Quince

 

 

 

Su plazo de una semana había terminado. Genevra lo había rechazado y a Henry le parecía que Marcus Trent se había tomado bastante bien la mala noticia.

Sentado en la butaca de cuero, con la mesa de despacho entre Marcus y él, intentó no suspirar de alivio precipitadamente. Ese día, los demás no habían acudido, afortunadamente.

Marcus se inclinó hacia delante con los codos apoyados en la mesa de cerezo.

—Entonces, ha llegado el momento de olvidarse del juego limpio, Henry. Todo está preparado, solo nos falta la autorización para empezar la excavación. Si no conseguimos la autorización mediante el matrimonio, habrá que buscar otros medios.

Henry sabía muy bien que «otros medios» significaba accidentes mortales. El grupo de Trent había estado mezclado en otras iniciativas que habían tenido comienzos complicados hasta que los que pusieron las dificultades desaparecieron por ciertas «coincidencias». Tuvo la ocasión de impresionar a Trent por haberse anticipado a los acontecimientos.

—Mi primo ofendió a algunos hombres de Audley. Ganó dinero jugando al billar. Uno de esos hombres estuvo encantado de provocar un accidente de carruaje cuando Ashe pasó por el pueblo esta semana.

Trent no reaccionó como había esperado Henry y arqueó sus espesas cejas negras.

—Y, al hacerlo, es posible que haya mostrado sus cartas, señor Bennington. Es posible que haya sido una estupidez en esta fase de la partida.

—Pero usted dijo que había llegado el momento de olvidarse del juego limpio.

Trent lo calló con la mirada. No se discutía con Marcus Trent.

—La violencia no es la única manera de presionar —replicó Trent con una mirada penetrante—. Mientras usted era incapaz de conquistar a nuestra heredera, yo he estado indagando. La señora Ralston me interesaba muy poco hasta la muerte de su tío, pero las circunstancias me han obligado a fijarme en ella —Trent se llevó el dedo índice a la sien—. La primera lección, señor Bennington, es conocer siempre al oponente. ¿Cuáles son sus puntos débiles y cuáles los fuertes? El punto débil de la señora Ralston es su pasado, como el de casi todo el mundo. ¿Se ha preguntado alguna vez por qué una americana rica se ha recluido en Staffordshire cuando habría podido ir a cualquier sitio y hacer lo que quisiera?

No, nunca se lo había preguntado. Genevra se había presentado como una viuda que quería empezar una vida nueva lejos de América. Hasta esa semana, él había supuesto que una vida nueva incluía un marido nuevo. Sin embargo, al parecer, no estaba muy dispuesta a casarse otra vez. Eso había sido una sorpresa. ¿Acaso no querían casarse todas las mujeres? Incluso las ricas... Se sentía un necio. Aunque lo había rechazado, no se había preguntado el motivo. El silencio de Henry fue bastante elocuente.

—Compruebo que no se le había ocurrido. Afortunadamente para todos nosotros, a mí sí se me ocurrió —Trent le sonrió con condescendencia—. Mis informadores de Londres me han dicho que su primer matrimonio fue desdichado y que la muerte de su marido fue más desdichada todavía. Ella estaba en las escaleras de entrada y vio a dos lacayos que arrojaban al pobre infeliz debajo de una carreta de reparto. Murió al instante —Trent sacudió la cabeza—. Estoy seguro de que no fue exactamente así, pero si se supiera, a ella le perjudicaría mucho —le entregó un sobre marrón a Henry—. Ahí lo tiene todo. Creo que a la señora Ralston podría parecerle más apetecible el matrimonio, sobre todo, si la protege de esos rumores —Trent ladeó la cabeza—. Usted no le es indiferente, ¿verdad, señor Bennington? Creía que me había dicho que son buenos amigos.

—No, no le soy indiferente —mintió Henry llevado por el orgullo.

