24 de diciembre de 1995
No sé si quiero a mi familia. No sé si quiero a alguien. No sé si me quiero. A veces por la noche es difícil: me siento en el sofá, me levanto, vuelvo a sentarme, me falta algo indefinido, me apetece que telefoneen, me presten atención, conversen conmigo, cojo una revista de la mesa, leo en la penúltima página el horóscopo de hace cinco semanas, salud cuidado con el hígado, amor posibilidad de un reencuentro inesperado, dinero no rechace la propuesta de negocios de una persona amiga, número veintiséis, color violeta, una segunda revista con la moda primavera-verano donde me recomiendan tonos cálidos que realcen mi sensualidad, use tonos cálidos, faldas ajustadas, pantalones que realcen su sensualidad, enciendo el televisor, una película bíblica, gente con sandalias que cree en Dios, lo apago, los virtuosos de las sandalias se reducen a un puntito de luz, no encuentro ningún disco que me guste porque ningún disco me gusta, vuelvo a levantarme, pienso en lo que ocurriría si tomase todas las pastillas de dormir del mueble con tres portezuelas con espejo del cuarto de baño, la portezuela del medio nunca cerró bien, no se oye un chasquido como en las otras, se abre sola, me doy cuenta de repente de un montón de cosas averiadas en el apartamento, por ejemplo el armario de la cocina que siempre que paso ante él lo empujo con la rodilla, aquella mancha castaña en el bidé a causa del grifo que no cierra bien, la bola torneada del marco del espejo que no tengo la menor idea de dónde anda o los flecos de la alfombra que no tengo la paciencia de coser, me doy cuenta de la importancia absurda que esas cosas cobran en cuanto oscurece, los zapatos que necesitan suelas nuevas se transforman en una inquietud vital, la bolsa de plástico con el traje que dejé en el baúl de la entrada para no olvidarme de llevarlo a la costurera el único eje del mundo, no añadí el jabón en polvo a la lista de la compra de la asistenta y no añadir el jabón en polvo me tortura, escribo dos cajas, con mayúscula, en lugar de una, no pongo el gracias habitual como si la culpa fuese de ella y a estas alturas lo es, aprovecho para tener un encontronazo rabioso, no con la rodilla, con el tacón, en el armario de la cocina, el clavo deja una marca en la pintura, la sala contemplada desde el pasillo se me antoja una tumba con cuadros, el estante odioso, las plantas feísimas, el cortinaje amarillento de cigarrillos
es decir, aún no mucho pero se nota
que exige una lavadora, el bar me irrita con carcajadas cromadas, cambio el sofá por el sillón de Luís Filipe, un trasto lleno de rayas que costó un dineral, con el hueco de su cuerpo mayor que mi cuerpo y desaparezco en la almohada doblada como una navaja sin tocar el suelo con los pies, saco la libreta de teléfonos del cajón, me pincho con la tijera que un imbécil
¿yo?
