Al día siguiente llovió para demostrar que la primavera no había llegado plenamente. Todo el mundo se quedó en casa, algo que le vino muy bien a Ashe. Era el momento de meterse con los libros de cuenta, y con ayuda. Lo que le había dicho Genevra en el río le había hecho recapacitar. Solo no conseguiría resolver el misterio de adónde había ido el dinero. Empezaba a estar claro que quizá fuera lo más importante si quería que su vuelta a casa fuese plena.
Durante el desayuno, Ashe contó lo que tenía pensado hacer ese día y Genevra aceptó con un gesto de la cabeza. Los tres se encerraron en el despacho dispuestos a pasar allí todo el día. Ashe se sentó detrás de la mesa y Alex y Genevra se colocaron al lado de la chimenea con una mesa baja entre los dos.
—¿Estás seguro de que estás preparado para esto, Alex? —le preguntó Ashe otra vez antes de que empezaran.
—Sí. Quiero saber si tuve la culpa o alguien se aprovechó de la situación y me uso de chivo expiatorio.
Ashe admiró el valor de su hermano. Alex nunca había eludido sus responsabilidades y tampoco estaba haciéndolo en ese momento.
—Todo lo que sabemos es que, probablemente, alguien cometió alguna irresponsabilidad con la economía de la hacienda —dijo Ashe con las manos encima de la mesa—. Según los libros, se vendieron productos por mucho menos precio que su valor real. Tenemos que repasar los recibos de las facturas de venta. Los recibos nos dirán a quién se vendieron y, quizá, la cantidad real de la venta.
Aunque si había sido Henry y había sido listo, habría cuadrado las dos cantidades. Quizá le hubiese dado un recibo al hombre que cobró y hubiese hecho otro para la contabilidad de Bedevere. Aun así, el recibo tendría un nombre y podrían ponerse en contacto con el comprador.
Repasar los recibos era una tarea agotadora. Había cajas llenas de recibos y se avanzaba despacio. Era como buscar una aguja en un pajar. Estaban buscando una venta extraña entre los recibos de los gastos diarios y de las facturas habituales de Bedevere.
A mitad del montón, Ashe empezó a desalentarse. Quizá no hubiese recibos, quizá su suposición fuese equivocada desde el principio. Entonces, se quedó mirando un recibo. Lo leyó dos veces para cerciorarse. Ya habían tenido algunas falsas alarmas. Era el recibo por la venta de los caballos. Buscó la firma, pero el nombre no correspondía a nadie que se hubiese esperado. La firma garabateada era la de su padre.
—Alex, mira esto —le pidió Ashe mientras le daba la hoja.
—Es de noviembre. Lo más probable es que yo ya me hubiese marchado. Nuestro padre empeoró en noviembre y Henry estaba deseoso de que yo desapareciera. Fue una época muy complicada —Alex hizo una pausa—. Yo no estaba bien en noviembre y tampoco me acuerdo de nada.
Ashe notó que le había costado mucho reconocerlo. Miró a Genevra con la esperanza de que pudiera hacer algo. Genevra tomó el recibo, lo miró detenidamente y sacudió la cabeza.
—Tu padre no pudo haberlo firmado. Para empezar, estaba muy enfermo y no habría querido hacer ninguna operación de venta. Sin embargo, aunque hubiese querido vender los caballos, no habría podido firmar el recibo. En ese momento, ya no podía usar la mano derecha, no habría podido escribir su nombre con esa claridad —volvió a comprobar la fecha—. Tú ya no estabas aquí, Alex. Puedes estar tranquilo de que, en el asunto de los caballos, no tuviste nada que ver.
Ashe pensó que la residencia donde estuvo internado tuvo que haber registrado la fecha de su llegada. Solo quedaba Henry, pero eso planteaba otra pregunta.
—¿Cómo le pagaba Henry al doctor Lawrence? En los libros de cuentas no constan los pagos y tampoco he visto facturas. Sin embargo, el doctor Lawrence me dijo que el señor Bennington pagaba las facturas.
Él esperó que Genevra supiera algo ya que Henry había estado viviendo allí.
—Nunca se habló de ese asunto.
Ashe tamborileó con los dedos en la mesa mientras pensaba en voz alta.
—Henry no tiene ese dinero. Tiene algunas rentas, pero no me lo imagino tan caritativo. No me lo imagino privándose de sus placeres mundanos para pagar al doctor Lawrence.
En realidad, había muchas cosas que no encajaban en absoluto con Henry. Todo estaba demasiado cuidadosamente tramado. El recibo de los caballos cuadraba y eso indicaba que se habían hecho distintos recibos o que lo caballos se habían vendido por un valor muy inferior al que tenían. El único fallo era que su padre no había podido firmar el recibo. Se le ocurrió algo: el testamento. La fecha había sido muy posterior a noviembre. Marsbury tenía el original, pero Ashe tenía una copia. Buscó en el cajón de la mesa.
