Diecinueve

 

 

 

Ashe iba a acudir. Su cuerpo vibraba solo de pensarlo aunque su cabeza le aconsejaba lo contrario. Debería pedirle que se marchara, debería decirle alguna tontería como que quería esperar a la boda para volver a estar juntos, pero era ridículo. Su cuerpo no quería esperar ni dos días. Entonces, se dio cuenta de que había estado preparándola durante toda la noche. Le puso la mano en la espalda cuando se sentaron a cenar. La miró a los ojos durante un rato quizá demasiado largo durante la cena. Había estado coqueteando ligeramente durante toda la noche, había estado insinuando que continuarían lo que empezaron en la posada. Quizá estuviera mostrándole lo que iba a ser su matrimonio.

Había dado resultado. Ella se puso un camisón de satén en un tiempo récord y empezó a ir de un lado a otro aunque sabía que él no podía arriesgarse a ir a su dormitorio hasta que la casa estuviese tranquila. Fueran a casarse o no, sería bochornoso que lo sorprendieran colándose en su cuarto. Ella esperó que la casa estuviese tranquila enseguida. Quizá pudiese hacer una lista de todas las cosas que había que hacer, de todo lo que tenía que coordinar desde allí para su propia casa. Fue al pequeño escritorio y sacó papel y tinta. Acababa de empezar cuando llamaron. Ella esbozó una sonrisa, se levantó y se alisó el camisón.

—Adelante.

Si lo dijo con más avidez de la que le habría gustado, no podía reprochárselo. Ashe en ropa de cama era una visión que podría excitar a la solterona más recalcitrante. Llevaba una bolsa de lona negra en una mano e iba vestido con una bata azul de estilo indio y con zapatillas, pero nada más a juzgar por lo que dejaba entrever el cuello en pico de la bata. Un arrebato de deseo se adueñó de ella al imaginárselo desnudo por debajo de la tela. Además, había sido muy osado al recorrer la casa vestido de esa manera.

—Compruebo que pensamos de forma muy parecida —comentó él mirándola con un brillo abrasador en los ojos.

—Yo no me he paseado por la casa —replicó ella en tono burlón—. ¿Se ha acostado Alex?

—Está encantado de volver a sus habitaciones —contestó Ashe con una sonrisa vacilante—. Me quedé hablando un rato con él, por eso he llegado un poco más tarde de lo que tenía pensado.

—No hace falta que te disculpes, es tu hermano y...

Ashe sacudió la cabeza para interrumpirla.

—He sido un día largo y complicado. Ahora quiero olvidarme de todo. Solo te quiero a ti.

Solo la quería a ella... Eso podía interpretarse de muchas maneras, pero decidió entenderlo como era. Ella era su desahogo. Era un halago y una ofensa a la vez. ¿Así quería que fuese su matrimonio? ¿Volvería después de un día largo y complicado y se desahogaría con su cuerpo mientras pensaba en otra cosa?

Había acudido a ella en ese momento, la agarraba posesivamente de las caderas y la besaba en la boca con una delicadeza muy excitante para indicarle que tenían mucho tiempo por delante.

—Dame un momento para que lo prepare todo —susurró él con los labios en su cuello.

Fue hasta la mesilla blanca que había junto a la cama. Había dejado allí la bolsa y empezó a sacar cosas; unos frasquitos, un pequeño cazo y un soporte de alambre. Se dio la vuelta y la miró con una sonrisa lobuna.

—Siéntate, observa e intenta imaginarte lo que podríamos hacer con estas cosas.

Genevra lo observó con detenimiento y se olvidó de sus recelos. Los movimientos de Ashe eran demasiado hipnóticos para pensar en otra cosa. Sacaría conclusiones más tarde. Él quitó la pantalla del quinqué y puso el soporte sobre la llama. Reguló la llama, colocó el cazo y vertió cuidadosamente el líquido de los frascos. Si fuese otro hombre, aquello podría haber parecido un experimento científico, pero él tenía la sombrosa capacidad de convertir el acto de calentar unos líquidos el algo pecaminoso y tentador. Olió el vapor con los ojos cerrados y una expresión sensual. Él soltó el aliento y ella también pudo oler la mezcla de lavanda y limón. La miró y le tendió una mano.

