Veinte

 

 

 

Ya le habían advertido que estaba llegando el momento de dejar el juego limpio. Henry esperaba que pensaran que los últimos acontecimientos habían sido culpa de Ashe y no suya. Si iba a pasar algo desagradable, esperaba que fuese dirigido hacia Ashe y no hacia él. Trent, Samuels, Bardsworth, Ellingson y Cunningham estaba reunidos y ansiosos. Él miró a los inversores con mucho nerviosismo. Era la segunda vez en unas semanas que tenía que darles malas noticias.

—Su querida señora Ralston va a casarse con su primo esta mañana —empezó Trent—. Eso no es lo que acordamos.

Lo dijo como si fuese un error casi sin importancia, como si un sastre hubiese hecho un chaleco de un tono ligeramente distinto al que se había acordado, pero Henry no se dejó engañar. Corría un peligro muy grande si no sabía contrarrestarlo. Eligió sentirse ofendido e indignado.

—Mi primo está peor que nunca. Me ha expulsado de la casa.

No fue el mejor planteamiento. Había esperado presentar a Ashe como alguien maligno, pero su queja solo debilitó su posición.

—Ya no tiene contacto directo con él ni manera de vigilar las cosas —comentó Cunningham.

Henry sabía que esas cosas eran los libros de cuentas. Sería un desastre que Ashe descubriera los errores en los libros de cuentas y su alevosía. Sería suficiente para que lo encerraran o lo mandaran a una colonia de presidiarios. También sería suficiente para dejar al descubierto la intromisión del grupo de inversores.

—Bennington no les ha contado la otra noticia —intervino Marcus Trent desde la cabecera de la mesa—. Cuénteles que Bedevere se ha llevado a su hermano a casa.

—¡Maldita sea! —explotó Ellingson desde un extremo de la mesa—. ¿No puede hacer nada bien, Bennington? Primero pierde a la heredera y ahora esto. Ese chiflado puede decirle algo relevante a Bedevere y él puede creerlo, esté loco o no.

Henry hizo un esfuerzo para parecer tranquilo aunque por dentro estuviera tan alterado como Ellingson. Todo estaba desmoronándose y si se desmoronaba lo pagaría con su libertad y, posiblemente, con su vida. Un barco de presidiarios sería la menor de sus preocupaciones si Trent y compañía lo atrapaban antes. Henry intentó una maniobra desesperada.

—Tenemos que actuar deprisa. Todavía no es demasiado tarde. Tenemos que dejar de intentar que los participantes tengan un papel mínimo y eliminarlos.

Sería más fácil si Ashe desaparecía de la situación. Había llegado el momento de que sus socios y él buscaran formas más drásticas para que Ashe tuviera una participación mínima en la hacienda. El futuro de Bedevere estaba bajo tierra, no encima. El futuro de Ashe también podría estar ahí.

—Un secuestro quizá... —propuso Samuels con una mirada pensativa y malvada—. Podríamos usar a su amigo del pueblo, Bennington, el que se ocupó de la rueda del carruaje. Podríamos cambiarlo por los derechos a excavar la tierra. ¿El conde? ¿La novia? Siempre he tenido la fantasía de raptar a una novia de una iglesia.

Trent negó con la cabeza.

—Bedevere sabe que no podemos hacer nada a su hermano sin perjudicar las pretensiones de Henry. No se tragaría nuestra amenaza. En cuanto a la novia, ¿quién sabe lo que haría por ella? Va a casarse por dinero, no por amor. ¿Por qué iba a dar su hacienda a cambio de ella? Sería contrario a sus planes.

—Entonces, Bedevere tiene que morir pronto —sentenció Cunningham.

Trent se encogió de hombros como si decidiera ejecuciones todos los días.

—Los dos. Si el hermano también... desaparece, Bennington sería el conde. Tiene sentido. Eso acabaría con las posibilidades de que se descubrieran los delitos de Henry en los libros de cuentas —Trent guiñó un ojo a Henry y Henry se quedó helado—. La falsificación sigue siendo un delito muy penado, ¿verdad, viejo amigo?

