse con Ashe o seguir siendo su adversaria?
—Al parecer, Henry y tú creéis que solo tengo dos alternativas; él o tú. Sin embargo, tengo una tercera alternativa. Podría endosarte mi participación, dejar Seaton Hall sin terminar y marcharme a vivir a otro sitio. Podría lavarme las manos de todo el embrollo que dejó tu padre.
Era una amenaza vana. Mientras lo decía sabía que significaría abandonar demasiadas cosas. Abandonaría su sueño de ayudar a otras mujeres para que fuesen independientes, abandonaría a las tías e incumpliría la promesa que le había hecho al conde. En resumen, todo lo que creía que había defendido se convertiría en una hipocresía. No podía conseguir que otros fuesen independientes si no podía hacerlo por sus propios medios.
—Creo que te atormentas innecesariamente, Neva. Nunca habrías estado conmigo si no hubieses confiado en mí.
Ashe le tomó una mano, le besó los nudillos, le dio la vuelta y le besó la palma. La pasión empezó a despertarse y a restarle objetividad. Se acordó de las advertencias de Henry. Ashe nunca había sido fiel. Él, desde luego, no había prometido serlo. Había prometido ser una fuente de placer y protección. Sin embargo, cuando le besaba así la mano, ella quería que lo fuese aunque también sabía que, para él, ese matrimonio solo era el medio para llegar a un fin.
Ashe le soltó la mano con un brillo en los ojos como si supiera que estaba ganando terreno.
Ella se levantó y empezó a ir de un lado para otro mientras intentaba recuperar la objetividad. Henry había intentado obligarla a que cediera e, incluso, podría estar detrás del accidente del carruaje. Tenía que reconocer que los ejes serrados no eran accidentales. Henry estaba desesperado. ¿Podía esperar quedarse en Audley al margen de sus empeños?
—No es precisamente la petición de matrimonio que espera oír una chica...
—¿Puedo tomarlo como un «sí»?
No tenía elección. Si quería quedarse en Audley y llevar a cabo sus planes, si quería dejar de huir, necesitaría ayuda. Ashe había demostrado poder ofrecerle protección sin declaraciones de amor. Eso tenía que tenerse en cuenta. Por eso, por sus sueños, por la promesa que le hizo a un conde agonizante...
—Sí, creo que podrías —contestó ella.
—Es un honor para mí que aceptes —dijo Ashe con la rigidez protocolaria que exigía la ocasión. Él respiró con cierto alivio para sus adentros, pero no con mucho. Lo celebraría de verdad cuando Henry no fuese una amenaza para ella o para Bedevere. Verlo agarrándola lo había enfurecido y esa furia lo había sorprendido. Aunque tenía que reconocerse que lo habría enfurecido fuera la mujer que fuese. Sería un sinvergüenza, pero solo se quedaba donde lo recibían con los brazos abiertos. Henry, en cambio, no tenía ese límite. Sin embargo, la furia que se había adueñado de él había sido distinta, había sido más profunda, más posesiva y, además, lo había asombrado por su virulencia. Henry había acosado a su futura esposa. Se sintió aliviado cuando Henry sacó el puñal porque eso le dio la excusa para sacar el suyo y liberó algo de la violencia que se había apoderado de él.
—Neva, quiero pedirte una última cosa. Me gustaría que volvieras conmigo a Bedevere para contarles a las tías la buena noticia. Querrán organizarlo y será mejor que estés para orientarlas.
Ashe le guiñó un ojo con complicidad y ella le sonrió.
—No saben nada del testamento, ¿verdad? Creerán que es una boda por amor.
Él se dejó caer contra el respaldo y estiró las piernas dispuesto a provocarla un poco una vez pasado el nerviosismo inicial.
—Efectivamente, pero creo que podemos satisfacer sus expectativas, ¿no, Neva?
Ella se sonrojó y a Ashe le gustó. No era tan mundana como ella quería fingir algunas veces, pero tampoco le faltaba sentido del humor.
—¿Cuándo será la boda, Ashe? ¿Vamos a representar a una pareja romántica hasta las últimas consecuencias y casarnos inmediatamente o vamos a esperar un tiempo prudencial por el entierro?
