EL 4 DE MAYO (Y MARIO COMO AYO) SE QUITARON EL SAYO

La iniciativa de la nueva protesta en forma de misiva masiva (la firmaron sesenta y dos) nació en Barcelona. Juan y Luis Goytisolo, José María Castellet, Hans Magnus Enzensberger, Carlos Barral (que luego no la firmó) y Mario Vargas Llosa se reunieron en casa del peruano y redactaron, cada uno por separado, un borrador. Luego los compararon y el grupo eligió el de Mario. El poeta Jaime Gil de Biedma mejoró el texto, enmendando un adverbio. Además de la pantomima padillesca, los abajo firmantes también estaban escocidos por el discurso que había pronunciado Fidel Castro el 1 de mayo, para clausurar el Congreso. El Comandante se había referido a «eso», es decir, «esas basuras», los «intelectuales latinoamericanos», unos descarados que en lugar de estar en las trincheras de combate, «vivían en los salones burgueses usufructuando la fama que ganaron cuando, en una primera fase, fueron capaces de expresar algo de los problemas latinoamericanos», y que eran «agentillos del colonialismo cultural», y que nunca más estarían en los jurados de los «concursitos», porque «para hacer el papel de jueces hay que ser aquí revolucionarios de verdad, intelectuales de verdad, combatientes de verdad» (Gilman 2003: 242). Es decir, hay que ser ventrílocuos. El texto completo que «eso» envió al Comandante es el siguiente:

Comandante Fidel Castro

Primer ministro del gobierno revolucionario de Cuba:

Creemos un deber comunicarle nuestra vergüenza y nuestra cólera. El lastimoso texto de la confesión que ha firmado Heberto Padilla solo puede haberse obtenido mediante métodos que son la negación de la legalidad y la justicia revolucionarias. El contenido y la forma de dicha confesión, con sus acusaciones absurdas y afirmaciones delirantes, así como el acto celebrado en la UNEAC en el cual el propio Padilla y los compañeros Belkis Cuza, Díaz Martínez, César López y Pablo Armando Fernández se sometieron a una penosa mascarada de autocrítica, recuerda los momentos más sórdidos de la época del estalinismo, sus juicios prefabricados y sus cacerías de brujas. Con la misma vehemencia con que hemos defendido desde el primer día la Revolución cubana, que nos parecía ejemplar en su respeto al ser humano y en su lucha por su liberación, lo exhortamos a evitar a Cuba el oscurantismo dogmático, la xenofobia cultural y el sistema represivo que impuso el estalinismo en los países socialistas, y del que fueron manifestaciones flagrantes sucesos similares a los que están ocurriendo en Cuba. El desprecio a la dignidad humana que supone forzar a un hombre a acusarse ridículamente de las peores traiciones y vilezas no nos alarma por tratarse de un escritor, sino porque cualquier compañero cubano —campesino, obrero, técnico o intelectual— pueda ser también víctima de una violencia y una humillación parecidas. Quisiéramos que la Revolución cubana volviera a ser lo que en un momento nos hizo considerarla un modelo dentro del socialismo.

(Vargas Llosa 1983: 166-167)

Entre los sesenta y tantos firmantes se encontraban Claribel Alegría, Simone de Beauvoir, Italo Calvino, Marguerite Duras, Carlos Franqui, Carlos Fuentes, Jaime Gil de Biedma, Ángel González, Adriano González León, los tres Goytisolo, Rodolfo Hinostroza, Juan Marsé, Plinio Mendoza, Carlos Monsiváis, Alberto Moravia, José Emilio Pacheco, Pier Paolo Pasolini, José Revueltas, Juan Rulfo, Jean-Paul Sartre, Jorge Semprún, Susan Sontag y, por supuesto, Mario Vargas Llosa. Las dos ausencias más notables son las de Carlos Barral, que había propiciado la reunión, y la de Julio Cortázar, pero ahora sabremos por qué. La firma que, lógicamente, no apareció, fue la de Gabo. Ni la de Cabrera Infante —a pesar de que él reprobaba como nadie cualquier represión gubernamental cubana— dada su polémica con Padilla. Las reacciones no se hicieron esperar. El ambiente estaba más caldeado que nunca, a juzgar por las cartas que Juancho Armas envía a Mario el 17 y el 24 de mayo, respectivamente:

17 mayo 71:

Comprendo que con el follón enorme que ha procurado el Caribe, Padilla and Fidel, que no es cosa de broma. Creo que se podrá solucionar, pero parece casi mentira lo que ha ocurrido. Debido a esto hemos pensado que te encontrabas en París reunido con algunos de los atacados, pero no lo sabemos a ciencia cierta.

