10 - El cosmonauta y el papa
El general O'Toole no podía haber dormido más de dos horas. La combinación de la excitación y el cambio de horario tras el largo viaje en avión habían mantenido su mente activa durante toda la noche. Había estudiado el encantador y bucólico mural de la pared opuesta a la cama en su habitación del hotel y contado dos veces todos los animales. Desgraciadamente, había permanecido completamente despierto tras finalizar ambas cuentas.
Inspiró profundamente, esperando que eso lo ayudara a relajarse. ¿Por qué todo este nerviosismo?, se preguntó a sí mismo. Es simplemente un hombre como todos los demás en la Tierra. Bueno, no exactamente. O'Toole se sentó erguido en su silla y sonrió. Eran las diez de la mañana y aguardaba en una pequeña antesala dentro del Vaticano. Iba a celebrar una audiencia privada con el Vicario de Cristo, el papa Juan Pablo V.
Durante su infancia, Michael O'Toole había soñado a menudo en convertirse algún día en el primer papa norteamericano. "El papa Michael", se había llamado a sí mismo durante las largas tardes de domingo cuando estudiaba a solas su catecismo. Y había repetido las palabras de sus lecciones una y otra vez, las había grabado en su memoria, y se había imaginado a sí mismo, quizá cincuenta años más tarde, llevando sotana y el anillo papal, celebrando la misa para miles de personas en las grandes iglesias y estadios del mundo. Inspiraría a los pobres, los desesperados, los oprimidos. Les mostraría cómo Dios podía conducirles a una vida mejor.
Cuando joven, a Michael O'Toole le encantaba aprenderlo todo, pero tres temas en particular lo habían intrigado. Nunca podía leer lo suficiente sobre religión, historia y física. De alguna forma, su mente ágil hallaba sencillo saltar entre esas distintas disciplinas. Nunca le había preocupado que las epistemologías de la religión y la física estuvieran separadas ciento ochenta grados. Michael O'Toole no tenía ninguna dificultad en reconocer qué cuestiones en la vida debían ser respondidas por la física y cuáles por la religión.
Sus tres temas académicos preferidos se mezclaban en el estudio de la creación. Después de todo, era el principio de todo, incluidas la religión, la historia y la física.
¿Cómo había ocurrido? ¿Estaba Dios presente, como arbitro quizás, en el primer impulso del universo hacía dieciocho mil millones de años? ¿No era Él quien había proporcionado el ímpetu para la cataclísmica explosión conocida como el Big Bang que había extraído toda la materia a partir de la energía? ¿No había previsto Él que esos originales y prístinos átomos de hidrógeno se coagularan en gigantescas nubes de gas y luego se fundieran bajo la gravitación para convertirse en las estrellas en las que serían producidos los productos químicos básicos que eran los fundamentos de la vida?
Y nunca he perdido mi fascinación hacia la creación, se dijo a sí mismo O'Toole mientras aguardaba su audiencia papal. ¿Cómo ocurrió todo? ¿Cuál es el significado de la particular secuencia de acontecimientos? Recordó sus preguntas a los sacerdotes cuando adolescente. Probablemente decidí no ser sacerdote porque eso hubiera limitado mi libre acceso a la verdad científica. La Iglesia nunca se ha sentido tan cómoda como yo con las aparentes incompatibilidades entre Dios y Einstein.
Un sacerdote norteamericano del Departamento de Estado vaticano estaba aguardando en su hotel en Roma la tarde antes, cuando O'Toole regresó de su día como turista. El sacerdote se había presentado disculpándose profusamente por no haber respondido a la carta que el general O'Toole había escrito desde Boston en noviembre. Habría "facilitado el proceso", observó de pasada el sacerdote, si el general hubiera señalado en su carta que era el general O'Toole, el cosmonauta del Proyecto Newton. Sin embargo, prosiguió, se había podido arreglar la agenda papal, y el Santo Padre se sentiría encantado de recibir a O'Toole a la mañana siguiente.