Trent lo dijo como si fuese algo gracioso y quizá se lo pareciera. Al fin y al cabo, no sería quien lo pagaría si le descubrían.

La inversión no debería haber sido tan complicada. Debería haberse limitado a aprovecharse de las circunstancias para adueñarse de Bedevere. Henry nunca se había imaginado que llevaría a hablar de asesinatos y de que él se convirtiera en conde precipitadamente. Sin embargo, no podía detenerlo, ¿por qué iba a hacerlo cuando significaba conseguir el título? Era egoísta. Si tenía que elegir entre Ashe y él mismo, se elegiría a sí mismo, pero no sería quien apretara el gatillo.

—Creo tiene que hacerlo un profesional.

—Cunningham lo hará —Trent hizo un gesto con la cabeza hacia el hombre más fornido.

—Sí, yo lo haré —confirmó Cunningham sonriendo y chascando los nudillos—. Si no podemos raptar a una novia, al menos podremos disparar a un novio.

—Tú, Henry, serás el cebo para sacar a Ashe —le ordenó Trent con una sonrisa—. No te preocupes, Henry, la confesión es muy buena para el alma.

 

 

—¿Alguna confesión de última hora, hermanito? Estás a punto de ser un hombre casado —bromeó Alex en la pequeña sacristía de la capilla.

—No creo que tengamos tiempo, Genevra está a punto de llegar.

Ashe volvió a mirar hacia la puerta de la capilla por encima del hombro de su hermano. No eran las diez. Genevra todavía contaba con diez minutos. ¿Qué estaría haciendo en esos momentos? ¿Estaría bajando las escaleras de Bedevere? ¿Se habría subido al carruaje? ¿Estaría ya de camino? ¿Tendría dudas y se preguntaría qué había hecho? Quizá estuviese pensando que podría ocuparse ella sola de Henry y sus amenazas y que su libertad era un precio muy alto a cambio de protección.

—No te preocupes, vendrá —le tranquilizó Alex poniéndole una mano en el hombro y sonriendo—. Todo saldrá bien. Te aprecia. Más que eso, quiere conocerte, Ashe.

—Ella sabe lo que hay que hacer.

—Sí. Aun así, no hace las cosas en contra de su voluntad. No se casará contigo si no congenia contigo.

Eso era lo que más le preocupaba. ¿Qué sabía él del matrimonio y de tener una esposa? Nunca había estado más de dos semanas con una mujer... El fracaso era una perspectiva muy poco deseable, pero la alternativa lo era menos. ¿Qué pasaría si se enamoraba de su esposa? El riesgo de defraudarla sería mucho peor que defraudar a alguien a quien no quería.

El vicario Browne les hizo una señal para que ocuparan sus puestos y Ashe tomó aliento. Deberían haber visto el carruaje. La salvación estaba a la vista. Genevra no había salido corriendo, aunque tampoco tenía motivos para pensar que no lo haría.

Alex lo abrazó por última vez.

—La próxima vez que lo haga estarás casado y pronto serás padre.

Ashe captó el tono melancólico de su voz.

—Alex, deberías ser tú —susurró Ashe.

Sin embargo, nunca sería Alex, él nunca se casaría.

—Seré un tío entusiasta y muy feliz. Haz lo mismo, Ashe. Cargas con demasiados remordimientos. No creas que no lo noto. Soy tu hermano y te conozco mejor que nadie. Permítete ser feliz —Alex se separó del abrazo y le alisó los hombros de la levita—. Listo.

