EL EQUIPO SOMOS ONCE
Casi siempre que se entrevista a un delantero que ha sido héroe de un partido de fútbol, que ha metido el gol de la victoria porque no estaba en «fuera de juego», suele manifestarse cauto o falsamente modesto, al señalar que esa victoria se debe no solo a su gol, sino a la labor de todo el conjunto. En los años ochenta se hizo famosa una frase de Emilio Butragueño, «el Buitre», delantero del Real Madrid el cual, siempre que elogiaban sus goles, contestaba: «El equipo somos once». Sin una buena defensa, de nada sirven los goles del delantero. Padilla estaba fuera del juego, pero en la retaguardia rondaban piezas muy correosas, ávidas de libertad, que enseguida hicieron notar su voz. La noticia corrió de boca en boca y escandalizó a todos los intelectuales con un poco de sentido común. Goytisolo fue uno de los primeros movilizados, que trató de organizar la defensa con los pesos pesados del boom, amigos del buró político cubano: «Por consejo de Franqui me puse en contacto con Cortázar, Fuentes, Vargas Llosa, Semprún y García Márquez, y, desde el despacho de Ugné Karvelis en Gallimard, intenté comunicarme telefónicamente con Heberto. Ante la inutilidad de mis llamadas —su número nunca contestaba—, resolvimos enviar un telegrama firmado por todos nosotros a Haydée Santamaría en el que, tras declararnos consternados por las acusaciones calumniosas contra el poeta, manifestábamos nuestro apoyo a toda acción emprendida por la Casa de las Américas en defensa de la libertad intelectual. La respuesta telegráfica de Haydée —recibida dos días más tarde— nos llenó de estupor». Y más adelante, reproduce Goytisolo una parte del telegrama de la directora de la Casa de las Américas: «Inexplicable desde tan lejos puedan saber si es calumniosa o no una acusación contra Padilla. La línea cultural de la Casa de las Américas es la línea de nuestra revolución, la Revolución cubana, y la directora de la Casa de las Américas estará siempre como quiso el Che: con los fusiles preparados y tirando cañonazos a la redonda» (Goytisolo 1983: 17).
José Miguel Oviedo, el 2 de diciembre de 1968, escribe a Mario: «Me parece muy mal lo que pasa en Cuba con Padilla, van camino al estalinismo. ¿Qué dirá Roberto? Me imagino que no participará, quisiera leer alguna declaración. Si tú y el eje Cortázar-Fuentes-Gabo traman algún texto llamando la atención sobre esto, me gustaría verlo y saber si puedo firmarlo también» (Princeton C.0641, III, Box 16). El eje Cortázar-Fuentes-Mario-Gabo ya se había movilizado antes, porque el 14 de octubre de 1968, Cortázar le escribe una carta a Mario donde le habla primero sobre el proyecto del peruano de ir a vivir a Barcelona, algo de lo que se ha enterado por Gabo, que ya vive allí, y que en las conversaciones que ha tenido con él, Mario siempre ha sido tema central y obsesivo. Al final de la carta hay una larga posdata: «Franqui, Fuentes, Goytisolo y yo estamos proyectando una carta privada a Fidel sobre los problemas de los intelectuales en Cuba. Desde luego estás incluido entre los firmantes (iría también Semprúm y el otro Goytisolo, nadie más, para que la cosa tenga impacto; ah, Gabo también, claro. Cuando el borrador esté listo, te lo mando para que nos digas si estás de acuerdo y si la firmas. GUARDA TOTAL RESERVA SOBRE ESTO. Se trata de conectarse mano a mano con Fidel, evitando la publicidad, que es inútil y contraproducente. Ya te escribo pronto sobre esto)» (Princeton C.0641, III, Box 6).
La inocencia del argentino llega hasta esos límites: piensa que su influencia en las altas esferas es tal, que no solo va a comunicarse con Fidel de tú a tú, sino que además ellos pueden influir en las decisiones del dictador. Esa carta se escribió, y Mario la recibe para dar su visto bueno, el mes siguiente. Dice Cortázar en otra misiva del 3 de noviembre a Mario:
Se trata ahora de la carta que encontrarás adjunta, y que hemos preparado Fuentes, Goytisolo y yo, basándonos en una serie de informaciones fidedignas que nos han llegado últimamente […]. Hemos pensado que de ninguna manera debía ser una carta abierta, sino más bien un pedido de información. Y que solo debían firmarla unos pocos escritores amigos de Cuba y bien conocidos en cualquier parte.