Cuando la puerta de la oficina papal se abrió, el general norteamericano se puso instintivamente de pie. El sacerdote de la noche anterior entró en la habitación, con aspecto muy nervioso, y estrechó rápidamente la mano de O'Toole. Ambos miraron hacia la puerta donde el Papa, con su habitual sotana blanca, estaba concluyendo una conversación con un miembro de su personal. Juan Pablo V se dirigió hacia la antecámara, con una agradable sonrisa en su rostro, y tendió la mano hacia O'Toole. El cosmonauta se dejó caer automáticamente sobre una rodilla y besó el anillo papal.
—Santo Padre —murmuró, sorprendido ante el excitado golpear de su corazón en su pecho—, gracias por recibirme. Es realmente un gran honor para mí.
—Para mí también —respondió el Papa en un inglés con un ligero acento—. He estado siguiendo las actividades de usted y de sus colegas con gran interés.
Hizo un gesto hacia O'Toole, y el general norteamericano siguió al líder de la Iglesia a una gran oficina de alto techo. Un gran escritorio de madera oscura se alzaba a un lado de la estancia, bajo un retrato a tamaño natural de Juan Pablo IV, el hombre que se había convertido en papa durante los días más oscuros del Gran Caos y había proporcionado tanto al mundo como a la Iglesia veinte años de enérgico e inspirado liderazgo. El dotado venezolano, un erudito poeta e historiador por derecho propio, había demostrado al mundo, entre 2139 y 2158, la fuerza positiva que puede ser una Iglesia organizada en una época en la que virtualmente todas las demás instituciones se estaban derrumbando y, en consecuencia, eran incapaces de ofrecer ningún socorro a las desconcertadas masas.
El Papa se sentó en un diván e hizo un gesto a O'Toole para que tomara asiento a su lado. El sacerdote norteamericano abandonó la habitación. Frente a O'Toole y el Papa había grandes ventanas que se abrían a un balcón que dominaba los jardines del Vaticano, unos seis metros más abajo. En la distancia O'Toole pudo ver el museo del Vaticano, donde había pasado la tarde anterior.
—Escribió usted en su carta —dijo el Santo Padre, sin consultar ninguna nota— que había algunos "detalles teológicos" que desearía consultar conmigo. Supongo que de alguna manera se hallan relacionados con su misión.
O'Toole contempló al viejo hispano de setenta años que era el líder espiritual de mil millones de católicos. La piel del Papa era olivácea, sus rasgos afilados, su denso pelo negro ahora en su mayor parte gris. Sus ojos castaños eran suaves y claros. Ciertamente no pierde el tiempo, pensó O'Toole, recordando un artículo en una revista católica en el que uno de los principales cardenales en la administración del Vaticano había alabado a Juan Pablo V por la eficiencia de su dirección.
—Sí, Santo Padre —dijo O'Toole—. Como usted sabe, estoy a punto de embarcarme en un viaje del máximo significado para la humanidad. Como católico, tengo algunas preguntas que pensé que podría ser útil para mí discutir con usted. —Hizo una breve pausa. —Por supuesto, no espero que tenga usted todas las respuestas. Pero quizá pueda guiarme un poco con su sabiduría acumulada.
El Papa asintió y aguardó a que O'Toole continuara. El cosmonauta inspiró profundamente.
—El asunto de la redención es uno de los que me preocupan, aunque supongo que es sólo una parte de una preocupación mayor que tengo al intentar reconciliar a los ramanes con nuestra fe.
El entrecejo del Papa se frunció ligeramente, y O'Toole pudo darse cuenta de que no se estaba comunicando demasiado bien.
—No tengo ningún problema en absoluto —añadió el general como explicación— con el concepto de Dios creando a los ramanes, eso es fácil de comprender. Pero, ¿siguieron los ramanes un esquema similar en su evolución espiritual, y en consecuencia en su necesidad de ser redimidos en algún punto de su historia, como los seres humanos en la Tierra? Y, de ser así, ¿envió Dios a Jesús, o quizás a su equivalente ramano, para salvarlos de sus pecados? ¿Representan así los seres humanos un paradigma evolutivo que se ha repetido una y otra vez a través de todo el universo?
La sonrisa del Papa se amplió perceptiblemente.