—Estoy preparado para ti, Neva. No he pensado en otra cosa durante gran parte del día.

Cuando no pensaba en su hermano o echaba a su primo de la casa familiar o trataba con un médico reticente... Dejó a un lado ese pensamiento aunque hubiese sido muy intenso por su brevedad.

Él tenía los ojos clavados en ella y se levantó dispuesta a sacar el mejor partido de sus atenciones. Si ese principio era el desahogo de él, lo aceptaría por el momento y después vería lo que pasaba. Se quitó los tirantes de los hombros y dejó que el camisón quedara amontonado a sus pies.

—Tentadora...

Él se desató el cinturón y se quitó la bata en un abrir y cerrar de ojos. Ella contuvo la respiración. Ya lo había visto desnudo, pero a la luz de la chimenea. No la defraudó con más luz. Él lo captó y sonrió.

—Esta noche tendremos mucho tiempo para... deleitarnos el uno con el otro. Túmbate, Neva.

Ella supo que esas dos palabras significaban que iba a conseguir que dejara de pensar con coherencia. Obedeció encantada de la vida. Estaba claro que tenía algo preparado para ella aunque no podía imaginarse qué. Sabía que, desnuda y tumbada en la cama, estaba completamente a su merced, algo que le incomodó más de lo que quiso reconocerse. La noche anterior se sintió igual que él, pero en ese momento no sentía lo mismo.

—¿Qué estamos haciendo? —preguntó ella mientras miraba con recelo que él retiraba el cazo.

—¿Estás nerviosa? —le preguntó él mientras se sentaba en el borde de la cama.

—Sí —contestó ella con sinceridad.

Él sonrió, aunque ya no era una sonrisa lobuna, pero dejó muy claro que iba a seguir adelante.

—No haremos nada que no te guste. Empezaremos con un masaje y te garantizo que te gustará. Voy a empezar por los pies.

¡Le gustaba! El aceite templado en los pies era un placer solo aumentado por el movimiento de sus manos, que le recorrían todo el cuerpo; los pies, los muslos, los glúteos... ¿Había algo tan delicioso y decadente como eso? Estaba desnuda con un hombre que la acariciaba, la sosegaba, la preparaba...Eran los prolegómenos perfectos. Cuando alcanzó la espalda, se sentó encima de ella aunque con cuidado de no pesarle demasiado. Podía notar el roce de sus... mientras le masajeaba la espalda.

—¿Dónde has aprendido esto? —preguntó ella, aunque le asombró que pudiera decir algo.

—En Venecia —contestó él con las manos ya en sus hombros y los pulgares en la base del cuello—. Es un arte, un arte sobre todo oriental.

Ella podía creérselo. Era demasiado refinado y pecaminoso para la rígida Inglaterra.

—Entonces, Venecia parece maravillosa —murmuró ella prefiriendo no pensar quién se lo habría enseñado.

—Venecia es maravillosa. Oriente y Occidente se encuentran, es la puerta del Adriático, de Estambul, de Egipto... Gran Bretaña está empezando a darse cuenta de sus posibilidades, aunque los orientales las conocen desde hace mucho.

Él podía conseguir que hasta una lección de geografía resultase pecaminosa. Se inclinó sobre ella, le apartó el pelo y le susurró al oído.

—¿Te llevo ahora, Neva?

Colocó su miembro entre sus piernas y ella, instintivamente, levantó los glúteos. Era un terreno desconocido para ella, pero su cuerpo sabía lo que tenía que hacer y ella se había olvidado de las inhibiciones con la primera caricia.