24 mayo 71:

Estamos doblemente preocupados por lo que está ocurriendo. Las noticias acá nos llegan con bastante retraso y ahora hemos leído en La Vanguardia Española lo de la carta de H. Santamaría, desafortunadamente por sí misma. Sabíamos lo de tu dimisión en Casa de las Américas por Ullán que nos lo notificó desde París.

Confiamos en que ese estado de ánimo que ahora debe estar bajo para ti, suba inmediatamente y se consiga superar esta crisis, que, desgraciadamente, solo va en beneficio de los enemigos del mundo progresista.

(Princeton C.0641, III, Box 2)

Días antes, Haydée Santamaría, como era de esperar, escribió una carta a Mario Vargas Llosa, a Barcelona. Está fechada exactamente el 14 de mayo de 1971, y contiene tres abigarrados folios que no arden porque la temperatura a la que los tienen perfectamente cuidados en la sala Rare Books de Princeton lo impide. De hecho, siempre que vamos allí, por muy agosto que sea, tenemos que llevar una chaqueta, porque el aire acondicionado arrasa con todo. Menos con los libros y los documentos que, al parecer, gozan de buena salud. No nos dejan ni tocarlos, ni fotocopiarlos, solo podemos ir con un ordenador y copiar el texto. Siempre hay un funcionario en la sala atento a que esas y otras muchas normas se cumplan, y cuando sales te registran como si fueras a entrar en Alcatraz. Pero bueno, finalmente te alegras, porque allí está todo lo que necesitas, y en perfectas condiciones para su uso y disfrute. Algo bueno (y muchas cosas más) tenían que tener los gringos.

La cartita no tiene palabras vanas. Empieza comentando la renuncia al comité. El tratamiento es siempre de «usted» y con una frialdad que contrasta con la temperatura elevada del contenido. Le dice que ellos ya habían pensado expulsarlo, por «su creciente proclividad a posiciones de compromiso con el imperialismo» (Princeton C.0641, III, Box 6). Después lo llama contrarrevolucionario: ella pensaba que Mario podría reconsiderar sus posturas, porque es joven y ha escrito obras de calidad, pero ha preferido abandonar a los pueblos hispanoamericanos y pasarse al enemigo, imperialista, que ha dejado a Cuba sitiada y en condiciones durísimas. Y añade que el escritor contrarrevolucionario, a quien Mario apoya (Padilla, pero no lo cita como tal), «ha reconocido sus actividades contrarrevolucionarias, a pesar de lo cual se halla libre, integrado normalmente a su trabajo. Otros escritores también han reconocido sus errores, lo que no les impide estar igualmente libres y trabajando. Pero usted no ve en todo esto sino un lastimoso espectáculo que no ha sido espontáneo sino prefabricado, producto de supuestas torturas y presiones. Se ve que usted nunca se ha enfrentado al terror» (Princeton C.0641, III, Box 6).

Lamentablemente, así se escribe la historia, o cierta parte de la historia. Por eso es bueno que alguien conserve estos textos, y se pueda, con la tranquilidad y objetividad que da el paso del tiempo, llegar a conocer no solo la verdad, sino la hipocresía, el cinismo y la mala fe de ciertos personajes que hicieron daño gratuito a miles de personas, en nombre de un borroso ideal, una palabra mágica, llamada falsamente «revolución», durante cincuenta años ya.

Continúa Haydée haciendo un panegírico increíble a esa «revolución», y vuelve a resucitar fantasmas del pasado: «Cuando en 1967 usted quiso saber la opinión que tendríamos sobre la aceptación por usted del premio venezolano Rómulo Gallegos, otorgado por el gobierno de Leoni, que significaba asesinatos, represión, traición a nuestros pueblos, nosotros le propusimos un acto audaz, difícil y sin precedentes en la historia cultural de nuestra América: le propusimos que aceptara ese premio y entregara su importe al Che Guevara, a la lucha de los pueblos. Usted no aceptó esa sugerencia: usted se guardó ese dinero para sí, usted rechazó el extraordinario honor de haber contribuido, aunque fuera simbólicamente, a ayudar al Che Guevara» (Princeton C.0641, III, Box 6). Seguidamente, lo conmina a que no vuelva a pronunciar el nombre del Che, al que debe tanto y al que ha traicionado, aunque ellos (los «buenos» revolucionarios) no han criticado al peruano cuando ha escrito cosas negativas sobre el Che (o el régimen). Y sigue resucitando fantasmas: «Tampoco recibió usted invectivas cuando, en septiembre de 1968, en la revista Caretas, y a raíz de los sucesos de Checoslovaquia, emitió usted opiniones ridículas sobre el discurso de Fidel» (Princeton C.0641, III, Box 6).

