Ashe se apoyó en la balaustrada de la terraza disfrutando del calor excepcional y asimilando la escena que tenía ante sí. El sol no se había puesto, anunciando la posibilidad de un verano temprano, y Genevra había vuelto pronto del pueblo, algo que pasaba pocas veces. Estaba leyendo un libro en el recién terminado patio empedrado mientras sus tías cosían.
Era una escena llena de serenidad que se había imaginado mientras había pensado cómo hacer el patio.
También le habría gustado poder decir que el matrimonio era tan espantoso como se había imaginado, que había renunciado a la libertad a cambio de la seguridad económica y que le parecía que estaba atado a una arpía por el resto de su vida. Sin embargo, la verdad era que el matrimonio iba como la seda esas primeras semanas. Genevra ya conocía bien el funcionamiento de la casa y él se dio cuenta de lo indispensable que tuvo que ser para sus tías durante el invierno. Sabía que algunos sirvientes tuvieron que marcharse y contrató otros. Al cabo de una semana, Bedevere tenía tantos empleados como tuvo cuando era niño. Había lacayos que hacían recados, doncellas que enceraban las barandillas, mozos de cuadras en los establos y jardineros en los jardines, claro.
Tampoco había escatimado el dinero y en cuanto pudo le dio una cantidad considerable para Bedevere. Él saldó las deudas más apremiantes y compró material agrícola para sus arrendatarios. Había encargado más obras en los jardines y había previsto comprar más caballos.
Después de la racha de mala suerte que había sufrido Bedevere, era un momento exultante. Él llevaba años sin ingresos periódicos y había vivido de su reputación. Había sido muy complicado conservar sus aposentos en Jermyn Street y mantener un guardarropa aceptable. Sin embargo, el dinero ya no era un inconveniente gracias a Genevra. Podía ver su generosidad en cada rincón de Bedevere, pero a ella la veía más bien poco.
Sin haber tenido un viaje de novios y al haber tenido que tomar las riendas de la casa, adoptaron un horario regular casi inmediatamente. Veía a su esposa por las mañanas, mientras desayunaban y leían los periódicos. Luego, pasaban al despacho a comentar asuntos que Genevra tenía apuntados en una lista de cosas que estaba haciendo y otras que había que hacer. Había que limpiar los desvanes, había que bajar algunos muebles, había que encargar otros muebles y arreglar algunas ventanas, iba a venir un decorador de Londres con cortinas de seda...
Tres días a la semana iba a Seaton Hall para supervisar las reformas y desaparecía parte de la energía que irradiaba por Bedevere. Pasaba otros dos días en el pueblo para ayudar al vicario Browne con los más necesitados. Se había convertido en la esposa perfecta de un caballero. Era eficiente, llevaba la casa, practicaba la beneficencia y ejercía de contacto de él en el pueblo para que pudiera dedicarse a sus otras responsabilidades, que eran muchas.
Él pasaba mucho tiempo con los campesinos para aprender a sacar el máximo rendimiento de las cosechas. Creía que las cosechas habían sido muy malas durante los últimos años y que por eso se había empobrecido Bedevere, pero las cosechas habían sido aceptables.
Muchos campesinos le contaron que el material era malo y que tampoco se mantenía bien la tierra en sí; no se había reparado una tapia y el ganado entró en los campos de maíz; un dique se derrumbó e inundó las cosechas... Alguien había saboteado sutilmente Bedevere. Pensó en Henry, pero no podía demostrarlo... todavía.
Sin embargo, aunque se enteró de muchas cosas, no conseguía resolver el misterio económico que perseguía a Bedevere. Se habían arruinado las cosechas y se había vaciado la caja, pero ¿quién y por qué lo había hecho? Si había sido Henry, ¿por qué? ¿Cómo lo había hecho? Estaba seguro de que la respuesta estaba en algún sitio de los libros de cuentas, pero no sabía por dónde empezar a buscarla. Volvía todas las tardes cansado y desalentado para estar con su esposa y con la tranquilidad que ella le ofrecía. La tenía por las noches, pero ella se marchaba otra vez por las mañanas. Conocía a muchos hombres que no se quejarían y hacía tres meses él habría sido uno de ellos, pero hacía tres meses él era un hombre distinto.
Aquel hombre se pasaba las noches bebiendo en todo tipo de establecimientos, se pasaba semanas sin acostarse con la misma mujer dos noches seguidas y su fortuna dependía de las cartas que le repartieran, de cómo rodaran las bolas de billar o de que recibiera la invitación adecuada. El nuevo Ashe estaba más preocupado por lo que se plantaría en primavera, por arreglar los jardines que rodeaban la casa y por su esposa ausente. Sus conocidos de Londres no lo reconocerían. Él tampoco estaba seguro de que lo reconociera.
Genevra levantó la mirada del libro y lo vio. Estaba preciosa con un sombrero de paja y un vestido azul ribeteado con encaje blanco. Le saludó con la mano y le hizo una señal para que se acercara.