—Creo que, dadas las circunstancias, sería mejor inmediatamente. Hasta el rey entenderá la necesidad de garantizar descendencia. La posibilidad de que tengamos un bebé dentro de un año nos perdonará muchos pecados.
Cuanto antes la protegiera a ella, mejor...
—Ya te he dicho que hay pocas posibilidades de que tenga hijos y...
—No lo sabes con certeza —le interrumpió Ashe—. No tiene sentido sacarlo a colación. No beneficia a nuestra causa. Creo que podemos casarnos dentro de una semana. Tengo que conseguir el permiso especial y también quiero que mi hermano esté en mi boda, si es posible. Con tu permiso, saldremos por la mañana para ir a buscar a Alex.
—¿Quieres que yo vaya? —preguntó Genevra sin disimular la sorpresa.
—Cuatro horas en carruaje nos permitirán conocernos mejor —contestó él con una despreocupación que no sentía.
Les daría tiempo para hablar, pero le preocupaba lo que se encontraría cuando viera a Alex. Nunca había entendido completamente lo que le había pasado. Le había espantado tanto la noticia que no había querido hacerlo. Le ayudaría tener a Genevra si la situación era peor de lo que se imaginaba. Ella estuvo un tiempo con Alex, lo conocería e incluso podría ser un consuelo.
Salieron a las ocho de la mañana en el carruaje de viaje tirado por cuatro caballos que todavía se conservaba en Bedevere para eso. Bury St. James estaba demasiado lejos para no estar preparados para el clima, que prometía ser variable, aunque el cielo estaba azul cuando salieron.
El viaje duraría dos días si todo iba bien, según había calculado Genevra. Con suerte y buenos caminos, llegarían a la una o un poco antes. Ashe podría ir directamente a ver a Alex. Pasarían esa noche en una posada y a la mañana siguiente visitarían otra vez a Alex. Luego, volverían con o sin el hermano de Ashe. Sería agotador, pero Ashe había dejado muy claro que no quería estar lejos de Bedevere más tiempo del estrictamente necesario.
Ella intentó distraerse leyendo, pero estar sentada enfrente de Ashe Bedevere y no inmutarse era casi imposible. Ya había perdido el hilo cinco veces por mirar disimuladamente a su futuro marido. Llevaba unos ceñidos pantalones de montar y botas altas y ella no podía dejar de fijarse en sus piernas largas, en sus muslos poderosos que terminaban en una levita azul con un chaleco turquesa debajo. Siempre iba inmaculadamente vestido, hasta para viajar. La sexta vez que lo miró, él la sorprendió.
—¿Qué miras tan fija y frecuentemente mientras finges estar leyendo ese tratado? —le preguntó Ashe con una sonrisa arrogante.
—Solo pienso en lo que estoy leyendo.
—Bueno, mientras tú piensas en las maravillas de... —Ashe se inclinó hacia delante para ver el título del texto—...de los jardines estilo Tudor según el señor Hayman, yo he estado mirándote a ti. La verdad, creo que he salido ganando. Los tratados sobre agricultura nunca me han seducido.
El tono dejaba muy claro lo que sí lo seducía. Ese era el Ashe Bedevere que ella había llegado a conocer y, quizá, el Ashe Bedevere que sería la mayor parte de su matrimonio de conveniencia. Se preguntó si el Ashe que le contó sus recuerdos en el jardín y le habló de los concursos de tiro en las ferias habría sido fruto de su imaginación desbordante.
—¿Para ti todo se limita a la seducción?
—Sí cuando se trata de ti —contestó Ashe sin inmutarse—. ¿Quieres saber lo que pensaba mientras te miraba? —era una pregunta retórica que no pudo contestar—. Me preguntaba cuántas horquillas tendría que quitarte para soltar ese maravilloso pelo.
La temperatura del carruaje se disparó. Estaba alterándola. Su voz y su presencia reclamaban su atención. No podía pasarlo por alto y eso le molestaba. Aunque, en el fondo, no quería pasarlo por alto. Le gustaban sus provocaciones y sus indirectas. La mantenía en ascuas y a la espera de su próxima insinuación. La vida con Ashe cerca había sido más... emocionante. Eso la asustaba. No había ido a Inglaterra para enamorarse. Había ido, precisamente, para todo lo contrario. No quería enamorarse de nadie, pero tenía la sensación de que enamorarse de Ashe Bedevere sería peor.
