Diecisiete

 

 

 

Las personas desequilibradas siempre pedían que las sacaran de allí. El doctor Lawrence le había dicho que tenía ataques de paranoia. Aun así, Ashe no se lo contó al doctor cuando volvió a por él. Se limitó a decirle que se alegraba de la visita y que volvería al día siguiente. Aparte de un poco de paranoia, Alex no había dado señales de desequilibrio mental.

 

 

Esa noche, en The Fox, se lo contó a Genevra.

—Naturalmente, no hablamos de nada desagradable aparte de la muerte de nuestro padre.

Él le sirvió otra copa de un vino tinto excelente. Tenían una sala privada y estaban cenando un guiso de venado y un pan recién hecho deliciosos. En el aparador los esperaba un pastel de frutas para el postre.

—A lo mejor puede hacer algunas cosas sin alterarse.

Él lo dijo con cierta esperanza y tristeza. No había cura para ese tipo de enfermedades y no le servía de nada fingir que la había.

—Me alegro de que la visita saliese bien.

Genevra tomó un poco de guiso y la luz de las velas le iluminó la delicada curva de su mentón. Parecía un ángel, su ángel... o su demonio. La había conquistado para bien o para mal, por Bedevere, por sus tías y por Alex. Necesitaba su dinero para todos ellos. Por ellos la había conquistado de la única manera que sabía, uniéndola a él con la pasión y la seducción aunque temía que fuese a costarle lo que le quedaba de orgullo y de alma. Podía hablar todo lo que quisiera de protección, pero cuando hubiese desaparecido la preocupación por Henry, solo podría retenerla con el placer que le diese en la cama. Todas las mañanas se vería en el espejo y sabría que ese era el precio que tenía que pagar.

—Mañana volveré a verlo —Ashe se levantó para tomar el pastel—. ¿Te importará quedarte sola unas horas?

—En absoluto. Iré al mercado para ver si hay algún comerciante que quiera vender algunas de las cosas que han hecho tus tías para el verano —Genevra alargó la mano entre risas para quitarle el pastel y el cuchillo—. Déjame. Es un pastel, no un cochinillo. Estás despedazándolo, Ashe.

Ella le pasó una porción del pastel y él se quedó impresionado porque era un momento muy hogareño. Los pequeños detalles como esos no le habían importado gran cosa. Era una novedad que alguien que no fuese un sirviente le hiciese algo. Se preguntó si sus amigos Merrick y Alixe harían esas cosas. Naturalmente, Genevra y él no vivirían así. Ellos tenían que casarse por interés y Merrick y Alixe se habían casado por amor. Estaba terminándose el pastel y pensó que le gustaría que las cosas fuesen distintas entre ellos. Si la hubiese visto en un salón de baile en Londres, si él hubiese podido casarse con quien hubiese querido, quizá su belleza, su elegancia y su ingenio lo hubiesen tentado a conquistarla de una forma formal. Era una lástima que nunca fuese a saber lo que sentiría al intentar conquistarla honradamente, como un hombre enamorado.

No sabía que una parte de sí mismo, desconocida hasta ese momento, había podido querer casarse por amor a pesar de las certezas que había aceptado hacía tiempo. Hasta los segundos hijos tenían que casarse por dinero, mejor dicho, sobre todo, los segundos hijos.

—Estás muy pensativo. ¿Estás pensando en Alex?

Genevra se levantó para retirar los platos, otro gesto íntimo y hogareño.

—No —Ashe suspiró y se apartó un poco de la mesa. No iba a decirle lo que había pensado—. Gracias por venir. Me ha parecido que Alex estaba bastante bien y he cambiado de opinión. Creo que mañana le gustaría verte. Podemos contarle que vamos a casarnos —él sonrió con malicia—. Tendrías que dejar de ir al mercado para colocar las cosas de mis tías...

Ella se rio ligeramente.

—Vaya, veo que estás empezando a aceptar la idea.

—A tolerar la idea —replicó él riéndose también—. Como no puedo disuadirte, he decidido tolerarlo.

Fue un momento agradable y esperanzador. Con el tiempo, su matrimonio quizá estuviese lleno de más momentos como ese cuando dejasen de ser dos desconocidos unidos por las circunstancias.

—Es tarde, debería subir.