puso allí, me chupo el dedo preocupada por la infección, el tétanos, usaron la última tirita sin decirme nada y me engañaron al dejarme el envase en el anaquel de las medicinas, comprar otra, hojeo nombres, Alcina (peluquera) no, Lurdes (modista) no, carnicería no, telepizza no, fontanero para qué, Amália se casó, Graça aprovecha enseguida para pedirme dinero, la letra P desapareció, la tela del lomo se deshilacha, hay agendas preciosas, conseguir una agenda de cuero de esas que duran siglos, me apoyo en los brazos del sillón con un malestar en los riñones y la rodilla dormida, apoyo la nariz en el cristal, se distinguen las farolas de Estoril que tiemblan más allá de las gotas de lluvia, las lámparas de los portones, ventanas, faros entre jardines y árboles que suben el monte, la casa de Luís Filipe con los automóviles de los hijos y el jeep de la hija atrancando la calle, la hija de mi edad más alta y rubia, antipática, sin pecho, con pulseras tintineantes, con un novio diferente cada vez que la encuentro en el supermercado, muchachos de dieciocho o diecinueve años con chalecos cargados de distintivos, coleta y pendientes, encontrados Dios sabe dónde, que se drogan en las arcadas, que acompañan a extranjeras y las olisquean como caniches con un desdén nauseabundo, se distinguen palmeras, la bahía, el mar, todo tan triste en una noche de invierno, todo tan triste hoy, ninguna tienda abierta, ninguna boîte, ningún restaurante, galerías desiertas con el guardia al fondo en un banquito esperando, felices fiestas escrito con aerosol en los escaparates, abetos con billetes de quinientos escudos sujetos a las agujas con pinzas de madera, maniquíes de cartón piedra parecidos a la hija de Luís Filipe, no sé si quiero a mi familia, no sé si quiero a alguien, no sé si me quiero a mí, la revista con los programas de televisión trae el horóscopo de esta semana en la penúltima página, después del resumen de las telenovelas, salud cuidado con el hígado, amor posibilidad de un reencuentro inesperado, dinero no rechace la propuesta de negocios de una persona amiga, número veintiséis, color violeta, no habla de tomarme el tubo entero de pastillas para dormir, no dice que me falta algo indefinido, tal vez una postal con postigos con angelitos y pastores y Reyes Magos blancos delante del Rey Mago negro, no el Rey Mago negro delante de los Reyes Magos blancos, los Reyes Magos blancos mandaban sobre los blancos y el Rey negro sobre los negros, le pregunté a mi madre qué era un Rey Mago
—¿Qué es un Rey Mago?
mi madre meditó un momento, abrió mucho los ojos, estiró el labio inferior y lo recogió por lo que se veía claramente que no sabía la respuesta, se desembarazó de mí con la frase de costumbre
—Cuando tenga tiempo te lo explico
de manera que no sé casi nada porque nunca hubo tiempo para explicarme qué son los Reyes Magos ni el motivo de que el hielo flote en el agua sin hundirse ni la razón de que el frigorífico dé frío si funciona con petróleo ardiendo, mi padre iba a buscar el diccionario y el diccionario callado, acudía a la enciclopedia y la enciclopedia sorda, si tomase el tubo entero de pastillas para dormir los misterios del mundo ya no me intrigarían, el martes, al servir el whisky de Luís Filipe que apenas llega aquí se descalza y se afloja el cinturón mientras que con su mujer se ve claro que nanay, un respeto
soy tu puta o no lo soy has de reconocer que no me enfado tu amante de poblado no tienes que complacerme ni preocuparte por mí ni ser tierno cuando fue lo del quiste en el pecho te esfumaste porque sólo tienes que pagar soy tu puta obligada a tener salud que recibe dinero para tener salud no para ser desagradecida y enfermar has de reconocer que no me enfado de qué sirve enfadarme
el martes al servir el whisky a Luís Filipe, dos cubitos, si pongo un cubito o tres cubitos caen rayos y centellas, se queda observando el vaso, se agita, grita como se grita a una criada, dos cubitos caramba dos cubitos cuántas veces hay que repetirte dos cubitos para qué
soy tu puta o no lo soy
sirves Clarisse, para servirle el whisky y acostarme en su regazo cómo a él le gusta, con cuidado para no tocarle el marcapasos que tic tic como un despertador en la camisa
—¿Cuál es el motivo de que el hielo flote en el agua si todas las piedras se van al fondo?
Luís Filipe que tiene negocios importantes con el gobierno, fue presidente de la Cámara y secretario de Estado, abrió mucho los ojos, estiró el labio inferior y lo recogió por lo que se veía claramente que no sabía la respuesta, el marcapasos tic tic en la camisa y yo pensando si le da un patatús a la maquinita qué hago, una pila que en cualquier momento adiós, Luís Filipe, más que una persona, de ese tipo de muñecos a los que se les da cuerda en la espalda, yo siempre esperando que su expresión cambiase, los movimientos se volviesen cada vez más convulsos y espaciados, se quedase inmóvil con la pierna en alto y cayese de lado con una rigidez de estaca
—Cuando tenga tiempo te lo explico
con el tono de mi madre que los fabricantes grabaron en una cinta y se la metieron dentro, la única frase que le metieron dentro, dijera lo que dijese
—Buenos días
o
—Buenas tardes
o
—¿Qué hora es?
