62 - La hora final
Nadie habló durante cinco minutos. Cada uno de los tres cosmonautas permaneció sentado inmerso en su propio mundo privado, consciente de que el primer misil estaba ahora a menos de una hora dé distancia. Richard revisó apresuradamente todas las imágenes de los sensores, buscando en vano alguna indicación de que Rama estaba emprendiendo alguna acción protectora.
—Mierda —murmuró, mirando de nuevo la imagen ampliada del radar que mostraba el misil de cabeza acercándose más y más. Se acercó al lugar donde estaba Nicole, sentada en un rincón.
—Debemos de haber fracasado —dijo en voz baja—. No ha cambiado nada. Nicole se frotó los ojos.
—Desearía no estar tan cansada —dijo—. Entonces quizá pudiéramos hacer algo interesante en nuestros últimos cincuenta minutos. —Sonrió hoscamente. —Ahora sé lo que es estar en capilla.
El general O'Toole se acercó desde el otro lado de la habitación. Sujetaba dos de las pequeñas esferas negras en su mano izquierda.
—¿Saben? —dijo—, a menudo me he preguntado qué haría si dispusiera sólo de un tiempo fijo y limitado antes de morir. Ahora que estoy en ello, mi mente no deja de centrarse en una sola cosa.
—¿Cuál es? —preguntó Nicole.
—¿Están bautizados? —quiso saber él, tentativamente.
—¿Quééé? —exclamó Richard, con una carcajada de sorpresa.
—Supongo que tú no —dijo el general O'Toole—. ¿Y tú, Nicole?
—No, Michael —respondió ella—. El catolicismo de mi padre era más tradición que ceremonia.
—Bien —insistió el general—. Me ofrezco a bautizarlos a ambos.
—¿Aquí? ¿Ahora? —inquirió el sorprendido Wakefield—. ¿Me están engañando mis oídos, Nikki, o acabo de oír que este caballero está sugiriendo que perdamos la última hora de nuestras vidas bautizándonos?
—No tomará... —empezó a decir O'Toole.
—¿Y por qué no, Richard? —interrumpió Nicole. Se puso de pie con una brillante sonrisa en su rostro. —¿Qué otra cosa tenemos que hacer? Y es malditamente mejor que sentarse morbosamente aquí aguardando la gran bola de fuego.
Richard casi se revolcó de risa.
—¡Esto es maravilloso! —exclamó—. Yo, Richard Wakefield, ateo de toda la vida, estoy considerando la idea de ser bautizado a bordo de una nave extraterrestre como acto final de mi vida. ¡Me encanta!
—Recuerda lo que escribió Pascal —ironizó Nicole.
—Oh, sí —respondió Richard—. Una matriz simple de uno de los grandes pensadores del mundo. "Puede que haya o no haya un Dios; puedo creer en Él o no. La única forma en que puedo perder es si hay un Dios y yo no creo en Él. En consecuencia, debo creer en Él para minimizar el riesgo." —Richard rió quedamente. —Pero lo que se me pide no es que crea en Dios, sino sólo que me bautice.
—Así que lo harás —dijo Nicole.
—¿Y por qué no? —respondió Richard, imitando el anterior comentario de ella—. Quizá de esa forma no tenga que permanecer en el Limbo con esos paganos virtuosos y niños no bautizados. —Le sonrió a O'Toole. —De acuerdo, general, somos todos suyos. Haz lo que tengas que hacer.
—Escucha atentamente esto, EB —dijo Richard—. Probablemente tú seas el único robot que haya estado nunca en el bolsillo de un ser humano mientras éste es bautizado.
Nicole dio un codazo a Richard en las costillas. El paciente general O'Toole aguardó unos momentos y luego inició la ceremonia.
A insistencia de Richard, habían abandonado la Sala Blanca y salido a la plaza. Richard había querido "el cielo de Rama sobre nuestras cabezas", y ninguno de los otros dos había objetado nada. Nicole fue al Mar Cilíndrico para llenar el frasco bautismal de agua mientras el general O'Toole completaba sus preparativos. El general norteamericano se estaba tomando el bautismo muy en serio, pero al parecer no se sentía ofendido por los alardes de Richard.
Nicole y Richard se arrodillaron delante de O'Toole. Éste salpicó agua sobre la cabeza de Richard.
—Richard Colin Wakefield, yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.
Cuando O'Toole terminó de bautizar a Nicole de la misma sencilla manera, Richard se puso de pie y sonrió.