Ashe se puso muy recto y ocupó su sitio con Alex al lado. Esa capilla había presenciado ceremonias de varias generaciones de Bedevere. Sus padres se casaron allí y allí los bautizaron a Alex y a él. El funeral por su padre también fue allí. La boda de Leticia se celebró allí. Desde su posición, podía ver a sus tías y comprendió lo que significaba el sitio y la ocasión para ellas. La vida había pasado por esa pequeña capilla de piedra. Sus tías eran las únicas invitadas, pero no habían querido que la ceremonia quedara desangelada. Un paño inmaculado cubría el altar, donde también había candelabros de plata con velas nuevas y dos floreros con flores del invernadero. Cuando la recordara, Genevra no podría decir que su boda no tuvo adornos, aunque no tuvo invitados ni la grandiosidad que debería haber tenido la boda de un noble en otras circunstancias.

Se abrió la puerta de la capilla y apareció Genevra que buscaba algo, que lo buscaba a él. Lo encontró, sonrió y empezó a recorrer el corto pasillo con su elegante vestido de satén gris perla. El satén le resaltaba su cintura fina y sus caderas delicadas.

—Es muy hermosa, eres muy afortunado —le susurró Alex dándole un codazo en las costillas.

Sin embargo, más notable que su belleza era que recorriera sola el pasillo. Ashe pensó que podía ser una de las personas más valientes que había conocido. Aparte de la familia que tenía en América, una familia que lo era solo por el nombre, estaba sola en el mundo. Aun así, había unido su destino al de él y había elegido dirigirse hacia un porvenir muy incierto.

Ashe le tomó la mano y la acercó a él. Estaba pálida y le temblaba la mano, a pesar de la serenidad. Él esperó que no estuviese arrepintiéndose ya. Aunque, con toda certeza, se arrepentiría de algo. La sociedad inglesa no aceptaría fácilmente su matrimonio y sería complicado al principio. Era una extraña y se casaba solo por el dinero que tenía. Londres no le permitiría que lo olvidara, aunque él haría todo lo posible por facilitarle las cosas cuando llegara el momento. En ese momento, bastaba con saber que estaba lejos de las garras de Henry. Los documentos se habían firmado el día anterior en el despacho de Marsbury. Genevra estaba todo lo legalmente segura que podía ofrecerle él. Ya no era fideicomisaria de la hacienda. Henry no había vuelto a aparecer desde que se marchó, pero eso no quería decir que estuviera derrotado.

Ashe sintió un dolor en la pierna y tuvo que contener una exclamación. Genevra lo había pisado. La miró con incredulidad. ¿Qué novia pisaba al novio durante la ceremonia?

—Creo que es tu parte... —susurró ella con una sonrisa.

 

 

—Ashton Malvern Bedevere, ¿tomas a esta mujer como esposa?

Genevra contuvo una risa nerviosa. No sabía que también se llamara Malvern. Eso era un disparate. Iba a casarse con un hombre y no sabía cómo se llamaba. Entonces, la miró con sus ojos verdes mientras contestaba y a ella le pareció que ese disparate estaba justificado, que, incluso, era racional.

Esa boda era muy distinta a la que tuvo con Philip. La comparación se le presentó imprevista e indeseadamente. No quería pensar en aquella ocasión precisamente ese día, pero el contraste era cegador. Aquella boda tuvo todo el boato digno de una boda y lo tuvo hasta la saciedad. Hubo quince floreros inmensos a lo largo del pasillo de la iglesia de Boston, los bancos estaban rebosantes de lo más granado de la sociedad y su vestido lo habían importado de Francia. Se tardaron meses en hacer los preparativos. Al final, todo fue para nada. Philip no la había amado. Nunca la amó, solo lo fingió, pero ella fue tan ingenua que no vio la diferencia.

Esa ocasión era más sencilla y sincera. Ashe no había fingido amarla, pero ella sabía desde el principio que estaba consiguiendo un hombre que la protegería del escándalo, un hombre que sí sentía algo por ella, un hombre que se tomaba con seriedad la responsabilidad que tenía con su familia. Eso tendría que ser suficiente.