—Buen Dios, general —dijo con humor—, se ha lanzado usted muy rápidamente a un enorme territorio intelectual. Debe de saber que no dispongo de respuestas rápidas a tan profundas preguntas. La Iglesia ha tenido a sus eruditos ocupándose de los problemas suscitados por Rama durante casi setenta años y, como puede usted esperar, nuestras investigaciones se han intensificado recientemente a causa del descubrimiento de la segunda nave.
—Pero, ¿qué es lo que cree personalmente Su Santidad? —insistió O'Toole—.
¿Cometieron las criaturas que construyeron esos dos increíbles vehículos espaciales algún pecado original, y necesitaron así un salvador en algún momento de su historia?
¿Es la historia de Jesús única para nosotros en la Tierra, o es simplemente un pequeño capítulo en un libro de longitud casi infinita que cubre a todos los seres sensibles y una exigencia general para la redención necesaria para alcanzar la salvación?
—No estoy seguro —respondió el Santo Padre tras varios segundos—. Algunas veces es casi imposible para mí sondear la existencia de otras inteligencias en ninguna forma fuera de aquí, en el resto del universo. Luego, tan pronto como admito que ciertamente éstas no deberían tener nuestro mismo aspecto, lucho con imágenes que desvían mi pensamiento del tipo de cuestiones teológicas que ha suscitado usted esta mañana. — Hizo una pausa por un momento, reflexionando. —Pero la mayor parte del tiempo imagino que los ramanes también tuvieron lecciones que aprender al principio, que Dios no los creó perfectos tampoco, y que en algún momento en su desarrollo Él tuvo que enviarles a Jesús...
El Papa se interrumpió y miró intensamente al general O'Toole.
—Sí —prosiguió suavemente—, he dicho Jesús. Usted me preguntó que creía personalmente. Para mí, Jesús es a la vez el auténtico salvador y el único hijo de Dios. Sería a él a quien Su Padre enviaría también a los ramanes, aunque fuera de una forma distinta.
El rostro de O'Toole se iluminó al final de la observación del pontífice.
—Estoy de acuerdo con usted, Santo Padre —dijo excitadamente—. Y, en consecuencia, toda inteligencia se halla unida, en todas parles del universo, por una experiencia espiritual similar. En un sentido muy, muy real, suponiendo que los ramanes y los otros hayan sido salvados también, lodos somos hermanos. Al fin y al cabo, estamos hechos de los mismos productos químicos básicos. Eso significa que el Cielo no estará limitado sólo a los seres humanos, sino que abarcará a todos los seres de todas partes que han comprendido Su mensaje.
—Puedo ver adonde quiere llegar con esta conclusión —respondió Juan Pablo—. Pero ciertamente no es una conclusión que esté universalmente aceptada. Incluso dentro de la Iglesia hay quienes tienen otra visión completamente distinta de los ramanes.
—¿Se refiere usted al grupo que utiliza como apoyo citas de San Michele de Siena? El Papa asintió.
—Por lo que a mí respecta —dijo el general O'Toole—, encuentro su angosta interpretación homocéntrica del sermón de San Michele sobre los ramanes demasiado limitada. Al decir que la nave espacial extraterrestre podía ser un heraldo, como Elías o incluso Isaías, que anunciaba la segunda venida de Cristo, Michele no estaba restringiendo a los ramanes a tener sólo ese papel en particular en nuestra historia y ninguna otro función o existencia; simplemente estaba explicando una posible visión del acontecimiento desde una perspectiva espiritual humana.
El Pontífice estaba sonriendo de nuevo.
—Puedo ver que ha consumido usted un tiempo y unas energías considerables pensando en todo esto. Las informaciones que tenía respecto a usted eran sólo parcialmente correctas. Su devoción hacia Dios, la Iglesia su familia se hallaban claramente citadas en su dossier. Pero se mencionaba muy poco de su activo interés intelectual por la teología.
—Considero que esta misión es con mucho la más importante de mi vida. Quiero asegurarme de servir con propiedad tanto a Dios como a la humanidad. Así que estoy intentando prepararme de todas las formas posibles, incluido el descubrir si los ramanes pueden haber tenido o no un componente espiritual. Eso podría afectar mis acciones en la misión.