—Perfecto. Ella podría ser más receptiva si se lo propone un amigo, pero no esperaré mucho, señor Bennington. Tengo entendido que la han visto con su primo en el pueblo —Trent se dejó caer contra el respaldo mirándose las uñas—. Esta es su ocasión para vengarse. Puede robarle su mujer y su hacienda. Es lo que ha estado esperando toda su vida y le sirvo la ocasión en bandeja de plata.

Henry le dio las gracias con un gesto de la cabeza y se levantó. Trent estaba haciéndole un servicio impagable. Sabía muy bien que los planes de Trent, el consorcio de Trent y el dinero de Trent habían permitido llegar hasta allí en el plan de extraer las riquezas minerales de Bedevere. También sabía muy bien que Trent no hacía esos favores a cambio de nada. Trent se llevaría una buena participación de la explotación minera, pero él no podía dejar de preguntarse si no buscaría algo más.

Dejó esa idea a un lado. Quizá diese igual. Trent podía jugar a lo que quisiera si él conseguía lo que quería y lo primero que tenía que hacer era visitar esa tarde a Genevra.

 

 

Se decía que las malas noticias nunca llegaban solas y, efectivamente, Genevra dejó las dos cartas con las manos temblorosas. Ninguna decía nada bueno.

Henry le había mandado una nota pidiéndole que le dejara visitarla esa tarde. A juzgar por el contenido de la carta y su comportamiento de los últimos días, empezaba a replantearse los motivos de Henry para ser tan apremiante. Había sido demasiado insistente en que su amistad pasara a ser algo más incluso cuando ella había intentado disuadirlo lo más cortésmente que había podido. Henry era un hombre distinto desde el fallecimiento del conde y estaba preocupada por lo que podría querer al solicitar esa reunión.

La segunda nota era de Ashe y había llegado, con sello de Audley, unas horas después de que ella volviera. El señor Ashton Bedevere, en lenguaje protocolario, deseaba visitar a la señora Genevra Ralston al día siguiente por la tarde para comentar una propuesta beneficiosa para los dos. Si la nota fuese de otro hombre o hubiese llegado en circunstancias distintas, no estaría preocupada. Sería comprensible que quisiera hablar de la hacienda o, incluso, comentar la posibilidad de un préstamo. Después de una semana valorando la situación, un hombre normal estaría dispuesto a aceptar cuál era la relación como socios que tenían.

Sin embargo, no se engañaba. Sabía que Ashe no era un hombre normal y eso significaba que no tenía ni idea de lo que podía querer para solicitarle una visita. Se habían separado enfadados por un asunto que había empezado siendo de trabajo y que pronto acabó siendo personal.

Miró las manecillas del reloj. Eran casi las once. Tenía dos horas y lo único que podía hacer era esperar y cambiarse de vestido, una distracción pequeña pero útil.

 

 

Genevra se había puesto un vestido azul oscuro con encaje blanco y su doncella le había recogido el pelo con una especie de moño muy sofisticado. Daba la imagen quería dar, la de una mujer respetable y segura de sí misma. Acababa de ponerse los diminutos pendientes de perlas cuando le anunciaron que Henry había llegado. Se alisó el vestido y tomó aliento.

Henry la esperaba en la sala elegantemente vestido con pantalones de montar y una levita azul muy refinada. Llevaba el pelo dorado cepillado y un ramo de flores, algo muy singular a finales de invierno. Ella aceptó las flores con cautela por lo que pudieran significar.

—Son preciosas, Henry. Las pondré en un florero. Estarán muy bonitas en esta habitación. ¿Dónde has encontrado narcisos tan temprano?

—Un amigo mío tiene un invernadero —contestó él con una sonrisa espontánea—. La casa está quedando muy bien. ¿Hay más habitaciones terminadas?

—Mi dormitorio y la cocina, pero está previsto que la planta de abajo esté terminada este mes.

