LAS PRUEBAS DEL DELITO
El hecho es que durante treinta años ha habido un silencio absoluto alrededor de este incidente, cortado bruscamente por la aparición de un fotógrafo, Rodrigo Moya, amigo de Gabo, que el 6 de marzo de 2007, justo el día que Gabo cumplía ochenta años de ancianidad, saturó el interés de la opinión pública mundial con un artículo y unas fotos inéditas en el periódico mexicano La Jornada. Moya cuenta que conoció a Gabo en una fiesta que su madre, nacida en Medellín pero residente en la capital azteca, daba en casa para intelectuales colombianos radicados en México:
El tal Gabo no me cayó muy bien que digamos. En plena reunión él se tendió en uno de los largos sofás, la cabeza apoyada en el brazo acodado, y desde esa posición como de marajá aburrido sostenía escuetos diálogos, o emitía juicios contundentes o frases entre ingeniosas y sarcásticas. Estaban aún lejos Cien años de soledad y el Premio Nobel, pero el paisano de mi madre se comportaba ya con una seguridad y cierta arrogancia intelectual que no a todos agradaba. Poco después leí La hojarasca, y luego Relato de un náufrago, y El coronel no tiene quien le escriba, y todo lo que escribiría a lo largo de los siguientes casi 50 años, y entendí entonces por qué aquel tipo de bigote y gestos como de fastidio y pocas pero contundentes palabras como de frases célebres, podía recostarse en el sofá en medio de una ruidosa tertulia y decir lo que le viniera en gana.
(Moya 2007: 1)
Esa primera impresión no fue muy buena, pero en sucesivas visitas a casa de su madre se hicieron muy amigos, también de Mercedes y de los pequeños Rodrigo y Gonzalo. La gran suerte de Moya es que, el 29 de noviembre de 1966, Gabo apareció en su apartamento para pedirle que le hiciera algunas fotos, con el fin de ilustrar la contraportada de un libro que acababa de terminar después de casi dos arduos años de trabajo. Llegó con una despampanante chaqueta, que a Rodrigo no le gustó nada, hasta el punto de sugerirle que podía prestarle alguna de las suyas para la foto. El libro se publicó con su foto y con el título de Cien años de soledad. Ninguno pensaba, entre las bromas de la «sesión fotográfica», que esa imagen y ese título iban a cambiar la historia de la literatura.
Diez años más tarde Gabo apareció de nuevo en el apartamento de Rodrigo. Esta vez sin chaqueta y sin libro. Pero con un ojo morado, en muy malas condiciones, y una herida en la nariz. Gabo quería dejar constancia de la agresión, y Rodrigo era su amigo fotógrafo, el más indicado para hacerlo. Por supuesto, lo primero que hizo fue preguntar por qué había ocurrido ese desencuentro:
Gabo fue evasivo y atribuyó la agresión a las diferencias que ya eran insalvables en la medida que el autor de La guerra del fin del mundo se sumaba a ritmo acelerado al pensamiento de derecha, mientras que el escritor que 10 años después recibiría el Premio Nobel, seguía fiel a las causas de la izquierda. Su esposa Mercedes Barcha, quien lo acompañaba en aquella ocasión luciendo enormes lentes ahumados, como si fuera ella quien hubiera sufrido el derechazo, fue menos lacónica y comentó con enojo la brutal agresión, y la describió a grandes rasgos: En una exhibición privada de cine, García Márquez se encontró poco antes del inicio del filme con el escritor peruano. Se dirigió a él con los brazos abiertos, para el abrazo. ¡Mario…! Fue lo único que alcanzó a decir al saludarlo, porque Vargas Llosa lo recibió con un golpe seco que lo tiró sobre la alfombra con el rostro bañado en sangre. Con una fuerte hemorragia, el ojo cerrado y en estado de shock, Mercedes y amigos del Gabo lo condujeron a su casa en el Pedregal. Se trataba de evitar cualquier escándalo, y el internamiento hospitalario no habría pasado desapercibido. Mercedes me describió el tratamiento de bisteces sobre el ojo, que le había aplicado toda la noche a su vapuleado esposo para absorber la hemorragia. Es que Mario es un celoso estúpido, repitió Mercedes varias veces cuando la sesión fotográfica había devenido charla o chisme.