—Tomad, mirad esto —entregó los papeles a Alex y Genevra—. Aquí, la firma de nuestro padre es casi ilegible, es una raya garabateada.
Encontraron otros recibos con el nombre de su padre increíblemente claro, pero no había rastro del dinero pagado al doctor Lawrence. Ashe escribió unas cartas muy corteses a los compradores para que verificaran las cantidades que habían pagado por sus compras, pero no estaban obligados a contestar. La pregunta esencial seguía sin respuesta. ¿Por qué iba alguien a arruinar intencionadamente Bedevere? Sobre todo, si ese «alguien» era Henry, quien tenía esperanzas de quedárselo.
Ashe se apartó de la mesa a media tarde. Toda la mañana había estado dándole vueltas a una idea.
—Creo que ha llegado el momento de pensar en la posibilidad de que Henry no esté actuando solo.
—¿Con quién? —preguntó Alex pensativamente.
—No lo sé y tampoco sé por qué, pero pueden ser los que pagaron al doctor Lawrence y por eso no tenemos constancia de los pagos.
—También tenemos que pensar en algo más que los recibos —intervino Genevra—. Estos recibos solo son la punta del iceberg. Se vendían cosas, pero eso solo no podría quebrar una hacienda próspera. Se haya hecho lo que se haya hecho, ha durado unos cuantos años. Esto no explica a dónde han ido los ingresos habituales por rentas y cosechas.
Ashe asintió con la cabeza. Ese día solo habían recogido la fruta que estaba más baja. Era el principio, pero quedaba mucho. Ni siquiera tenían el nombre de Henry en algún documento para demostrar que había estado quedándose dinero de las ventas. Si había vendido las cosas a los precios contabilizados, legalmente solo sería culpable de ser un mal administrador.
—Hemos terminado por hoy —Ashe se levantó—. Seguid pensando en cualquier cosa que podáis recordar.
Tenía que estar solo un rato. Estaba lloviendo y no podía ir a dar un paseo. Fue a la sala de música y se refugió en su piano. Había sido un día más emotivo de lo que había esperado. No había creído que repasar facturas y recibos lo afectaría tanto. Sin embargo, ver la firma de su padre en el testamento y oírle a Genevra contar cómo se le habían mermado las facultades le habían recordado con crudeza que somos mortales. Si un hombre como su padre podía deteriorarse, todos lo harían.
Sus pensamientos volaron a la velocidad de sus manos sobre el teclado. Aquella noche, en el mausoleo, asimiló la muerte de su padre, pero no la muerte en sí. Empezaba a darse cuenta de que eran dos cosas distintas. Notó algo detrás de él, dos manos delicadas se posaron en sus hombros y olió a citronela.
—Estaba solo. Sus dos hijos lo habían abandonado —pensó él en voz alta.
—No estaba completamente solo —replicó Genevra con delicadeza—. Tenía a su hermana y a sus cuñadas.
—Y a ti —añadió Ashe.
—Y a mí.
Ella era modesta, pero su padre debió de tomarle mucho cariño. Había depositado en ella todas las esperanzas de Bedevere y no se había equivocado. No le había visto que se equivocara muchas veces, aunque fue difícil reconocerlo de joven. Su padre había acertado en casi todo. Su padre no se equivocó al elegir a Genevra, no solo para Bedevere, sino para él también.
—Gracias por dejarnos a Alex y a mí que te ayudáramos.
Ella se dio la vuelta y se dirigió hacia la ventana.
—¿Tuvo un final muy malo?
Él también fue a la ventana. Esa era la conversación que ella quiso tener la primera noche en el invernadero, pero entonces él no estaba preparado.
—Fue empeorando durante meses —Genevra suspiró y se apoyó en él—. Su médico dijo que había tenido una serie de apoplejías durante los últimos tres años. Cada una lo debilitó un poco más. Se recuperaba un poco y tenía días buenos, pero al final ya no podía andar ni escribir y hablaba con dificultad.
—No puedo imaginármelo.
—No lo hagas. Conserva el recuerdo que tengas de él.
—Recuerdo el último día que lo vi. Fue en esta habitación. Tenía hecho el equipaje para irme a Italia y el carruaje estaba esperándome aunque habíamos discutido por mi marcha. Mi padre no iba a permitir que su hijo emprendiera un viaje que para él era tan innecesario.
Ashe sonrió casi involuntariamente al recordarlo.
Su padre estaba muy orgulloso de su posición en la vida y había enseñado a sus hijos que nunca olvidaran para lo que habían nacido.
—Entró en la habitación y pensé que volveríamos a discutir, pero él se limitó a decirme que nunca me rebajara —siguió Ashe—. Entonces, me pareció que era otra manera de expresar su disconformidad con lo que yo quería hacer.
—¿Qué querías hacer?
