UN AMIGO ES UN SEGUNDO YO
Es claro que la amistad entre Vargas Llosa y García Márquez ingresa directamente en esta genealogía literaria. Quizá deba incluirse dentro esa sub-estirpe de escritores generosos, y virtuosos, en la vida y en la literatura, que hemos ido delineando. Quizá se trate de la relación más popular en América Latina, junto con de la Borges y Bioy. Y quizás, algún día, sepamos con mayor detalle la historia de esa amistad truncada. Por lo pronto, ya hemos detallado el surgimiento de la misma: comenzó con un cruce de cartas, esto es, se escribían antes de conocerse personalmente. Y el primer encuentro, la conexión inmediata y la empatía instantánea han sido referidas con anterioridad. Este dúo puede ser comparado con varios de los amigos literarios historiados, como puede ser el de Joyce y Beckett, porque también se ha dado un curioso paralelismo en sus vidas, ya comentado. E incluso pueden equipararse a Alberti y Lorca, no solo por ser también las cabezas sobresalientes de un grupo literario (como Schiller y Goethe), sino porque la admiración de uno (García Márquez) lleva al contacto con el otro (Vargas Llosa). Y es que, como los peninsulares, tejieron una red espectacular con el resto de escritores que formaron parte de la nómina del boom. Precisamente por esta razón, el supuesto (sobre) uso de la amistad, ha sido criticada la Generación del 27, y algunos han considerado que esa «mafia» literaria tenía fines publicitarios. También eran amigos los integrantes del boom, y por igual fueron tachados de «mafiosos» y acusados de utilizar esa amistad para conseguir más ventas. Pero María Pilar Serrano, la mujer de Donoso, certifica la comunión del boom y dice que la relación entre todos era incluso familiar, como si fuesen primos. Lo que sí es verdad es que esa unión, en los dos casos, favoreció la proyección de la literatura a ambos lados del Atlántico, lo que no compromete la auténtica amistad que forjaron estos grupos. Esta admiración que se profesaban unos a otros dejó huella impresa, y el cariño se plasmó en papel: en la correspondencia (una buena muestra, como hemos dicho, se halla en Princeton) y en las dedicatorias de los libros. En el boom, Carlos Fuentes le ofreció Cambio de piel a Cortázar y a Aurora Bernández, y a Gabo, su relato «Fortuna lo que ha querido»; Benedetti dedicó su poema «Habanera» a Retamar; y Donoso El lugar sin límites a Rita y Carlos Fuentes. A este último, precisamente, le tributó Historia secreta de una novela Vargas Llosa. Pero nuestros protagonistas no se dedicaron, explícitamente, ninguno de sus textos. Fueron más allá: Vargas Llosa le dedicó dos años de su vida (1969-1971) a su gran amigo colombiano García Márquez. Se trata, sin duda, de un hecho insólito y de una gesta sin par que nunca antes se había dado entre amigos literarios, o al menos, no en la misma proporción.
Efectivamente, el peruano llevó a cabo su tesis doctoral —su primera idea era hacerla sobre Eguren— acerca de la narrativa del colombiano. Ya se han conocido personalmente y el feeling había sido instantáneo; además, Vargas Llosa estaba fascinado por Cien años de soledad, que en un tiempo récord se había convertido en la novela hispanoamericana más vendida del siglo XX. Él fue uno de sus principales promotores, junto con otros escritores y editores, de la obra. Siempre dijo que Cien años de soledad era un libro admirable que le hubiese gustado escribir a él, porque compite con la realidad de igual a igual y refleja el mundo tal como es: «múltiple y oceánico». Pero como ya hemos ido mostrando, la admiración era mutua. José Miguel Oviedo nos contó que, en uno de sus encuentros con Gabo, este le aseguró que se había demorado muchos años en escribir Cien años de soledad: el resto de sus anteriores narraciones las había publicado únicamente para aprender a escribir su novela más afamada. Mientras, según él, «Mario había comenzado sabiendo escribir bien desde su primera novela». Realmente llama la atención la sinceridad de los comentarios de ambos (como los de Schiller y Goethe) con respecto a la producción del otro. El mismo Gabo expresa su estupefacción en una de las cartas que le dirige a su amigo peruano, donde deja constancia de que todas las maravillas que de él dice Vargas Llosa le conmueven, «en un mundo donde la gente del mismo oficio anda tirándose zancadillas» (Princeton C.0641, III, Box 10). Armas Marcelo, en su citada biografía sobre el peruano, también nos hace partícipes de su sorpresa:
Y me resultaba de todo punto sorprendente —a no ser que, en efecto, quienes acusaron al boom de grupo mafioso tuvieran algo de razón— que un novelista de la envergadura de MVLL dedicara años de su vida a escribir sobre un novelista coetáneo, compinche, íntimo amigo, pariente más o menos ideológico, doble —al fin— en tantas cosas como lo era García Márquez. El libro García Márquez. Historia de un deicidio no dejaba lugar a dudas. Era, además, un reconocimiento prodigiosamente pródigo, que iba más allá de la simple generosidad y que, desde mi criterio, echaba por tierra toda torpe y ridícula acusación de mafia, venida siempre del complejo de inferioridad que procede de la envidia.
