—Sí, Melisande, me encantó tu patrón nuevo para pañuelos con el blasón familiar de Bedevere. Gracias por mandármelo.
Genevra, que estaba en la sala de Bedevere, levantó la mirada de la labor y volvió a mirar por las puertas acristaladas. La vista no era especialmente agradable. El día era nublado y los jardines un lodazal. Unas estacas y unas cuerdas delimitaban los espacios que luego tendrían algo más aparte de tierra.
Lo que miraba no era la vista, sino al hombre que iba de un lado a otro y se paraba de vez en cuando para darle una palmada en la espalda a un trabajador y comentar algo con él. No hacía calor y se levantó viento cuando fue hacía allí, pero Ashe parecía indiferente al frío. Llevaba una camisa remangada, sin chaleco, y unos pantalones de montar a caballo. Que no llevara chaleco lo mostraba tal como era. Nada le impedía ver su cintura estrecha y sus musculosos muslos bajo los ceñidos pantalones manchados de barro. Verlo trabajar era especialmente embriagador, seguramente, porque era lo último que alguien esperaba del hijo de un conde... o porque era lo último que ella esperaba de Ashe Bedevere.
—Genni, querida, has dejado de cortar —comentó Lavinia desde su caballete.
¿Cuánto tiempo llevaba mirándolo? Al parecer, tanto que todo el mundo se había dado cuenta.
—Estaba preguntándome qué estará haciendo tu sobrino en los jardines.
—Dice que para primavera quiere tener arreglados los jardines más cercanos a la casa —intervino Melisande en un tono de emoción muy evidente—. Será delicioso volver a tener flores y un sitio por donde pasear. Como antes. Daría cualquier cosa por pasar un último verano en un jardín de verdad.
—No seas agorera, Melly —Lavinia la miró con los ojos entrecerrados—. A todas nos quedan muchos veranos.
—Claro que sí —intervino Genevra dejando de mirar por el ventanal—. Tenemos muchas ideas para vender en los mercados y las cosas ya van mejor —señaló hacia el jardín—. Es más, si no os importa, creo que saldré a ver si puedo aconsejar algo a vuestro sobrino.
Si él pensaba hacer cosas en la casa sin consultárselo, era el momento de hablar. No podía tratarla como si no tuviera parte en ello. Lavinia sonrió de oreja a oreja y Genevra vio un resplandor en sus ojos azules que no tenía nada que ver con el estado de la casa.
—Claro, Genni. Estoy segura de que Ashton agradecerá cualquier idea que puedas darle.
Genevra se puso el chaquetón ribeteado de piel que había dejado en el respaldo de la silla y salió al jardín sin mirar atrás para no ver las sonrisas de satisfacción de las ancianas damas. No quería darles ese placer aunque sintiera remordimientos. Le parecía que las engañaba por no decirles el papel que tenía en la administración de la hacienda, pero no quería ni imaginarse cómo redoblarían su labor de casamenteras si lo supieran y cómo explotaría Ashe esa labor. Se aliaría con sus tías y manipularía su influencia al máximo, una combinación que podía ser letal.
Genevra salió y se movió con cautela entre los terrones de barro, como tendría que moverse en la conversación que se avecinaba. Tanto Ashe como ella tenían tiempo para asimilar las consecuencias del testamento y tenían que hablarlas. Había empezado a hacer obras en el jardín sin su autorización. Si lo pasaba por alto, él pasaría por alto la autoridad de ella en asuntos mucho más importantes.
Se levantó el vestido para sortear un charco. Era mucho mejor disfrutar de la belleza física de Ashe a cierta distancia. De cerca, había que enfrentarse a algo más que a su hermoso rostro. También estaban esa seductora voz, esos ojos, esas manos que sabían cómo tocar a una mujer... por no decir nada del hombre que tocaba tan maravillosamente el piano o que escondía tantos misterios detrás de sus ojos verdes. ¿Por qué no había vuelto antes? ¿Por qué se marchó? ¿Qué pasó entre su padre y él? ¿Qué había hecho durante todos esos años en Londres? ¿Cómo había influido todo eso para que solo le dejara el cuarenta y cinco por ciento?
Quizá siguió avanzando por los jardines por la esperanza de encontrar una respuesta a todas esas preguntas o quizá solo fuese por la emoción de estar con él. Su conversación era insinuante y todo parecía vibrar alrededor de él como si tuviera una energía que esperaba liberarse. A pesar de su aire libertino y de su cuarenta y cinco por ciento, Ashe Bedevere estaba resultando ser lo más apasionante que había conocido desde hacía siglos.
Él la vio y se acercó a ella con una mano tendida.
—Hola, Neva, permíteme que te ayude para que no te resbales y te tuerzas el tobillo otra vez.
Ella le tomó la mano.
—¿No tienes frío? —le preguntó Genevra, que estaba temblando debajo del chaquetón.
—No tienes frío en cuanto empiezas a moverte. ¿Qué haces por aquí?