Genevra se sentía muy bien apoyada en él, que le rodeó la cintura con los brazos. Hacía años que no hablaba de eso con nadie, pero quería contárselo a ella.
—Quería se pianista. Quería estudiar en Viena y quería ir a Italia para aprender a hacer pianos. Quería hacer los mejores pianos del mundo —Ashe sacudió la cabeza al recordar todas las discusiones con su padre sobre ese asunto—. Sin embargo, eso era algo impropio para un hijo de mi padre. El hijo de un conde, aunque fuese el segundo, no se subía a un escenario ni se ensuciaba las manos como un carpintero. Toda mi vida me educaron para que entendiera que Bedevere era para Alex, pero que había límites en las profesiones que podía elegir. Los pianos no estaban en la lista. Desgraciadamente, no podía imaginarme en el ejército o en un púlpito.
Genevra se rio levemente.
—No sé... Podrías haber sido un vicario muy... popular. Los bancos estarían llenos de mujeres todos los domingos. Podrías haber hecho un servicio enorme a la Iglesia de Inglaterra. Sin embargo, te fuiste —añadió ella en tono serio.
—Sí, nos fuimos cuatro a visitar Europa. Primero fuimos a Viena. Allí tuve un profesor privado, pero era demasiado joven y engreído y tenía demasiado talento. Basta decir con que hubo quienes tuvieron envidia. Una noche, poco después de haber tocado en Schonbrunn, unos matones me abordaron en la calle después de una actuación. Naturalmente, estaban pagados por quienes creían que yo estaba ascendiendo demasiado deprisa. Bastó un cristal roto para acabar con las esperanzas de una carrera como pianista.
Incluso en ese momento, tantos años después, todavía sentía el dolor del corte que acabó con su carrera y recordaba la impotencia que sintió en el callejón al encontrarse cinco contra uno. Genevra, que estaba acariciándole la mano, se la miró antes de que él pudiera evitarlo.
—¿Es esto? —le preguntó ella pasándole un dedo por la cicatriz blanca—. No me había dado cuenta. Se curó bien.
—Gracias a una mujer de Venecia. Nos marchamos inmediatamente de Viena, pero se había infectado y enfermé durante el viaje. Cuando llegamos a Venecia decidimos que necesitaba ayuda profesional. Ella me salvó.
Ashe hizo una mueca de disgusto. Una esposa no debería oír esa parte de la historia. A Genevra no le gustaría saber quién fue la signora del Luca. Sus amigos siguieron poco después a otras partes de Italia, pero él se quedó bastante tiempo con ella para intentar recomponer lo que quedaba de su sueño. Genevra, elegantemente, no ahondó en la historia de la signora.
—¿Te duele? Creo que tiene que dolerte. Me había fijado en que doblabas la mano de vez en cuando, pero no le había dado importancia.
—Me duele si la uso demasiado y comprendí que tampoco podría hacer pianos.
—¿Qué pianos habrías hecho?
Ashe se rio.
—No lo había pensado desde hacía siglos. Iba a hacer pianos con ocho octavas enteras que retumbaran en las salas de conciertos —Ashe suspiró—. Era demasiada tensión diaria. Tampoco podía practicar ni estudiar con la intensidad de antes. Por eso, al cabo de un tiempo, volví a reunirme con mis amigos en Italia y volvimos a Inglaterra.
—Pero no a Bedevere.
—No.
Esa era la parte más dolorosa de la historia. Estaba demasiado avergonzado del fracaso y de cómo se había marchado enfrentándose con su padre.
—El orgullo de un hombre de veintitrés años es un obstáculo enorme, Neva —añadió Ashe. También fue un obstáculo que fue haciéndose insalvable a medida que pasaban los años. Había visto de vez en cuando a Alex cuando pasaba por la ciudad, pero no volvió a ver a su padre.
—Tu padre te habría perdonado.
—¿Por marcharme? Es posible.
Sin embargo, no estaba seguro de que lo hubiese perdonado por haber renegado de Bedevere, por haber renegado de él y por haberse rebajado a algo inferior a lo que era él. Tampoco estaba seguro de que se lo mereciese. Besó a Genevra en el cuello.
—Nunca le había contado esta historia a nadie. Ni a Alex.
Ella se dio la vuelta y le rodeó el cuello con los brazos.
—Me alegro de ser la primera.
—¿Sabes otra cosa que no he hecho nunca? —susurró él.
—Ni idea.
Sus ojos grises brillaron con una malicia provocadora, bajó la mano y lo acarició por encima de los pantalones hasta que él dejó escapar un gruñido.
—Cuidado, Neva, o no aguantaré hasta que te lleve al piano.
El deseo estaba devorándolo en ese momento y la tomó en brazos para llevarla al piano. Tenía que entrar en ella y tenía que sentir las piernas de ella rodeándolo con fuerza. Su dinero había salvado Bedevere, pero ella podía salvarlo a él.