11 - San Michele de Siena
La salida de la estación del metro estaba frente a la entrada del Parque de la Paz Internacional. Mientras la escalera mecánica depositaba al general O'Toole en el nivel superior y salía a la luz de la tarde, pudo ver la cúpula del santuario a su derecha, a no más de doscientos metros de distancia. A su izquierda, al otro extremo del parque, la parte superior del antiguo Coliseo romano era visible detrás de un complejo de edificios administrativos.
El general norteamericano caminó vivamente hacia el parque y giró a la derecha por la calle que conducía al santuario. Pasó junto a una pequeña y encantadora fuente, parte de un monumento a los niños del mundo, y se detuvo para observar las figuras de las esculturas animadas que jugaban en el agua fría. O'Toole se sentía lleno de anticipación. Qué día increíble, pensó. Primero una audiencia con el Papa. Y ahora visito finalmente el santuario de San Michele.
Cuando Michele de Siena fue canonizado en 2188, cincuenta años después de su muerte (y, quizá más significativo, tres años después que Juan Pablo V fuera elegido como nuevo papa), se había producido un consenso inmediato acerca de que el lugar perfecto para situar un santuario importante en su honor sería el Parque de la Paz Internacional. El gran parque se extendía desde la piazza Venezia hasta el Coliseo, serpenteando por entre las pocas ruinas del viejo foro romano que de alguna forma habían sobrevivido al holocausto nuclear. Elegir el lugar exacto para el santuario fue un proceso delicado. El monumento conmemorativo a los Cinco Mártires, que honraba a esos valerosos hombres y mujeres dedicados al restablecimiento del orden en Roma durante los meses inmediatamente siguientes al desastre, fue la principal atracción del parque durante años. Existía una considerable sensación de que no debía permitirse que el nuevo santuario a San Michele de Siena ensombreciera el digno pentágono de mármol al aire libre que ocupaba la esquina sudoeste del parque desde 2155.
Tras muchas discusiones, se decidió que el santuario de San Michele fuera situado en la esquina opuesta, la noroeste, del parque, con sus cimientos simbólicamente centrados en el epicentro real de la explosión, a sólo diez metros del lugar donde se había alzado la columna trajana hasta que fue instantáneamente evaporada por el intenso calor en el núcleo de la bola de fuego. La planta baja del santuario circular era enteramente para la meditación y la adoración. Había doce concavidades o capillas unidas a la nave central, seis con esculturas y obras de arte que seguían los motivos clásicos católicos romanos y las otras seis honrando cada una de las principales religiones del mundo. Esta ecléctica partición de la planta baja había sido diseñada a propósito para proporcionar aliento a los muchos no católicos que efectuaban peregrinajes al santuario para presentar sus respetos a la memoria del amado San Michele.
El general O'Toole no pasó mucho tiempo en el primer nivel. Se arrodilló y rezó una plegaria en la capilla de San Pedro, y contempló brevemente la famosa escultura de madera del Buda en el rincón al lado de la entrada, pero, como la mayor parte de los turistas, no pudo aguardar a ver los frescos del primer piso. Se sintió abrumado tanto por el tamaño como por la belleza de las famosas pinturas apenas salió del ascensor. Directamente frente a él había un retrato de tamaño natural de una encantadora muchacha de dieciocho años con largo pelo rubio. Estaba inclinada en una vieja iglesia de Siena la Nochebuena de 2115, depositando en el frío suelo un bebé de pelo rizado envuelto en una manta y metido en un cesto. Aquella pintura representaba la noche del nacimiento de San Michele, y era el primero de una secuencia de doce paneles de frescos que rodeaban completamente el santuario y contaban la historia de la vida del santo.
El general O'Toole se dirigió al pequeño quiosco al lado del ascensor y alquiló un cásete de recorrido de cuarenta y cinco minutos, sólo audio. El cásete, un cuadrado de diez centímetros, cabía fácilmente en el bolsillo de su chaqueta. Tomó uno de los diminutos receptores desechables y se lo metió en la oreja. Tras elegir el idioma inglés, pulsó el botón marcado "Introducción" y escuchó mientras una voz femenina británica explicaba lo que iba a ver.