y un sollozo, un temblor eléctrico, el tic tic más rápido, las pupilas parpadeantes, esa sacudida de los electrodomésticos que me asusta y no entiendo, dan ganas de ayudar, dar unas palmaditas, preguntar qué les duele, nadie me quita de la cabeza que los objetos sufren, qué son los suspiros de los muebles en la oscuridad, las vibraciones de las casas, en Baixa do Cassanje, palabra de honor, las paredes gemían, esa sacudida de los electrodomésticos antes de comenzar a berrear, la boca de Luís Filipe ora cerrada ora abierta en la cara que no tenía nada que ver con la boca, insistiendo en una frase con una enajenación de papagayo mientras su mano buscaba mi falda entre zigzags, más que la mano dedos mal engrasados que se estiraban crujiendo
—Cuando tenga tiempo te lo explico
Luís Filipe que al subir al coche, acechando a posibles conocidos a la izquierda y a la derecha con miedo a su mujer, mientras yo en la ventana le hacía señas de adiós, era un alivio inmenso, aún no la ha diñado, no ha estirado la pata, no se ha muerto, y a pesar de su ausencia seguía oyendo el tic tic en todos lados, llegaba a la habitación y tic tic, a la cocina y tic tic, a la sala y tic tic, al tendedero del balcón y tic tic en el cesto de la ropa, no había cómoda ni estante sin un pequeño corazón ansioso, un tropel de muelles, una chispa quejumbrosa, el edificio entero tic tic y yo si esto para se acabó, muñecos difuntos en cada piso suspendidos en medio de un gesto, de una discusión, de la sopa sin que haya quien los haga moverse otra vez, la asistenta que me sacudía y yo quieta
—Señorita
no como ahora cuando me siento en el sofá, me levanto, vuelvo a sentarme a pesar de la pastilla para dormir, la moda primavera-verano en una docena de páginas, use tonos cálidos, faldas ajustadas, pantalones que realcen su sensualidad, cuando mis padres salían hacia el palacio del gobernador iban a darnos un beso a la cama y apagaban la luz
—Buenos sueños
el perfume de mi madre que yo sólo conocía por destapar el frasco permanecía no sé cuánto a nuestro alrededor, mi madre con las orejas prolongadas por filamentos parecidos a los caireles de la lámpara, mi padre con chaqueta y el pelo mojado que no estaba mojado sino duro, extendía la mano hacia su cabeza, el aceite pegajoso que olía a almendras se me quedaba en la palma, había un segundo mundo al que no tenía acceso en el mundo en el que vivía, la respiración de ellos, el modo como se acercaban a nosotros sin acercarse, una danza como si parte de la carne fuese de vapor o líquida en ciertas tardes de domingo, al principio no hacía caso y después fingía no hacer caso a medida que me volvía líquida también, la mitad de mí se desmayaba con una molicie extraña que afirmaba Sí
soy tu puta o no lo soy has de reconocer que no me enfado
la mitad de mí permanecía alerta observándolos, oía la llave en la cerradura, los zapatos que caían, susurros
—La ventana, si los chicos están fuera nos oyen por la ventana
los estores que bajaban, la aguja de ganchillo de mi abuela más deprisa, tonos cálidos, el silencio de ella ruidoso, las mejillas ruborizadas que reprobaban, dejaba que Carlos y Rui regasen mi parte de las azaleas
faldas ajustadas pantalones que realcen su sensualidad
y me arrimaba a la enredadera bajo el alféizar afirmando Sí sin darme cuenta de que afirmaba e intentaba observar lo que el motor de la segadora me impedía oír, dándome cuenta de que era líquida y los huesos se derriten con una comezón extraña, no una comezón, un hormigueo en los tobillos
una docena de páginas con mujeres con turbantes rosados y azules
en las muñecas, Rui me empapaba las plantas resbalando en el barro, intentaba mojar a Josélia, Lady
¿qué le habrá ocurrido a Lady?