Ashe le puso el anillo y se inclinó para besarla. Ya estaba hecho, fuese suficiente o no. Con Ashe Bedevere de marido, por lo menos sería divertido. Sin embargo, eso tendría que esperar unas horas. Todavía tenían que cumplir con algunas de las tradiciones de una boda.

Fueron a Bedevere con Alex y las tías, tomaron un delicioso desayuno de boda y repartieron algunos recuerdos entre los pocos sirvientes. Naturalmente, se contratarían más a lo largo de la semana. Ya era la señora y se ocuparía de que hubiese los empleados necesarios lo antes posible. Sería su primera ocupación oficial.

Después, Genevra se puso ropa de paseo y recorrió Audley con Ashe para celebrarlo con los lugareños y los campesinos. Ashe tiró peniques a los niños en la plaza del pueblo y ella se rio por lo bien que lo pasaban.

Las sombras se alargaron y por fin llegó el momento de volver a casa a pasar la noche de bodas. No habría viaje de novios, pero era comprensible. Con Alex en casa, el luto y Henry no muy lejos lamiéndose las heridas, un viaje parecía poco oportuno.

Sin embargo, Genevra comprobó que Ashe tenía algo preparado.

—¿Adónde vamos? —preguntó ella cuando giraron y se dirigieron hacia el pequeño lago.

—A la pérgola —contestó él guiñándole un ojo—. Las tías me han dicho que no has estado allí todavía.

Genevra se quedó boquiabierta cuando vio la construcción a la luz del atardecer y de los faroles.

—Ashe... Es preciosa...

Nunca había ido hasta allí. No era un sitio a donde ir en invierno y, además, el padre de Ashe había estado demasiado enfermo para pasear hasta tan lejos. Era una construcción de tres paredes con una hilera de ventanales que daban al lago. En verano, los ventanales se habrían completamente. Unos visillos colgaban de los ventanales y la habitación estaba cómodamente acondicionada con tumbonas, butacas, mesitas y, lo más importante de todo, un mueble cama. En una pared también había un armario con sábanas, mantas y cajones para la ropa.

—A lo mejor no quiero marcharme...

Ashe estaba detrás de ella y la agarraba posesivamente de la cintura. Ella sintió una emoción muy intensa y pensó que era suya.

—Sin embargo, es posible que tengamos que probarla antes de que lo decidas. Hay pan, queso y vino en el aparador.

Ella se dio la vuelta entre sus brazos y lo miró con un escepticismo provocador.

—¿Qué prefiere primero, señor Bedevere, el queso y el vino o la cama?

—¿Por qué tenemos que elegir? La cama y el vino son una combinación maravillosa si se sabe lo que se está haciendo.

—¿Tú lo sabes?

—Naturalmente —Ashe se apartó con una sonrisa seductora—. ¿Puedo ser tan osado de decir que me parece que estás un poco demasiado vestida para la ocasión? Creo que encontrarás algo más cómodo detrás del biombo.

Genevra fue detrás del biombo que separaba el mueble cama del resto de la habitación. Había un baúl al pie de la cama y lo encontró muy bien surtido. Sacó una bata de satén blanco elegantemente bordada con flores verdes. Lo había hecho Melisande, pensó ella con lágrimas en los ojos. La querida anciana se había esmerado. Sacó otra bata, una de hombre, y la dejó para Ashe. Se cambió deprisa mientras intentaba oír lo que hacía Ashe, quien no tardó en aparecer con una bandeja en las manos y un brillo ardiente en los ojos.

—Me parece que ahora soy yo quien está demasiado vestido.

Ella captó el deseo en su voz. Él dejó la bandeja y, lentamente, se deshizo el nudo del lazo y lo tiró al suelo. Se quitó la levita, el chaleco y la camisa hasta que se quedó desnudo de cintura para arriba.

—Estás haciéndolo a propósito —le acusó ella en tono jocoso.

—Es posible. ¿Está dando resultado?

—Sabes que sí.