—Cada uno de los doce frescos tiene seis metros de altura —dijo la mujer mientras el general estudiaba los rasgos de Michele bebé en el primer panel—. La iluminación de la sala es una combinación de luz natural procedente del exterior, que penetra a través de unas claraboyas filtrantes, y de iluminación artificial desde unas baterías electrónicas de luces situadas en la cúpula. Unos sensores automáticos determinan las condiciones ambientales y mezclan la luz natural con la artificial a fin de que la visión de los frescos sea siempre perfecta.
"Los doce paneles de este nivel se corresponden con las doce capillas del piso de abajo. La disposición de los propios frescos, que siguen la vida del santo por orden cronológico, está situada siguiendo la dirección de las manecillas del reloj. Así, la pintura final, que conmemora la ceremonia de canonización de San Michele en Roma en 2188, se halla inmediatamente al lado de la pintura de su nacimiento en la catedral de Siena, setenta y dos años antes.
"Los frescos fueron diseñados y realizados por un equipo de cuatro artistas, incluido el maestro Feng Yi de China, que llegó repentinamente en la primavera de 2190 sin previo aviso. Pese al hecho de que se sabía muy poco de su habilidad fuera de China, los otros tres artistas, Rosa de Silva, de Portugal; Fernando López, de México y Hans Reichwein, de Suiza, dieron inmediatamente la bienvenida a Feng Yi a su equipo ante la fuerza de los soberbios bocetos que había traído consigo.
O'Toole miró la sala circular alrededor mientras escuchaba la lírica voz del cásete. En ese último día de 2199, había más de doscientas personas en el primer piso del santuario de San Michele, incluidos tres grupos turísticos. El cosmonauta norteamericano avanzó lentamente, deteniéndose delante de cada panel para estudiar la pintura y escuchar el parlamento del cásete.
Los principales acontecimientos de la vida de San Michele estaban reflejados con detalle en los frescos. El segundo, tercero, cuarto y quinto paneles reflejaban sus días como novicio franciscano en Siena, su recorrido de indagación por todo el mundo durante el Gran Caos, el inicio de su activismo religioso cuando regresó a Italia, y su utilización de los recursos de la Iglesia para alimentar a los hambrientos y albergar a los sin hogar. La sexta pintura mostraba al incansable santo dentro del estudio de televisión donado por un rico admirador norteamericano. Allá, Michele, que hablaba ocho idiomas, proclamó repetidamente su mensaje acerca de la unidad fundamental de toda la humanidad y la necesidad de que los ricos se ocuparan de los menos afortunados.
El séptimo fresco era el retrato de Feng Yi del enfrentamiento en Roma entre Michele y el viejo y agonizante Papa. Era una obra maestra del contraste. Utilizando el color y una brillante luz, la pintura reflejaba la imagen de un joven enérgico, vibrante y vital siendo erróneamente censurado por un ansioso prelado temeroso del mundo y ansioso de vivir sus últimos días en paz y tranquilidad. En la expresión del rostro de Michele podían verse dos reacciones claramente distintas a lo que se le estaba diciendo: obediencia al papado y disgusto ante una Iglesia que se preocupaba más del estilo y el orden que de la sustancia.
—Michele fue enviado por el Papa a un monasterio en la Toscana —prosiguió la guía audio—, y fue allí donde se produjeron las transformaciones finales de su carácter. El octavo panel refleja la aparición de Dios a Michele durante este período de soledad. Según el santo, Dios le habló dos veces, la primera en medio de una tormenta y la segunda cuando un magnífico arco iris llenó el cielo. Fue durante la larga y violenta tormenta cuando Dios le gritó, entre el estallido de los truenos, las nuevas "Leyes de la Vida", que Michele proclamó más tarde en su servicio al amanecer de la Pascua de Resurrección en Bolsena. En su segunda visita, Dios informó al santo de que su mensaje sería difundido hasta los extremos del arco iris y que El "daría una señal a los fieles" durante la misa de Pascua.
