48 - Bienvenidos, terrestres
Richard estaba desconcertado. En la primera sala fuera de uno de los túneles horizontales superiores había hallado una colección de extraños artilugios que había decodificado en menos de una hora. Ahora sabía cómo regular las luces y la temperatura de cada parte en particular del mundo subterráneo. Pero si era tan fácil, y todas aquellas estructuras estaban construidas de una forma similar, ¿por qué las aves no utilizaban las luces de las que disponían? Mientras estaban desayunando, Richard le pidió a Nicole que le diera detalles del nido de las aves.
—No debemos dejar a un lado aspectos más fundamentales —dijo Nicole mientras daba un mordisco a su melón maná—. Las aves no son importantes por sí mismas. La auténtica cuestión es: ¿dónde están los ramanes? Y, por encima de todo, ¿por qué situaron esos agujeros debajo de Nueva York?
—Quizá todos ellos sean ramanes —respondió Richard—. Los biots, las aves, las octoarañas... quizá todos procedieron originalmente del mismo planeta. Al principio, todos eran una familia feliz. Pero, a medida que transcurrían los años y las generaciones, las distintas especies evolucionaron de formas separadas. Fueron construidos esos refugios individuales y...
—Hay demasiados problemas en este escenario —interrumpió Nicole—. En primer lugar, los biots son definitivamente máquinas. Las aves pueden serlo o no. Las octoarañas casi con toda seguridad no lo son, aunque un nivel tecnológico que puede construir esta nave espacial puede haber avanzado en inteligencia artificial más allá de todo lo que podemos imaginar. Mi intuición, sin embargo, me dice que todas esas cosas son orgánicas.
—Nosotros los humanos nunca seremos capaces de distinguir entre una criatura viva y una máquina versátil creada por una especie realmente avanzada.
—Estoy de acuerdo en eso. Pero no podemos resolver esta cuestión por nosotros mismos. Además, hay otra cosa que querría discutir aquí.
—¿Cuál es? —preguntó Richard.
—¿Existían también las aves y las octoarañas y esas regiones subterráneas en Rama I? Si es así, ¿por qué Norton y su equipo no llegaron a descubrir su existencia? Si no, ¿por qué se hallan en esta nave espacial y no en la primera?
Richard guardó silencio durante varios segundos.
—Sé adonde quiere ir a parar —dijo finalmente—. La premisa fundamental ha sido siempre que las naves espaciales Rama fueron creadas hace millones de años por unos seres desconocidos de otra región de la galaxia, y que se desentendieron totalmente de ellas y de todo lo que encontraran durante su viaje. Si fueron creadas hace tanto tiempo, ¿por qué dos vehículos que presumiblemente fueron construidos y enviados al mismo tiempo poseen tan notables diferencias?
—Estoy empezando a creer que nuestro colega de Kyoto tenía razón —respondió Nicole—. Quizás existe un esquema significativo en todo esto. Estoy casi segura de que el equipo Norton fue concienzudo y preciso en su exploración, y que todas las distinciones entre Rama I y Rama II son reales. Tan pronto como admitamos que las dos naves espaciales son distintas, nos enfrentamos a un asunto mucho más difícil. ¿Por qué son diferentes?
Richard había terminado de comer y ahora estaba yendo de un lado para otro en el túnel débilmente iluminado.
—Hubo una discusión muy parecida a ésta, antes que se decidiera abortar la misión. En la teleconferencia, la cuestión principal planteada fue: ¿por qué los ramanes han cambiado el rumbo para acudir al encuentro de la Tierra? Puesto que la primera nave espacial no lo hizo, esto fue considerado como una clara prueba de que Rama II era diferente. Y la gente que participó en esa reunión no sabía nada de las aves ni las octoarañas.
—Al general Borzov le hubieran encantado las aves —comentó Nicole tras un corto silencio—. Creía que volar era el mayor placer del mundo. —Se echó a reír. —En una ocasión me dijo que su secreta esperanza en la vida era que la reencarnación fuera un hecho y que él pudiera volver como un pájaro.
—Era un hombre estupendo —admitió Richard, deteniendo momentáneamente su marcha—. No creo que apreciáramos como correspondía todos sus talentos.
Mientras Nicole volvía a guardar parte del melón maná en su mochila y se preparaba para proseguir la exploración, sonrió a su peripatético amigo.
—¿Una pregunta más, Richard? Él asintió.
—¿Cree que todavía no hemos encontrado a ningún ramane? Me refiero a las criaturas que construyeron este vehículo. O a cualquiera de sus descendientes.
Richard sacudió vigorosamente la cabeza.
—Absolutamente no —dijo—. Quizás hayamos encontrado algunas de sus creaciones. O incluso otras especies del mismo planeta. Pero todavía no hemos visto a los personajes principales.
Hallaron la Sala Blanca a la izquierda de un túnel horizontal en el segundo nivel bajo la superficie. Hasta entonces la exploración había sido casi aburrida. Habían recorrido varios túneles y mirado habitación vacía tras habitación vacía. En cuatro ocasiones hallaron un conjunto de dispositivos de regulación de las luces y la temperatura. Hasta que alcanzaron la Sala Blanca, no encontraron nada de interés.
