—¡Ha pasado un mes y no han hecho nada!
El enojo de Henry le dio valor ante los socios que estaban sentados alrededor de la mesa de la biblioteca de Marcus Trent.
—Es muy impaciente, señor Bennington —replicó Trent—. ¿Cuánta mala suerte puede tener la familia Bedevere antes de que la gente empiece a preguntarse el motivo?
—Cuanto más esperemos, más ocasiones tendrá el señor Bedevere de repasar los libros de cuentas y de darse cuenta de que hay algo raro —argumentó Henry—. Ya sabemos que ha empezado.
Gracias a las contrataciones de Genevra, había sido relativamente fácil infiltrar a un hombre en Bedevere que los informaba de las actividades interesantes. La semana anterior los había informado de que Ashe había empezado a repasar las cuentas y de que había mandado cartas a personas que Henry reconoció como compradores de productos que él había vendido.
—Henry, si solo ha repasado los recibos, hay poco que temer. Solo descubrirá que eres un comerciante muy malo.
Henry asintió con la cabeza sin saber si se atrevía a insistir otra vez. Empezó con las ventas para arruinar Bedevere poco a poco. Le daba igual lo que cobraba. Todo era un plan para asfixiar tanto a Bedevere que cualquiera que se hiciera cargo agradecería la ocasión de convertir las tierras en una mina de carbón. Sin embargo, se podían descubrir más cosas si Ashe seguía indagando y no podía dejar de mencionarlo.
—Si se me permite —empezó Henry con delicadeza—, también está el dinero que se perdió con las malas inversiones.
Ashe no tardaría en empezar a husmear esa pista. Casi todo el dinero de Bedevere se perdió por ahí. Había firmado con el nombre de Alex casi todas esas operaciones, especialmente, la operación Forsyth. Esa operación fue real, pero las demás inversiones fallidas no existieron. Habían sido tapaderas para Trent y su grupo. El dinero de Bedevere estaba empleándose para financiar en parte esa operación minera.
—Tu nombre no aparece —replicó Marcus con naturalidad—. Están a nombre del joven conde.
—Pero las firmé yo —se quejó Henry—. Ahora que Alex ha vuelto a su casa...
El riesgo de que lo descubrieran había aumentado exponencialmente, pero no pudo decirlo porque Cunningham lo interrumpió.
—Ahora que el conde ha vuelto a su casa, ya no podemos controlarlo. El doctor Lawrence ya no puede sedarlo.
Cunningham lo miró con el ceño fruncido. No era justo. Él no tenía la culpa de que Ashe se lo hubiese llevado.
—Todos tenemos dinero metido en esta iniciativa —Henry intentó cambiar el planteamiento—. Cuanto más tiempo esté paralizado, más tardaremos en tener beneficios. Hace un mes decidimos tomar medidas tajantes y no hemos hecho nada.
Algunos asintieron con la cabeza.
—De acuerdo, propondré algo —Marcus Trent se frotó las manos—. Intentaremos comprarlo con su propio dinero.
—Hay dos caballeros que desean verlo, señor —le anunció Gardener.
Ashe levantó la mirada de la partida de ajedrez que estaba jugando con Alex.
—¿Tienen cita? —él no recordaba que tuviese nada programado—. ¿Han dicho lo que quieren?
—No, señor.
—¿Son verdaderos caballeros o estás siendo educado, Gardener? —le preguntó Ashe con una sonrisa cautelosa.
—Son empresarios, señor —contestó el mayordomo en un tono muy elocuente.
No eran caballeros y se presentaban sin una carta de presentación ni una cita. Todo era muy curioso y extraordinario.
—Será mejor que baje a verlos —Ashe se levantó y se puso la chaqueta—. Terminaremos cuando vuelva. No toques nada, Alex, sé perfectamente dónde están mis piezas.
—A lo mejor debería acompañarte.
Alex se levantó, pero Ashe lo detuvo.
—No hace falta.
—Es verdad —Alex se sentó con una sonrisa—. Nadie quiere hacer negocios con un chiflado.
Alex lo dijo entre risas, pero el comentario le dolió a Ashe.
—No se trata de eso. Estaba pensando en tu seguridad. No me gustaba la idea de que tú y yo estuviésemos encerrados en una habitación con unos desconocidos.
Unos desconocidos que no tenían cita.
—Vaya, y los médicos dicen que yo soy paranoico —bromeó Alex—. Ashe, es posible que Henry se haya dado por vencido y esté tan contento en sus tierras. Hace un mes que no tenemos malas noticias.