—No me siento en absoluto distinto —dijo—. Soy exactamente igual que ante... asustado hasta la medula ante la idea de morir dentro de los próximos treinta minutos.
El general O'Toole no se había movido.
—Richard —dijo suavemente—, ¿puedo pedirte que te arrodilles de nuevo? Desearía decir una corta plegaria.
—¿Qué es esto? —preguntó Richard—. ¿Primero un bautismo, ahora una plegaria? — Nicole alzó la vista hacia él. Sus ojos le pidieron que accediera. —De acuerdo —dijo—, supongo que podré soportarlo.
—Dios Altísimo, por favor escucha nuestra plegaria —dijo el general con voz fuerte. Él también se había arrodillado. Sus ojos estaban cerrados y sus manos unidas frente a él.
—Los tres nos hemos reunido aquí en lo que puede ser nuestra hora final para rendirte homenaje. Te suplicamos que consideres cómo podemos servirte si seguimos con vida y, si es Tu voluntad, te pedimos nos ahorres una dolorosa y horrible muerte. Si tenemos que morir, te suplicamos que seamos aceptados en Tu reino de los cielos. Amén.
El general O'Toole se detuvo sólo por un momento y luego empezó a recitar el padrenuestro. Cuando acababa de decir: "Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre...", las luces de la gran nave espacial se extinguieron bruscamente. Otro día de Rama había terminado. Richard y Nicole aguardaron respetuosamente hasta que su amigo hubo terminado su plegaria antes de encender sus linternas.
Nicole dio las gracias al general y lo abrazó ligeramente.
—Bueno, aquí estamos —dijo Richard nerviosamente—. Veintisiete minutos y contando. Hemos recibido el bautismo y hemos rezado. ¿Qué podemos hacer ahora?
¿Quien tiene alguna idea para una última, y quiero decir realmente última, diversión?
¿Cantamos? ¿Bailamos? ¿Jugamos a algo?
—Preferiría quedarme aquí arriba a solas —dijo solemnemente el general O'Toole—, y enfrentarme a la muerte preparándome y rezando. E imagino que ustedes dos también querrán estar a solas juntos.
—Muy bien —dijo Richard—. Nikki, ¿dónde compartimos nuestro beso final? ¿En la orilla del Mar Cilíndrico o en la Sala Blanca?
Nicole llevaba despierta treinta y dos horas consecutivas y se sentía absolutamente agotada. Cayó en los brazos de Richard y cerró los ojos. En aquel momento, dispersos destellos de luz penetraron en la nueva oscuridad de la noche ramana.
—¿Qué es eso? —preguntó ansiosamente el general O'Toole.
—Deben de ser los cuernos —respondió excitadamente Richard—. Vayamos a ver.
Corrieron hacia el extremo sur de la isla, y contemplaron las enormes y enigmáticas estructuras del cuenco sur. Filamentos dé luz danzaban entre pares distintos de las seis espiras que rodeaban el gran monolito central. Los arcos amarillos parecían sisear en el aire, ondulando suavemente hacia delante y hacia atrás en el centro mientras permanecían conectados a cada extremo de uno de los pequeños cuernos. Un distante chasquear acompañaba la espectacular visión.
—Sorprendente —dijo O'Toole, abrumado por la maravilla—. Absolutamente sorprendente.
—Así que Rama va a maniobrar —dijo Richard. Apenas podía contenerse. Abrazó a Nicole, luego a O'Toole, y finalmente besó a Nicole en los labios. —¡Hurraaa! —gritó, mientras danzaba a lo largo del ramo.
—Pero Richard —exclamó Nicole tras él—, ¿no es demasiado tarde? ¿Cómo puede Rama apartarse del camino en tan poco tiempo? Richard corrió de vuelta junto a sus colegas.
—Tienes razón —dijo sin aliento—. Y esos malditos misiles probablemente posean corrección final de rumbo. —Echó a correr de nuevo, esta vez de regreso a la plaza. — Voy a observar por el radar.
Nicole miró al general O'Toole.
—Ahora vengo —dijo éste—. Pero ya he corrido bastante para un sólo día. Quiero contemplar este espectáculo unos segundos más. Puedes ir sin mí si quieres.
Nicole aguardó. Mientras los dos caminaban a buen paso hacia la plaza, el general O'Toole le dio las gracias por permitirle bautizarla.