(Armas 2002: 69)
Dasso Saldívar coincide en reconocer la empresa poco común y titánica de Historia de un deicidio: «un libro que, aunque telegráfico y poco afinado en la parte biográfica, sigue siendo insuperable en la captación y análisis del entresijo literario» (1997: 466). En verdad, Vargas Llosa realizó en su tesis doctoral un exhaustivo repaso de la vida de Gabo, basado principalmente en sus recuerdos, entrevistas y vivencias con el colombiano. El resultado es extraordinario, porque en este texto, extremadamente erudito, se intercalan pensamientos, reflexiones y opiniones personales que nos sirven para conocer también al lector peruano. Por otro lado, hay que resaltar que Vargas Llosa hizo especial hincapié en cuestiones como el origen de la vocación de Gabo, la relevancia de las ideas fijas y de las imágenes en la obra, que actúan como impulso motor de la escritura. Es claro que el arequipeño abrió con esta formidable labor un horizonte de lectura de la poética de García Márquez que limó los bordes de la creación del colombiano. Y los suyos propios. Gabo escribe sus demonios personales, y Mario los suyos en la tesis. Esta lectura nos dice (narrando a Gabo, él se narra) mucho sobre la naturaleza de la obra de Vargas Llosa. Ya nos lo anunció Cicerón: «un amigo es un segundo yo».
En este primer libro ensayístico del autor de La casa verde se explican, ciertamente, temas y articulaciones narrativas que también pueden rastrearse en su obra. De esta manera, se explaya en técnicas literarias que son muy usuales en su propia ficción, como el dato escondido, las cajas chinas, los vasos comunicantes, la muda o salto cualitativo. Para Vargas Llosa siempre se arracima una verdad íntima en el lenguaje de la ficción, y como un detective, como un entomólogo escudriña toda la obra de Gabo publicada hasta ese momento en aras de encontrarla. Así Historia de un decidio sobresale por su rigor, su objetividad y su minuciosidad, imbricada con la pasión, el testimonio personal y el cariño infinito. Basta echarle un vistazo a los papeles que se conservan en Princeton (C.0641, I, Box 4), para comprobar la meticulosidad de las fichas que realizó Vargas Llosa en la elaboración de esta tesis. El trabajo es muy concienzudo y escrupuloso: las fichas están ordenadas por temas (e incluye muchísimas citas de la obra de Gabo a modo de ejemplos), y por cuestiones formales: técnicas de exageración, de enumeración, de repetición, y sus respectivas ilustraciones. También incluye recortes de periódicos en las seiscientas cuarenta y una páginas depositadas en la sala de Rare Books en Princeton, y todas absolutamente comentadas, borradas, tachadas, con comentarios al margen, por detrás, etc. Incluso encontramos un cuaderno grande, marrón, en el que se lee una nota de diciembre de 1987: «Este cuaderno contiene notas y apuntes que me sirvieron para dar un curso sobre García Márquez en Puerto Rico (1968) y luego para escribir Historia de un deicidio (1970-1972)». Es curioso, porque dentro hay un cronograma perfectamente delimitado de las actividades del curso de Puerto Rico: hablará primero de la vida de Gabriel García Márquez, del origen de su vocación (las imágenes como el impulso motor de sus relatos), y luego se centrará en La hojarasca e Isabel viendo llover en Macondo. También hallamos un dosier enorme en el que se recoge recortes y datos biográficos de Gabo desde 1955, con anotaciones al margen que aluden a datos que obtuvo del abuelo. Por otro lado, hay muchos apuntes que describen la relación de Gabo con la política: sus profesores marxistas, su acercamiento a Engels, Lenin, y el estalinismo, sus idas y venidas con Massetti. Incluso anota en la esquina de un folio: «No presentar a Gabo como “príncipe valiente”». Por igual se detallan la larga entrevista que Plinio le hace a Gabo y el viaje que hicieron juntos al este, la estancia de 1957 en Venezuela, su visita a Cuba y, más tarde, su estancia en México. Nos llamó la atención también el comentario profuso a la película Tiempo de morir. En definitiva, se trata de un análisis digno de alabanza: parece que el peruano ha diseccionado el cerebro del colombiano amén de desentrañar los mecanismos del acto creativo. Y no tuvo que esperar a que muriese Gabo ni a robar su cráneo de ninguna biblioteca para examinarlo, como ocurrió con Goethe y Schiller.