BARCELONA ÉS BONA SI LA MAFIA SONA:
UN PUENTE DE SAL
Vargas Llosa, antes de instalarse en Barcelona, estuvo ejerciendo la docencia en distintas universidades de Europa y Estados Unidos: pasó primero por Londres, y más tarde, a mediados de 1968, fue a la de Washington State University como profesor visitante. Allí precisamente dictó un seminario sobre la obra de García Márquez (y una serie de conferencias acerca de la novela hispanoamericana) que le sirvió de antesala de su Historia de un deicidio. Entre 1969 y 1970 también estuvo enseñando en la Universidad de Puerto Rico y, de nuevo, en el King’s College de Londres. Durante ese año (1969), finiquita Conversación en La Catedral, y comienza su tesis doctoral. Y es que en esa época Mario tenía la firme convicción de dedicarse a la vida académica, en aras de poder sustentarse económicamente y tener tiempo suficiente para la escritura. Pero Carmen Balcells, su agente literaria, le convence de que abandone la enseñanza y se dedique enteramente al oficio literario. Le ofrece, en una carta fechada el 16 de abril de 1969 y dirigida a Puerto Rico, ser mantenido por ella o por Carlos Barral, y vivir de lo que escribe:
Querido Mario:
Perdona que no haya contestado antes tus cartas 5 y 25 de marzo. Me aterra la rapidez con que corre el tiempo y nunca tengo suficiente para todas las cosas que quisiera tenerlo. Ya a tu primera carta iba a contestar en términos tajantes aconsejándote liarte la manta a la cabeza, instalarte en Barcelona o donde te guste y vivir de lo que escribes.
Todo lo que tengo que decirte y no sé si es mucho o poco se reduce a lo siguiente: dime cuánto dinero necesitas mensualmente para instalarte aquí. Acabo de tener una conversación con Carlos sin que ninguno de los dos nos hayamos reunido para hablar de ti; he resuelto ya la cuestión de la manera más sencilla y sin forzar nada en absoluto, hasta tal punto que Carlos mismo se ha comprometido a entregarte una cantidad mensual que te permita vivir.
Veo que estás en Puerto Rico hasta el 14 de julio y luego un mes en Perú. Yo creo que debes tomar la decisión de regresar a Barcelona el próximo septiembre y no dentro de un año. A vuestra llegada podéis instalaros por poco tiempo en un apartamento amueblado y entonces instalaros a gusto alquilando una casa del modo que más os convenga.
(Princeton C.0641, III, Box 1)
El matrimonio Donoso ya había elegido Barcelona como centro de operaciones, y desde allí, María Pilar le escribió a Patricia Vargas Llosa el 1 de febrero de 1969:
Mi querida Patricia:
Gocé recibiendo noticias tuyas pero no quise contestarte antes de haber ido a Barcelona a buscar casa y poder darte datos más concretos. Allí por un lado Carmen Balcells nos dijo que Uds. pensaban siempre venirse a vivir a Barcelona lo que nos hizo saltar el corazón de alegría, pero este volvió prontamente a su sitio cuando los Gabos nos dijeron que Mario había aceptado un nuevo contrato y por dos años en Londres… ¿De veras? […]. ¿Y Uds? No me conformo con que no se vengan a Barcelona. Dicen los Gabos que les cargó USA. Les debe haber tocado una universidad como esta última de Pepe, tan distinta a la de Iowa que adoramos y adonde pensamos volver.
(Princeton C.0641, III, Box 7)
Otra carta de María Luisa a Patricia, del 7 de julio de ese año, aprecia ya como inminente la llegada de los Vargas Llosa a la capital catalana, y pone al día a la peruana de las últimas noticias del verano, dando razón de lo que hacen otros de los «mafiosos» del boom:
Querida Patricia:
Los García Márquez (que anteayer partieron a Italia de vacaciones, a «tomar el fresco» con el traductor de Gabo en Sicilia…) y nosotros, estamos muy «excitados» con la noticia de que se vienen a vivir acá, al menos por un tiempo… ¿Es cierto? Ojalá… no sabes la ilusión que nos hace a Pepe y a mí y a ellos también.
