58 - La elección de Hobson

—Estoy seguro de que Heilmann y Yamanaka fueron extremadamente cautelosos — explicó Richard Wakefield—. Probablemente se marcharon pronto a fin de poder llevar provisiones extras. Y con esas vainas tan ligeras, cualquier kilogramo extra puede ser crítico.

¿Cuan crítico? —preguntó Nicole.

—Bueno... puede significar toda la diferencia entre alcanzar una órbita segura en torno de la Tierra, o pasar junto a ella tan aprisa que no puedan ser rescatados.

—¿Eso significa —inquirió sombríamente O'Toole— que solamente uno de nosotros puede usar la vaina?

Richard hizo una pausa antes de responder.

—Me temo que es así; es una función del tiempo de partida. Tendremos que hacer algunos rápidos cálculos para determinarlo con exactitud. Pero personalmente no veo ninguna razón por la que no debamos tomar en consideración poner en marcha toda la nave espacial. Después de todo, fui entrenado como piloto de reserva... Sólo tenemos un control limitado, puesto que la nave es tan grande, pero si arrojamos todo lo que no sea absolutamente necesario, podemos conseguirlo... También necesitaremos hacer cálculos.

Nicole recibió del general O'Toole y Richard la tarea de comprobar las provisiones que habían sido colocadas en la vaina, determinar lo adecuadas que eran, y luego calcular aproximadamente tanto la masa como el volumen requeridos para albergar a dos o tres viajeros. Además, Richard, aún inclinado a volar de vuelta a la Tierra en la nave militar, le pidió a Nicole que revisara el manifiesto de provisiones de la Newton y estimara cuánta masa podía ser echada por la borda.

Mientras O'Toole y Wakefield utilizaban los ordenadores del centro de control, Nicole trabajó sola en la enorme bodega. Primero examinó cuidadosamente la vaina que quedaba. Aunque las vainas eran utilizadas normalmente por una sola persona para actividad extravehicular local, también habían sido diseñadas como vehículos de escape de emergencia. Dos personas podían sentarse tras la recia y transparente ventanilla frontal con provisiones para una semana en los estantes de la parte de atrás de la pequeña cabina. Pero, ¿tres personas?, se preguntó. Imposible. Alguien tendría que apretarse en el espacio de los estantes. Y entonces no habría lugar para las provisiones. Nicole pensó momentáneamente en verse confinada en el lugar de los estantes durante siete u ocho días. Podría ser peor que el pozo en Nueva York.

Revisó las provisiones que habían sido apresuradamente arrojadas al interior de la vaina por Heilmann y Yamanaka. La comida era más o menos correcta, tanto en cantidad como en variedad, para un viaje de una semana; el equipo médico, sin embargo, era terriblemente inadecuado. Nicole tomó algunas notas, elaboró lo que consideraba que era una lista de pertrechos adecuada para dos personas, y estimó las necesidades de masa y volumen. Luego empezó a cruzar la bodega.

Sus ojos fueron atraídos por las armas en forma de balas tendidas plácidamente sobre sus costados inmediatamente al lado de la esclusa de las vainas. Se dirigió hacia allá y tocó las bombas, dejando resbalar lentamente la mano por la pulida superficie metálica. Así que éstas son las primeras grandes armas de la destrucción, pensó, el resultado de la brillante física del siglo XX.

Qué triste comentario para nuestra especie, meditó, mientras caminaba junto a las bombas nucleares. Un visitante viene a vernos. No puede hablar nuestro idioma, pero descubre dónde vivimos. Cuando gira la esquina de nuestra calle, mientras su intención nos es aún completamente desconocida, lo volamos en pedazos.

Cruzó la bodega hacia la zona de habitación, consciente de una profunda sensación de tristeza muy dentro de ella. El problema de ustedes, se dijo, es que siempre esperan demasiado. De ustedes mismos. De aquellos a quienes aman. Incluso de la raza humana. Todavía somos demasiado inmaduros como especie.

Una momentánea oleada de náusea la obligó a detenerse por un momento. ¿Qué es esto?, pensó. ¿Me están poniendo enferma estas bombas? En el fondo de su mente recordó una sensación similar de náusea quince años antes, a las dos horas de su vuelo de Los Angeles a París. No es posible, se dijo. Pero lo comprobaré, sólo para estar segura...

—Ésa es la segunda razón por la que nosotros tres no podemos encajar dentro de una sola vaina. No te sientas mal por ello, Nicole. Aunque el espacio físico pudiera acomodar nuestros cuerpos y los pertrechos necesarios, la capacidad de velocidad y maniobrabilidad de la vaina con toda esa masa en su interior no sería suficiente para cerrar la órbita en torno del Sol. Nuestras posibilidades de ser rescatados serían virtualmente nulas —declaró Richard.

—Bien —respondió Nicole, intentando parecer alegre—, al menos aún tenemos la otra opción. Podemos volver a casa en este gran vehículo. Según mis estimaciones, podemos desprendernos de un exceso de diez mil kilogramos...

—Me temo que eso ya no importa —interrumpió el general O'Toole. Nicole miró a Richard.

—¿De qué está hablando?

Richard Wakefield se puso de pie y se le acercó. Tomó sus manos entre las de él.

—También inutilizaron los sistemas de navegación —dijo—. Sus algoritmos de búsqueda automática, esos grandes pinchanúmeros que emplearon para intentar descifrar el código de O'Toole, fueron conectados a los ordenadores generales, además de a las subrutinas de videocom y navegación. Esta nave es inútil como módulo de transporte.