—No seas tonto —respondió ella—. Soy yo quien debería dar las gracias. —Apoyó una mano en el hombro de él. El bautismo en sino era lo importante, siguió hablando en su pensamiento. Era evidente que estabas preocupado por nuestras almas. Aceptamos principalmente para demostrarte nuestro afecto. Nicole sonrió para sí misma. Al menos, creo que ésa fue la razón...
El suelo bajo ellos empezó a temblar vigorosamente y el general O'Toole se detuvo, momentáneamente asustado.
—Eso es al parecer lo que ocurrió durante la última maniobra —dijo Nicole, sujetando la mano del general para afirmarse ambos—, aunque yo personalmente estaba inconsciente en el fondo de un pozo y me perdí todo el acontecimiento.
—Entonces, ¿el espectáculo de las luces fue sólo un anuncio de la maniobra?
—Probablemente. Por eso Richard se mostró tan excitado. Apenas acababan de abrir la cubierta cuando Richard saltó fuera de la escalera.
—¡Lo han hecho! —exclamó—. ¡Lo han hecho!
O'Toole y Nicole lo miraron mientras él recuperaba el aliento.
—Han desplegado una especie de tela o red, no sé exactamente lo que es, de unos seiscientos, quizás ochocientos metros de espesor... todo alrededor de la nave espacial.
—Se volvió en redondo. —Vengan —añadió, volviendo a bajar la escalera de tres en tres. Pese a su cansancio, Nicole respondió a su excitación con un estallido final de adrenalina. Bajó la escalera detrás de Richard y corrió hacia la Sala Blanca. Richard estaba de pie frente a la pantalla negra, pasando adelante y atrás de la imagen exterior que mostraba el nuevo material en torno del vehículo a la vista del radar que señalaba los misiles que se aproximaban.
—Deben de haber comprendido nuestra advertencia —le dijo a Nicole. La aferró jubiloso y la alzó del suelo, le dio un beso y la mantuvo en el aire. —Ha funcionado, querida —exclamó—. Gracias, oh gracias.
Nicole también estaba excitada. Pero todavía no estaba convencida de que la acción de Rama pudiera impedir la destrucción del vehículo. Después que el general O'Toole entró y Richard le explicó lo que veían en la pantalla, ya sólo quedaban nueve minutos.
Nicole tenía mariposas del tamaño de pelotas de fútbol en su estómago. El suelo seguía temblando a medida que Rama extendía su maniobra.
Obviamente los misiles nucleares tenían corrección final de rumbo, ya que pese al hecho de que Rama estaba definitivamente cambiando de trayectoria los misiles seguían aproximándose en línea recta. La imagen del radar inmediato mostraba que los dieciséis atacantes estaban muy dispersos. Sus tiempos estimados de impacto se alineaban a lo largo de un período ligeramente inferior a una hora.
La frenética actividad de Richard se incrementó. Recorrió nerviosamente la habitación de uno a otro lado. En un momento determinado extrajo a EB de su bolsillo, lo depositó en el suelo, y empezó a hablarle rápidamente como si fuera su más íntimo amigo. Lo que le dijo era apenas coherente. En un momento determinado Richard le decía a EB que se preparara para la inminente explosión; un segundo más tarde le explicaba cómo Rama iba a eludir los misiles que se le acercaban.
El general O'Toole intentaba permanecer tranquilo, pero era imposible con Richard yendo de un lado para otro de la sala como un demonio tasmanio. Empezó a decirle algo a Richard, pero en vez de ello decidió salir al túnel para conseguir algo de quietud.
Durante uno de los raros momentos en que no se estaba moviendo, Nicole se dirigió a Richard y sujetó sus manos.
—Querido —le dijo—, relájate. No hay nada que podamos hacer.
Richard bajó la vista por un segundo a su amiga y amante y la rodeó con los brazos. La besó salvajemente y luego se sentó en el tembloroso suelo, tirando de ella para que se sentara a su lado.
—Estoy asustado, Nicole —dijo, y todo su cuerpo temblaba—. Estoy realmente asustado. Odio no ser capaz de hacer nada.
—Yo también estoy asustada —respondió suavemente ella, sujetando de nuevo sus manos—. Y también Michael.
—Pero ninguno de ustedes actúa como yo —exclamó Richard—. Me siento como un idiota, saltando de un lado para otro como un tigre enjaulado.
—Todo el mundo se enfrenta a la muerte de una forma distinta —dijo Nicole—. Todos sentimos miedo. Simplemente nos enfrentamos a ella cada cual a su modo.
Richard estaba calmándose. Alzó la vista hacia el gran monitor y luego a su reloj.