Él la sujetó de la cintura, la levantó un poco más y entró hasta que lo notó completamente dentro de ella y se derritió. Era el placer que había estado esperando todo el día, el placer que la retenía en Bedevere. La palabra «placer» no expresaba las sensaciones que se adueñaban de ella con cada una de sus poderosas acometidas. Contuvo el aliento y gimió ante la inminencia de la explosión y las palpitaciones del miembro de él le indicaron que los dos estaban muy cerca. En un instante deslumbrante previó al clímax devastador, pensó que eso no eran unas sencillas relaciones sexuales para buscar la satisfacción física, eso era arte.

 

 

Fuera quien fuese quien la había iniciado, no lo había hecho muy bien. Él sintió cierto orgullo al darse cuenta de que había sido el primero en despertar la pasión en Genevra. Quizá no fuese lo más elegante que podía pensar después de un momento tan crucial, pero se le había pasado por la cabeza al contemplar a la mujer que tenía al lado. Se apoyó en un brazo y le trazó círculos en un pezón.

—¿Te parece bien que nos casemos el viernes, Neva? Aunque con cierto retraso, se me ha ocurrido que quizá quisieras invitar a alguien. Podríamos esperar unos días para que llegaran.

Una vez que Henry ya estaba expulsado físicamente de la casa, Ashe podía concederse el lujo de retasarlo un poco.

—No —contestó Genevra lacónicamente.

—Me cuesta creer que una mujer tan hermosa haya aparecido en medio de Staffordshire sin un pasado.

Ella se rio. Fue un sonido seductor que indicaba mucho más de lo que ella misma sabía.

—Sabes que soy americana. No sería prudente invitar a mi familia. No tenemos tanto tiempo.

—Entonces, tienes familia... —comentó él en tono burlón haciéndole círculos en el otro pezón.

—Tenía —replicó ella lentamente—. Durante mucho tiempo solo fuimos mi padre y yo. Él falleció poco después del accidente de Philip. Luego, no quedó nadie de quien pueda hablar. Tengo un tío que cultiva lúpulo cerca de Boston. Ya no nos tratamos mucho.

Ashe supuso que era por el escándalo, pero no dijo nada.

—¿Por eso viniste a Inglaterra? Porque no tenías motivos para quedarte...

—Algo así. Me pareció una buena manera de ponerme a prueba.

—¿Te gusta ponerte a prueba? Al parecer, a mí también. Conseguir que hables de ti misma está resultando un esfuerzo titánico.

—Tú tampoco lo pones fácil —ella se puso de costado, se apoyó en un codo y se quitó la mano de él—. ¿Por qué te marchaste de Bedevere?

Ashe dejó escapar un gruñido, pero fue más jocoso que quejoso. Se tumbó de espaldas con las manos debajo de la cabeza.

—Los hijos segundos tienen que marcharse para no interferir en el camino del heredero y evitar conflictos. Siempre lo entendí. En cierto sentido, hasta me alegré. Después de estudiar en Oxford, estuve preparado para recibir mi educación de caballero por el mundo y para ver qué podía ser —él dejó escapar un suspiro y ella vio que su pecho subía y bajaba—. No lamento haberme marchado, Neva, lo que lamento es no haber vuelto.

Genevra también empezó a trazar círculos con el dedo en el pecho de él.

—¿Qué pasó? ¿Tiene algo que ver con Viena?

Ashe negó con la cabeza y se rio un poco.

—Alex habla demasiado. Te lo contaré alguna vez, pero no esta noche.