Creo que las cosas son lo bastante graves como para que no podamos quedarnos callados. En enero me encontraré contigo en La Habana, para la reunión de la revista, y probablemente allí tendremos la respuesta a esta carta; en todo caso es lo que espero.
Como no se puede perder tiempo, te ruego que la firmes, si estás de acuerdo, el original y las copias […]. La idea es enviar el original a Fidel de manera oficial, es decir a través de la embajada de París y dirigida a Raúl Roa, y las copias a Haydée, Dorticós, Celia Sánchez y Llanuza; el objeto de esas copias es hacer conocer lo suficientemente, entre esas personas «clave», nuestras inquietudes, y conseguir así una respuesta o un cambio de actitud, según sea el caso.
Por favor, firma inmediatamente las cartas y envíalas a Gabriel García Márquez. Este nos las devolverá a París, desde donde saldrán para La Habana. Hubiéramos querido, Fuentes y yo, hacerte llegar un borrador para que lo aprobaras previamente, pero la cosa urge y consideramos que estarás de acuerdo con la redacción de la carta; por supuesto, si no es así, avísanos […].
Queda entendido que le envías todo a Gabo, para ganar tiempo; él ya está avisado por Fuentes y nos remitirá las cartas a París en seguida.
(Princeton C.0641, III, Box 6)
El ambiente se caldea, sube la temperatura y los intelectuales forman su línea defensiva con contundencia, pretenden marcar bien a cada jugador del equipo que viste de verde olivo: Celia Sánchez, una de las mujeres guerrilleras de la Sierra, amante de Fidel hasta su muerte, en 1980; Haydée, por supuesto, otra de las guerrilleras, directora de Casa; Dorticós, que fungió como presidente de Cuba hasta 1976, etc. Como se ve, cuentan con Gabo, que hasta la fecha ni ha ido a Cuba ni se ha declarado de un modo vehemente tan comprometido como los demás. Diez días más tarde, el 13 de noviembre, Carlos Fuentes escribe a Mario desde Barcelona, donde ha estado con Gabo, el cual le ha leído una carta del peruano, en la que habla de todos los problemas que asolan la realidad latinoamericana, incluido el de la libertad de expresión de los intelectuales en Cuba y, más concretamente, el de Padilla. Fuentes repasa todos esos temas:
Te escribo urgido por una verdadera necesidad de comunicación —lo que dices concuerda tanto con mi propia impresión del mundo cada día más terrible que nos ha tocado—. Vengo de Madrid, de ver a mi padre. La campaña de delaciones en México solo es comparable a épocas negras en la Italia de Mussolini. Elena Garro, la exmujer de Octavio Paz, ha denunciado a 500 intelectuales como «conspiradores contra el orden» y, específicamente, a mí y a Vicente Rojo, editor de mi cuadernito sobre París, como «instigadores a la violencia». La ejemplar renuncia de Paz a su puesto de Embajador después de la matanza del 2 de octubre en la Plaza de las Tres culturas ha desatado las furias del tambaleante PRI contra él. Esto era de esperarse; pero no que su propia hija denunciase a Octavio en una carta abierta en la que lo acusa de haber «emponzoñado» a una generación predicando el «odio a Dios y el amor a la materia» (!). […] [mi crítica al PRI] me ha valido una campaña de vituperios encabezada por Salvador Novo (convertido en policía literario del régimen). […] Marta Traba descubre, con la menopausia, una tardía vocación de «nacionalista» y el pobrecito Arguedas (hijo mío: solo serás buen escritor si te han devorado las pulgas, o el romanticismo de la miseria) resucita, a estas alturas, la querella entre «indianismo» y «cosmopolitismo». Pero todo esto era de esperarse, tarde o temprano. Lo doloroso, lo verdaderamente doloroso, es lo que pasa en Cuba. Esto sí me hace desesperar de mis profundas convicciones y caer en los peores lugares comunes reaccionarios: la historia se repite, el progreso es una ilusión, las naciones son incapaces de abandonar la tierra esponjosa de sus mitos de origen. […] Heberto Padilla ha sido denunciado por Otero, Granma y Verde Olivo como contrarrevolucionario, malversador de fondos, snob cosmopolita y también por haber vivido en los Estados Unidos antes de la revolución (cuántas cabezas caerán si este es tipificado como crimen contra la revolución). Lo espantoso es que en el origen de todo está la vanidad herida de Otero: el crimen de Padilla es que no le gustó La pasión de Urbino. Enviamos un telegrama a la Casa de las Américas expresando nuestra preocupación. Haydée le contestó a Julio: «No se atrevan a juzgar desde tan lejos. Nosotros sabemos qué es la revolución y qué es la contrarrevolución. Yo, como dijo el Che Guevara, moriré por la revolución con la metralleta en la mano». El delirio, y ninguna razón. A través del caso Padilla, claro, aquellos periódicos han definido al arte revolucionario como un arte dirigido, dictado por el poder.