La despedida no podía ser más fría, y sería la última, porque después de eso, Mario no ha vuelto a tener ningún tipo de contacto con la cúpula político-literaria-cultural cubana. Hasta el día de hoy. Imaginamos cómo quedaría el ánimo del todavía joven narrador. Afortunadamente, seguía recibiendo cartas de apoyo, como la de Carlos Fuentes, fechada el 20 de mayo en México:

Estamos consternados y quiero manifestarte mi apoyo contra los inmundos ataques que te han hecho. Dan ganas de sentarse a llorar: la Revolución cubana ha sacrificado, con infamias, el apoyo de sus amigos más antiguos y leales, para procurarse el de la subliteratura del continente: el de los sicofantes, los resentidos, los idiotas; el de los crédulos. […]. Hay que mantener bien alta la aspiración al verdadero socialismo y el derecho a la crítica, sin la cual no podrá haber nunca verdadero socialismo. Y hay que hacer la crítica global de los sistemas en quiebra, de ambas partes.

(Princeton C.0641, III, Box 6)

Pero no todas las cartas respetuosas y amigables eran condescendientes con la actitud del peruano. Por ejemplo, la del crítico uruguayo Jorge Rufinelli, del 28 de julio de 1971, era comprensiva, pero con criterios diferentes. Le deja muy claro que, aunque no está de acuerdo con todos los puntos de su crítica, lo respeta y no ha participado en la brutal campaña de escritores uruguayos en contra de la contra de Vargas contra la descontrolada situación cubana:

Te diré que no estoy de acuerdo con tu actitud asumida en la carta a Haydée (como tampoco lo estoy con la carta de ella, con el discurso de Fidel ni con la respuesta colérica de los 61), es decir con la censura tajante a la Revolución cubana basada en el hecho de la prisión de Padilla y su posterior autocrítica. Sin embargo respeto tu actitud y no se me pasa por la cabeza reprocharte posiciones «europeizantes» y prescindentes y demás estupideces de las que se han agarrado nuestros colegas ortodoxos de la izquierda abriendo un crédito no sé si interesado o tonto sobre un proceso cultural evidentemente equivocado. Por ese motivo no encontrarás mi nombre entre los uruguayos que han firmado el manifiesto, y por eso podés contar con mi estima intelectual por tus cosas, por más que disienta honradamente contigo en lo que acabo de expresarte.

(Princeton C.0641, III, Box 15)

También entonces, el periodista peruano César Hildebrandt le hace una conocida entrevista donde repasa todos los últimos acontecimientos. Ante la pregunta nada inocente sobre si la «intelectualmente justa» actitud de Mario ha podido mellar «de alguna manera la imagen de la Revolución cubana», Vargas Llosa responde con inteligencia y sagacidad, devolviéndole la pelota: «Creo que su pregunta confunde el efecto con la causa. Lo que ha mellado de alguna manera la imagen de la Revolución cubana son las autocríticas de los compañeros […], acusándose de traiciones imaginarias, y las alarmantes declaraciones de Fidel sobre la cultura en general y la literatura en particular» (Vargas Llosa 1983: 170). Después afirma que no va a contestar la carta de Haydée, que solo trae insultos. Respeta a Haydée porque fue una heroína de la revolución contra Batista, pero «solo por ello». Y continúa hablando de lo lamentable del espectáculo que han montado en Cuba, porque brindan a la derecha y al imperialismo una extraordinaria oportunidad para atacar la solución socialista y los problemas de América Latina. Y cita la declaración que él mismo hizo el 29 de mayo:

Cierta prensa está usando mi renuncia al comité de la revista Casa de las Américas para atacar a la Revolución cubana desde una perspectiva imperialista y reaccionaria. Quiero salir al frente de esa sucia maniobra y desautorizar enérgicamente el uso de mi nombre en esa campaña contra el socialismo cubano y la revolución latinoamericana. […]. El derecho a la crítica y a la discrepancia no es un privilegio burgués. Al contrario, solo el socialismo puede sentar las bases de una verdadera justicia social […]. Es en uso de ese derecho socialista y revolucionario que he discrepado del discurso de Fidel sobre el problema cultural, que he criticado lo ocurrido con Heberto Padilla y otros escritores.

(Vargas Llosa 1983: 171-172)

Curiosamente, y a pesar de todo lo que ha tenido que aguantar de Fidel, Haydée y sus secuaces, termina esa declaración con unas sorprendentes palabras de apoyo a la revolución: «Que nadie se engañe: con todos sus errores, la Revolución cubana es, hoy mismo, una sociedad más justa que cualquier otra sociedad latinoamericana y defenderla contra sus enemigos es para mí un deber apremiante y honroso» (Vargas Llosa 1983: 172). Admirable afirmación, que demuestra que Vargas Llosa no fue un oportunista, sino un hombre que actuaba por convicciones personales. Le importaba muy poco quedar mal con todos, por eso quedó bien con muchos. No así Cortázar…