CUANDO EL BOOM HIZO «BOOM»: EL CASO PADILLA

(PRIMERA PARTE: EL PREMIO: 1968)

Hay quienes piensan que el boom fue exclusivamente un montaje comercial. Nada más lejos de la realidad, aunque también hubo de eso. El boom fue una coincidencia de muy buenos autores y muy buenas obras en un momento determinado pero, sobre todo, un factor extraliterario que marcó un punto de unión entre ellos y una razón para encontrar héroes donde solo había gente corriente: la Revolución Cubana, como hemos visto hasta ahora. Pero aquello no podía ser eterno. Los congresos latinoamericanos de los años sesenta, las reuniones en Cuba en torno a los premios o los comités de redacción de la revista Casa, etc., aglutinaban a un número elevado de personas alrededor de una causa común y le daban un aire de cohesión. Y como en todas las vías gregarias de la humanidad tiene que haber unos líderes, aquí también los hubo. Los Lennon y McCartney ya sabemos quiénes eran (Carlos Fuentes también participó de la macarnidad y el lenonismo de Gabo y Mario), pero también hubo un George Harrison, bohemio, imaginativo e inocente (Julio Cortázar), y un Ringo, que se aprovechó de la fama de los demás para colarse en el grupo (José Donoso), y un George Martin (productor de los Beatles) que los llevó por la senda de la fama y los hizo de oro (Carmen Balcells). Hubo asimismo escarabajitos o escarabajotes, es decir, beatles, que más bien fueron moscardones incordiantes peleados con muchos de ellos, y a veces intrigantes hasta el paroxismo, como Guillermo Cabrera Infante; o beatles simpáticos y campechanos, como Jorge Edwards.

Hasta hay quien dice que hubo una Yoko Ono, la encargada de destrozar la amistad de los del grupo, y hacer saltar por los aires la historia de la cultura pop más bella de todos los tiempos, que en el caso literario pudo ser Ugné Karvelis, la segunda esposa de Julio Cortázar quien, según comenta Plinio Apuleyo Mendoza, hermano de Soledad e íntimo de Gabo, era, «contra toda lógica política, incondicional de los cubanos, o actuaba en todo caso en perfecto acuerdo con ellos» y ejercía «sobre Julio una influencia muy grande en aquel momento», «con su oscura vehemencia, exacerbada a veces por algunos vasos de whisky», «sembrando pacientemente recelos en ese nuevo jardín de los candores de Cortázar» (Mendoza 2000: 190-191). Pero también pudo haber otras Yoko, más cercanas al cogollito del boom. Y, por supuesto, el caso Padilla, verdadera Yoko con mayúsculas.