(Princeton C.0641, III, Box 9)
La situación en América Latina, para Fuentes, es escalofriante. La izquierda está dividida, los intelectuales caen en demagogias o actitudes deshonestas, las críticas, delaciones, acusaciones falsas, etc., se deslizan como la pólvora. El panorama es oscuro en muchos países, pero lo peor le toca a Cuba. Se nota la desesperanza de los del boom con respecto a la luz que muchos habían visto con la llegada de la revolución. Además, para colmo, a Mario le están lloviendo acusaciones de todo tipo porque ha aceptado dar un curso en una universidad norteamericana, y ha recibido dólares, el arma del capitalismo contra los «pobres latinoamericanos explotados». Hay, incluso, otro problema interno: algunos miembros de la estirpe del boom no se fían de unos tanto como de otros. Ángel Rama, por ejemplo, escribe en estos términos a Mario, el 4 de septiembre de 1968:
Sobre lo de Cuba no sé si Fuentes y Gabo son los mejores garantes de una preocupación diligente en favor de la Revolución Cubana: hubiera preferido que lo firmaran Julio y tú, pensando en la audiencia que habría de otorgársele al pedido. Claro está que me parece excesivo culpar a Cuba por las declaraciones vergonzosas de Guillermo Cabrera, propias de señora gorda y no de un escritor. En cuanto a Heberto mis noticias dicen que no tiene problemas y que son indirecta consecuencia de las posiciones de Cabrera.
(Princeton C.0641, III, Box 18)
¡Qué fácil es echar la culpa a Cabrera Infante del agravio a Padilla! Rama era un gran crítico literario, uno de los mejores de su época, pero se le veía el plumero ideológico a muchas leguas. Por otro lado, él se daba cuenta de que Gabo y Fuentes no estaban tan bien considerados por los cubanos como Julio y Mario, los más integrados hasta ese momento. Lo que está claro es que entre Rama y Cabrera Infante no había ni química ni física. Una carta de ese tiempo, de Calvert Casey a Cabrera, trata con bastante desdén al crítico uruguayo, sabiendo que el receptor de la misiva va a estar de acuerdo con el diagnóstico. Y en medio, uno de los viajes de Julio a Cuba, donde se demuestra que el compromiso del argentino era total, tanto, que no repara en muchos de los sinsentidos de la política cubana:
Julio me escribió afiebrado y agotado de su viaje a Cuba y regreso vía Moscú, con misiones para preparar congresos de escritores del tercer mundo que «la Casa, Fidel y Llanusa quieren para fin de año» (sic). Quiere que vaya a París a pasar un fin de semana con ellos para hablar, claro que no iré, lo aprecio y lo respeto demasiado a Julio para ir, ¿cómo no darse cuenta de que un hombre que habló «durante nueve horas seguidas» (sic) está profunda e irremediablemente enfermo? Pero ¿cómo tardé yo tantos años en darme cuenta? Que el cretinito de Ángel Rama no se dé cuenta, pero Julio […].
Algo me sospechaba yo de que después de este viaje de Julio a la Ínsula ya no podríamos vernos más, si es que queremos mantener la amistad, y eso me entristece. No, Willy, no seamos ingenuos, no ha caído en manos de Marcia y comparsa: estaba muy deseoso de esto: extraña es el alma humana, alguna vieja humillación, quién sabe, pero de donde él trae sangre y ánimos nuevos es de allí, de aquella isla cargada de odio e impotencia.