La voz de O'Toole era distante y carecía de su habitual timbre vigoroso.

—Debieron de empezar apenas unos minutos después que yo me fui. Richard leyó los buffers de órdenes y descubrió que el software de descodificación fue conectado menos de dos horas después de mi partida.

—Pero, ¿por qué incapacitar la Newton? —preguntó Nicole.

—¿No lo comprende? —dijo O'Toole con pasión—. Las prioridades habían cambiado. Nada era tan importante como detonar las armas nucleares. No deseaban perder tiempo con las señales de radio yendo y viniendo de la Tierra. Así que trasladaron los cálculos aquí arriba, donde cada candidato sucesivo podía ser emitido desde el ordenador sin el menor lapso.

—Siendo justos con el control de la misión —interpuso Richard, paseando de arriba abajo por la sala—, debemos reconocer que la nave militar Newton completamente cargada tiene menos capacidad de cambio de órbita que una vaina cargada con dos personas y con un sistema de propulsión auxiliar. A los ojos del director de seguridad de la AIE, no había ningún incremento de riesgo en convertir este vehículo en inoperable.

—Pero nada de esto hubiera tenido que ocurrir —argumentó el general—. ¡Maldita sea!

¿Por qué no aguardaron simplemente mi regreso?

Nicole se sentó bruscamente en una de las sillas disponibles. La cabeza le daba vueltas, y se sintió momentáneamente aturdida.

—¿Qué ocurre? —preguntó Richard, acercándose a ella alarmado.

—Hoy he tenido ocasionales períodos de náuseas —respondió Nicole—. Creo que estoy embarazada. Lo sabré seguro dentro de unos veinte minutos. —Sonrió al desconcertado Richard. —Es extremadamente raro para una mujer quedar embarazada dentro de los noventa días siguientes a una inyección de neutrabriolato. Pero ha ocurrido antes. No supongo...

—Felicidades —interrumpió bruscamente un entusiasta general O'Toole—. No tenía ni idea de que ustedes dos estuvieran planeando tener familia.

—Ni yo —respondió Richard, aún con aspecto impresionado. Dio a Nicole un fuerte abrazo y la mantuvo apretada contra sí. —Ni yo —repitió.

—No habrá más discusión sobre este tema —declaró enfáticamente el general O'Toole a Richard—. Aunque Nicole no estuviera embarazada con su hijo, insistiría en que ustedes dos subieran a la vaina y me dejaran a mí aquí. Es la única decisión sensata. En primer lugar, ambos sabemos que la masa es el parámetro más crítico, y yo soy con mucho el más pesado de los tres. Además, soy viejo, y ustedes dos son muy jóvenes. Usted sabe cómo manejar la vaina; yo no he sido entrenado en ello ni una sola vez. Además —añadió tristemente—, si vuelvo a la Tierra, deberé enfrentarme a un consejo de guerra por negarme a seguir las órdenes.

"En cuanto a usted, mi buena doctora —prosiguió O'Toole unos momentos más tarde—, no necesito decirle que lleva un bebé muy especial. Él o ella será el único niño humano que haya sido concebido en el interior de un vehículo espacial extraterrestre. —Se puso de pie y miró alrededor. —Ahora —dijo—, propongo que abramos una botella de vino y celebremos nuestra última velada juntos.

Nicole observó al general O'Toole deslizarse hacia la despensa, abrirla y buscar dentro.

—Me sentiré perfectamente feliz con un jugo de frutas, Michael —dijo—. De todos modos, ahora no podría beber más que un solo vaso de vino.

—Por supuesto —respondió él rápidamente—. Lo había olvidado. Esperaba que pudiéramos hacer algo especial esta última noche. Deseaba compartir una última vez... — El general O'Toole se detuvo y elevó el vino y el jugo de frutas a la mesa. Les tendió vasos a Richard y Nicole.

—Quiero que ambos sepan —dijo en voz baja, con un talante algo melancólico ahora— que no puedo imaginar una pareja de gente más espléndida que ustedes dos. Les deseo todo el éxito del mundo, en especial con el bebé.

Los tres cosmonautas bebieron en silencio durante varios segundos.

—Todos lo sabemos, ¿verdad? —dijo el general O'Toole en un tono apenas audible—. Los misiles deben estar ya en camino. ¿Cuánto tiempo cree que tengo, Richard?

—A juzgar por lo que dijo el almirante Heilmann en la cinta, diría que el primer misil alcanzará Rama a I-5 días. Eso encaja a la vez con la vaina fuera del campo de los restos y con las velocidades de deflexión que serán impartidas a las piezas supervivientes de la nave espacial.

—Ustedes dos han hecho que me pierda —dijo Nicole—. ¿De qué misiles están hablando?

Richard se inclinó hacia ella.

—Tanto Michael como yo estamos seguros —dijo gravemente— de que el Consejo de Gobiernos ha ordenado un ataque con misiles contra Rama. No tienen ninguna seguridad de que el general regrese alguna vez a la Newton y entre su código. Y el algoritmo de búsqueda con la pulsación automática de los números fue en el mejor de los casos una prueba al azar. Sólo un ataque con misiles puede garantizar que Rama no tendrá capacidad de dañar nuestro planeta.

—Así que tengo un poco más de cuarenta y ocho horas para hacer mis paces definitivamente con Dios —dijo el general O'Toole tras pensar varios segundos—. He vivido una vida fabulosa. Tengo mucho por lo que dar gracias. Iré a Sus brazos sin lamentar nada.