ROSA (PRIMAVERAL) DE LIMA

En Perú, septiembre no anuncia el otoño, sino la primavera y sus rosas frescas. En 1967, esa estación inaugural de la vida estaba certificando el nacimiento del boom, de dos de las novelas más importantes de la narrativa del siglo XX en español y otro nacimiento, no menos importante, el de Gonzalo, el segundo hijo de Mario. Gabo llegó a Lima a principios de septiembre para el famoso coloquio con Vargas Llosa, pero lo más relevante fue la consagración de la primavera de la amistad entre los dos, cuando el colombiano apadrinó al hijo de Mario en el bautizo. Como respuesta a ese detalle, el nombre completo del nuevo retoño fue Gabriel Rodrigo Gonzalo, es decir, el nombre del amigo y de sus dos hijos. Y durante los días 5 y 7 tuvo lugar el tan ansiado encuentro en el auditorio de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Ingeniería, frente a una multitudinaria participación de estudiantes. Comenta Saldívar al respecto:

El diálogo fue sereno, fluido, casi familiar. García Márquez no solo parecía resignado a su nueva suerte de vedette, sino que hasta parecía haber domeñado su horror a hablar en público. Estuvo más cercano, solícito y de buen humor, y fue profuso hasta el detalle al revelar las claves de su arte narrativo y sus nexos con la realidad. Con su visión abarcadora de la novela y su obsesión analítica de la misma, Vargas Llosa fue el brillante conductor e interrogador, aunque a veces se intercambiaban los papeles.

(Saldívar 1997: 466)

Lo cierto es que a Gabo siempre le ha costado hablar en público: no es un gran orador porque nunca se lo ha propuesto. Lo suyo es escribir, como él mismo dice, y eso lo hace mejor que nadie. Pero Mario sí es un perfecto Castelar, sus discursos, sus improvisaciones, sus conferencias, sus clases, sus respuestas en los foros y en los medios de comunicación, dan la impresión de ser textos escritos, preparados, con una sintaxis perfecta, sin titubeos ni coletillas, y con un contenido tan profundo que parece llevar toda la vida pensando lo que acaba de decir. Quizá por esa razón, Gabo no deseó en un principio que se publicara el contenido del diálogo. José Miguel Oviedo, que los acompañó en todo momento, quiso enseguida que hubiera constancia escrita del evento. Se dedicó todo el otoño (la primavera peruana) a componer el diálogo, y para principios de 1968, lo tenía terminado. Se lo envió el 24 de enero con esta carta:

Mi querido Mario:

Finalmente […] tienes en tus manos el original en limpio de tu diálogo con Gabo. […] Mi viejo, tienes que leerlo lo más rápido posible, con las anotaciones que consideres necesarias, para luego publicarlo aquí como folletito especial de la UNI. Naturalmente, me doy cuenta de que el texto tiene demasiado interés como para desperdiciarlo en una edición universitaria, de pocos ejemplares y que apenas circulará fuera de Lima. Se me ha ocurrido ofrecérselo a Paco Porrúa de Sudamericana para que, en coedición con otros, lo lance por toda la América del «boom».

(Princeton C.0641, III, Box 16)

Pero Gabo, que también recibió el manuscrito de Oviedo, no estaba de acuerdo con la publicación, como se desprende de la carta que le escribe a Mario el 7 de febrero:

Mi querido Mario:

Le escribo ahora a Oviedo para desautorizar la publicación en libro de nuestros diálogos limeños. Eso estaba acordado. He leído el texto, y sigo creyendo que no es malo como espectáculo de circo, pero en cambio en un libro resultaría superficial y apresurado. Permitir su impresión sería de una frivolidad imperdonable. […]

Solo por no crearle problemas a José Miguel voy a permitir que se publique el folleto universitario. Pero eso sí, macheteando mucho el texto. Lo único que no haré, por consideraciones de honradez elemental, será agregar líneas nuevas. Y en el futuro me cuidaré mucho de no dejar estos hijos espúreos flotando por el mundo.

Estoy perdido: la novela del dictador crece y se ramifica mentalmente, y me parece que será un monstruo de siete cabezas. He tomado la decisión firme de escribirla a fondo, y de retirarme luego a mis habitaciones privadas. No puedo más: tengo la impresión de que me estoy suicidando con la máquina de escribir. […]

Te esperamos ansiosamente a fines de este mes. ¡Hablaremos, coño, ahora sí! Sería formidable que viniera Patricia: nunca la hemos visto vacía.