Carlos lo empujaba, le quitaba la manguera
—Estúpido
Rui sentado en el suelo pataleando
—Abuela
yo de puntillas colgándome de los estores, mi abuela sin hacer caso a Rui, sin reñir a Carlos, entendiendo lo que yo no entendía, entendí más tarde con Renato pero no era exactamente lo mismo
—Clarisse
no se quedaba tan
tonos cálidos faldas ajustadas pantalones que realcen su sensualidad
ni sentía que hubiese un segundo mundo escondido de perfumes y pelos duros confundiéndose con el árbol de la China, era sólo éste, venga Clarisse, menos mal para él que tu abuelo falleció, si siguiese vivo se moriría de disgusto por la bajeza de la familia
desvergonzados y mestizos
que tiene, mi abuela interpelaba al cielo de Baixa do Cassanje que le respondía
—Eduardo
la hacienda que la Cotonang iba comprando poco a poco, los hacendados se quejaban del gobierno de Lisboa que los sangraba con los impuestos, de los aduaneros que les rechazaban los fardos
no sirve
y aceptaban fardos peores del Estado con más impurezas y muchos menos kilos por el doble de precio, los blancos de Portugal que nos tratan como a negros, somos los negros de ellos, se callaban cuando el comandante de la policía aparecía y el comandante de la policía, indulgente
—¿Conspirando, señores?
de vez en cuando alguno que otro era llamado al cuartel, tardaba toda la mañana, entraba en la cafetería sin una palabra con el músculo de la mejilla contraído, cogía la caja de cerillas para encender el cigarro, dejaba caer cerillas y las cerillas que no dejaba caer se rompían en la lija
—No ha pasado nada
el mutilado de los cupones por las mesas, los hacendados enfadándose con el Estado a través de él
—Vete
y sólo el comandante de la policía lo llamaba, lo trataba de amigo, hombres con sangre caliente pero unos pobres diablos en el fondo, vamos, se quedaba con un décimo, apaciguador
—A ver, a ver
o con un número entero que distribuía entre los cultivadores sin que nadie lo rechazase, quién sabe si no hay ahí una fortuna, ya me agradecerán lo que hago por ustedes, señores, animaba al de las cerillas con una palmada compinche, arriba esa moral, tiente su suerte, compañero, el de las cerillas con lo que parecía un chichón, una mancha violeta en el pómulo, el comandante de la policía solícito, no me diga que se ha herido, vaya, pedía agua tibia y una toalla al camarero para aliviarle el dolor, se la aplicaba él mismo, no se mueva que es por su bien, quietecito, al volver a casa tiene que pedirle a su mujer que le ponga una pomada en la cara y pronto estará bien, hay cosas con las que no se juega, siempre es mejor prevenir que curar, no cree, el agua le resbalaba por el cuello, el cigarrillo se deshacía, y aun sin cigarrillo los dedos bailaban raspando la lija, las cerillas seguían rompiéndose hasta quedarse la caja vacía, el comandante de la policía simpatiquísimo entregaba la palangana con agua tibia y la toalla al camarero, limpiaba la boca del hacendado con su propio pañuelo, una costra de sangre entre dos dientes, preguntaba molesto, con una entonación infantil
—¿Qué se dice cuando nos ayudan, qué se dice?