Nos contó Carlos Barral y ahora Carmen Balcells me dio vuestra dirección con un recado: que sale hoy de vacaciones (no de descanso, que aquella no sabe lo que es eso, a juerguear a San Fermín en Pamplona) pero que apenas vuelva les escribirá una carta de 7 pliegos.
Ahora te pongo solo estas líneas pues ya es 7 de julio y estamos pensando salir por unos días a los Pirineos porque Pepe luego de trabajar como un loco en su novela, hasta 10 horas al día a veces, se atascó de repente y quiere un descanso.
Quiero no más decirte que cuentes conmigo para lo que quieras por acá en cuestión de datos y demás. Nosotros vivimos en un pueblito ideal arriba de un cerro en Barcelona con la que tienes contacto directo por teléfono, es decir queda dentro del radio de Barcelona, funicular y subterráneo amén de una buena, no estupenda, buena carretera para subir y bajar. […].
Acaba también de llegar Sergio Pitol y cuenta cosas espeluznantes de México… parece que no se puede simplemente vivir allí. Que el pobre Carlos la ha pasado fatal pero que ya se viene, menos mal. En fin, ya charlaremos largo si es cierto que vienen.
(Princeton C.0641, III, Box 7)
García Márquez también había aterrizado en Barcelona, en junio de 1967, después de su experiencia en México D. F., donde había trabajado en una miríada de labores periodísticas y había escrito varios guiones cinematográficos. Llevaba, por tanto, unos tres años viviendo en Barcelona cuando llegó Mario. Como ya hemos contado, su amistad en esas fechas estaba más que consolidada, pero fue en Barcelona donde se hizo legendaria. Y es que Gabo, desde que se instaló en la Ciudad Condal, estuvo instando a su amigo peruano a fijar su residencia allí. El 12 de noviembre de 1967 le cuenta a Mario:
Después de buscar como locos, convinimos en amueblar un apartamento, nuevo, enorme, con jardín, en el barrio más tranquilo de la ciudad y a una cuadra del colegio de los niños. Tiene, además, en medio de sus lujos catalanes, un cuarto monacal donde me meteré a inflar ese dictador decrépito que cada vez se parece más a Luis Buñuel, y que hace muchos años recibió la visita de Cristóbal Colón y le ofreció un gran banquete y le procuró indios con plumas, collares de oro y frutas exóticas, para que los reyes católicos creyeran que en realidad había descubierto un Nuevo Mundo. Los niños crecen, Mercedes compra cosas, y todas recordamos al calumniado Alvarito, el gran caballero británico que tan bien se portó en nuestra casa, aunque nadie lo crea. Oviedo se repotó [sic] de Londres y nos amenaza con visitas en diciembre. Barcelona, con su tranquila andadura de provincia Europea, tiene hoy, todavía, 22 grados de temperatura, un sol espléndido y unas angulas inconcebibles.
Un abrazo del carajo,
Gabo
(Princeton C.0641, III, Box 10)
En otra carta de fechas parecidas, le pone hasta la dirección de su primer apartamento, que todavía no será el de la calle Caponata: «Por fin, después del viaje interminable, estoy metido en esta cueva de locos. Hemos conseguido un departamento confortable, en el cual espero ponerme a escribir lo más pronto posible. Fernández Retamar me va a matar, pero, decididamente, no puedo ir a Cuba. Se me hizo tarde! No encuentro a Fuentes. Si está en Londres, quieres decirle que me mande su dirección para restablecer los contactos? Cómo está mi ahijado? Cuándo vendrán a Barcelona? Carajo! Me siento un poco jodido de encontrar a Europa, después de doce años, invadida por el material plástico. Besos a Patricia, y para ti el gran abrazo del hermano errante, Gabo. República Argentina 168, Apto 4-2, Barcelona 6» (Princeton C.0641, III, Box 10).