Se habían dicho tres frases y Genevra pensaba que podía ser la conversación más agradable que habían tenido. Le fastidiaría estropearla tan pronto hablando de asuntos más serios.
—He salido a ver por qué habías cambiado de opinión. La última vez que hablamos creías que los jardines eran una pérdida de tiempo
—Sí, he cambiado de opinión. No puedo recibir a nadie con Bedevere en este estado.
En el mejor de los casos, estaba siendo poco explícito, algo que indicaba que estaba disimulando algo. Antes de que ella pudiera responder, la agarró de la mano y empezó a caminar.
—Ven a ver lo que he hecho. Es muy sencillo en comparación con tus ideas para Seaton Hall, solo son flores de colores y árboles, pero es lo que puede hacerse este año con la primavera a la vuelta de la esquina. El año que viene haré más cosas. En estos momentos, me limitaré a la entrada de la casa y a la parte que está detrás de la sala, que es lo que la gente verá más.
—Nosotros —dijo ella interrumpiéndole la conversación—. Querrás decir que nosotros nos limitaremos a la entrada —ella se detuvo para que él asimilara lo que había dicho—. Nos guste o no, soy la parte mayoritaria del fideicomiso.
Ashe se volvió para mirarla con los brazos cruzados.
—¿Qué quieres decir exactamente al recordarme eso?
—No puedes tomar decisiones unilaterales sobre la casa y menos sobre el dinero. Yo tengo que autorizar cualquier gasto. Ya deberías saber que los recursos económicos son muy limitados. Tenemos que tomar decisiones juiciosas sobre el dinero, nosotros.
—Es mi casa.
Ashe apretó la mandíbula. Su lacónica frase lo decía todo. No iba a consentir que lo ataran corto como si fuese un colegial díscolo. Tampoco iba a permitir que alguien ajeno a la casa impusiera su autoridad. Genevra se ablandó y puso una mano en su brazo.
—Yo no lo he pedido, Ashe, pero, por el momento, estamos juntos en esto.
—¿Qué quieres, Neva? —preguntó él en tono aterciopelado.
—Quiero ayudarte con los jardines —si ella podía sacar una colaboración de todo eso, estaría avanzando—. Dime lo que tienes pensado. Tus tías ya hablan de lo agradable que sería volver a pasear por los jardines.
Dieron la vuelta a un recodo y el viento cesó.
—Quiero hacer un sitio para mis tías. Algo con rosas y bancos de piedra donde puedan hacer sus cosas.
Genevra lo miró fijamente. ¿De dónde había salido? Ese no era el Ashe Bedevere que rivalizaba tan seductoramente con las palabras, que la desafiaba en cuanto podía con su escepticismo.
—¿Qué te parece, Neva? ¿Crees que les gustará?
—Sí, creo que sí.
—¿Y a ti? ¿Vendrás en verano y te sentarás con ellas a hacer lo que hagas?
Sus ojos verdes tenían un remoto brillo seductor, era más leve que el habitual, pero seductor en cualquier caso.
—Claro que puedes ayudarme con los jardines, Neva —ella no podía dejar de notar que le había tomado la mano con la que le agarraba el brazo—. Quise habértelo pedido el otro día en la posada, pero rechazaste mi petición tan tajantemente que pensé que era preferible esperar.
¿Era eso lo que quería pedirle? Genevra se sintió la necia más grande sobre la faz de la tierra. Ella le había dado un rapapolvo por una petición que le pareció absolutamente escandalosa y solo quería que lo ayudara en los jardines... Se rio y sacudió la cabeza. No podía mirarlo a los ojos.
—Creerás que soy una majadera.
—Creo que eres una mujer que está sola en el mundo. Creo que has tenido que aprender a protegerte porque no había nadie que te protegiera y que lo has hecho admirablemente.
Él lo dijo en voz baja y trazando esos círculos en el dorso de su mano. Ella consiguió mirarlo a los ojos.
—Creo que es lo más bonito que me ha dicho alguien desde hace mucho tiempo —Genevra ladeó la cabeza para mirarlo detenidamente—. ¿Estamos haciéndonos amigos, Ashe Bedevere?
—Espero que no —él se rio—. Los hombres y las mujeres no pueden ser amigos durante mucho tiempo.
—¿Por qué?
—Por el sexo, Neva.
Ese era el Ashe que ella conocía y, afortunadamente, no había desaparecido del todo.
—Es una pena. Yo esperaba que fuésemos amigos.
—No, no es verdad —replicó Ashe discrepando con naturalidad—. La amistad es inofensiva, Neva, es como un limbo interpersonal en el que puedes vivir, un punto medio entre no reconocer que alguien te atrae y dar rienda suelta a esa atracción. Si yo fuese tú, esperaría algo más. Ahora, antes de que me critiques por eso, como estás deseando hacer, ven a ver la vieja fuente y dime qué te parece.
Así, sin más, la versión amistosa, la versión segura de Ashe volvió. Siguieron por los jardines y pensó que lo que él había dicho tenía una parte de verdad aunque le fastidiara reconocerlo. El Ashe seguro, el Ashe compasivo que había visto, hablaba de jardines y planes, pero el Ashe malicioso hablaba de sentimientos y verdades que ella no quería reconocerse a sí misma.
