EL RETORNO DE LOS GALEONES: TENDIENDO
PUENTES ENTRE ESPAÑA Y EL BOOM
Los puentes y la literatura han estado siempre muy ligados. El puente, históricamente, es símbolo de unión, de contacto entre tierras incomunicadas. Se trata de una de las primeras construcciones humanas que han practicado todas las culturas con el fin de juntar lo que está separado. En literatura también se construyen puentes a través de la escritura, uniendo planos que están desligados: el de la realidad y la ficción, el de la vigilia y el sueño. La continuidad ya no de los parques, sino de los puentes. El escritor es el encargado de tender un puente al lector para que cruce a ese otro lado, al mundo habitado por personajes como Horacio Oliveria que, muy sagazmente, espera a la Maga en Le Pont des Arts. Rayuela es uno de los iconos narrativos del boom, y no casualmente transcurre entre Buenos Aires y París. Vargas Llosa, en un artículo llamado «París, entre unicornios y quimeras», afirma que precisamente las dos ciudades más literarias del mundo son estas dos, porque en ambas, sobre la ciudad real, se superpone una ciudad literaria «hecha de mitos, leyendas, personajes extraordinarios, acciones heroicas o trágicas o cómicas, que están como impregnando la ciudad real y a veces sustituyéndola» (Vargas Llosa 2008: 1). Tampoco entonces se nos antoja casual que París sea la ciudad de los mil puentes y que en ella prácticamente no haya calle, parque, barrio o monumento «que no se asocie a algún poema, a algún autor, a algún libro, a alguna corriente o a un hecho relevante de la vida literaria y artística de Francia». El peruano nos tiende un puente y escribe:
Probablemente el espectáculo de los puentes de París sea lo más bello de la ciudad más bella del mundo, que sin duda es París. Ver amanecer o anochecer desde los puentes o contemplar un crepúsculo en el otoño es una experiencia estética inagotable y una de mis grandes ilusiones cuando paso por París.
Los puentes del Sena, las dos islas, la de la Cité y la de Saint Louis, son el centro mismo de la historia de Francia, que comenzó allí; y no se puede pasear por esos lugares sin que toda esa tradición histórica, riquísima, en los siglos en que Francia fue la capital del mundo, no repercuta sobre la memoria y la sensibilidad del paseante.
(Vargas Llosa 2008: 1)
No cabe duda de que los años que pasó Vargas Llosa (y García Márquez) en París repercutieron en su «memoria» y en su «sensibilidad». Ya hemos comentado los avatares literarios que vivieron nuestros protagonistas, por separado, en la ciudad de la luz, los cuales, a todas luces, han quedado impresos en esta ciudad empuentada. Para ambos París fue clave en su literatura: allí aprendieron a construir imponentes y admirables puentes de pasta literaria. Gabo ha hablado en varias ocasiones de esa vida «difícil, aventurera y pintoresca de muchos sudamericanos varados en París». Su experiencia fue dura, pero a pesar de las miserias padecidas, logró salir adelante y escribir El coronel no tiene quien le escriba. Comenta Gabo: «Pero si no hubiese vivido estos tres años, probablemente no sería escritor. Aquí aprendí que nadie se muere de hambre y que uno es capaz de dormir bajo los puentes». El escritor que habita bajo un puente de arquitectura y sobre uno de literatura. Como Vargas Llosa, que escribió también La ciudad y los perros entre, sobre y bajo esos puentes. Así, arquitectura y literatura se superponen y enriquecen mutuamente, son dos caras de una misma moneda que tiene mayor circulación en la villa parisina. Y es que los puentes arquitectónicos y los literarios comparten el mismo objetivo: permitir la comunicación. Así el arquitecto y el poeta se erigen como los grandes comunicadores del boom, los hacedores de puentes, los conectores de ambos lados del Atlántico. Pero Vargas Llosa y García Márquez no solo tendieron puentes, sino que también los cruzaron. El más importante, el más trascendental en sus vidas, fue el que Carlos Barral tendió en los sesenta reestableciendo el diálogo y la comunicación entre España y América Latina. El editor de Seix Barral estaba asentado en otra importante ciudad encuentada, que más que tener puentes, los ha tendido: Barcelona. Esto hizo que los latinoamericanos se instalaran por un tiempo en España, en esta ciudad, creando una colonia de escritores de América Latina vocacionalmente barceloneses, y suscitando un gran interés en todo el país, que dedicó estudios, conferencias y coloquios al análisis de la literatura hispanoamericana.