Él empezó a bajar los escalones. Lo único que reprochaba a su esposa era que estaba enamorándose de ella lenta y profundamente.
Se había prometido a sí mismo que no llegaría tan lejos. Podía respetarla, admirarla y encontrarla preciosa, pero nada más. Sin embargo... A esas alturas, la pasión inicial debería haberse aplacado como le había pasado con muchas otras mujeres, pero él contaba las horas que faltaban para que llegara la noche y fuese suya, no la dama de la beneficencia, ni la acompañante de sus tías o de Alex.
Quizá pudiera convencerla para que diera un paseo y adelantarse a la noche...
Solo tenía ojos para ella y eso hizo que Genevra se estremeciera mientras Ashe se acercaba. Se inclinó para darle un casto beso de marido en la mejilla, muy distinto al amante apasionado que se encontraba por las noches.
—¿Os gusta el patio, tías? —preguntó mientras se sentaba al lado de Genevra con los muslos rozándose—. Las rosas florecerán pronto y el olor será maravilloso en verano.
Después de charlar un rato sobre cosas intrascendentes, Ashe le tomó la mano.
—¿Tías, nos disculpáis? Me gustaría dar un paseo con Genevra en esta tarde tan fantástica. A lo mejor vamos al río.
Las tías se sonrieron las unas a las otras y Genevra supo que no lo habían creído. Se sonrojó. Las buenas ancianas eran unas románticas y ella supo lo que habían pensado.
—Tus tías creen que me llevas para tener un... encuentro vespertino —comentó Genevra cuando ya no podían oírlos.
—No se equivocan.
Ashe se rio sin sentirse mínimamente avergonzado por su franqueza. A ella le gustaba eso de él. No se disculpaba por lo que le gustaba o deseaba, y, en ese momento, era ella. La deseaba, pero nadie sabía cuánto duraría eso. Era casi demasiado bueno para ser verdad. Cuando se descuidaba, se olvidaba fácilmente de que su dinero estaba recuperando Bedevere. Claro que la deseaba, dependía de ella. Sin ella, no sería nada. Bueno, Ashe nunca sería nada pero, por un tiempo, era suyo. Tenía que prepararse para cuando llegara el momento en el que necesitara menos su dinero o se cansara de ella y buscara a otra. Un libertino como él no estaba acostumbrado a la monogamia. Philip tardó solo dos meses en tener una amante. Ashe podría tardar algo más allí, en el campo, pero era una cuestión de tiempo. Se mantenía ocupada para notarlo menos cuando llegara ese momento.
—¿Qué te pasa, Neva? Parece como si una nube hubiese ensombrecido tu resplandor.
—Nada —la había sorprendido pensando y tenía que disimular—. ¿Qué tal van las cosas con los libros de cuentas? ¿Has avanzado?
Ella sabía que la situación económica lo angustiaba. Él quería saber lo que había pasado, pero era un terreno en el que no podía ayudarlo. Cuando conoció a las tías el verano anterior, ya se había hecho casi todo el daño y, naturalmente, nadie enseñaba nunca sus libros de cuentas.
Ashe se pasó una mano por el pelo.
—No quiero pensar en eso en un día tan bonito. Es un asunto turbio. Si descubro lo que pasó y quién lo hizo, tendré que denunciarlo a la justicia.
—¿Crees que ha podido ser alguien aparte de Henry? —le preguntó ella con los ojos entrecerrados.
—Siempre existe la posibilidad de que fuera Alex. Nadie esperará que lo denuncie en su estado.
—¿Se lo has preguntado a Alex? Él te lo diría, sabe que no vas a hacerle nada.
—No —Ashe sacudió la cabeza—. Soy un cobarde, Neva. No he querido provocarle un ataque. He disfrutado con mi hermano y de verlo sano. Casi puedo creerme que va a ponerse bien del todo.
Ella sonrió. Era la primera vez que hablaban de algo personal desde la boda. Quizá estuvieran avanzando en otra dirección...
—A lo mejor puedo ayudarte. Estaría encantada de repasar los libros de cuentas contigo si Alex no puede. Quién sabe, quizá recuerde algo.
—En estos momentos, tienes muchas ocupaciones y no quiero molestarte.
Genevra notó que estaba alejándose de ella otra vez y que la vulnerabilidad de hacía unos momentos estaba disipándose.
—Soy tu esposa. Puedes dejarme que te ayude. Quiero ayudarte —se quejó ella.
—Me apañaré, Genevra —replicó él tajantemente y dejando claro que había zanjado la conversación.
Ella caminó en silencio y furiosa por el comportamiento de él. ¿Cómo se atrevía a callarla?
—¿Se sabe algo de Henry? —preguntó ella cuando aplacó la rabia.
—No. Seguramente, estará en sus tierras.
—¿Se quedará allí?
—Si lo que estás preguntado es si puedes dejar de preocuparte, la respuesta es que sí. No tienes que preocuparte. Estás a salvo. Si quiere a alguien, es a mí.