—Tres minutos más hasta el primer impacto —dijo. Nicole puso sus manos en las mejillas de él y lo besó suavemente en los labios.
—Te quiero, Richard Wakefield —dijo.
—Y yo te quiero a ti —respondió él.
Richard y Nicole estaban sentados inmóviles en el suelo, con las manos unidas y contemplando la pantalla negra, cuando el primer misil alcanzó el borde denso entramado que rodeaba Rama. El general O'Toole estaba de pie tras ellos en el umbral... había regresado a la sala hacía treinta segundos. En el momento en que el misil hizo contacto, la parte de la red que recibió el impacto cedió, absorbiendo el golpe pero permitiendo al misil penetrar profundamente en ella. Simultáneamente, otras piezas de la red envolvieron apresuradamente al misil, tejiendo un denso capullo con una sorprendente velocidad. Todo terminó en una fracción de segundo. Él misil estaba a unos doscientos metros del casco exterior de Rama, ya rodeado por una densa envoltura, cuando su ojiva nuclear detonó. El entramado voló en la pantalla un poco por todas partes, pero apenas hubo una imperceptible sacudida dentro de la Sala Blanca.
—¡Huau! —exclamó Richard—. ¿Viste eso? —Se puso de pie de un salto y se acercó a la pantalla.
—Ocurrió demasiado rápido —comentó Nicole, levantándose también y acercándose a él.
El general O'Toole murmuró una plegaria muy corta de agradecimiento y se reunió con sus colegas frente a la pantalla.
—¿Cómo crees que hizo eso? —le preguntó a Richard.
—No tengo ni la menor idea —respondió Richard—. Pero, de alguna manera, ese capullo contuvo la explosión. Debe de tratarse de un material fantástico. —Cambió a la imagen de radar. —Observemos el próximo de más cerca. Tiene que estar aquí en unos pocos...
Hubo un brillante destello de luz, y la pantalla quedó vacía. Menos de un segundo más tarde una seca fuerza lateral los golpeó con intensidad, derribándolos al suelo. Las luces se apagaron en la Sala Blanca y el suelo dejó de temblar.
—¿Está bien todo el mundo? —preguntó Richard, tanteando en la oscuridad en busca de la mano de Nicole.
—Creo que sí —respondió O'Toole—. Me di un golpe contra la pared, pero sólo con la espalda y el codo.
—Yo estoy bien, querido —respondió Nicole—. ¿Qué ocurrió? —Evidentemente ésa estalló prematuramente, antes de alcanzar la red. Fuimos golpeados por la onda de choque.
—No lo entiendo —dijo O'Toole—. La bomba estalló en el vacío. ¿Cómo pudo haber una onda de choque?
con eso! —se interrumpió a sí mismo—. La famosa redundancia ramana ataca de nuevo.
¿Estás bien? —le dijo a Nicole, que parecía insegura mientras se ponía de pie.
—Me he despellejado una rodilla —respondió ella—, pero no es nada serio.
—La bomba destruyó el resto de su propio misil —dijo Richard, respondiendo a la pregunta de O'Toole mientras buscaba en la lista de los sensores las imágenes redundantes y del radar—, evaporando la mayor parte de su masa y reduciendo el resto a fragmentos. El gas y los restos fueron lanzados hacia afuera a enormes velocidades, creando la onda que nos golpeó. La red atenuó la fuerza del choque.
Nicole se dirigió hacia la pared y se sentó.
—Quiero estar preparada para la siguiente —dijo.
—Me pregunto a cuántos golpes como éste puede sobrevivir Rama —dijo Richard. El general O'Toole fue a sentarse al lado de Nicole.
—Dos ya llegados y catorce por llegar —dijo. Todos sonrieron. Al menos, todavía no estaban muertos.
Richard localizó los sensores redundantes unos minutos más tarde.
—Oh, oh —dijo mientras examinaba los restantes blips en la pantalla—. A menos que esté equivocado, la última bomba que estalló estaba a muchos kilómetros de distancia. Tuvimos suerte. Será mejor que esperemos que ninguna estalle justo delante de la red.
El trío observó mientras otros dos misiles eran atrapados y envueltos en el material que rodeaba a Rama. Richard se puso de pie.
—Ahora tenemos un breve respiro —dijo—. Pasarán tres minutos más o menos antes del próximo impacto... luego tendremos cuatro misiles más uno detrás del otro.
Nicole se puso también de pie. Vio que el general O'Toole se sujetaba la espalda.