Genevra se sentó y se alisó el vestido. La conversación parecía poco natural. Él pareció de acuerdo, se aclaró la garganta y también se sentó. Su rigidez delataba su nerviosismo. Otra vez estaba representando a la perfección el papel del pretendiente ansioso. Le gustaba representar distintos papeles. ¿Qué más papeles habría representado durante su relación? ¿El amigo? ¿El sobrino fiel que acudía junto a su tío enfermo? Le maravilló no haberse dado cuenta antes. Henry era un actor consumado. Había visto sus distintas caras, pero todavía no lo había visto a él de verdad. Se sintió traicionada. Si eso era verdad, la había engañado a ella y había engañado a las tías. El único que no había picado era Ashe. Entonces, ¿eso significaba que Ashe también tenía razón en todas sus conclusiones sobre Henry?

—Genni, está resultándome más difícil de lo que me imaginaba —a ella le sonaron todas las campana de alarma—. Ya sé que rechazaste mi primera petición de matrimonio, pero tengo cierta información que puede cambiar las circunstancias.

Él lo dijo con delicadeza, como un amigo, pero sus ojos tenían un brillo acerado que lo desmentía. Estaba empezando a aprender a interpretarlo, a ver las pequeñas grietas en su fachada que debería haber visto antes.

—¿Qué información, Henry? —le preguntó ella haciendo un esfuerzo para no mostrar nerviosismo.

Se acordó de la advertencia de Ashe. Si él había descubierto su secreto, Henry también podría descubrirlo. Henry bajó la mirada como si buscara las palabras que quería emplear. Empezó lentamente, como si todavía no estuviera seguro.

—Tengo entendido que la muerte de tu marido estuvo rodeada de algunos detalles desagradables.

Le tocaba a ella representar su papel y se miró las manos.

—Tuvo una vida desagradable y no es de extrañar que su muerte también lo fuese.

Él tendría que acusarla más abiertamente si quería asustarla. ¿Sería tan valiente Henry?

—Sin embargo, los detalles desagradables se refieren a ti. Estoy seguro de que no querrías ser víctima de esos rumores aunque no tengan fundamento. Si te casaras con un apellido respetable, estarías a salvo de unas repercusiones tan indeseables. Nadie se atrevería a contradecir a los Bedevere.

Henry lo sabía... La verdad era que había sido muy resuelto, pero también era muy impropio del hombre que creía haber llegado a conocer durante el invierno. Lo miró fija y penetrantemente.

—¿Estás intentando chantajearme para que me case contigo, Henry?

—¡Genni! ¿Cómo puedes pensar algo así?

Su espanto pareció sincero, pero quizá fuese el bochorno porque había visto su jugada rastrera.

—¿Entonces? —insistió ella—. Llamémoslo por su nombre. Te rechacé cortésmente y ahora crees que has recuperado tus posibilidades por unos medios más... ingratos.

Henry se levantó congestionado por la rabia y con los dientes apretados.

—He venido para hacerte una propuesta de matrimonio honrada y me tratas como a un perro —él se golpeó un muslo con los guantes como si estuviese alterado—. ¿Ya te ha predispuesto mi primo contra mí? Te avisé que lo haría, pero esa advertencia, como mi oferta, ha caído en saco roto. Es posible que esperes la misma oferta de Ashe, el gran señor Bedevere, y probablemente la recibas. A él le importaba un rábano Bedevere hasta que se enteró de que yo podía recibirlo. Se casará contigo por Bedevere y por tu dinero, pero no por amor. Nunca será fiel. Es infiel por naturaleza. No creo que seas una mujer que vaya a tolerar eso, pero, aun así, cuando te ofrezco un matrimonio digno, lo desprecias.

Genevra también se levantó y dejó la mesa supletoria entre ellos. Henry había querido intimidarla con su estatura y su ira, pero no iba a asustarse tan fácilmente.

—Me gustaría que te marcharas en este momento.

La desasosegaba ese Henry camaleónico que adoptaba distintos papeles con una facilidad pasmosa. Ese Henry era un desconocido para ella y no confiaba en él. Había ido allí como un pretendiente, pero, súbitamente, se había convertido en un hombre furioso.

Henry se acercó a pesar de la mesa. No podía retroceder y se puso muy recta. Además, se recordó que había sirvientes. Él alargó una mano para acariciarle una mejilla.