Ashe terminó de abotonarse la chaqueta.
—Me reservo el derecho de ser escéptico al respecto. Gardener, dame cinco minutos en el despacho y luego hazlos pasar.
Gardener había tenido razón. Los visitantes no eran caballeros aunque intentaban disimularlo con sus caros trajes hechos a medida. Sin embargo, no tenían ni el acento característico de las clases más elevadas ni porte aristocrático. Parecían adinerados y nada más.
—Señor Bedevere, le agradecemos que nos reciba —le saludó efusivamente el hombre más grande y moreno—. Me llamo Marcus Trent y él es mi socio Arthur Ellingson.
Ellingson dirigió una mirada ávida a las botellas que había en el aparador, pero Ashe no hizo caso de la insinuación. Los invitaría a sentarse y les concedería unos minutos de su tiempo, pero nada más.
—Señores, no dispongo de mucho tiempo esta tarde y les agradecería que pasáramos directamente al asunto que los ha traído aquí.
—Es posible que tenga menos prisa cuando haya oído lo que tenemos que decirle —el que se llamaba Marcus se rio y Ashe lo miró fijamente y con frialdad—. Resulta que sabemos que hay un considerable yacimiento de carbón en tierras de Bedevere, un yacimiento que, si se explota bien, podría llenar los bolsillos de los futuros condes durante generaciones. Nos gustaría comprar los derechos de la explotación minera por veinte mil libras y el quince por ciento de los beneficios cuando haya empezado a extraerse. Es una oferta muy generosa.
—Estoy seguro de que lo sería si quisiera convertir mis tierras en una mina —replicó Ashe en tono gélido—, pero les aseguro que no quiero. Además, tampoco tengo ni idea de cómo han conseguido esa información.
—Tengo planos y gráficos, señor —intervino Ellingson—. No debe preocuparse por la autenticidad de la información.
—Eso no es lo que me preocupa —Ashe se levantó—. Buenos días, caballeros.
—No se precipite —Trent lo miró con dureza—. No le gustaría tener que arrepentirse por haber dejado escapar esta ocasión.
—¿Es una amenaza, señor Trent?
—Digamos que puede ponerse en contacto conmigo si cambia de opinión.
O si le obligaban a cambiarla. Ashe entendía muy bien a ese tipo de hombres.
—No cambiaré.
Llamó a Gardener para que los acompañara a la puerta. No quería que esos supuestos empresarios rondaran por Bedevere más tiempo del necesario.
—Gardener, ¿dónde está la señora Bedevere? ¿Ha vuelto ya a casa?
Genevra había ido al pueblo a ayudar a una madre con su hijo recién nacido.
—No, señor, no ha vuelto todavía.
—Que venga a verme en cuanto llegue —le pidió Ashe en tono tenso.
Respiraría más tranquilo cuando ella estuviera a salvo en casa. Las piezas empezaban a encajar. Solo era una conjetura, pero ¿sabría algo Henry del carbón? Si lo sabía, le daría un motivo para que Bedevere se arruinara. Una hacienda arruinada estaría tentada de aceptar la oferta y si Henry estuviera al cargo de la hacienda, aceptaría la oferta. Veinte mil libras era una pequeña fortuna a cambio de marcharse de Bedevere, por no decir nada del posible quince por ciento. Sería una renta muy bienvenida.
En eso se diferenciaba de Henry. Henry solo veía el beneficio y él veía el deber de conservar el legado, Bedevere. No lo habrían tentado aunque no hubiera tenido el dinero de Genevra. Staffordshire estaba lleno de industria y minería y sabía muy bien lo fea que podía ser la industrialización. En Staffordshire también había mucha belleza rural. Entonces, se abrió la puerta del despacho y entró Genevra con el pelo un poco fuera del sombrero y las mejillas sonrosadas por el paseo de vuelta a casa.
—Te alegrarás de saber que todos están bien y que... —ella se calló repentinamente—. ¿Qué pasa, Ashe?
—Hay un grupo de... empresarios que quiere lo derechos para extraer carbón de Bedevere.
—¿Henry? —preguntó ella sentándose.
—Tienes sentido —Ashe le esbozó su teoría—. Los he rechazado, naturalmente. No necesito su dinero.
—Pero no es probable que acepten una negativa.
—No. Creo que intentarán que nos pensemos mejor nuestra decisión.
Ashe sabía que esa visita había sido una advertencia y una oportunidad, una última oportunidad para participar en los planes de Henry o atenerse a la venganza de su primo.