(Moya 2007: 1)
El artículo termina aludiendo a los avatares de esas fotos, metidas treinta años en un cajón: «Guarda las fotos y mándame unas copias, me dijo el Gabo antes de irse. Las guardé 30 años, y ahora que él cumple 80 años, y 40 la primera edición de Cien años de soledad, considero correcta la publicación de este comentario sobre el terrífico encuentro entre dos grandes escritores, uno de izquierda, y otro de contundentes derechazos» (Moya 2007: 1).
Parece que la ensalada de conmemoraciones que han acompañado a los ochenta años de Gabo y a los ciento cuarenta años de soledad ha derivado en todo tipo de comentarios, conjeturas y repasos de la vida del Nobel, así como de sus allegados. En los prolegómenos de las efemérides se habló incluso de acercamiento de los dos genios literarios, el poeta y el arquitecto, el turco y el indio, Lennon y McCartney, por varios indicios. En primer lugar, Mario Vargas Llosa había dado, por primera vez en casi treinta años, permiso para realizar una nueva edición de Historia de un deicidio, su gran obra sobre el colombiano, que sus editores, su agente literaria, su público, el público de Gabo, habíamos reclamado a gritos desde hacía años. Era imposible encontrar un ejemplar, a no ser que el interesado acudiera a alguna privilegiada biblioteca que en su tiempo hubiera comprado uno, sin saber que en algún momento constituiría una reliquia. Y así fue hasta que, a partir de 2005, han visto la luz las obras completas de Vargas Llosa en la editorial Galaxia Gutenberg, y en uno de los tomos, el sexto, dedicado a su obra ensayística, aparece íntegro el texto sobre Gabo, junto con los dedicados a Joanot Martorell, Flaubert, etc. Aparte de ser un alivio para lectores e investigadores, porque todos los tomos vienen con buenos prólogos, tanto de Mario como de críticos relevantes, podría significar un gesto de acercamiento. Pero no tiene por qué ser así. Vargas Llosa contestaba de este modo en la edición del 20 de mayo de 2006, en el suplemento cultural de El País, Babelia, a una pregunta de María Luisa Blanco sobre las obras completas del peruano:
—Y ha incluido García Márquez: historia de un deicidio.
—Desde Luego. No he reeditado García Márquez: historia de un deicidio por la sencilla razón de que es una obra que tendría que actualizar, y eso requeriría por mi parte un esfuerzo. Es un libro que termina prácticamente con el volumen de cuentos que publicó García Márquez luego de Cien años de soledad, o sea, más de la mitad de la obra de García Márquez ha quedado fuera. Pero en unas Obras completas está incluido.
—¿No influye el distanciamiento con García Márquez?
—Ese tema no lo tocamos.
—Se lo pregunto por la cuestión anímica, porque es difícil enfrentarse con frialdad a algo conflictivo, a algo que duele.
—Mire, hay cosas que realmente no las escribiría de la misma manera hoy en día, por supuesto, pero supongo que eso le pasa a todos los escritores y a todos los seres humanos. Cuando revisas tu vida encuentras muchas cosas que hubieras preferido no hacer o que hubieras preferido hacer de otra manera. Pero yo creo que si tú publicas tus obras completas, no tienes derecho a hacer esas mutilaciones, no tiene sentido además. Por eso creo que es muy importante que se publique todo en un orden cronológico, donde se puede seguir una vida con todas sus contradicciones, las caídas, las levantadas, los traspiés que también tiene una vida literaria y artística.
(Zapata 2007: 125-126)
En segundo lugar, y más importante, tiene especial relevancia el hecho de que, en la edición que conmemora el cuarenta aniversario de la publicación de la gran obra macondiana, Mario haya incrustado un prólogo dentro de un conjunto heteróclito de personajes que rinden homenaje al de Aracataca. Se trata de una edición popular de la Real Academia Española, junto con la Asociación de Academias de la Lengua Española, de la que se sacaron un millón de ejemplares, y de la que ya solo quedan restos en algunas librerías. La edición es magnífica, con un glosario de cincuenta y cinco páginas, hecho por la Academia Colombiana, una genealogía de los Buendía y una revisión del texto, depurando erratas, corregida después por el autor. En cuanto a los estudios que preceden a la introducción, además del de Vargas Llosa, titulado «Cien años de soledad: realidad total, novela total» que constituye una de las partes centrales de su obra clásica Historia de un deicidio, hay ensayos de Carlos Fuentes, hoy por hoy el mejor amigo de Gabo en la órbita del boom, de Álvaro Mutis, otros de los grandes amigos desde los primeros tiempos de México, Víctor García de la Concha, que publica la edición, Claudio Guillén, excelente teórico de la literatura, y para terminar, tres buenos críticos latinoamericanos: Gustavo Celorio, Pedro Luis Barcia y Juan Gustavo Cobo Borda, este último uno de los que más ha escrito sobre la vida y la obra de su compatriota colombiano.
