38 - Visitantes

El pequeño robot salió a la luz y desenvainó su espada. El ejército inglés había llegado a Harfleur.

Una vez más en la brecha, queridos amigos, una vez más,

o cerca de la pared con nuestros muertos ingleses.

En la paz no hay nada para convertirse en un hombre

como la modesta quietud y humildad;

pero cuando el estallar de la guerra resuena en nuestros oídos,

entonces imitad la acción del tigre...

Henry V, nuevo rey de Inglaterra, siguió exhortando a sus imaginarios soldados. Nicole sonrió mientras escuchaba. Había pasado la mayor parte de una hora siguiendo a Hal, príncipe de Wakefield, a lo largo de su licenciosa juventud, a los campos de batalla luchando contra Hotspur y los demás rebeldes, y luego al trono de Inglaterra. Nicole había leído las tres obras sobre Henry sólo una vez, y hacía años, pero conocía bien el período histórico debido a su fascinación de toda la vida por Juana de Arco.

—Shakespeare te convirtió en algo que nunca fuiste —le dijo al pequeño robot mientras se inclinaba a su lado para insertar la varilla de Richard en la ranura de "Off"—. Fuiste un guerrero, de acuerdo, nadie puede discutirlo. Pero también fuiste un conquistador frío y sin corazón. Hiciste que Normandía sangrara bajo tu poderoso yugo. Casi aplastaste toda la vida de Francia.

Nicole se echó a reír nerviosamente. Aquí estoy, pensó, nublándole a un insensible príncipe de cerámica de veinte centímetros de altura. Recordó su sensación de impotencia hacía una hora, cuando había intentado una vez más hallar alguna vía de escape. El hecho de que su tiempo se estaba agotando se había visto reforzado cuando bebió el penúltimo sorbo de agua. Oh, bueno, murmuró, volviéndose al príncipe Hal, al menos esto es mejor que sentir lástima de mí misma.

—¿Y qué otra cosa sabes hacer, mi pequeño príncipe? —preguntó—. ¿Qué ocurrirá si inserto esta varilla en la ranura señalada C?

El robot se activó, caminó unos cuantos pasos, y finalmente se acercó a su pie izquierdo. Tras un largo silencio, el príncipe Hal habló, no con la intensa voz que había utilizado durante sus anteriores recitados, sino con los tonos británicos de Wakefield.

—C corresponde a conversación, amiga mía, y poseo un repertorio considerable. Pero no hablaré hasta que tú digas algo primero. Nicole se echó a reír.

—De acuerdo, príncipe Hal —dijo, tras pensar un momento—. Háblame de Juana de Arco.

El robot dudó, luego frunció el entrecejo.

—Fue una bruja, querida dama, quemada en la hoguera en Ruán una década después de mi muerte. Durante mi reinado el norte de Francia fue subyugado por mis ejércitos. La bruja francesa, proclamando que había sido enviada por Dios...

Nicole dejó de escuchar y alzó bruscamente la cabeza cuando una sombra cayó sobre ellos. Creyó ver algo volar por encima del techo del cobertizo. Su corazón latió alocadamente.

—¡Aquí! ¡Estoy aquí! —gritó a pleno pulmón. El príncipe Hal seguía desgranando su discurso acerca de cómo el éxito de Juana de Arco había dado como triste resultado el retorno de sus conquistas al reino de Francia—. Tan inglés. Tan típicamente inglés —dijo Nicole, mientras insertaba de nuevo la varilla en el botón "Off" del príncipe Hal.

Unos momentos más tarde, la sombra se hizo enorme y oscureció por completo el fondo del pozo. Nicole alzó de nuevo la vista y el corazón se le quedó en la garganta. Flotando sobre el pozo, con las alas abiertas y aleteando, había una gigantesca criatura parecida a un pájaro. Nicole se echó hacia atrás y gritó involuntariamente. La criatura metió el cuello en el pozo y emitió una serie de ruidos. Los sonidos eran secos pero ligeramente musicales. Nicole se sintió paralizada. La cosa repitió casi el mismo conjunto de ruidos y luego intentó —sin éxito, porque sus alas eran demasiado grandes— bajar más en el angosto pozo.