(Princeton C.0272, II, A, Box 1)
Sin embargo, algo estaba cambiando ya ese año y Mario se iba distanciando. Primero, el asunto del dinero del Premio Rómulo Gallegos; luego, la invasión de Checoslovaquia, en la que ahora entraremos; después, las críticas que recibió por aceptar contratos en los Estados Unidos, y finalmente, el caso Padilla, acabaron con la paciencia del peruano, para quien la libertad de expresión es lo más importante que hay en el hombre, por encima de la «necesidad» de la implantación del socialismo. Por eso, a partir de 1969 se va alejando de la isla, y comienza por renunciar al Comité de la revista Casa. Después, su compromiso con la revista Libre terminaría por rematar el divorcio con los cubanos. Una larguísima carta de Julio, del 31 de enero de 1969, trata de explicarle cómo están interpretando sus puntos de vista en Cuba, cómo le están atacando y cómo sus amigos han tratado de defenderlo. Ahora bien, le deja claro que su conducta «nos colocó a tus amigos en una situación más que incómoda en La Habana». Primer escollo: «Al llegar allí yo esperaba encontrarte y grande fue mi sorpresa al saber no solamente de tu ausencia, sino de tu obstinado silencio frente a los sucesivos cables que te había enviado o te estaba enviando la Casa. Recuerdas que yo había transmitido tu pedido de instrucciones a Roberto acerca de la mejor manera de viajar a Cuba; ¿cómo imaginarme, entonces, que renunciarías a último momento a ir a la reunión?» (Princeton C.0641, III, Box 6).
Segundo escollo, y más importante, porque entra en los temas calientes: «La reunión no era una tontería, y lo sabes de sobra. Frente a episodios como el de los premios de la Uneac, los ataques a Padilla y a Arrufat, los artículos de Verde Olivo, etc., sin contar el texto de la carta dirigida a Fidel que habías firmado junto con nosotros, me parecía y me sigue pareciendo imperioso que dejaras de lado cualquier cosa para pasar por lo menos tres días en La Habana. A eso se sumó lo que solo supe al llegar: la estupefacción, la consternación y la viva reacción provocadas por tu artículo en Caretas. Nadie —me apresuro a decírtelo— discutía tu derecho a oponerte a la actitud de la URSS en Checoslovaquia; nadie ignoraba, por lo demás, que yo había firmado cables y mensajes de protesta, y que acababa de pasar ocho días en Praga invitado por la Unión de Escritores. Pero en La Habana, y creo que eso no lo viste con suficiente claridad, se entendía que tus frases referentes a la actitud de Fidel eran inadmisibles por parte de alguien que, frente a problemas críticos de la revolución (el Congreso Cultural de La Habana, primero, y ahora la reunión de la revista) permanecía ausente por razones de trabajo en el primer caso y sin dar razón alguna en el segundo» (Princeton C.0641, III, Box 6).
Después le cuenta lo virulento de las discusiones, la declaración final, lo molestos que estaban por haberle mandado el billete de avión y no haber ido, y cómo se rumoreaba que lo iban a expulsar del comité, aunque gracias a la firme oposición de Julio y Ángel Rama, y algo menos firme (pero también oposición) de Roque Dalton, David Viñas y Ambrosio Fornet, la sangre no llegó al río y no se lo juzgó en su ausencia. De todas formas, la reprimenda que viene a continuación era lógica:
Es evidente que te descuidaste, y que si tenías razones para no ir, hubiera sido más que necesario que las pusieras en claro. Ahora ocurre lo de siempre: los «temperamentales» suman tu ausencia del Congreso Cultural a esta segunda ausencia, le agregan tu artículo de Lima, y la deducción es inevitable. Mi caso era análogo al tuyo, después de los cables que habíamos enviado a Haydée y el mío personal a Padilla, que cayó como una bomba en ese ambiente de pueblo chico […]. La (ausencia) tuya no tenía razones válidas, y en cambio un silencio total a los sucesivos mensajes; hay que tener en cuenta el clima de continuo acoso en que están los cubanos, y su excesiva susceptibilidad; por eso te digo que te equivocaste tácticamente. Si no querías ir, había que explicarlo claramente; hubiera causado mala impresión, pero nadie hubiera podido imaginar que los dejabas caer para siempre.