—Eres la respuesta a las plegarias de Ashe. Quiere casarse contigo por tu dinero y Bedevere. Se acostará contigo y te abandonará, pero yo te protegería de eso y de lo que haga falta, cariño.

Genevra le apartó la mano bruscamente.

—Me gustaría que te marcharas en este momento —repitió ella.

—No puedes obligarme.

Los ojos azules de Henry brillaron implacablemente y la estrechó contra sí agarrándola con fuerza de la cintura. Ella forcejeó, pero él sonrió con frialdad y no la soltó.

—Es posible que cambies de opinión sobre el matrimonio si pruebas lo que te perderías. Ashe no es el único amante del mundo.

Genevra le golpeó el pecho con los puños, pero no ganó gran cosa. No se había dado cuenta de lo fuerte que era Henry.

—Suéltala, Henry. Ha dejado muy claro cuáles son sus intenciones, como lo has hecho tú —dijo una voz peligrosamente gélida.

Era Ashe. Henry la soltó tan rápidamente que ella estuvo a punto de caerse en el sofá.

—Esto no es de tu incumbencia.

—Una mujer en apuros siempre es de mi incumbencia. Me parece que ya hemos pasado por esto antes, Henry —Ashe entró al centro de la habitación con los ojos clavados en él, pero se dirigió a ella—. ¿Estás bien, Neva?

—Sí.

Genevra contenía la respiración y observaba a los hombres que daban vueltas. La sala era demasiado pequeña para los dos. Pensó que su habitación recién reformada acabaría destrozada.

—Te acuerdas de la hija del terrateniente, ¿verdad, Henry? —le preguntó Ashe en tono burlón.

Un puñal apareció en la mano de Henry como caído del cielo. Genevra contuvo un grito, pero Ashe, con la misma destreza que ella vio en el mausoleo, sacó su puñal de la bota. Henry se quedó parado un instante.

—Ya estamos igualados —siguió Ashe blandiendo el puñal—. No tengo miedo de pelear. Creo que gané la última vez.

Iban a pelear por ella, con puñales y en su sala. No lo quería, pero tampoco podía hacer nada. No era cobarde, pero solo una necia se metería entre dos hombres con puñales. Retrocedió todo lo que pudo en el sofá para no ser una víctima de la guerra entre los dos primos. Henry la miró fugazmente.

—Es una conducta impropia de un caballero y no pienso caer en ella.

Escudarse en la caballerosidad era una excusa cobarde. Ella respiró con cierto alivio. Si Ashe era mínimamente juicioso, le concedería esa escapatoria a Henry. Ashe volvió a guardarse el puñal en la bota y dirigió una mirada tan gélida a Henry que este se marchó sin despedirse siquiera. Fue entonces cuando ella se fijó en que Ashe había acudido resplandeciente a la visita. Llevaba los pantalones de montar blancos metidos en unas botas negras y lustrosas como un espejo. Su abrigo tenía botones dorados y debajo llevaba una levita azul con galones dorados en los hombros. Un alfiler con un rubí le sujetaba el lazo blanco que colgaba elegantemente sobre un chaleco de seda. Era impresionante hasta en esas circunstancias. Ashe se fijó en que lo miraba.

—Voy de uniforme...

Y también fijaba el tono de la reunión. Una nota protocolaria, una vestimenta protocolaria... Quería que fuese una visita oficial y eso le preocupaba más todavía. ¿Qué pretendía?

—Te pido disculpas, Neva —Ashe inclinó levemente la cabeza—. Una mujer hermosa puede sacar lo peor que hay en los hombres.

—Como el dinero —replicó ella con cierta sangre fría—. No soy tan ingenua como para creer que Henry y tú estabais luchando por mí.

Estaban luchando por el dinero porque sabían que quien la controlara a ella, controlaría Bedevere. Era algo que todos habían sabido y que ya no disimulaban.

Ashe permaneció inmutable. Se sentó en una butaca y la miró con sus ojos de color musgo.

—Perfecto. Entonces comprenderás por qué es absolutamente indispensable que nos casemos inmediatamente y por el bien de los dos.