Genevra terminó de recoger las cosas y las dejó en al aparador con lo que quedaba de pastel.

—Te acompañaré.

Ashe se levantó y sonrió al captar la cautela de ella. Notó que había querido rechazar su oferta. Si subía sola, podría refugiarse detrás de una puerta cerrada con pestillo antes de que subiera él. Eso no satisfaría ni al libertino que había en él ni al futuro marido. Al libertino que había en él le parecía la ocasión perfecta. Estaban solos en una posada, solo los acompañaban la doncella de Genevra y el cochero. ¿Quién iba a saber si él iba a la cama de ella o viceversa? Además, ¿a quién iba a importarle en vísperas de la boda? El futuro marido que había en él lo consideraba como otra ocasión para que ella confiara en él. Quizá fuesen a casarse sin amor y casi sin conocerse, pero no sería un marido despiadado, no sería otro Philip.

—No hace falta. Quédate y disfruta del brandy.

Él fue a replicar que no lo haría cuando podía estar disfrutando con ella, pero esa noche no quería ser irreflexivo.

—Creo que no es una noche para estar solo, Neva —dijo él con delicadeza.

Los dos días anteriores habían sido muy tensos para los dos por motivos distintos. Ella había comprobado que no podía fiarse de Henry y había comprobado que solo le quedaba otra alternativa. Él se había reunido con su hermano y había concertado un matrimonio. Todo ello los había alterado emocionalmente y había llegado el momento de descansar de esas emociones.

—Muy bien, puedes acompañarme —concedió ella con la misma delicadeza que él mientras salían de la sala.

Ashe apoyó una mano en la parte baja de la espalda de Genevra mientras subían las escaleras. Llegaron a la puerta, pero ella no consiguió abrirla.

—Déjame.

Ashe tomó la llave, la metió en la cerradura y abrió la puerta. Había una chimenea encendida, alguna de las doncellas había estado hacía poco tiempo.

—¿Tienes todo lo que necesitas?

—Creo que sí.

Lo miró con un brillo en sus ojos grises y el pulso acelerado en el cuello. Le habían afectado la intimidad de la cena y del viaje en carruaje. Lo deseaba. Ashe entendió inmediatamente la reticencia de ella en la sala. Lo deseaba, pero no porque él la hubiese seducido durante la cena, cosa que no hizo, ni porque quisiera satisfacer una curiosidad como le pasó en la biblioteca. Lo deseaba sin más y saberlo era muy gratificante para los dos, pero también sería una llamada atronadora a la cautela. A ella le preocuparía que pudiera utilizarlo contra ella, como hizo Philip. Le preocuparía que ese deseo la debilitara en esa relación tan volátil que tenían.

Entendía muy bien esos sentimientos porque eran muy parecidos a los que tenía él. No la deseaba porque quisiera garantizar su descendencia, la deseaba porque era una mujer preciosa. Inclinó la cabeza para besarla lentamente.

—Neva, me gustaría entrar —susurró él.

Esa noche le demostraría con el cuerpo lo que no podía decirle con palabras. Notó que ella temblaba mientras lo pensaba.

—De acuerdo.

 

 

Ya no podía echarse atrás, quizá nunca pudo. Quizá se hubiese engañado sobre aquella noche en la biblioteca. En realidad, nunca fue algo aislado. Genevra entró, notó el cuerpo de Ashe detrás de ella y oyó que cerraba la puerta con sus elegantes manos. Esa noche, él sería su amante. No se hacía ilusiones sobre lo que quería él. No había entrado para ver si había ratas, había entrado para acostarse con ella y ella no podía fingir que no hubiese estado pensando en eso durante todo el día. Quizá fuese lo más atrevido que había hecho en toda su vida. No sería algo imprevisto y repentino como en la biblioteca. Aquella noche no había bajado pensando que se encontraría a Ashe y que dejaría que la sedujera. Esa noche era premeditado y después no tendría la excusa de decir que fue algo irreflexivo.

Se dio la vuelta para quitarse las horquillas mientras lo miraba. Se quitó dos horquillas y el pelo le cayó sobre los hombros.

—Dos, la respuesta es dos.

Ashe dejó escapar un gruñido de placer y los ojos le brillaron como ascuas.