Gabo, Donoso, Barral y Balcells eran cuatro buenas razones para afincarse en Barcelona en vez de en Londres. Incluso más tarde habría de unirse Jorge Edwards. Así, los Vargas Llosa permanecieron en la ciudad de sal entre 1970 y 1974, interregno en el que el peruano redacta García Márquez: historia de un deicidio, termina Pantaleón y las visitadoras y nace su hija Jimena Wanda Morgana. Pero su relación con Barcelona data, como sostiene Armas Marcelo, de mucho antes. Primeramente por sus vínculos con Carlos Barral y Carmen Balcells, que catapultaron editorialmente al peruano e hicieron de esta ciudad un destino obligado para los escritores del boom:
Fue Barcelona la ciudad industrial que lo atrajo hacia sí, la ciudad que primero que ninguna otra le concedió el nombre que hoy tiene; la ciudad, en fin, que lo acogió entre la élite intelectual y editorial, adscrita políticamente al antifranquismo militante, como uno de los suyos. Barcelona hizo lo mismo con García Márquez y con otros destacados escritores del boom, que llegaron a la capital de Catalunya porque allí, según todos los indicios, estaba el poder y la gloria del mundo editorial español. Allí, en Barcelona, había triunfado la llamada gauche divine, un conglomerado intelectual que había entendido antes que nadie en España que la cultura derivaba, no precisamente con excesivos riesgos, por caminos también industriales.
(Armas 2002: 67)
En 1968, mientras Mario viaja por América dando cursos y decidiendo dónde instalarse definitivamente (si eso significa abandonar aunque fuera unos años la vida nómada), Gabo le sigue contando las posibilidades que tiene Europa para vivir, desarrollar amistades, relaciones, viajar con frecuencia a sitios no demasiado lejanos, etc. En una carta del 1 de junio de 1968, señala:
Hermano Mario: Nos vamos el 18 de este mes a la casa que tiene Cicogna en Sori, Génova. Estaremos allí unos diez días, asoleándonos, mientras De Gaulle acaba de demostrar que es el único tipo con cojones que hay en Francia, y podemos ir a París. Calculo que estaremos allí desde los primeros días de julio. Mándame tus planes ahora mismo para que no haya desencuentros de verano. No pude irme a París, ahora, como era mi deseo. Mi opinión tranquila es que los estudiantes y los obreros se quedaron sin buenos líderes para hacer lo que hubiera sido el hecho político más importante del siglo XX. No crees? Espero que no lo creas, para así consolarme de la frustración que siento. Me invitaron a Moscú desde el 18 de junio, por dos semanas, al centenario de Gorki, pero me pareció un programa aburridísimo. No voy. Terminé cinco cuentos para niños pero ya no me gustan. No se publicarán. Creo que después del verano empiezo la novela, para levantarme el ánimo o acabar de joderme. Grandes abrazos, Gabo.
(Princeton C.0641, III, Box 10)
Y cuando ya el viaje de Mario estaba decidido, Gabo se presta a ayudarle para encontrar un sitio donde vivir. También cuenta, en la carta del 15 de mayo de 1970, las últimas vicisitudes de su vida en Barcelona, su salud y proyectos:
Viejo querido:
Tu carta parece una resurrección: te sentíamos perdido, a pesar de que Carmen nos mantiene al corriente de tus angustias editoriales, de tu mal humor londinense y de la inminencia de tu venida. Leyendo tu carta nos hemos dado cuenta de que no nos basta con noticias de segunda mano.
Un médico fúnebre me hizo tomar un vaso de cemento líquido para verme por dentro, y me encontró el hígado más grande que el corazón, y sin el menor asomo de piedad me suprimió las bebidas dramáticas por el resto de mi larga vida. Luego supe, por mis borrachos de Colombia, que todo el mundo en el trópico tiene el hígado más grande —cosa que ignoran los cartesianos europeos—, pero ya empezaba a sentirme tan bien sin mi media botella de whisky diaria, que preferí abandonarla para siempre. Solo me falta un trombón para tocarlo en la puerta de Sears recogiendo limosnas para el Salvation Army.
