Ashe detestaba las mañanas. Eran luminosas y estaban salpicadas por la cruda realidad. Esa mañana no era distinta. Se estiró y esperó el arrepentimiento que llegaba con la luz del día, pero no llegó.
Esperó que el remordimiento lo atosigara porque la noche anterior se había dejado llevar por los sentimientos. A su lado, Genevra dormía profundamente por el agotamiento de la actividad. La había tomado otras dos veces, la última, poco antes del alba. Debería sentir algo, pero no sentía las lamentaciones de costumbre, sino una satisfacción muy profunda, como la que sintió en la biblioteca, pero mucho más intensa. También sintió la necesidad de actuar y se levantó. Alex estaba esperándolo, contaba con que él volvería. Se aseó deprisa y se vistió antes de despertar a Genevra. Bajaría para pedir el carruaje y la dejaría sola para que también se aseara.
Se sentó en el borde de la cama y le apartó el pelo de la cara. Hasta dormida era de una belleza incomparable.
—Neva, tenemos que levantarnos.
Ella gimió lastimeramente. Estuvo tentado de dejarla, pero quería que lo acompañara. Si el doctor Lawrence intentaba impedirle que se llevara a Alex, no tendría tiempo de pasar por la posada para recogerla.
Ella se estiró, se tumbó de espaldas y se destapó lo justo para que él pudiera vislumbrar un pecho.
Si no esperara Alex, volvería a meterse en la cama, pero cuanto antes resolviera el asunto de su hermano, mejor. ¿Qué más podía decirle Alex si se lo preguntaba? ¿Cuánto había de paranoia por su situación y cuanto de verdad? Besó a Genevra en la frente, volvió a pedirle que se levantara y bajó antes de que su cuerpo encontrara un argumento convincente para quedarse.
Alex ya estaba arreglado y estaba desayunando cuando llegaron. Al doctor Lawrence no le complació verlos ni le complació que Ashe le pidiera una reunión en privado después de la visita, pero a Alex le entusiasmó que volviera con Genevra. Acercaron unas sillas a la mesa y los tres se sentaron a desayunar té con bollos.
—Tenemos que decirte algo —dijo Genevra después de que todos tuvieran los platos preparados.
Alex los miró con interés y cierta cautela.
—Espero que no sean más malas noticias. Las tías están bien, ¿verdad?
A Ashe le gustó su reacción. Alex recordaba a todo el mundo y se preocupaba por ellos. Siempre había estado al tanto de las necesidades de los demás y era una cualidad que lo habría convertido en un gran conde.
—Sí, están bien —contestó Genevra tendiéndole una mano—. Es una buena noticia. Ashe y yo vamos a casarnos lo antes que podamos y nos gustaría que nos acompañaras en la boda.
—Vais a llevarme a casa...
Ashe estuvo a punto de derrumbarse por su tono emocionado. Él había acudido lo antes que había podido. Tuvo que hacer muchas cosas en Bedevere, pero le habría gustado haber ido antes; la cuentas, el testamento, las facturas, el jardín... hasta conquistar a Genevra.
Ashe se levantó y fue hasta la ventana para recomponerse. Dejaría que Alex hablara con Genevra de las tías, de Bedevere y de los planes para el jardín. Cuando dominó las emociones, volvió a la mesa.
—Enhorabuena, hermano —los ojos de Alex brillaban por el cariño sincero—. Por fin hay una mujer que te haga sentar la cabeza —Alex le guiñó un ojo a Genevra—. ¿Te ha contado sus desenfrenadas escapadas a Italia o que tuvo a Viena a sus pies con sus interpretaciones de piano? Tocó incluso en el palacio Schonbrunn.
Genevra sacudió la cabeza con una seriedad burlona.
—Se ha olvidado de contarme todo eso, pero me tocó una pieza en Seaton Hall. Es impresionante.
—Estoy aquí, os lo advierto —intervino Ashe.
Alex lo hacía con buena intención, pero Ashe no quería que hablara demasiado. Era el pasado y todo no había sido tan de color de rosa como lo pintaba Alex. Genevra le sonrió y fue hacia la ventana.