Puede haber ocurrido que, al coincidir en un mismo sentido todas las Academias y tantos críticos y amigos de buen talante, Mario haya accedido animado por las circunstancias. No obstante, parece que esos rumores de reconciliación son más bien eso, rumores: no se los ha visto juntos en ningún lugar ni han hecho declaraciones, ni públicas ni privadas, al respecto. Algunos medios hablaron de ello: el 10 de enero de 2007, el periódico Los Tiempos de Bolivia recogía una información que había salido días antes en el diario inglés The Guardian, según la cual, el hecho de que estuvieran los dos de acuerdo en la inclusión del prólogo del peruano en la edición conmemorativa del colombiano era ya una prueba fehaciente del acercamiento. José Miguel Oviedo, cercano a ellos dos desde los sesenta y gran amigo de Mario, nos ha comentado que eso no tiene por qué haber sido así: la Academia y su agente literaria (que es la misma) han podido terciar para que cada uno dé su aceptación. En cambio el periódico El Universal desmiente este posible acercamiento, y El Tiempo de Bogotá lo atribuye a un «malentendido». Otro rotativo pondría en ellos ciertas palabras aclaratorias, por separado; Gabo habría dicho «No me opongo a que se publique (el texto de Mario), pero yo no se lo voy a pedir», y Mario «No me opongo a que se publique, pero yo no lo voy a ofrecer» (Gutiérrez 2007: 8), que son las declaraciones que el expresidente de Colombia Belisario Betancour adelantaba al comenzar el Congreso de la Lengua de Cartagena donde se rindió el homenaje a Gabo. También afirmó, y en esa frase puede haber comenzado el malentendido, que «sus relaciones están en una zona cariñosa de ablandamiento». Sea como fuere, ahí está ese prólogo enriqueciendo una edición que va a convertirse en clásica, y que será recordada durante mucho tiempo.
Tomás Eloy Martínez, aquel periodista y narrador argentino que tanto tuvo que ver en 1967 con el éxito de Cien años de soledad, amigo personal de los dos, escribió en La Nación, de Buenos Aires, el 26 de abril de 2000, que «ellos no se odian. La verdad es que la amistad que tuvieron en el pasado fue muy entrañable. Los verdaderos amigos de García Márquez son los que tuvo a partir de los 35 años. Y en ese sentido, Vargas Llosa es uno de esos amigos». Por esas mismas fechas, en las que Mario promocionaba por todo el mundo La fiesta del Chivo y Gabo se acababa de debatir entre la vida y la muerte con un cáncer linfático del que ya se estaba recuperando, al peruano le preguntaban con mucha frecuencia sobre el colombiano; y siempre respondía: «No, no hemos vuelto a hablar, pero me alegro de que esté bien» (véase en este periódico[7]: noticia de César Coca, pág. 59).
Parece, además, que si ese acercamiento no ha ocurrido se debe, en parte, a la esposa de Gabo que, en repetidas ocasiones, se ha declarado en contra. A comienzos de los noventa, en una entrevista para la televisión, una reportera preguntaba a García Márquez por quien fuera su amigo. El colombiano cambiaba el gesto, quedaba en silencio durante unos interminables segundos y luego comentaba con cara de pocos amigos que no quería hablar de ello. Poco después, en una conversación en México con Xavi Ayén para Magazine, revista dominical de La Vanguardia de Barcelona, el periodista pregunta: «¿No ve posible que se produzca una reconciliación?»; en ese momento, entra Mercedes Barcha, la esposa de Gabo, y responde con contundencia: «Para mí ya no es posible. Han pasado treinta años». «¿Tanto?», pregunta Gabo sorprendido. «Hemos vivido tan felices estos treinta años sin él que no lo necesitamos para nada», remacha Mercedes, antes de matizar que «Gabo es más diplomático, así que esta frase pueden ponerla exclusivamente en mi boca» (Zapata 2007: 126). Incluso hay quienes aseguran que, en un momento dado, ellos quisieron restablecer sus relaciones, pero el siguiente comentario de Mercedes a Patricia lo impidió:
(Zapata 2007: 125)