No sé quién me contó el sangriento episodio de la Cité Universitaire. Eso les sucede a Julio y a ti porque son patriotas. Yo estoy a salvo de esas masacres inútiles. Y más ahora que me estoy preparando para una vejez feudal, con mi última y ruinosa insensatez: he comprado una casa de 200 años, con doce habitaciones y 4000 metros de tierra, a 40 kilómetros de Barcelona hacia la Costa Brava, y cuya sola restauración puede costarme fácilmente los derechos de medio millón de ejemplares. Yo estoy feliz, porque me quedaré en la ruina por largos años, pero esto me impedirá embarcarme en locuras menos estables. Así que puedes venirte sin miedo: hay espacios en la casa y en sus campos como para cansar a los conquistadores más feroces.
Ordena lo que quieras para hacerte más fácil el desembarco en Barcelona. Recibo con el más grande alborozo todo pretexto para no escribir, y el de tu venida inminente puede ser el mejor de todos. Sobre todo, abandona a Londres antes de que llegue Fuentes, que aquello puede ser devastador.
Un gran abrazo, Gabo
(Princeton C.0641, III, Box 10)
En otra carta de fecha parecida, le cuenta varias de sus inquietudes de ese momento, sobre todo la dificultad que tiene para escribir, cuando se encuentra enfrascado en la redacción de El otoño del patriarca y experimenta con cuentos breves para «no perder la mano»:
Mario:
Esta mañana me he sumergido sin muchas esperanzas en el terrible género epistolar, y no consigo salir en la otra orilla. Tenemos noticias de Uds., no solo las directas y suculentas de Patricia, sino a través de todos los amigos de allá que parecen haberse confabulado para obligarnos a regresar antes de tiempo.
En cierto modo, ese regreso empieza el mes entrante. En la primera semana nos vamos Mercedes y yo a hacer por fin nuestro viaje por las Antillas, por lo menos veinte días; al regreso, tal vez yo vaya al Brasil una semana; quizás a primeros de julio vayamos a Nueva York, y un mes después nos iremos a México, ya de regreso a Europa. De modo que el trópico abúlico y estupendo se nos está acabando, para tristeza mía y para regocijo infinito de Mercedes. Es importante, pues, que nos den una fecha exacta de venida, para coordinarla con nuestros programas. El mes de mayo sería para nosotros el más cómodo.
Carmen debe haberte dicho que me ofrecen el grado de Doctor en Letras Honoris Causa de la Universidad de Columbia, N. Y. Me han creado un problema: no tengo ningún deseo de aceptar, y menos con el compromiso ineludible de la toga y el birrete, pero he hecho un plebiscito entre amigos y nadie comparte mi punto de vista. Espero el tuyo, y confío en que me des suficientes argumentos como para dejar mi conciencia tranquila. El crimen sería el primero de junio en N. Y., y parece que ahora no tendré ni siquiera la coartada de la falta de visa.
No he vuelto a dar golpe. Una vez aquí, empecé a sospechar que algo le faltaba a lo que escribía de memoria en Barcelona. Ahora no se trata de rehacer todo, pero sí de ver muchas cosas de otro modo. Creo que regresaré a Europa con los papeles intactos, y solo entonces tomaré decisiones. Por ahora, me limito a hacer la siesta en hamaca y a respirar el aire de las guayabas. Lo que me resulta sobrecogedor es que no me hace falta nada de lo de Europa y todo lo de aquí me importa un carajo.
Los niños están felices cazando iguanas para comerse los huevos, yo no hago nada, y Mercedes cuenta, como los presos, los minutos que faltan para irnos.