(Princeton C.0641, III, Box 6)
Finalmente, le dice que, contestando a su pregunta, es bueno que vaya a La Habana y se explique, que todo puede arreglarse con ellos. «Creo que el clima ha mejorado, que los incidentes del tipo Padilla o Arrufat no se repetirán por el momento —aventura Cortázar—, y sobre todo que nuestra función […] sigue siendo importante y necesaria. Nunca me arrepentiré de haber ido esta vez a La Habana, aunque mi hígado haya quedado como una criba; y volveré a ir si hay nuevos incidentes, porque es por ahora mi única manera de estar con esa revolución que, con todos sus vaivenes, me sigue pareciendo lo único que cuenta en estos años en América Latina» (Princeton C.0641, III, Box 6).
Se equivocaba Julio. Lo de Padilla no había hecho sino empezar, y en 1971 llegaría a un punto casi kafkiano. Y los cinco años siguientes al caso Padilla serían los más represivos, grises y repulsivos de toda la historia de la intelectualidad cubana, desde los tiempos de José María Heredia y José Martí. Curiosamente, en enero y febrero de 2007, mientras asistíamos a la Feria del Libro de La Habana, pudimos revivir in situ el ambiente tétrico, tan denso que se podía cortar, que provocó un programa de televisión, recordando aquel Quinquenio Gris de 1971 a 1976. Todo comenzó la noche de los Reyes Magos. A falta de regalos, porque no hay con qué (los Reyes Magos cubanos también cobran unos diez dólares mensuales, como todo hijo de vecino revolucionario), el canal Cubavisión agasajó a los cubanos con el programa Impronta, dedicado a los que han dejado huella en la cultura cubana. Entrevistaron a Luis Pavón Tamayo, quien presidió el temido Consejo Nacional de Cultura hasta 1976 (eufemismo de «caza de brujas» o, más bien, caza de librepensadores, homosexuales, escritores independientes, críticos, etc.), y autor directo de las purgas castroestalinistas, encarcelamientos, exilios forzosos. Ya al día siguiente hubo protestas públicas y privadas por el programa, por parte de aquellos que sobrevivieron a la represión (muchos no viven para contarla) y en pocos días el sistema cubano de correo electrónico se llenó de mensajes cruzados entre escritores y políticos. Finalmente, los primeros días de febrero, hubo una reunión de los escritores y artistas con Abel Prieto, actual ministro de Cultura, para deshacer el entuerto. Allí pudimos constatar que lo que esos escritores vivieron en los setenta fue una experiencia traumática, como nos contaban, por ejemplo, Antón Arrufat (uno de los más vilipendiados por sus antecedentes, el de la homosexualidad y el del episodio del premio junto con Padilla), Julio Travieso o Reynaldo González.
Mario reaccionó. Quizá gracias a las palabras de Julio, siempre cariñosas, aunque muy claras, y a varias conversaciones con Ángel Rama, que se encontraba en Puerto Rico por entonces. Una carta del 1 de marzo de 1969 a Roberto Fernández Retamar así lo constata. Independientemente de su desazón, que ya sería mayúscula, quiso templar gaitas y recobrar el estatus anterior, de apoyo declarado al proyecto cubano. La envió desde Río Piedras, donde se encontraba impartiendo el famoso curso sobre García Márquez. Comienza lamentando no haber asistido a la reunión de Casa, lo que ha sido erróneamente interpretado como una deserción. Pero no lo dice con la humildad del hijo pródigo que vuelve al redil, sino con la contundencia de la que hace gala constantemente, dando la cara y pisando firme:
Aunque es verdad que no hay en mí nada de heroico, encontré fuera de lugar tus ironías sobre mi incapacidad para «el riesgo y el sacrificio» y mi negativa a «perder unos días de tu segundo semestre de residente». Tú sabes que he ido a La Habana cuatro veces, y dos de ellas en circunstancias más riesgosas y comprometedoras que la presente —durante la crisis de los cohetes, para la Tricontinental—, y que nunca he dejado de manifestar con la mayor claridad mi solidaridad con la Revolución cubana. Lo he hecho en mi país y en los países donde he vivido o estado de paso, y mientras ustedes se hallaban reunidos, lo estaba haciendo en los Estados Unidos, en un acto público, pese a la atmósfera intimidatoria creada por la presencia en el auditorio de contrarrevolucionarios cubanos. Y lo he hecho aquí, en Puerto Rico, en la prensa y en la Universidad. Por decir lo que pienso de Cuba he sido insultado en distintos sitios, y ahora soy atacado aquí, como podrás darte cuenta por los recortes que te adjunto y que, bella ironía, aparecieron más o menos al mismo tiempo que leía tu carta.