el dueño que servía un aguardiente con el brazo en alto, los ojitos de la cocinera en la ventana con azulejos de la despensa, el limpiabotas inclinado ante un zapato a la espera, la sobrina del veterinario que paseaba a su perro entre las palmeras, remolinos de niebla en el jardín, la última cerilla, un murmullo extraño que la costra de sangre ahogaba luchando con los incisivos rotos para formar las sílabas
—Gracias, señor comandante
el comandante de la policía se repantigaba en la silla, contento, con un requiebro final
—Buen muchacho
como cuando a la puerta del despacho cogiendo a mi madre por la cintura se dirigía a Carlos después de quitarle la escopeta de perdigones y mi madre callada, no sumisa, inerte
tu amante de poblado
—Buen muchacho
mi abuela corría con el rosario en la muñeca hacia el oratorio escandalizada por los santitos, protestando por el abandono de los seres de barro que adulaba con ramos, tapetes y lamparillas de aceite, una multitud de mártires con túnica y pelo largo que después de la muerte de ella, desempleados, me encuentro con guitarra en bandolera pidiendo limosna en la línea de Cascais, la misma mirada lastimosa, la misma delgadez casta, la misma fe en la Eternidad, los mismos pies descalzos, tumbados en los bancos de la estación, tocando la flauta, con collares uruguayos en una manta o perseguidos por guardias republicanos ateos, menos mal para ti que falleciste, abuela, si siguieses viva te morirías de disgusto, íntimos de Dios evadidos del ataúd de caoba de Baixa do Cassanje mendigando colillas y masticando bocadillos de chorizo acuclillados en un rincón sin ramos ni tapetes ni lamparillas de aceite, menos mal para ti que falleciste, abuela, tal vez empeñaron tus atenciones y tus mimos, el búcaro de porcelana con un capullo de rosa para santa Estefanía, las florecillas secas del beato Nuno, la paloma de porcelana del arcángel Gabriel cuyas alas, en lugar de salir de los hombros, nacían hirsutas de las hombreras de la ropa, la corte celestial obligándome a cambiar de acera en la calle y a encerrarme a cal y canto, ventanas y puertas, con miedo a que no reconociéndome como nieta de mi abuela entrase en mi casa para exigirme el equipo de sonido, el reloj de pulsera, las joyas, para cambiarlas por el humo de la heroína que es el incienso de los serafines y levitar en trance con los ojos cerrados, por los barrios de chabolas, ayudados por el impulso de la jeringuilla, reuniendo fieles entre los caboverdianos de las obras y los borrachos alojados por voto de pobreza en los pilares de los acueductos, flagelándose por nuestros pecados con sábanas de periódicos, pedazos de golletes, huesos de pollo, basura, encerrada a cal y canto en Estoril, del sofá al balcón y del balcón al sofá enfadada por los regalos de Luís Filipe, las flores, el cheque, el vestido, la pulsera, enfadada por el papel que las envolvía rasgado en la alfombra, los perritos Ming made in Singapur en la hornacina mirándome desde el comienzo de la noche con la porfía opaca de los cadáveres, los perritos, los muebles, los cuadros, los retratos que me clavaban la mirada como si fuese una intrusa e intentaban hacerme llorar entristeciendo a las lámparas, desafiándome a tomarme el tubo entero de pastillas para dormir, yo que hacía un esfuerzo enorme para contener las lágrimas
—No las tomo
yo en voz alta
—No las tomo
quiero que me presten atención, se interesen por mí, conversen conmigo, amor posibilidad de un reencuentro inesperado, número veintiséis, ahora se comprende todo, todo se relaciona, cómo no lo pensé mucho antes, la solución frente a mí, obvia, y yo negándome a verla, marco el número veintiséis en el teléfono camino del reencuentro inesperado, tanta gente que lo explica en la televisión, personas cultas, abogados, médicos, que la astrología es una ciencia, no dan un paso sin comprobar el horóscopo y yo ciega, no hay entrevista con una actriz de cine en la que no se hable de signos, somos felices porque mi marido es capricornio y yo piscis, mi vida no podía cambiar con un acuario típico, salud cuidado con el hígado, tengo que cuidarme el hígado, nada de frituras, grasas, huevos, el teléfono que suena, es