Durante ese breve período Nicole logró que su traumático terror dejara paso a un miedo más normal y estudió al gran alienígena volador. Su rostro, aparte de dos blandos ojos que eran de un profundo azul rodeados por un anillo amarronado, le recordaron los pterodáctilos que había visto en el museo francés de historia natural. El pico era muy largo y curvado. La boca carecía de dientes y las dos garras, simétricas bilateralmente respecto al cuerpo principal, tenían cuatro dedos cada una.

Nicole sospechó que debía de pesar un centenar de kilos. Su cuerpo, excepto el rostro y pico, los extremos de las alas y las garras, estaba cubierto por un denso material negro que parecía terciopelo. Cuando resultó claro que no conseguiría llegar hasta el fondo del pozo, emitió dos notas agudas, se alzó de nuevo y desapareció.

Nicole no se movió en absoluto durante el primer minuto después de la marcha de la criatura. Luego se sentó e intentó ordenar sus pensamientos. La adrenalina desencadenada por el miedo fluía aún por su cuerpo. Intentó pensar racionalmente en lo que había visto. Su primera idea fue que la cosa era un biot, como todas las demás criaturas móviles que habían sido vistas previamente en Rama. Si eso es un biot, se dijo, entonces es extremadamente avanzado. Recordó los otros biots que había visto, tanto los cangrejos del Hemisferio Sur como la amplia variedad de las extrañas creaciones filmadas por la primera expedición ramana. Nicole no pudo convencerse a sí misma de que el ave era un biot. Había algo en sus ojos...

Oyó un aletear en la distancia, y su cuerpo se tensó. Se protegió en el rincón en sombras justo en el momento en que la luz del pozo era oscurecida de nuevo por un enorme cuerpo flotante. No, ahora eran dos cuerpos. La primera ave había regresado con un compañero, la segunda considerablemente más grande. El nuevo pájaro metió el cuello en el pozo y miró a Nicole con sus ojos azules mientras flotaba. Emitió un sonido, más fuerte y menos musical que el otro, y luego dobló el cuello para mirar a su compañero. Mientras las dos aves parloteaban entre sí, Nicole observó que la segunda estaba recubierta por una superficie pulida, como linóleo, pero que en todos los demás aspectos excepto el tamaño era idéntica a su primer visitante. Finalmente el segundo pájaro ascendió de nuevo, y la extraña pareja se posó en el borde del pozo, sin dejar de parlotear. La observaron durante uno o dos minutos. Luego, tras una breve conversación, desaparecieron.

Nicole estaba agotada tras su lucha con el miedo. Unos minutos después que sus visitantes voladores se fueran, se enroscó sobre sí misma y durmió en un rincón del pozo. Durmió profundamente durante varias horas. Fue despertada por un fuerte ruido, un crac que resonó a través del cobertizo como si alguien estuviera montando una pistola. Despertó rápidamente, pero no oyó más que sonidos inexplicables. Su cuerpo le recordó que estaba hambrienta y sedienta. Sacó la comida que le quedaba. ¿Debo repartirla entre dos diminuías comidas, se preguntó cansadamente, o debo comer ahora todo lo que tengo y aceptar lo que venga a continuación?

Con un profundo suspiro, decidió terminar su comida y su agua en un último festín. Pensó que las dos cosas combinadas podrían proporcionarle por un tiempo la energía suficiente como para que olvidara temporariamente el hambre. Estaba equivocada. Mientras bebía las últimas gotas de agua de su cantimplora, su mente se vio bombardeada con imágenes de botellas de agua mineral que ella y su familia siempre ponían en la mesa en Beauvois.

