Fábula del hombre al que le enfermó una obsesión

Creía estar enfermo y no lo estaba.

Sentía en mí un dolor como de muelas

que dejaba en mi cuerpo unas secuelas

que nadie, ni un doctor, localizaba.

Yo, tozudo no obstante, me empeñaba

—a plena luz del día o de las velas—

en ser el portador de las estelas

que un virus en mi cuerpo dibujaba.

Las doctas conclusiones desdeñaba:

todas trazaban líneas paralelas.

De mi familia aún más desconfiaba:

dinero heredarían y parcelas.

La obsesión de enfermar bien me enfermaba.

Pronto estará mi nombre en las esquelas.