evidente, cómo no habría de sonar, amor posibilidad de un reencuentro inesperado, color violeta, tal vez no me siente mal el violeta, sin exageración, claro, tampoco es cuestión de disfrazarme de Señor de los Pasos, supongamos unos pendientes violetas, un pañuelo de cuello, un collar, tal vez, por qué no, haya un vestido violeta en la boutique del centro y el modelo me guste, hay sorpresas así, violetas muy diferentes unos de otros que no me hagan demasiado seria, me envejezcan, me transformen en la mujer de Luís Filipe, me acentúen las arrugas, antes de ayer di con una cana en el cepillo, me quedé horas mirándola, aumenté la intensidad de la luz, me revisé las sienes, me peiné largo tiempo con el pánico de encontrar otra pero gracias a Dios no fue así, una cana larguísima, gigantesca, la más grande que he encontrado hasta ahora y justo en mí, justo en mí, dentro de poco la columna, la anemia, las hormonas desordenadas, la tensión, el calvario de los hospitales, mañanas enteras en el pasillo, la enfermera
—Usted
me duele aquí, me duele allí, una bata blanca que escribe, me extiende un papelito
—Una cucharada sopera cada ocho horas
el asilo, las excursiones a Fátima, la cintura que ya no existe, la tripa, abra la boca doña Clarisse, los ochenta y cinco años de doña Joana, los noventa años de doña Rita, la tarta que no se consigue soplar, se sopla la dentadura, la cantilena de las enfermeras, batir palmas, batir palmas, dinero no rechace la propuesta de negocios de una persona amiga, cuando llamen llevaré tonos cálidos, faldas ajustadas, pantalones que realcen mi sensualidad, un turbante morado
color violeta color violeta
para esconder la próxima cana, mando los perritos por correo a Luís Filipe
—Pásalo bien
nunca más la importancia absurda que las cosas estropeadas cobran después de oscurecer, la portezuela del espejo de la que no se oye el chasquido, el armario empujado con la rodilla, la mancha en el bidé a causa del grifo, la bola del marco del espejo que no tengo la menor idea de dónde anda, los flecos de la alfombra que no tengo la paciencia de coser
—Pasadlo bien
los zapatos que necesitan suelas, la bolsa de plástico que dejé en la entrada para no olvidarme de llevar el traje a la costurera, la cortina castaña que está pidiendo lavadora, el jabón en polvo que falta en la lista de la asistenta, escribir JABÓN EN POLVO, los objetos finalmente amables, sin desafiarme a tomar el tubo entero de pastillas para dormir, si la portera nos ofrece un gato
—¿No es una preciosidad?
aceptamos, discutimos entre cabezadas pellizcos caricias besos
después de mi padre creo que ningún hombre
para encontrarle un nombre, Catita no, qué horror Catita, Tigresa qué hortera dónde se ha visto, un nombre de persona tampoco que es falta de respeto, una palabra graciosa, extranjera, al mismo tiempo divertida e infantil, de esas de los dibujos animados, la novia del ratón Mickey por ejemplo, Minnie, entonces Minnie, ya está, el animal tiene cara de Minnie para colmo, mira muy contenta, parece que le gusta, di Minnie Minnie Minnie, te pones tan bonita cuando dices Minnie, quién ha dicho que los gatos, limpísimos y listos como son, no sonríen, ven aquí Minnie, poder ser tonta con ganas, distraída sin vergüenza, jugar, salud cuidado con el hígado, amor posibilidad de un reencuentro inesperado, dinero no rechace la propuesta de negocios de una persona amiga, número veintiséis, color violeta
Carlos nunca me quiso de la misma manera que no sé si quiero a mi familia no sé si quiero a alguien
a veces por la noche es difícil me falta algo indefinido me apetece
odio confesar esto
llorar
Rui ocupado en torturar a todo el mundo después de mi padre creo que ningún hombre
me cogía de la mano si me sentaba junto a él
las rodillas temblaban en la cama
me prometía que mañana iríamos a pasear a Marimba una compañera me invitaba a cenar y me olvidaba la luz seguía encendida en la habitación no se enfadaba conmigo
—Hija
me sonreía contento de verme de estar juntos de hacerle señas de adiós desde la puerta
después de mi padre creo que ningún hombre a no ser ahora
amor posibilidad de un reencuentro inesperado, número veintiséis, color violeta