La fuente estaba seca, sucia y abandonada.
—Ya sé que está muy mal, pero espero que si se limpia bien, funcionará.
Ashe se agachó y tomó un puñado de hojas caídas. Ella asintió con la cabeza.
—Es como la de Seaton Hall. Se ha deteriorado el sistema hidráulico, pero si se limpian y repasan las cañerías, se solucionarán los problemas.
—De niño jugué mucho en esta fuente.
Su tono nostálgico la pilló desprevenida. Se volvió para mirarlo e intentó imaginárselo de niño.
—¿Tenías un barco? —le preguntó imaginándoselo con un traje de marinero.
—Sí, uno con tres mástiles. Era mi orgullo y me divertía mucho. Me pasaba horas haciéndolo navegar. Algunas veces, cuando hacía calor, metía los pies en el agua —Ashe volvió a agacharse y a sacar un puñado de hojas caídas—. Hacía años que no pensaba en eso. Alex también tenía un barco. Jugábamos muchas veces juntos y organizábamos encarnizadas batallas navales.
Se calló, pero ella pudo adivinar que estaba pensando en aquellos días felices en los que corría por allí con su hermano sin importarles el mundo.
—¿Qué le pasó a tu barco, Ashe?
Ashe miró a un punto indeterminado.
—Henry lo rompió.
—¿Por un accidente?
—No, lo rompió a propósito. Alex le puso un ojo morado por eso.
—¿Por eso te disgusta tu primo?
Ella sonrió levemente, pero él estaba muy serio.
—Mi primo no me disgusta por una cosa concreta. Es una mezcla de muchas cosas, pero Alex y yo siempre éramos capaces de manejarlo.
—Te pareces mucho a tu hermano —murmuró ella—. Él hablaba mucho de su infancia aquí.
Ella vaciló. Hablar del hermano de Ashe era un terreno desconocido y él se mostró muy susceptible cuando ella habló de su padre en el invernadero. Sin embargo, esa vez reaccionó de una manera muy distinta.
—¿Mi hermano estuvo aquí? —preguntó él con perplejidad.
—Sí. ¿No lo sabías? Tu padre lo acogió después de la crisis nerviosa. Estaba aquí cuando yo llegué en junio. Según tus tías, no tenía ninguna discapacidad física, su cabeza se había ido a algún sitio y no había vuelto.
Ella captó el dolor en sus ojos y se apresuró a aliviarlo.
—Alex siempre contaba historias de vosotros dos cuando erais pequeños.
Ella se detuvo y también miró a un punto indefinido para no tener que mirarlo. Había que decírselo. Si nadie se lo había dicho, se lo diría ella.
—Creo que allí es donde está su cabeza, en su infancia contigo. Le gustaba esa historia de cuando os subisteis a un manzano y os quedasteis comiendo manzanas hasta que os dolió el estómago.
Ashe esbozó una sonrisa muy fugaz.
—Nos dijeron que recogiéramos manzanas, pero como no queríamos, decidimos comérnoslas. Creímos que al hacer eso parecería que las habíamos recogido porque no había manzanas en el manzano, pero no contamos con el dolor de estómago. Estuvimos fatal —Ashe tomó una bocanada de aire—. ¿Dónde está Alex ahora?
—Lo llevaron a una institución privada a las afueras de Bury St. Edmunds. Es un sitio muy agradable, donde cuidan bien a personas como él. Henry pensó que sería lo mejor. Siento que no lo supieras —añadió ella al darse cuenta de la sorpresa de él.
Sintió que su corazón estaba con él en ese momento. Por muy descarado y seductor que fuese, tenía salvación. Amaba a su hermano. Impulsivamente, le puso la mano en el brazo.
—Puedo llevarte a verlo si quieres.
Él asintió con la cabeza.
—¿Vino Alex al entierro?
—No. Me ofrecí para ir a buscarlo, pero había que organizar muchas cosas y Henry pensó que...
Ashe explotó, su tranquilidad se convirtió en una tempestad.
—No quiero volver a oír las palabras «Henry pensó». Alex debió haber estado aquí para despedir a su padre. Debió haber estado aquí todo el tiempo, no debieron haberlo dejado en manos de desconocidos para quitárselo de encima como si no existiera. Esta era su casa y aquí estaba seguro.
Él inclinó la cabeza y cerró los ojos con fuerza. Ella vio que apretaba la mandíbulas para intentar mantener el dominio de sí mismo.
—Discúlpeme, señora Ralston.
No esperó a que ella dijera algo. Se dio media vuelta y se alejó apresuradamente, como si temiera no llegar a su destino antes de desmoronarse. Ella tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no ir detrás de él. Había vislumbrado dos veces lo más profundo de su ser y empezaba a tener claro que Ashe Bedevere no era como parecía. Que el cielo se apiadara de ella porque esa revelación solo lo convertía en más irresistible todavía. Un libertino con alma era algo único.