—¿Seguro que estás bien, Michael? —preguntó. Él asintió, sin dejar de contemplar la pantalla. Richard fue al lado de Nicole y tomó su mano. Un minuto más tarde se sentaron juntos contra la pared para aguardar los próximos impactos.
No aguardaron mucho tiempo. Una segunda fuerza lateral, mucho más fuerte que la primera, los golpeó a los veinte segundos. Las luces se apagaron de nuevo y el suelo dejó de temblar. Nicole pudo oír la fatigosa respiración de O'Toole en la oscuridad.
—Michael —dijo—, ¿estás herido?
Cuando no hubo una respuesta inmediata, Nicole empezó a arrastrarse en su dirección. Eso fue un error. No estaba sujeta a nada cuando golpeó el tercer estallido. Fue arrojada salvajemente contra la pared, golpeándose la sien.
El general O'Toole permaneció junto a Nicole mientras Richard subía a Nueva York para examinar la ciudad. Los hombres hablaron en voz baja cuando Richard regresó. Informó de sólo daños menores. Treinta minutos después que el último misil hubiera sido atrapado, las luces volvieron y el suelo empezó a temblar de nuevo.
—¿Lo ves? —dijo Richard con una tensa sonrisa—. Te dije que estaríamos bien. Ellos siempre hacen todas las cosas importantes por triplicado.
Nicole permaneció inconsciente durante casi una hora. Durante los últimos minutos fue vagamente consciente tanto de la vibración del suelo como de la conversación en el lado opuesto de la habitación. Abrió muy lentamente los ojos.
—El efecto de la red —oyó decir a Richard— es incrementar nuestra velocidad a lo largo de la hipérbole. Así que cruzaremos la órbita de la Tierra mucho antes que lo previsto anteriormente, mucho antes que llegue el planeta.
—¿Cuan cerca pasaremos de la Tierra?
—No demasiado cerca. Eso depende de cuándo termine esta maniobra. Si se detuviera ahora la eludiríamos por un millón de kilómetros o algo así, más de dos veces la distancia a la Luna.
Nicole se sentó y sonrió.
—Buenos días —saludó alegremente.
Los dos hombres acudieron rápidamente a su lado.
—¿Estás bien, querida? —preguntó Richard.
—Supongo que sí —dijo Nicole, sintiendo aún el golpe en su sien—. Puede que tenga dolores de cabeza durante algunos días. —Miró a los dos hombres. —¿Qué pasa contigo, Michael? Creo recordar que me preocupaste justo antes del gran bum.
—El segundo me dejó sin aliento —admitió O'Toole—. Afortunadamente, estaba mejor preparado para la tercera bomba. Y mi espalda parece que está muy bien ahora.
Richard empezó a explicar lo que había averiguado de tos sensores celestes de Rama.
—He oído la última parte de ello —dijo Nicole—. Deduzco que eludiremos completamente la Tierra. —Richard la ayudó a ponerse de pie—. Pero, ¿adonde nos dirigimos?
Richard se encogió de hombros.
—No hay ningún blanco, ni planeta ni asteroide en ninguna parte cerca de nuestra actual trayectoria. Nuestra energía hiperbólica se está incrementando. Si no cambia nada, escaparemos por completo del Sistema Solar.
—Y nos convertiremos en viajeros interestelares —dijo en voz baja Nicole.
—Si vivimos lo suficiente —añadió el general.
—Por mi parte —dijo Richard con una alegre sonrisa—, no voy a preocuparme acerca de lo que ocurra a continuación. Al menos todavía no. Tengo intención de celebrar nuestra escapatoria de la falange nuclear. Voto que subamos y presentemos a Michael a algunos nuevos amigos. ¿Te parece que serán las aves o las octoarañas?
Nicole agitó la cabeza y sonrió, —Eres imposible, Wakefield, No dejemos que nada impida...
No dejemos que el matrimonio de las auténticas mentes admita impedimentos; interrumpió de pronto EB. Los tres cosmonautas se sobresaltaron. Miraron al diminuto robot y luego estallaron en carcajadas.
...el amor no es amor
que se altere cuando halla una alteración
o se doble cuando el extirpador extirpa.
Oh no, es una marca fijada para siempre...
Richard tomó a EB y lo desconectó. Nicole y Michael aún seguían riendo. Richard los abrazó.
—No puedo pensar en tres mejores compañeros de viaje —dijo alzando al pequeño robot por encima de su cabeza—, vayamos adonde vayamos.
FIN