—Os dejaré un momento para que habléis.
—Alex, ¿sabes por qué estás aquí? —le preguntó Ashe sentándose otra vez.
Alex dejó la taza y suspiró.
—No estoy bien, Ashe. Me dicen que tengo brotes de paranoia y depresión en los que no hablo con nadie y creo que todo el mundo conspira contra mí.
—¿Lo tienes ahora? ¿Estás en plenas facultades?
—Sí, ahora estoy perfectamente, pero nunca sé cuándo tendré un episodio. Por eso tengo que quedarme aquí.
A Ashe se le partió el corazón. Su hermano siempre había sido muy seguro de sí mismo. En ese momento, era una sombra del que era antes.
—Henry dice que eres un peligro para ti mismo y para los demás.
—¡Ja! ¿Qué sabrá Henry? Dice y hace lo que conviene a Henry. Tú ya lo sabes.
—Henry también dijo que pasó algo con un arma de fuego.
Alex resopló como resoplaba cuando Henry lo provocaba con falsedades en su juventud.
—No pasó nada. Si hubiese sabido el partido que le ha sacado, le habría disparado y nos habríamos ahorrado el problema. La próxima vez, lo haré.
La pasión de su comentario despertó la curiosidad de Ashe.
—¿De qué problema hablas?
¿Era paranoia o hablaba de alguna trama encubierta? Alex se inclinó hacia él sobre la mesa.
—El problema de Bedevere. ¿Quién lo dirigirá si yo estoy incapacitado? Me llaman el conde y supongo que eso no puede cambiarse hasta que me muera. Eso le da igual a Henry. Él podría gobernar Bedevere como fideicomisario mientras yo viva. Si me muero, tú serás el conde y Henry perderá todas sus pretensiones.
—Bedevere está arruinado, ¿para qué puede quererlo Henry?
Alex bajó la voz.
—Por el carbón. Cree que excavará Bedevere y ganará una fortuna. Lo descubrí justo antes de caer enfermo. Él ha pasado dos años reuniendo inversores y esperando su momento.
—¿Y el escándalo Forsyth?
El recelo de Ashe se hizo enorme. Eran muchas coincidencias. Volvería a repasar los libros de cuentas. Quizá los recuerdos de Alex llenaran los vacíos y las anotaciones extrañas empezaran a cobrar sentido.
—El doctor dice que pudo ser mi primer ataque aunque nadie se dio cuenta —Alex sacudió la cabeza—. No recuerdo haber autorizado aquellas inversiones. Yo administraba el dinero. Nuestro padre no podía hacer casi nada. Mi firma aparece en las facturas, pero no recuerdo haberlas firmado.
Los ojos que miraron a Ashe eran serios y muy cuerdos. ¿Cómo podía dudar de su hermano? Entonces, Alex lo agarró del brazo.
—Ashe, ¿me crees? ¿Vas a llevarme a casa para siempre o para la boda?
Alex lo preguntó con desesperación y Ashe no supo qué pensar. ¿Eran los desvaríos de un hombre que necesitaba cuidados o era un hombre al que un primo maniobrero había quitado de en medio para quedarse su hacienda? Daba igual. Alex no le había fallado nunca y se lo debía. Enfermo o no, Alex iba a volver a su casa. Ashe le tomó una mano y se inclinó hasta que sus cabezas se tocaron.
—Hoy vas a salir de aquí conmigo. Lo prometo. El conde de Audley tiene que estar en Bedevere —Ashe llamó a Genevra—. Vámonos. Llévate a Alex directamente al carruaje. Yo aclararé las cosas con el doctor Lawrence.
La conversación con el doctor Lawrence no fue muy bien. Lawrence se mostró visiblemente molesto por la decisión de llevarse a Alex. Dio los argumentos habituales. Alex necesitaba cuidados, necesitaba médicos, nunca podía saberse cuándo tendría un ataque, era un peligro para sí mismo. Ashe los recibió todos con un brillo color esmeralda en los ojos y los brazos cruzados.