Abrazos, Gabo

(Princeton C.0641, III, Box 16)

Es normal que, después del éxito de Cien años de soledad, y sabiendo lo escrupuloso que es Gabo para dar a la prensa sus escritos, el colombiano no quiera que se publique cualquier cosa con su nombre. Oviedo, en cambio, es un crítico y un docente, y ve en ese texto un material magnífico para estudiantes y estudiosos. Lo cierto es que no se hizo la versión universitaria proyectada por Oviedo y resignadamente aceptada por Gabo. Porque lo que nunca aceptó el colombiano fue una edición a bombo y platillo en la editorial argentina que había publicado meses antes su novela. A Oviedo no le sentó bien esa decisión, como se desprende de otra carta a Mario, del 8 de marzo, donde dice: «Sí, Gabo se negó a aceptar la edición Sudamericana. No estoy en absoluto de acuerdo con él. El diálogo tiene gran valor para cualquier lector interesado en la novela. Creo que Gabo obra impulsado por una mezcla de pudor y fastidio. En una carta me confesaba que estaba escribiendo muy lentamente, a puñetazos» (Princeton C.0641, III, Box 16).

Finalmente, el diálogo se publicó, pero en Milla Batres, en coedición con la UNI, lugar donde se realizó la charla, en 1968. El trabajo de Oviedo se vio recompensado, aunque solo en parte, porque la repercusión fue mínima. Él mismo nos lo contó un día que comimos en un restaurante tailandés, exquisito, del barrio chino de Filadelfia. José Miguel había organizado el encuentro, y tenía mucho interés en que el evento se difundiera al máximo. A corto plazo eso no ocurrió, pero con el tiempo ha llegado a ser un texto muy conocido, a juzgar por la multitud de ediciones piratas que ha tenido. Oviedo relataba que Gabo le había asegurado, en varias ocasiones, que ese librito es el más plagiado, copiado y difundido clandestinamente de toda su obra. De hecho, la edición que hemos manejado, de la editorial Perú Andino, de 1988, no la conocían ni José Miguel, ni Gabo ni Mario. Cuando se la enseñamos a Oviedo en medio de los brócolis, el Pad Thai y el magnífico Ped Dang, se echó a reír, corroborando la nada exagerada aseveración de Gabo.

El texto del encuentro es magnífico. Allí se tratan todos los temas literarios, sociales y políticos del momento. Mario comienza preguntando al colombiano para qué sirve un escritor, a lo que Gabo replica, jocosamente, que empezó a ser escritor cuando se dio cuenta de que no servía para nada, aunque, yendo un poco más al grano, añade otra dos ideas: «Escribo para que mis amigos me quieran más» y también como un elemento de subversión, porque «no conozco ninguna literatura que sirva para exaltar los valores establecidos» (García Márquez y Vargas Llosa 1988: 21-22). El escritor está siempre en conflicto con la sociedad, y se escribe «como una forma de resolver ese conflicto del escritor con su medio» (22), basándose «en experiencias personales» (23). Acto seguido, Vargas Llosa, que está entusiasmado con Cien años de soledad, comienza a indagar en ciertos aspectos de la génesis, desarrollo y finalidad de esa novela, como la idea de la soledad constitutiva del ser humano, la frustración, el desencuentro con la realidad, las historias familiares, la manía y necesidad de contar aventuras, la razón o sinrazón de las guerras, de la alienación del hombre latinoamericano, de los abuelos y su mundo maravilloso, de la importancia de la memoria y los recuerdos, de la conjunción de magia y realidad, de la influencia de las novelas de caballerías, de los límites del realismo en la literatura, de la posibilidad de que cualquier cosa ocurra en la vida cotidiana de América Latina, de los nombres de los personajes, que se repiten hasta la saciedad, de la crítica social y política inserta en las entrañas del relato, repasando la historia de Colombia del último siglo, y de lo más importante, cómo convertir ese material humano, real, político, social, cotidiano, familiar, en una «realidad imaginaria», haciéndolos «pasar por el lenguaje» (33). Las respuestas de Gabo son elocuentes y van en la línea de la defensa de su visión del mundo y la apropiación de unas técnicas, desentrañando su método de trabajo y las fuentes de sus historias.

Este primer coloquio, después de varias horas, terminó con una reflexión sobre lo que ya se estaba llamando, desde ese año, el «boom» de la literatura latinoamericana. Vargas Llosa habló de una realidad indudable, y lo fechó en los últimos 10 o 15 años. Comenta que no solo hay más escritores de calidad, sino muchísimos más lectores de nuestra literatura, tanto aquí como en Europa y en los Estados Unidos. De otra parte, Gabo opinó que los escritores de entonces no eran mejores que los de antes, y que lo que había cambiado era la progresiva profesionalización: antes escribían de vez en cuando, en los ratos libres, los fines de semana, y ahora un escritor tiende a ser solo eso, escritor profesional. Concluye Gabo: «Hemos decidido que lo más importante es seguir nuestra vocación de escritores y los lectores se han dado cuenta de ello. En el momento en que los libros eran realmente buenos, aparecieron los lectores. Eso es lo formidable. Yo creo, por eso, que es un boom de lectores» (37).