Un fuerte abrazo, Gabo
(Princeton C.0641, III, Box 10)
Mario se mudó al barrio de Sarriá, en la calle Osio, al lado de la montaña y muy cerca de la casa de su amiguísimo Gabo, a la vuelta de la esquina, calle Caponata, en una Barcelona abierta, deseosa de cultura y que bebía las mieles del triunfo del boom. La dictadura ya estaba de capa caída, y esa bella ciudad marítima le permitía trabajar con tranquilidad, algo importantísimo para esa bête à écrire que era Vargas. Además, su amistad con Gabo terminó de consolidarse allí, donde, según relata Armas Marcelo, «llegó a ser legendaria para las gentes de la literatura, esa “infame turba” (así ha sido llamada algunas veces por elementos siempre adscritos a la misma) que mira a sus colegas como la diosa Atenea miraba a sus enemigos: con mirada torva» (Armas 2002: 100). Se veían a diario, a pesar de sus relaciones matrimoniales con la literatura, esto es, de las disciplinas de trabajo férreas de ambos escritores, y de las relaciones igualmente matrimoniales con sus esposas.
María Pilar Serrano cuenta a propósito de Vargas Llosa: «De las ocho de la mañana hasta la una, escribir, luego almorzar, luego un ligero descanso, de tres a cuatro de la tarde despachar la correspondencia, después comentar Le Monde con Gabo en algún café, luego salir con amigos sin volver tarde para poder repetir el horario al día siguiente y, antes, compartir un rato con los niños. Así o algo muy parecido» (Donoso 1999: 173). De esos años barceloneses también aporta datos Armas Marcelo: Vargas Llosa «vestía casi siempre de negro, con chaqueta cruzada, pullover negro de cuello de cisne y botines negros con un tacón algo más alto que lo normal. Era reconocido por las calles de Barcelona como MVLL, el novelista peruano, y daba clases en la Universidad de Bellaterra. Su frenética actividad literaria no permitía más que ligeros escarceos, traducidos en viajes de días para dar una conferencia en cualquier universidad europea y regresar rápidamente a su estudio» (Armas 2002: 71-72). García Márquez, en cambio, es retratado como un personaje sonriente, bromista, locuaz, que vestía un mono azul. También como un tipo tímido, comenta Dasso Saldívar, con una «labia menos seductora» y no tan buen orador como Vargas Llosa.
Esta etapa catalana fue crucial tanto para Mario como para Gabo, ya que ambos consiguieron una fama internacional incontestable. De hecho, Gabo empezó a quejarse de dicha fama en Barcelona, asfixiante e insufrible: cuando se mudó a esta ciudad pensaba que iba a gozar de paz para trabajar y que pasaría inadvertido. Su malestar al respecto es narrado con todo detalle en una entrevista que le hace Daniel Samper (en diciembre de 1968, para El tiempo de Bogotá) y que cita Vargas Llosa en su tesis doctoral sobre el colombiano:
No hay día en que no me llamen dos o tres editores y otros tantos periodistas. Cuando mi mujer contesta al teléfono, tiene que decir siempre que no estoy. Si esta es la gloria, lo demás debe ser una porquería. (No: mejor no ponga eso, porque esa vaina escrita, es ridícula). Pero es la verdad. Ya uno no sabe ni quiénes son sus amigos.
Empiece por decir una cosa: que ya no doy más reportajes, porque me tienen hasta aquí. Yo me vine a Barcelona porque creía que nadie me conocía, pero el problema ha sido el mismo. Al principio decía: radio y televisión no, pero prensa, porque los de la prensa son mis colegas. Pero ya no más. Prensa tampoco. Porque los periodistas vienen, nos emborrachamos juntos hasta las dos de la mañana y terminan poniendo lo que les digo fuera de reportaje. Además, yo no rectifico. Desde hace dos años, todo lo que se publica como declaraciones mías, es paja. La vaina es siempre la misma: lo que digo en dos horas lo reducen a media página y resulto hablando pendejadas. Fuera de eso, el escritor no está para dar declaraciones, sino para contar cosas. El que quiera saber qué opino, que lea mis libros. En Cien años de soledad hay 350 páginas de opiniones. Ahí tienen material todos los periodistas que quieran.
(Vargas Llosa 2007: 180)