—¿Qué temes? —preguntó él en un susurro seductor—. Vamos a casarnos y el deseo ya no será un pecado.
—A ti, Ashe, te temo a ti. Creo que puedes volver loca a una chica sin que ella se dé cuenta siquiera y eso es algo que da miedo, claro —Genevra se puso recta—. Nuestro matrimonio es por conveniencia, no por amor. Eres demasiado peligroso para el corazón de una mujer decente. Ya te he dicho que no me interesa lo que me ofreces.
—Estábamos hablando de jardines, Neva —replicó él con un brillo burlón en los ojos.
Estaba disfrutando demasiado con todo eso.
—Casi todos los problemas del mundo surgen de un jardín.
—Solo los del hombre. El hombre fue el único ser de la creación que cayó en la tentación, Neva, y algunos hemos caído más que la mayoría.
Otra vez lo vislumbraba. Cuando ya estaba convencida de que era un libertino de los pies a la cabeza, él le dejaba vislumbrar su parte más humana y profunda y le desbarataba sus ideas preconcebidas. Ella volvió a levantar su tratado de agricultura y se puso a leerlo con una atención exagerada. Si no tenía cuidado, se enamoraría de él. El matrimonio la protegería de Henry, pero ¿quién la protegería de Ashe?
Llegaron a Bury St. Edmunds una hora antes de lo previsto. Ashe buscó acomodo en una posada que se llamaba The Fox y estaba a la entrada del pueblo y cerca de donde estaba ingresado Alex. Era una posada muy agradable y sencilla de estilo jacobino y con vigas de roble. La falta de lujo se compensaba con la limpieza. Ashe reservó dos habitaciones en el piso superior y dio instrucciones para que llevaran los caballos a los establos. Alquilaría una calesa pequeña para ir a ver a Alex.
—Has mirado tres veces el reloj. Eso no va a conseguir que los caballos vengan más deprisa —comentó Genevra en tono jocoso mientras esperaban a que llegara la calesa.
Ashe se reconoció a sí mismo que estaba nervioso. No sabía lo que iba a encontrarse. ¿Dónde había ingresado Henry a Alex? ¿Sería un manicomio con locos furiosos? ¿Cómo estaría Alex? ¿Sabría quién era? Eso era lo que más lo asustaba. Todavía tenía esperanzas de que Alex pudiera contestar a todas sus preguntas. Era difícil imaginarse que Alex había perdido la cabeza.
Llegó la calesa y recorrieron el corto camino a la casa. Las preocupaciones se disiparon ligeramente mientras se acercaban. Era una residencia antigua, en buen estado y con un jardín cuidado. Una vez dentro, Ashe entregó su tarjeta a un hombre y una mujer con un uniforme gris y blanco los acompañó a una biblioteca convertida en despacho. Allí esperaron, pero no mucho. La puerta se abrió y entró un hombre barbudo con una levita oscura y un sencillo lazo.
—Soy el doctor Lawrence, señor Bedevere. Es una sorpresa muy agradable verlo por aquí. Audley no recibe muchas visitas.
—Le pido disculpas por lo imprevisto de mi visita. He vuelto hace poco a mi casa y no quería retrasar la visita a mi hermano.
Ashe se alegró de que hubiera tratado a Alex con su título oficial.
—¿Entiende que su padre ha muerto? —preguntó Ashe sentándose enfrente del doctor Lawrence.
El doctor se encogió de hombros.
—Algunas veces, pero no siempre. ¿En qué puedo ayudarlo?
—Me gustaría verlo y que me digan cuál es su estado. No me lo han explicado plenamente. También me gustaría comentar la posibilidad de que Alex volviera a casa conmigo.
El doctor se puso un poco rígido y aunque lo disimuló con una sonrisa, Ashe se dio cuenta.
—Me parece muy loable, señor Bedevere. Sin embargo, cuando entienda su estado, comprenderá que es mejor dejarlo aquí, donde puede recibir una atención profesional. Tenemos a otros como él, otros con familias parecidas a las suyas. Está en buenas manos.