Hubo otro fuerte crac en la distancia después que Nicole terminó su comida. Se detuvo para escuchar, pero de nuevo hubo silencio. Sus pensamientos se vieron dominados por ideas de escapar, todas ellas utilizando de alguna forma a las aves para ayudarse a salir del pozo. Se sintió furiosa consigo misma por no haber intentado comunicarse con ellas mientras aún tenía la oportunidad. Se rió de sí misma. Por supuesto, podían haber decidido devorarme. Pero, ¿quién dice que morirse de hambre sea preferible a ser devorada?

Nicole estaba segura de que las aves volverían. Quizá su certeza se viera reforzada por la impotencia de su situación, pero de todos modos empezó a hacer planes para lo que haría cuando regresaran. Hola, se imaginó diciendo. Se pondría de pie con la palma de la mano extendida y caminaría segura hasta el centro del pozo, inmediatamente debajo de la flotante criatura. Usaría entonces un conjunto especial de gestos para comunicar su problema... señalándose repetidamente primero a sí misma y luego al pozo para indicar que no podía escapar de allí; señalando a la vez a las aves y al techo del cobertizo, les pediría su ayuda.

Dos secos y fuertes ruidos la volvieron a la realidad. Tras una breve pausa, oyó otro crac. Revisó el capítulo "Entorno" de su Atlas de Rama computadorizado, y luego se rió de sí misma por no haber reconocido inmediatamente lo que estaba ocurriendo. Los fuertes sonidos indicaban que el hielo se estaba quebrando a medida que el Mar Cilíndrico se fundía desde el fondo. Rama se hallaba aún dentro de la órbita de Venus (aunque, sin que Nicole lo supiera todavía, la última maniobra la había situado en una trayectoria que hacía que su distancia del Sol se estuviera incrementando de nuevo), y las radiaciones solares habían hecho aumentar finalmente la temperatura dentro de Rama por encima del punto de congelación del agua.

El Atlas advertía acerca de feroces tormentas y huracanes creados por las inestabilidades térmicas de la atmósfera como consecuencia del fundirse del mar. Nicole se situó en el centro del pozo.

—¡Vamos, pájaros, o lo que sean! —gritó—. Vengan, sáquenme y denme una oportunidad de escapar.

Pero las aves no volvieron. Nicole permaneció sentada, despierta, en su rincón durante diez horas, debilitándose gradualmente a medida que la frecuencia de los fuertes chasquidos alcanzaba un límite y luego disminuía poco a poco. El viento empezó a soplar. Al principio fue tan sólo una brisa, pero pronto se convirtió en un ventarrón cuando el crujir del hielo cesó. Nicole se sentía completamente desanimada. Cuando se quedó dormida de nuevo, se dijo que probablemente no volvería a despertarse más de una o dos veces.

Los vientos golpearon Nueva York mientras el huracán resonaba durante horas. Nicole permanecía inmóvil y acurrucada en un rincón. Escuchaba el aullar del viento y recordaba haber permanecido sentada en una cabaña de esquí durante una tormenta de nieve en Colorado. Intentó recordar los placeres del esquí, pero no pudo. Su hambre y su cansancio habían debilitado también su imaginación. Permaneció sentada inmóvil, con su mente vacía de pensamientos excepto para preguntarse ocasionalmente qué debía de sentirse al morir.

No podía recordar haberse quedado dormida, pero tampoco podía recordar haberse despertado. Se sentía muy débil. Su mente le decía que algo había caído en el interior del agujero. Era oscuro de nuevo. Nicole se arrastró de su rincón del pozo hacia el otro rincón donde estaba la pila de metal. No encendió su linterna. Chocó contra algo y se sobresaltó, luego lo palpó con las manos. El objeto era grande, más que una pelota de basquetbol. Su exterior era liso y su forma ovalada.

Nicole se sintió más alerta. Encontró su linterna en el overol de vuelo e iluminó el objeto. Era blancuzco y tenía la forma de un huevo. Lo examinó atentamente. Cuando lo apretó con fuerza, cedió ligeramente bajo la presión. ¿Puedo comerlo?, preguntó su mente, abrumada por demasiada hambre como para preocuparse de lo que podía hacerle.