Tanto Richard como Nicole se quedaron asombrados cuando entraron en una sala cuyas paredes estaban pintadas de un blanco deslumbrante. Además de la pintura, la sala era fascinante porque un rincón estaba atestado de objetos que, una vez examinados de cerca, resultaron ser completamente familiares. Había un peine y un cepillo, un lápiz de labios vacío, varias monedas, una colección de llaves, e incluso algo que parecía un antiguo walkie-talkie. En otra pila había un anillo y un reloj de pulsera, un tubo de pasta dentífrica, una lima de uñas y un pequeño teclado de ordenador con alfabeto latino. Richard y Nicole se quedaron asombrados.
—Muy bien, genio —dijo ella con un gesto de su mano—. Explique esto, si puede.
Él tomó el tubo de pasta dentífrica, desenroscó el tapón y apretó. Brotó una sustancia blanca. Richard tomó un poco con el dedo y se la llevó a la boca.
—Uf —dijo, escupiéndola—. Traiga su espectómetro de masas.
Mientras Nicole examinaba la pasta dentífrica con sus sofisticados instrumentos médicos, Richard examinó todos los demás objetos. El reloj en particular lo fascinó. Seguía marcando exactamente el tiempo, segundo a segundo, aunque su punto de referencia era completamente desconocido.
—¿Ha estado alguna vez en el museo del espacio en Florida? —le preguntó a Nicole.
—No —respondió ella distraídamente.
—Tenían un display de los objetos comunes que llevaron consigo los miembros del equipo de la primera misión a Rama. Este reloj tiene exactamente el mismo aspecto del que era mostrado allí... lo recuerdo bien porque compré uno similar en la tienda del museo.
Nicole alzó la vista con una expresión de desconcierto en su rostro.
—Esta materia no es pasta dentífrica, Richard. No sé qué es. El espectro es sorprendente, con una abundancia de moléculas superpesadas.
Durante varios minutos los dos cosmonautas revolvieron en la extraña colección de objetos, intentando extraer algún sentido de su más reciente descubrimiento.
—Una cosa es cierta —dijo Richard, mientras intentaba abrir sin éxito el walkie-talkie—. Estos objetos se hallan definitivamente asociados con los seres humanos. Simplemente hay demasiados de ellos para pensar en una especie de extraña coincidencia interespecies.
—Pero, ¿cómo han llegado hasta aquí? —preguntó Nicole. Estaba intentando utilizar el cepillo, pero sus cerdas eran demasiado blandas para su pelo. Las examinó con mayor detalle. —No se trata realmente de un cepillo —anunció—. Parece un cepillo, y crees que es un cepillo, pero es inútil para el pelo.
Se inclinó y recogió la lima para las uñas. —Y esto no puede ser utilizado para limar ninguna uña humana.
Richard se acercó para ver de qué estaba hablando ella. Todavía estaba forcejeando con el walkie-talkie. Lo dejó caer disgustado y tomó la lima para las uñas que Nicole le tendía.
—¿Así que estas cosas parecen humanas, pero no lo son? —dijo, pasando la lima por la punta de su uña más larga. La uña siguió como antes. Richard se la devolvió a Nicole.
—¿Qué está ocurriendo aquí? —dijo con tono frustrado.
—Recuerdo haber leído una novela de ciencia-ficción mientras estaba en la universidad —dijo Nicole unos segundos más tarde—, en la que una especie extraterrestre aprendía acerca de los seres humanos principalmente a través de nuestros primitivos programas de televisión. Cuando finalmente nos contactaron, nos ofrecieron como gesto de buena voluntad cajas de cereal y jabones y otros objetos que los alienígenas habían visto en nuestros anuncios televisivos. Las cajas estaban todas convenientemente imitadas, pero el contenido o no existía o era absolutamente equivocado.
Richard no había estado escuchando atentamente. Estaba tocando las llaves y contemplando la colección de objetos de la sala.
—Pensemos un momento —dijo, casi para sí mismo—. ¿Qué tienen todas estas cosas en común?
Ambos llegaron a la misma respuesta unos segundos más tarde.
—Eran cosas que llevaba el equipo Norton —dijeron al unísono Richard y Nicole.
—Así que los dos vehículos Rama tienen que haber mantenido una especie de comunicación —dijo Richard.
—Y estos objetos han sido colocados aquí a propósito, para mostrarnos que la visita a Rama I fue observada y registrada.
—Las arañas biots que inspeccionaron los campamentos y el equipo de Norton debían de tener sensores de imágenes.
—Y todas estas cosas fueron fabricadas a partir de las imágenes trasmitidas de Rama I a Rama II.
Tras el último comentario de Nicole los dos guardaron silencio, cada cual siguiendo sus propios pensamientos.