Ashe lo miró con detenimiento. El doctor Lawrence había sido amable y franco, pero cuando mencionó la posibilidad de llevarse a Alex, se convirtió en un hombre muy receloso. Podía notarlo en sus ojos. Sería preferible no insistir por el momento, no le convenía enemistarse con el doctor Lawrence tan pronto.
—Hábleme de mi hermano.
—Lord Audley lleva con nosotros desde noviembre. Es una lástima que no viniera en cuanto sufrió la crisis. Habríamos podido hacer algo más por él. Sin embargo, como sabe, pasaron casi tres años y hay pocas esperanzas de que se reponga plenamente. Es proclive a crisis recurrentes.
—¿Crisis? Defínamelo, por favor.
—Las crisis nerviosas se producen por algún acontecimiento traumático en la vida de una persona. Según lo que nos contó el señor Bennington, es posible que a él se la produjera el escándalo Forsyth o la situación económica de la familia en general. El cerebro de lord Audley, al no poder hacer frente a sus responsabilidades económicas, dejó de funcionar. Se deprimió, no contestaba cuando se le hablaba ni comía. Perdió el sentido del tiempo —el doctor Lawrence hizo una pausa y bajó la voz—. El señor Bennington me contó que una noche se lo encontró con una pistola. Sus intenciones eran muy claras. Tengo que ser sincero con usted, señor Bedevere. Su familia hizo una labor admirable al cuidarlo lo mejor que pudo después del incidente, pero el otoño pasado, cuando su padre empezó a estar peor, no había ni el tiempo ni la capacidad de ocuparse de los dos y su hermano empezó a empeorar. Había momentos en los que no sabía quién era ni cuáles eran sus circunstancias y eso le creaba mucha paranoia. Empezó a dar largos paseos sin saber a dónde iba. Se perdió algunas veces y hubo que ir a buscarlo. El señor Bennington y cuatro tías ancianas no podían con esas dos responsabilidades. El señor Bennington ingresó a su hermano aquí porque se había convertido en un peligro para sí mismo.
—Me gustaría verlo.
El doctor Lawrence asintió con la cabeza y se levantó.
—Sígame, por favor. Tiene que entender que ahora vive casi siempre en el pasado.
Ashe le pidió a Genevra que lo esperara en el vestíbulo. El doctor Lawrence llevó a Ashe al piso superior y por un pasillo.
—Su hermano puede ir por toda la casa y los terrenos, pero le hemos asignado un acompañante para que no vaya solo a ningún lado —el doctor se detuvo al llegar a una habitación muy luminosa al final del pasillo—. Les dejaré unos minutos.
Ashe entró. Era una habitación blanca y limpia que solo tenía un florero con flores amarillas y una mesa pequeña, pero él se fijó poco en los detalles. Su atención se dirigió hacia una figura desgarbada que estaba de espaldas mirando por la ventana. Se parecía mucho a como lo recordaba. Alex era una versión delgada de él mismo, tenía un físico más esbelto, el cuerpo de un poeta. No era débil, pero nunca había tenido su espalda musculosa ni sus poderosos muslos. Alex había sido fuerte en otros sentidos. Era un pensador perspicaz y una persona compasiva. Habría sido un buen conde.
Alex se dio la vuelta y lo vio. Ashe se quedó sin respiración. Parecía tan normal que Ashe no supo qué había esperado. ¿Acaso alguien desequilibrado no debería tener un aspecto concreto? Al parecer, él había creído que sí, pero Alex llevaba un chaleco y unos pantalones azules, unas botas muy lustrosas y una camisa blanca inmaculada. No parecía más desequilibrado que cualquier otra persona y Alex no sabía que él iba a visitarlo. Eso le dio esperanza.
—Alex —se limitó a decir Ashe.
Los ojos marrones de Alex indicaron que lo había reconocido.
—Ashe. Sabía que vendrías.
Alex se acercó en un par de zancadas y lo abrazó.
—Has venido por fin, gracias a Dios —siguió él en tono sereno pero firme—. Tienes que sacarme de aquí.