Su marido era un magnífico ejemplar de belleza masculina. Tenía unos brazos y un torso musculosos que terminaban en una cintura estrecha y unos muslos poderosos. Él se sentó un instante para quitarse las botas y los pantalones. Genevra contuvo la respiración. Él se inclinó para tomar la botella de la bandeja y su espalda y sus glúteos le parecieron irresistibles.

—¿Quieres vino, querida?

Él levantó la botella sin pudor por su desnudez.

—¿Y el queso y el pan?

Eso prometía no parecerse a ningún picnic que ella hubiera hecho.

—Ya habrá tiempo. Ahora, quítate la bata y túmbate.

Ella obedeció y dejó cuidadosamente la bata a un lado. Él sentó a horcajadas sobre ella y la provocó con el roce de su miembro.

—Serviré el vino.

Lo destapó con elegancia, vertió unas gotas en su ombligo y fue trazando una línea hasta sus pechos.

Ella se estremeció por lo erótico que era.

—No te muevas o se verterá —le avisó Ashe con una sonrisa maliciosa.

Entonces, se inclinó y lo lamió y succionó hasta que creyó que iba a volverse loca. Ella se agitó un poco mientras él le lamía los restos de vino que le quedaban en un pecho.

—Recuérdame que la próxima vez te ate las manos a la cama —le susurró él sin apartar los labios de su piel—. ¿Crees que te gustaría?

Él se irguió, cambió de posición y fue bajando hasta que ella no tuvo dudas de lo que iba a hacer, pero no podía...

—Ashe...

El tono dejó muy claros sus reparos.

—No te preocupes, Neva, te gustará, te lo prometo.

Bajó la cabeza hasta la parte más íntima de ella y cumplió su promesa con la lengua hasta que ella gritó del placer. Entonces, se puso encima y entró en ella para dar placer a los dos.

Era un buen principio para ser una noche de bodas y el sol no se había puesto todavía.

Consiguieron comer el queso y el pan una hora más tarde tumbados en una tumbona doble junto a los ventanales. Ashe le sirvió una copa de vino.

—Vamos a brindar. Por mi esposa, que me ha hecho feliz este día y me hará más feliz todos los años venideros.

Fue un brindis corto, pero emocionante. Sería fácil amarlo, fácil y peligroso. Él no podría hacerle daño si no la amaba. Sin embargo, la separación entre el sexo y el amor no le parecía tan ancha como antes. Si no tenía cuidado, se enamoraría. Ese sinvergüenza perverso también tenía un corazón muy bueno. Se preguntó si sería capaz de confiarle el suyo o si tendría alguna elección cuando llegara el momento. Se temía que un día se despertaría y se daría cuenta de que él se lo había arrebatado sin pedirle permiso.

Ashe agarró la botella y la inclinó un poco.

—Queda media copa.

Fue a servírsela a ella.

—No, tengo una idea mejor.

Genevra le quitó la botella con delicadeza y dio la vuelta hasta ponerse en el lado de él de la tumbona. Se arrodilló, le desató la bata y se la abrió completamente para observarlo en todo su esplendor. La erección era incipiente. Ella se rio seductoramente y le pasó el pulgar por la punta del miembro.

—Me consta que el vino es bueno para otras cosas además de beberlo.

Vertió vino a lo largo de todo su miembro, bajó la cabeza muy lentamente, lo tomó en la boca y lo lamió. Tenía las manos en la parte interior de los muslos de él y notó que se le contraían los músculos por el placer. Entonces, oyó un gruñido profundo y gutural, él introdujo las manos entre su pelo y se liberó.

—Neva, vas a matarme —susurró Ashe con la voz ronca.

—Probablemente, habría peores maneras de morir.

Ella sonrió y se deleitó un momento con su poder. Fuera lo que fuese lo que enturbiara su matrimonio, el dormitorio no tendría nada que ver. Allí serían iguales y se darían el mismo placer. Eso tenía que servir para algo, muchos matrimonios habían empezado con menos.