En la segunda parte del coloquio, retoman el tema y Gabo añade que si ahora se lee más, es también porque los escritores han «dado en el clavo» (39) con los temas que interesan y preocupan a una gran parte de la población. El siguiente tema es otro de los controvertidos de la época: la definición de «escritor latinoamericano». La polémica estriba en que muchos narradores de América viven en Europa (Cortázar o Vargas Llosa) o fuera de su país (García Márquez) y, además, algunos no hablan sobre la situación de sus lugares respectivos, sino de amplios temas y tratamientos culturalistas, como Borges. Gabo contesta que en Borges no ve lo latinoamericano, pero en Cortázar sí, porque en él se aprecia la influencia europea que hay en Buenos Aires. En Borges hay una literatura de evasión. En Cortázar no. A Borges lo lee mucho, pero no le gusta. Lo lee por su capacidad de artificio verbal, porque enseña a escribir, a «afinar el instrumento» (41). Pero no le interesa demasiado su literatura, porque no se basa en una realidad concreta, aunque lo admira y lo lee «todas las noches» (43).

Partiendo de la relación de la obra literaria con la realidad, Vargas Llosa deriva el coloquio hacia la actitud política de Gabo, a lo que sugiere enseguida que «el principal deber político de un escritor es escribir bien» (44), que significa no solo tener un buen estilo, sino también «de acuerdo a sus convicciones. A mí me parece —explica— que al escritor no hay que exigirle concretamente que sea un militante político en sus libros, como al zapatero no se le pide que sus zapatos tengan contenido político» (44). Por eso, no está de acuerdo con un crítico argentino que dijo que su última novela era reaccionaria, porque hacer una novela hermosa en un momento en que América Latina vive problemas graves es inaceptable. Se defiende diciendo que en Cien años de soledad están descritos «problemas fundamentales de la realidad social y política latinoamericana» (44), como la violencia, las huelgas bananeras, las guerras, la explotación de los monopolios extranjeros, etc.

En ese punto de la discusión, cuando los ánimos estaban ya bastante caldeados, se terminó la actividad, con un público entregado que habría continuado horas y horas con sus ídolos literarios. Lennon y McCartney tuvieron que marcharse, sin bises ni adendas. Pero lo más relevante que había quedado de ese viaje era una amistad muy profunda. En poco más de un mes, esos dos colosos habían revolucionado media América Latina, pero sobre todo se habían revolucionado a sí mismos. Y quizá, lo que había quedado más claro de esas jornadas era que Mario Vargas Llosa conocía a la perfección, página por página, y quizá mejor que su autor, la novela de Macondo. En los siguientes capítulos daremos buena cuenta de ello. Un adelanto: el 2 de diciembre de ese año, Gabo le manda una carta a Mario, agradeciéndole la reseña que le ha hecho de su novela para un periódico bogotano. Además, aprovecha para hacerle un par de comentarios sobre Los cachorros, la novelita recién publicada de Mario, y Tres tristes tigres, otro de los textos claves de ese año y del boom. El tono de la carta expresa perfectamente el grado de complicidad de los dos amigos:

Hermano:

¡Eres un bárbaro! Acabo de leer tu nota sobre Cien años de soledad reproducida por El Espectador, de Bogotá, y estoy sencillamente abrumado. Creo que en el mundo de la amistad se vale un poco de generosidad, ¡pero no tanta, viejo! Es lo mejor que le leído sobre la novela, y ahora no sé muy bien dónde meterme, en parte agobiado, y en parte avergonzado, y en parte muy jodido por no saber qué hacer con esa papa ardiente que me has tirado.

Como una venganza involuntaria, pero merecida, recibí el recorte cuando acababa de leer, por fin, Los cachorros, que se me había quedado atrás en medio de tantos viajes. Es estupendo, y pensaba decirte mucho más, pero ahora me resulta embarazoso: me crispa la sola idea de que parezca una reverencia japonesa. […]

No: no puedo ir a Londres ahora. Necesito sentarme, urgentemente, a escribir. Tengo el brazo frío, y la novela del Patriarca se me está pudriendo dentro. Por fortuna, me está ocurriendo un pequeño milagro: me acordé de un cuento que había dejado de interesarme hace varios años, y que ahora se me vino completo y redondo. Ya le entré, y me estoy divirtiendo como un enano. Prácticamente, está todo en el título: «La increíble y triste historia de la cándida Eréndira, y de su abuela desalmada». […]

Leí los Tres Tristes Tigres. Pocas veces me he divertido tanto como en la primera parte, pero luego se me desarmó todo, se me volvió más ingenioso que inteligente, y al final me quedé sin saber qué era lo que me querían contar. Cabrera, con sus estupendas dotes de escritor, está, sin embargo, descalibrado.

Besos a Patricia y a la prole. Y para ti un inmenso abrazo, Gabo

(Princeton C.0641, III, Box 10)