Él sonrió como si quisiera disculparse, pero no satisfizo su curiosidad. Neva tendría que esperar si quería conocer sus secretos más oscuros. Era difícil reconocer algunas cosas cuando te importaba lo que pensara alguien. Era una confesión asombrosa si la hacía un hombre a quien nunca, durante su vida adulta, le había importado un rábano lo que pensaran los demás de sus actos. Seguía sin importarle lo que pensaran en Londres, pero se había dado cuenta de que sí le importaba lo que pensara Genevra. ¿Qué pensaría ella si supiera lo que estaba haciendo cuando murió su padre o sobre la pelea o sobre Viena? Si supiera esas cosas, ¿se convencería de que era tan malo como ella creía que era? ¿Vería al hombre que estaba empezando a ser desde que volvió, un hombre cuyo pasado no anunciaba necesariamente su futuro? No se arrepentía completamente de su pasado, pero tampoco iba a permitir que sus extremos lo hundieran.

—Te contaré uno de mis secretos más escandalosos.

La voz de Genevra lo sacó de su ensimismamiento y notó por su tono que estaba bromeando.

—Me gusta ganar dinero y lo hago muy bien.

Efectivamente, podía ser escandaloso. Conocía hombres en Londres que se asustarían sinceramente. En su mundo, los caballeros no ganaban dinero y las damas de alta cuna, tampoco.

—El año pasado doblé los beneficios de mi naviera con inversiones en el extranjero.

Ella hizo una pausa y Ashe casi pudo oír cómo ordenaba sus ideas.

—Tú podrías ganar dinero con Bedevere —empezó ella con cautela.

—Arreglaré las tierras de los arrendatarios antes de que tengan que plantar en primavera.

Él no había pensado hablar de Bedevere mientras estuviera en la cama con Genevra.

—No me refiero a los campesinos, aunque eso también está bien —replicó ella—. Me refiero a la casa y el jardín. En primavera y verano podemos abrirla al público, podemos hacer bollos y servir té, podemos anunciarla en las guías. Este verano voy a hacer la prueba en Seaton Hall.

—¿Dónde viviré yo mientras la gente se amontona en mi casa?

—Supongo que pasarás algún tiempo en Londres...

¿Qué estaba insinuando ella? Había captado el tono. ¿Creía que iba a irse a la ciudad y que dejaría a su esposa en el campo? No lo había pensado. Tendría que planteárselo. Tendría que presentarla en sociedad en algún momento. La idea no le entusiasmaba, no porque no creyera que ella era capaz de salir airosa, sino porque no quería que ella se topara con las partes más sórdidas de su vida.

—Es posible que decida quedarme en el campo —replicó él solo para ver qué decía ella.

—También puedes alquilar la casa de la ciudad si decides quedarte aquí. Hay familias que van a Londres a pasar la Temporada y que no les importaría alquilarla. En cualquier caso, deberías pensarlo. No puedes estar en los dos sitios a la vez y no tiene sentido que una de las dos casas esté desocupada y sea improductiva.

Ashe se rio.

—Neva, ¿nadie te ha dicho que no es nada sexy hablar de dinero después de hacer el amor?

Ella le respondió acariciándole el miembro erecto con su cálida mano.

—No parece que te importe gran cosa —susurró ella.

—Te aseguro que tú eres quien consigue eso, no el dinero.

Ella se sentó a horcajadas encima de él y se inclinó para acariciarle el pecho con sus senos. Lo besó en la boca y el pelo le cayó sobre él como una cortina. Él ya estaba preparado para el siguiente asalto.

—Es preferible no saber demasiadas cosas de golpe, ¿no te parece? —él le tomó el lóbulo de la oreja entre los labios—. El placer me gusta así, sin expectativas ni complicaciones.

Ella bajó una mano entre las piernas de él. A ella también le gustaba así, le gustaba que disfrutara con ella por ser una mujer, no una rica heredera. El problema era que no duraría mucho tiempo así. Ashe temía que antes o después ella querría algo más que su cuerpo. Era de las mujeres que elegían amar plenamente y que esperaban que le correspondieran. ¿Podría ser él uno de esos hombres? Desde el principio había sabido que ese matrimonio iba a implicar que se olvidara de su orgullo. No había esperado que implicara amor, ni siquiera por una de las partes, pero estaba convirtiéndose en algo que había que tener en cuenta, y en una complicación.