—¿Quién paga su factura? —le preguntó Ashe sin inmutarse—. ¿El señor Bennington?
El doctor Lawrence palideció y Ashe le apretó un poco más las tuercas.
—Si es así, no creo que le gustara que analizara esos pagos, podría descubrir que se parecen mucho a un soborno.
Lawrence se quedó en silencio y Ashe sonrió con frialdad.
—Eso me parecía.
Ashe también pensó que el aterrado doctor Lawrence le mandaría una carta a Henry en cuanto se hubieran marchado. El otro motivo de preocupación fue que el doctor Lawrence consiguiera recuperar un poco de valor e intentara evitar que salieran de la ciudad. Por todo eso, Ashe quería marcharse inmediatamente. Fue hasta el carruaje, donde estaban Genevra y Alex, y dio la orden de ponerse en marcha.
El viaje de vuelta transcurrió sin incidentes. Alex estuvo casi todo el tiempo en silencio y escuchando a Genevra, quien le contó las mejoras que habían hecho en Bedevere, los planes de Ashe para los jardines y los bordados nuevos de sus tías para las ferias de verano. Él sonreía de vez en cuando y asentía con la cabeza, pero, en general, se mantuvo rígido como si su buena suerte fuese a hacerse añicos en cualquier momento.
Ashe los observó. Eran la mujer que iba a casarse con él y su hermano. Estaba formando una familia muy rara. Después de tantos años sin familia, en esos momentos tenía unas tías ancianas, un hermano enfermo y una novia americana. Era un conjunto muy raro, pero todos ellos, por distintos motivos, contaban con él. Un instinto de protección muy primitivo se adueñó de él. Con la vuelta de Alex, todos ellos vivirían bajo el mismo techo, el suyo, y no los defraudaría.
Henry estaba esperándolos cuando llegaron a última hora de la tarde. Casi ni se habían detenido en el camino de entrada cuando Henry bajó los escalones amoratado por la rabia. Ashe se bajó del carruaje con cara de fastidio. Podía imaginarse por qué estaba furioso su primo, él no estaba allí cuando anunció que iba a casarse.
—¿Puede saberse en qué estabas pensando cuando te llevaste a Genni? —bramó en cuanto Ashe pisó el suelo—. ¿No tienes decoro? La gente hablará. Su vida quedará arruinada.
—Vamos a casarnos, primo. A nadie le importará que hayamos viajado juntos para que Genevra recoja algunas cosas esenciales para la boda —Ashe no pudo evitar sonreír con frialdad mientras le ofrecía la mano a Genevra—. Felicítanos.
—No puedo creerme que te marcharas solo con una doncella —arremetió Henry contra Genevra.
—Y mis ropas —replicó ella con maldad.
Ashe se rio, pero pudo notar que ella le agarraba el brazo con fuerza por la mirada furiosa de Henry.
—¡Genni! —exclamó Henry escandalizado.
—Por el amor de Dios, Henry, no han sido ni unas vacaciones —le riñó ella en tono desenfadado.
Ashe sabía cuánto le costaba a ella mantener la compostura. Unos días antes, Henry había intentado obligarla a casarse con él. Ella tardaría en olvidar o perdonar ese chantaje. Si Henry no se marchaba voluntariamente antes de la cena, él mismo se lo «insinuaría». La protección ya había empezado. Miró con el ceño fruncido a Henry. Lo habría expulsado en ese momento si no hubiese intervenido Alex.
—Al parecer, yo soy una de esas cosas esenciales para la boda —comentó Alex con amabilidad mientras se bajaba—. Me alegro de verte, Henry.
La furia de Henry por Genevra no fue nada en comparación con la ira que se reflejó en su rostro cuando vio a Alex. No se lo había esperado.
—¿Qué has hecho? —le preguntó a Ashe con el rostro desencajado.