padre
tonos cálidos, faldas ajustadas, pantalones que realcen su sensualidad, líquida como en Baixa do Cassanje, el perfume que permanecía a nuestro alrededor confundido con el árbol de la China, yo colgada en los estores afirmando Sí sin darme cuenta de lo que afirmaba, una comezón extraña, más que una comezón un hormigueo en los tobillos y en las muñecas, el motor de la segadora de aquí para allá, Carlos que le quitaba la manguera, lo empujaba, Rui sentado en el suelo pataleando
—Abuela
hasta que entramos en la casa de la hacienda
—Madre, quería presentarle a
mi madre más aliviada que contenta porque su hija
voy a tocar madera
no conseguía empleo en los bares y salas de fiestas de Luanda
has de reconocer que no me enfado soy tu puta
ni se pasaba los días tendiendo ropa con las compañeras de la isla
no
así no
mi madre satisfecha con él, radiante con su presencia, su figura, sus modales, levantándose
—Encantada
mi abuela agradecida encendía más velas y prometía novenas en el oratorio, hasta Josélia y Maria da Boa Morte felices en la cocina, realce su sensualidad, tonos cálidos, sin abrazarme
es lógico
pero felices, sonriendo
—Señorita
el apartamento de Estoril de repente habitable, los perritos Ming made in Singapur al fin y al cabo casi de buen gusto, al fin y al cabo de buen gusto, si la mujer de Luís Filipe que se suscribe a revistas, frecuenta los anticuarios y compra en las subastas, los tiene en casa, sin duda no son de despreciar, la revista, aquí la tengo, los llama piezas de colección, singularidades de museo, el bar, el sillón, la hornacina, no hay señora que no tenga una, platos en vertical iluminados por lámparas escondidas, y después vivir en Estoril, aun en una calle inacabada y sin salida, con restos de barracas y ladrillos y estas pilas de arena y los obreros que martillean todo el día, el teléfono que llama, color violeta, número veintiséis, salud cuidado con el hígado, amor posibilidad de un reencuentro inesperado, encuentro en este caso, sólo en mi signo pone posibilidad de un reencuentro inesperado, los otros dicen mantenga su relación estable, no coloque a su persona amada frente a dilemas de difícil solución, recuerde que el amor es frágil, perdone, aguarde sin exigir imposibles, el mío, por el contrario, no puede estar más claro, no hay lugar a engaño, aquí está escrito, tengo la uña encima, posibilidad de un reencuentro inesperado, una llamada más, el sonido del auricular suyo en mi oído, los regalos de Luís Filipe que no me importan en absoluto en el suelo, el ramo de flores, el cheque, el vestido, la pulsera, el sonido del auricular, aquel chisme eléctrico, zas, una voz lenta de mujer, un rezongo de sueño
—Telecom, buenas noches
yo suspirando en los agujeritos de baquelita sin creerlo
—Telecom, buenas noches
mi madre que se había levantado se sentó de nuevo, mi abuela regresaba al ganchillo, las furcias de la isla colgaban sostenes entre los cocoteros, los pavos reales de aquí para allá, irritantes, idiotas, Josélia salía al patio con la comida de los setters, la segadora hacia delante y hacia atrás, baja los estores, si los chicos están fuera nos oyen por la ventana, no siento comezones extrañas, qué tontería, no soy líquida, tonos cálidos, faldas ajustadas, la voz enfurecida
—¿Ya no hay respeto, caramba?
mandar a arreglar los zapatos pasado mañana sin falta, buscar la bola torneada del marco del espejo, llevar el traje a la costurera, coser los flecos de la alfombra, pedir al marido de la portera que suba con el destornillador y acabe con el tormento de los rodillazos en el armario, ingresar el cheque, ponerme el vestido de Luís Filipe, la pulsera, las flores en el florero entre los perritos de porcelana, sacar el hielo del frigorífico, no tres, no uno, dos cubitos Clarisse dos cubitos, cuántas veces tengo que repetírtelo, dos cubitos, el marcapasos
tic tic
vuelve a un hombre vulnerable y me gustan los hombres vulnerables, a quién no le gustan, tal vez se divorcie un día o la mujer se muera y sea necesario abrir una segunda hornacina en la pared, al lado de la primera, iluminada por lámparas escondidas, para meter allí dentro a los dos perritos de la difunta.