Era la gota que colmaba el vaso. La arrogancia de ese hombre no tenía límites.
—Eso te alegra, ¿verdad? Todo recae sobre tus hombros. Los demás no podemos intervenir —soltó ella con furia.
—Nadie más tiene que correr ningún riesgo —se limitó a contestar él—. Ya hemos llegado al río. Alex y yo nos escapábamos aquí en verano.
Iba a empezar a contar una historia sobre las aventuras de su infancia, pero ella no estaba conforme.
—No hemos acabado la conversación anterior. No quiero que cargues solo con los problemas. Quiero ser algo más que tu banquera, Ashe.
Ashe se puso rígido como si hubiera recibido una bofetada y se quedó mirando a la orilla contraria.
—Nunca te he tratado como si solo fueras mi banquera.
—Acabas de hacerlo.
Genevra se dio la vuelta para marcharse. Estaba punto de llorar y no iba a permitir que él lo viera. Él nunca había dicho que la amara y fuera lo que fuese lo que le dolía, era culpa de ella misma. Había llegado a creerse demasiadas cosas que debería haber evitado. Ashe la agarró de un brazo.
—Genevra, sé justa. Ni una vez he...
Ella se soltó al brazo.
—Una vez, no, siempre, Ashe. Me dejas al margen permanentemente. Estás preocupado por los libros de cuentas, pero no me dejas que te ayude. La mitad de las veces, no me dices lo que piensas. No sé por qué te peleaste con tu padre, no sé por qué pasaste tantos años lejos de aquí. No sé nada. Haces al amor conmigo por la noche y por el día yo te firmo cheques para el banco. Esperas que eso sea suficiente, pero no lo es.
Ashe, con aspecto cansado, se sentó en una roca. Había desaparecido toda la picardía de hacía un rato. Había hablado demasiado.
—Lo siento...
—¿Qué sientes? ¿Haber dicho la verdad? Es verdad, Neva, pero no puedo ofrecerte nada más. Al menos, en estos momentos.
Genevra pensó que quizá no pudiera nunca. Debería haberse conformado con sus fantasías e ilusiones. No la amaba y ella lo había obligado a reconocerlo, lo cual, solo enrarecía las cosas, no las mejoraba. Quien creyera que lo mejor era la sinceridad, nunca había estado enamorada de un hombre que no le correspondía. Se sentó al lado de él e intentó olvidar la desagradable conversación.
—Entonces, Alex y tú veníais aquí de niños —Genevra miró una rama que tenían encima—. Es una pena que no haya un columpio. Sería un sitio perfecto.
—Es el sitio perfecto y había uno —replicó Ashe—. Si te fijas, podrás ver que todavía quedan restos de cuerdas.
Ella miró hacia donde señalaba él.
—¿Qué pasó?
—Henry. Siempre estaba haciéndonos bromas a Alex y a mí. Él lo llamaba bromas, nosotros, no. Al principio sí eran bromas sin gracia, pero, a medida que fuimos creciendo, las bromas fueron haciéndose más peligrosas. Creo que esta fue la peor. Se cortó un poco la cuerda para que quien se montara cayera en el agua. En verano, tienes que columpiarte hasta la mitad del río antes de dejarte caer. Había muy poca agua cerca de la orilla. Si te dejabas caer demasiado pronto, podías golpearte con las rocas, que fue lo que intentó Henry.
Genevra miró el agua para intentar ver las rocas.
—No puedes verlas en invierno y primavera, cuando el río está lleno —le explicó Ashe.
Ella se quedó espantada por lo que le había contado.
—¿Se hizo daño alguien?
—Un primo lejano. Se rompió una pierna y no ha vuelto a andar bien. El accidente le impidió entrar en el ejército y ganarse la vida. Era el hijo segundo y esperaba entrar en caballería.
—Es una historia espantosa. ¿Qué le pasó a Henry? ¿Lo castigaron?
Ashe se acercó y bajó la voz.
—No pudimos demostrarlo. Las cuerdas se desgastan al aire libre. Henry sabe escurrir el bulto muy bien, Neva.
—Es posible que nunca sepas lo que pasó en esos libros de cuentas. Es posible que lo mejor sea no insistir.
—También es posible que si hago eso, vuelva a repetirse. No puedo arriesgarme. Tengo que saberlo. Si es Henry, hay que atraparlo o no parará hasta que lo tenga todo. ¿Lo ves, Genevra? Cuanto menos sepas, más segura estarás. Si es Henry y sospecha que sabes algo que pueda echar por tierra lo que haya tramado...
En ese momento podía entender que la había dejado al margen para protegerla, aunque su plan estuviera mal planteado.
Había que rectificar ese plan. No era amor, pero era un primer paso. Ella le puso un dedo en los labios y no le dejó terminar.
—Si me has traído aquí para seducirme, será mejor que empieces o defraudarás a tus tías.