—He traído a mi hermano a su casa —contestó Ashe en tono serio—. Si yo fuese tú, estaría más preocupado por lo que has hecho. Ahora, si me disculpas, quiero ocuparme de acomodar a mi hermano.
Ashe era irresistible cuando sacaba a relucir toda su autoridad, como el primer día que lo vio, pensó Genevra mientras se dirigía hacia sus aposentos en Bedevere. Dejaría que la familia recibiera a Alex. Ella tenía que aclararse algunas ideas y necesitaba alejarse un poco de la sensualidad embriagadora de Ashe. Su habitación en Bedevere era lo mejor en ese momento. No se planteaba volver a Seaton Hall. La mirada de Henry había sido envenenada. No quería que la sorprendieran sola y las recientes actuaciones de Henry indicaban que no descartaba esas tácticas. Lo quisiera o no, la protección de Ashe estaba convirtiéndose en algo muy necesario. Sin embargo, conllevaba bastantes riesgos.
Hasta la noche anterior, había creído que podría satisfacer sus fantasías con Ashe y salir indemne, que podría satisfacer su curiosidad y nada más. Empezaba a ser muy complicado llevarlo a la práctica. No se había imaginado que vivirían algo tan desenfrenado hasta dos veces. Tampoco se había imaginado la lealtad tan profunda de él. Un hombre que solo pensaba en sí mismo y en su placer no se llevaba a su hermano a su casa. No era la primera vez que lo vislumbraba, pero su comportamiento con Alex había confirmado que no era algo excepcional. Habría sido más fácil si lo hubiese sido. Habría sido mucho más fácil si Ashe Bedevere hubiese resultado ser el hombre que ella creía que era: un sinvergüenza, un jugador, un seductor. Sin embargo, había resultado ser algo mucho peor: un hombre al que podría amar. Eso podría hacer que el matrimonio fuese desastroso, desequilibrado. Ashe había dejado muy claro que la protegería y la complacería, pero nunca había dicho que la amaría.
Aun así, hubo algo de lo que alegrarse. Ashe le comunicó mientras iban a cenar que Henry se había marchado y que no volvería. La cena fue sencilla, pero con motivos de celebración. Henry se había marchado, Alex había vuelto y una boda se avecinaba.
Al final de la cena, las tías y Ashe decidieron que se celebraría el viernes, al cabo de dos días. Ella coincidió en que ese plazo tan corto era lo mejor. No hacía falta organizar muchas cosas. La familia estaba de luto y Ashe y ella sabían el verdadero motivo de la boda aunque no lo supieran los demás; era una unión de conveniencia. Mandaría a alguien a Seaton Hall para que recogiera un vestido que tenía pensado para la ocasión y ese sería su único preparativo.
El animado grupo pasó a la sala de música y Ashe tocó el piano mientras las tías, muy emocionadas, hablaban de las otras bodas que se habían celebrado en Bedevere. Genevra escuchó a medias sus historias. Estaba más interesada en el hombre que tocaba el piano. ¿Había contado Alex que había tocado en Schonbrunn? Pensó que podría pedirle a Alex que le contara algo más de esa historia, pero le pareció retorcido. Si quería saber algo, podría preguntárselo directamente a Ashe, sobre todo, después de haberlo censurado porque investigó el pasado de ella.
Alex se levantó y se acercó al piano. Ella lo observó. Él le murmuró algo a Ashe, quien dejó de tocar y pasó las páginas de las partituras hasta que encontró lo que estaba buscando. Genevra se dio cuenta de que Leticia dejó de coser y también los miró.
—Los chicos van a cantar como hacían antes —comentó la tía en un susurro emocionado para que las demás atendieran—. Alexander tiene una voz de tenor muy bonita.
Lo que siguió fue muy divertido. Ashe y Alex cantaron unas canciones muy animadas que hicieron reír a sus tías y terminaron con una triste interpretación de Barbara Allen que empañó los ojos de las tías. Hasta Genevra se secó los ojos cuando las últimas notas se disiparon. Ashe la miró elocuentemente cuando todos se levantaron para acostarse. Acudiría con ella enseguida.