"Ese famoso milagro de la vida de Michele, que fue presenciado por televisión por más de mil millones de personas, está reflejado en el noveno panel. La pintura presenta a Michele predicando en la misa de la Pascua de Resurrección a las multitudes reunidas en las orillas del lago Bolsena. Una fuerte lluvia de primavera empapa a la multitud, la mayor parte de la cual va vestida con las familiares túnicas azules que se han asociado con sus seguidores. Pero, mientras la lluvia cae en torno de San Michele, ni una gota cae sobre el púlpito o el equipo de sonido usado para amplificar su voz. Un perpetuo rayo de luz baña el rostro del joven santo mientras anuncia las nuevas leyes de Dios al mundo. Aquél fue el punto culminante en el paso a convertirse, de un simple líder religioso...
El general O'Toole cortó el cásete mientras se dirigía hacia la décima y la undécima pinturas. Estaba familiarizado con el resto de la historia. Tras la misa en Bolsena, Michele se vio asediado por un cúmulo de problemas. Su vida cambió bruscamente. Al cabo de un par de semanas, la mayor parte de sus licencias de televisión por cable fueron rescindidas. Historias de corrupción e inmoralidad entre sus jóvenes devotos, cuyo número había crecido a centenares de miles sólo en el mundo occidental, empezaron a aparecer constantemente en la prensa. Hubo un intento de asesinato, que fue frustrado en el último minuto por sus más íntimos colaboradores. Luego se produjeron también informes carentes de base en los medios de comunicación, según los cuales Michele se había proclamado el segundo Cristo.
Y así los líderes del mundo empezaron a temerte. Todos ellos. Eras una amenaza para todos con tus leyes de la vida. Y nunca comprendieron lo que tú pretendías con tu evolución definitiva. O'Toole se detuvo delante del décimo fresco. Era una escena que conocía de memoria. Casi cualquier persona instruida del mundo la reconocería al instante. El pase por televisión de los últimos segundos antes que estallara la bomba terrorista era repetido cada año el 28 de junio, el primer día de las festividades de San Pedro y San Pablo y el aniversario del día en Michele Balatresi y casi un millón más de personas perecieron en Roma una fatídica mañana de principios de verano de 2138.
Les habías pedido que acudieran a Roma a reunirse contigo. Para mostrarle al mundo que todos estabais unidos. Y ellos vinieron. La décima pintura mostraba a Michele con su túnica azul, de pie en la parte superior de la escalera del monumento a Víctor Manuel cerca de la piazza Venezia. Estaba a mitad de un sermón. Alrededor, en todas direcciones, derramándose por todo el foro romano desde la atestada vía del Fori Imperiali que conducía hasta el Coliseo, no había más que un mar de azul. Y rostros. Ansiosos, excitados rostros, la mayoría jóvenes, con la vista alzada por entre los monumentos de la antigua ciudad para captar un atisbo del muchacho-hombre que se atrevía a sugerir que tenía un camino, el camino de Dios, para salir de la desesperación y la impotencia que habían engullido al mundo.
Michael Ryan O'Toole, un católico norteamericano de cincuenta y siete años de Boston, se dejó caer de rodillas y lloró, como otros miles antes que él, cuando miró el undécimo panel de la secuencia. Esa pintura mostraba la misma escena que el panel anterior, pero más de una hora más tarde, una hora después que la bomba de setenta y cinco kilotones oculta en un camión de sonido cerca de la columna trajana hubiera estallado y enviado su horrible nube en forma de hongo a los cielos encima de la ciudad. Todo en un radio de doscientos metros del epicentro había sido instantáneamente evaporado. Ya no existían ni Michele ni la piazza Venezia, ni el enorme monumento a Víctor Manuel. En el centro del fresco no había más que un agujero. Y en torno del perímetro de ese agujero, donde la evaporación no había sido tan completa, se reflejaban escenas de agonía y horror capaces de hacer pedazos la suficiencia incluso de los individuos más endurecidos.
Querido Dios, pensó el general O'Toole por entre sus lágrimas, ayúdame a comprender el mensaje de la vida de San Michele. Ayúdame a comprender cómo puedo contribuir, en cualquier forma, por pequeña que sea, a tu plan general para nosotros. Guíame mientras me preparo para ser tu emisario ante los ramanes.