Extrajo su cuchillo y consiguió cortarlo con dificultad. Separó febrilmente un pedazo y se lo llevó a la boca. Era insípido. Lo escupió y se echó a llorar. Pateó furiosamente el objeto, y éste rodó sobre sí mismo. Nicole creyó oír algo. Adelantó una mano y lo empujó fuertemente, haciéndolo rodar de nuevo. Sí, se dijo, sí. Eso fue como un chapoteo.

Fue un trabajo lento cortar la capa exterior con su cuchillo. Tras varios minutos Nicole tomó su equipo médico y empezó a trabajar en el objeto con su escalpelo eléctrico. Fuera lo que fuese, el objeto estaba formado por tres capas separadas y distintas. La exterior era dura, como el cuero de una pelota de fútbol, y relativamente difícil de manipular. La segunda capa era un compuesto blando, húmedo, color cobalto, con la consistencia del melón. Dentro, en el centro, había varios litros de un líquido verdoso. Temblando con anticipación, Nicole metió una mano formando cuenco en la incisión y se llevó el líquido a los labios. Tenía un sabor extraño y medicinal, pero era refrescante. Bebió, dos sorbos apresurados, y entonces sus años de entrenamiento médico se interpusieron.

Luchando contra el deseo de beber más, Nicole insertó la sonda de su espectómetro de masas en el líquido para analizar sus componentes químicos. Sentía tanta prisa que cometió un error con la primera muestra y tuvo que repetir el proceso. Cuando los resultados del análisis aparecieron en el pequeño monitor modular que podía conectarse a cualquiera de sus instrumentos, Nicole se echó a llorar de alegría. El líquido no la envenenaría. Al contrario, era rico en proteínas y minerales en el tipo de combinaciones químicas que el cuerpo podía procesar.

—¡De acuerdo, de acuerdo! —gritó Nicole con voz fuerte. Se puso rápidamente de pie y casi se desvaneció. Más cautelosamente ahora, se sentó sobre sus rodillas y empezó el festín de su vida. Bebió el líquido y comió la jugosa pulpa hasta que estuvo absolutamente saciada. Luego se sumió en un profundo y satisfecho sueño.

Su primera preocupación cuando despertó fue determinar la cantidad de "melón maná", como lo llamó, que tenía a su disposición. Había sido una glotona, y lo sabía, pero eso había ocurrido en el pasado. Lo que necesitaba hacer ahora era controlar el melón maná hasta que de algún modo pudiera conseguir la ayuda de las aves.

Nicole midió cuidadosamente el melón. Su peso bruto debía de ser originalmente de unos diez kilos, pero ahora debían de quedar un poco más de ocho. Su evaluación le indicó que la capa externa no comestible pesaba aproximadamente dos kilogramos, lo cual le dejaba seis kilos de alimento más o menos por igual entre el líquido y la pulpa color cobalto. Veamos, pensó, tres kilos de líquido significan...

Su proceso de pensamiento se vio interrumpido cuando las luces se encendieron de nuevo. Sí, se dijo, comprobando su reloj de pulsera, justo a tiempo, con una exactitud secular. Alzó la vista de su reloj y vio por primera vez a plena luz el objeto en forma de huevo. Su reconocimiento fue inmediato. Oh, Dios mío, pensó Nicole mientras se acercaba y reseguía con sus dedos las líneas amarronadas que recorrían en forma ondulada la superficie blanco cremosa. Casi lo había olvidado. Buscó en su overol de vuelo y extrajo la piedra pulida que Omeh le había dado la noche de fin de año en Roma. La miró, y luego miró el objeto ovalado en el pozo. Oh, Dios mío, repitió. Volvió a guardar la piedra en su bolsillo y extrajo el pequeño frasco verde.

—Ronata sabrá el momento de beber —oyó decir de nuevo a su abuelo. Nicole se sentó en su rincón y vació el frasco de un solo trago.