(Princeton C.0641, III, Box 9)
A continuación, dice que le apena que él ponga en duda su lealtad, de la que se siente orgulloso, y que si no fue a la reunión es porque tuvo que realizar trabajos que tenía contraídos. Además, llamó a Cuba para decirlo y fue imposible contactar, por las dificultades que entraña la comunicación con la isla desde los Estados Unidos. También le sorprende que él haya sido motivo de discusión en esa reunión por el artículo en Caretas y el viaje a USA. Lo de la revista peruana refiere al tema de Checoslovaquia. Con respecto al viaje a Estados Unidos, afirma que no está en la opulencia económica, y que acepta los trabajos por necesidad y no por placer. Y que viajar allí y recibir dólares es lícito siempre que no haya una concesión ideológica (algo que, por otro lado, y eso no lo dice Mario, lo decimos nosotros, porque lo hemos visto, tanto Retamar como muchos otros intelectuales-políticos cubanos han hecho sin escrúpulos en multitud de ocasiones, llenándose de dólares los bolsillos). En fin, termina concluyendo que no vería con malos ojos que los cubanos hicieran lo mismo que él, porque en Estados Unidos hay mucha gente interesada en conocer el proyecto cubano de boca de los mismos protagonistas de la revolución, porque en muchas universidades «se está librando una verdadera batalla contra el enemigo común», y «sería un enorme estímulo para esos jóvenes que salen a enfrentarse con la policía armados con retratos del Che y de Fidel» (Princeton C.0641, III, Box 9). Para hablar de todo ello le sugiere ir a la isla en julio, cuando ya acabe sus compromisos académicos.
Julio Cortázar recibió también esa carta, y se apresuró a contestarle, el 11 de marzo, dando nuevamente sus consejos. En primer lugar, volvió a reiterarle que hizo mal en no ir y no dar señales de vida. Después, desea que le inviten en julio, aunque Mario es pesimista en ese sentido. Escribe Julio: «Espero que te equivoques y que tu impresión de que no van a invitarte a ir a Cuba no se confirme; si fuera así —y lo doy a entender muy claramente a Roberto— cometerían un gravísimo error. No porque tú vayas a cambiar de actitud frente a Cuba por una razón de este tipo, pero sí porque esas conductas no sirven más que para aislarlos cada vez más. Mañana les ocurrirá conmigo, ya lo verás, y aunque tampoco yo cambiaré en lo hondo, me sentiré muy desdichado frente a una situación semejante» (Princeton C.0641, III, Box 6).
Esta vez Cortázar fue profeta en su tierra y no se equivocó. Lo que no imaginaba es que la virulencia contra su firma en la primera carta de 1971 sería mucho más desagradable que con otros de los firmantes, dada su anterior connivencia con el régimen. Por último, Cortázar también discrepa profundamente con Mario con respecto al tema de la aceptación de un contrato en USA. Su posición es mucho más «cubana» en ese sentido:
Siempre me pareció que al firmar la anterior declaración de la revista de la Casa, en el 66 o 67, nos obligábamos moralmente a no ingresar en el drenaje de cerebros. Creo que si hubieras venido al Congreso Cultural, donde este tema fue capital, no hubieras aceptado ir a Pullman; hace unos días tuve ocasión de decirle lo mismo a Octavio Paz, que va a Pittsburgh por tres meses. Por mi parte, rechazaré la invitación de Columbia, cortés pero decididamente, porque aunque sé de sobra las excelentes condiciones que habría allí para decir lo que se piensa (como lo dices tú de tu universidad), lo que vale hoy en Latinoamérica es la decisión física de no ir, puesto que en nuestros países pocos pueden saber si trabajamos con libertad o no en los USA, y en cambio sí saben de las ventajas de todo orden que los yanquis conceden a sus huéspedes culturales, y deducen como es lógico que de una manera u otra cedemos a las presiones y a los halagos.
(Princeton C.0641, III, Box 6)