—Déjame que yo haga el resto. Déjame desvestirte y venerarte.

Ella se rio.

—¿Vas a representar el papel de una doncella?

—No, voy a representar el papel de un adorador. Ninguna doncella te ha desvestido como lo haré yo.

Le desabotonó los diminutos botones de la espalda con una destreza asombrosa y le bajó las mangas con una delicadeza que le puso la carne de gallina. Le recorrió los hombros con los labios, la agarró de la cintura y le pasó los pulgares por debajo de los pechos. Ella gimió. Había tardado muy poco tiempo en ansiar sus caricias. La besó en el cuello, le mordió ligeramente el lóbulo de la oreja y, por fin, le tomó los pechos con las manos y se los acarició por encima de la tela de la camisola hasta que se endurecieron. Entonces, le tomó el borde de la camisola y se la quitó por encima de la cabeza. Ella contoneó las caderas para que el vestido cayera al suelo. Ya estaba desnuda y libre. Se dio la vuelta entre sus brazos y se besaron con avidez.

Le tocaba a ella desvestirlo. Tomó su lazo y le deshizo el complicado nudo. Le quitó la levita y el chaleco con los dedos temblorosos.

—Creía que solo las mujeres se ponían tantas capas de ropa.

No se había imaginado que desvestirlo fuese tan desesperante, pero tampoco se había imaginado que su deseo fuese tan intenso. Notaba que le palpitaba el cuerpo, que las caricias de él la habían llevado al punto de ebullición. Le sacó los faldones de la camisa de los pantalones, pero él se apartó.

—Mírame, Neva.

Otra vez, su torso era magnífico, las sombras y luces de las llamas dibujaban su musculatura. Sus dedos ansiaban trazar las líneas de esos músculos y bajar por la hipnótica línea que descendía hasta la cinturilla del pantalón. Tragó saliva cuando las manos de él siguieron el rumbo de su mirada y, descaradamente, se acarició la erección por encima del pantalón.

Se quitó las botas y se bajó el pantalón sin que ella pudiera apartar la mirada. Era lo más erótico que había podido imaginarse. Estaba exhibiéndose a ella, estaba excitándola y la observaba con detenimiento. Sabía perfectamente el efecto que estaba causando.

Se acercó a ella espléndidamente desnudo y sin pudor. La tomó entra los brazos y la estrechó contra la erección sin fingimientos ni recato. Ella notaba la cama pegada a la parte de atrás de sus rodillas. La tumbó y se puso a horcajadas encima de ella. Parecía un nativo americano con su pelo moreno enmarcándole el rostro a la luz de la chimenea.

—Eres hermosa, Neva —susurró él con la voz ronca.

Ella se deleitó con el poder que sentía al saber que despertaba ese deseo en un hombre que podía conseguir a cualquier mujer. En ese momento era Eva... o, quizá, Lilith.

Le tomó un pezón en la boca y lo succionó. Ella se arqueó. Su cuerpo anhelaba más, le suplicaba esa liberación que se escondía detrás de ese placer. Él bajó la boca hasta su ombligo.

—Si tuviéramos vino, te enseñaría una cosa —susurró él.

Su aliento cálido hizo que se estremeciera. La simple idea bastó para que alcanzara el límite del deseo. Lo acarició y le tomó los glúteos entre las manos para que se dirigiera hacia su parte más íntima. Por fin, la punta de su miembro empezó a abrirse camino y él le separó las piernas con las rodillas. Podrían haberlo alargado, pero estaban preparados y ya habían esperado bastante por esa noche.

Él se levantó un poco y acometió. Ella lo recibió con un grito casi de felicidad. Volvió a acometer una y otra vez y ella siguió el ritmo de su cuerpo. Arqueó las caderas, lo rodeó con las piernas y le acarició la espalda. La poseyó con una ferocidad idéntica a la de ella. Estaban al borde de una locura deslumbrante. Entonces, esa locura alcanzó un punto que la hizo añicos de deseo satisfecho y pasión consumada.

Ashe quedó tumbado a su lado tan saciado como ella. Tenía la respiración entrecortada y la piel brillante por el sudor. Apoyó la cabeza en su hombro, sus respiraciones fueron serenándose y entonces, si decir nada, ella se quedó dormida.