O'Toole hizo una pausa de unos breves segundos antes de continuar:
—Por cierto, Su Santidad, ¿han hallado sus investigadores alguna evidencia de una posible espiritualidad ramana, basada en sus análisis de la primera cita?
Juan Pablo V negó con la cabeza.
—En realidad no. No obstante, uno de mis más devotos arzobispos, un hombre cuyo celo religioso ensombrece a veces su lógica, insiste en que el orden estructural dentro de la primera nave ramana, ya sabe usted, las simetrías, esquemas geométricos, incluso los repetitivos dibujos redundantes basados en el número tres... todo ello sugiere un templo. Puede que tenga razón. Simplemente, no lo sabemos. ;No vemos ninguna prueba en ningún sentido acerca de la naturaleza espiritual de los seres que crearon esa primera nave espacial.
—¡Sorprendente! —exclamó el general O'Toole—. Nunca había pensado en eso antes. Imagine si realmente fue creada como alguna especie de templo. Eso haría tambalearse a David Brown. —El general se echó a reír. —El doctor Brown insiste —dijo como explicación— en que los pobres e ignorantes seres humanos no tendrán jamás ninguna posibilidad de determinar la finalidad de una nave así, porque la tecnología de sus constructores se halla tanto más allá de nuestra comprensión que siempre nos será imposible comprender nada de ella. Y, según él, por supuesto no puede existir ninguna religión ramana. En su opinión, tienen que haber abandonado esas tonterías supersticiosas muchos eones antes de que desarrollaran la capacidad de construir una nave interestelar tan fabulosa.
—El doctor Brown es ateo, ¿verdad? —preguntó el Papa. O'Toole asintió.
—Total. Cree que todo pensamiento religioso entorpece el adecuado funcionamiento del cerebro. Considera a lodo el mundo que no esté de acuerdo con ese punto de vista un absoluto idiota.
—¿Y el resto del equipo? ¿Tienen opiniones tan intensas como la del doctor Brown al respecto?
—Él es el ateo más declarado, aunque sospecho que tanto Wakefield como Tabori y Turgeniev comparten sus actitudes básicas. Sorprendentemente, mi intuición me dice que el comandante Borzov tiene un lugar en su corazón para la religión. Lo cual ocurre con la mayor parte de los supervivientes del Gran Caos. De todos modos, Valeri parece disfrutar haciéndome preguntas acerca de mi fe.
El general O'Toole se detuvo por unos instantes mientras completaba mentalmente su repaso de las creencias religiosas del equipo Newton.
—Las mujeres europeas, des Jardins y Sabatini, son nominalmente católicas, aunque no pueden ser consideradas devotas ni siquiera forzando mucho la imaginación. El almirante Heilmann es luterano en Pascua y Navidad. Takagishi medita y estudia el zen. No sé nada sobre los otros dos.
El Pontífice se puso de pie y se dirigió a la ventana.
—En alguna parte ahí fuera un extraño y maravilloso vehículo espacial, creado por seres de otra estrella, se encamina hacia nosotros. Enviamos un equipo de doce hombres a una cita con él. —Se volvió hacia el general O'Toole. —Esa nave espacial puede ser un mensajero de Dios, pero probablemente sólo usted sea capaz de reconocerla como tal.
O'Toole no respondió. El Papa miró de nuevo por la ventana y permaneció inmóvil durante casi un minuto.
—No, hijo mío —dijo al final en voz baja, tanto para sí mismo como para el general O'Toole—. No tengo las respuestas a sus preguntas. Sólo Dios las tiene. Debe rezar para que Él le proporcione las respuestas cuando las necesite. —Se enfrentó al general. — Debo decirle que me siento— encantado de descubrir que está usted tan interesado por estos temas. Confío en que Dios lo haya seleccionado a propósito para esta misión.
El general O'Toole se dio cuenta de que la audiencia estaba llegando a su fin.
—Santo Padre —dijo—, gracias de nuevo por verme y compartir este tiempo conmigo. Me siento profundamente honrado.
Juan Pablo V sonrió y se acercó a su visitante. Lo abrazó a la manera europea y lo escoltó fuera de la estancia.