—Pero, ¿por qué desean que nosotros sepamos todo esto? ¿Qué es lo que se supone que debemos hacer ahora? —Richard se puso de pie y empezó a ir de un lado para otro por la sala. De pronto se echó a reír. —¿No sería sorprendente —dijo— si David Brown tuviera razón finalmente, si los ramanes se sintieran en realidad completamente desinteresados de todo lo que encontraran, pero hubieran programado sus vehículos espaciales para actuar como si estuvieran interesados en sus visitantes? Halagarían a cualquier especie con la que tropezaran haciendo correcciones de rumbo y creando objetos sencillos. Qué increíble ironía. Puesto que todas las especies inmaduras se hallan infaliblemente centradas en sí mismas, los visitantes a la nave Rama estarían totalmente ocupados intentando comprender un supuesto mensaje...
—Creo que usted se está dejando llevar demasiado lejos —interrumpió Nicole—, Todo lo que sabemos en este momento es que, al parecer, esta nave espacial recibió imágenes de Rama I, y que reproducciones de algunos pequeños objetos cotidianos que llevaba el equipo Norton fueron colocados aquí en esta sala para que nosotros los encontráramos.
—Me pregunto si el teclado es tan inútil como todo lo demás —dijo Richard mientras lo recogía. Tecleó la palabra "Rama". No ocurrió nada. Probó con "Nicole". Nada tampoco.
—¿No recuerda cómo funcionaban los antiguos modelos? —indicó Nicole con una sonrisa. Tomó el teclado. —Todos tenían un interruptor de conexión separado. —Pulsó la única tecla que no tenía ninguna inscripción en ella en la parte superior derecha del teclado.
Una porción de la pared opuesta se abrió, revelando una amplia zona cuadrada negra de aproximadamente un metro de lado.
El pequeño teclado era parecido a los conectados a los ordenadores portátiles de la primera misión Rama. Tenía cuatro hileras de doce caracteres, más una tecla de conexión en la esquina superior derecha. Las veintiséis letras latinas, los diez números arábigos y los cuatro operandos matemáticos estaban señalados en cuarenta de las teclas individuales. Las otras ocho teclas contenían o puntos o figuras geométricas en sus superficies y, además, podían ser pulsadas en posición "mayúscula" o "minúscula". Richard y Nicole aprendieron rápidamente que esas teclas especiales eran los auténticos controles del sistema ramano. Por el método de tanteo descubrieron también que el resultado de pulsar a nivel individual cualquier tecla de acción era una función del posicionado de las otras siete teclas. Así, apretar cualquier tecla de órdenes específica podía producir tanto como ciento veintiocho resultados diferentes. En conjunto, pues, el sistema proporcionaba mil veinticuatro acciones separadas que podían ser iniciadas desde el teclado.
Crear un diccionario de órdenes fue un proceso laborioso. Richard se ofreció como voluntario para la tarea. Utilizó su propio ordenador para tomar notas y empezó el proceso de desarrollar los rudimentos de un lenguaje para traducir las órdenes especiales del teclado. La meta inicial era simple... conseguir utilizar el ordenador ramano como uno de los suyos. Una vez que estuviera desarrollada la traducción, cualquier imput en los ordenadores portátiles Newton contendría, como parte de su output, qué conjunto de pulsaciones en las teclas del teclado ramano producirían una respuesta similar en la pantalla negra.
Incluso con la inteligencia y la experiencia en ordenadores de Richard, la tarea era formidable. También era algo que no podía compartirse fácilmente. Siguiendo una sugerencia de Richard, Nicole salió a la superficie dos veces durante el primer día ramano que permanecieron en la Sala Blanca, Ambas veces dio largos paseos por Nueva York, con los ojos clavados de tanto en tanto en el cielo en busca de algún helicóptero. En la segunda excursión, volvió al cobertizo donde había caído al pozo. Había ocurrido ya tanto después de aquello que su aterradora experiencia allá en el fondo de aquel agujero rectangular parecía historia antigua.
Pensaba a menudo en Borzov, Wilson y Takagishi. Todos los cosmonautas habían sabido cuando abandonaron la Tierra que había inseguridades en la misión. Se habían entrenado a menudo para manejar vehículos de emergencia, enfrentarse a problemas con su propia nave espacial que pudieran poner en peligro sus vidas. Pero ninguno de ellos había creído realmente que se produciría ningún accidente fatal durante la misión. Si Richard y yo perecemos aquí en Nueva York, se observó a sí misma, entonces casi la mitad de la tripulación habrá muerto. Ése será el peor desastre desde que empezamos a lanzar de nuevo al espacio misiones tripuladas.
Estaba de pie fuera del cobertizo, casi exactamente en el mismo punto donde ella y Francesca habían hablado con Richard a través del comunicador la última vez. ¿Por qué mentiste, Francesca?, se preguntó Nicole. ¿Pensaste que de algún modo mi desaparición silenciaría toda sospecha?
Durante la última mañana en el campamento Beta, antes que ella y los otros partieran en busca de Takagishi, Nicole había trasmitido todas las notas de su ordenador portátil en Rama a través del sistema de la red al ordenador de su habitación en la Newton. En aquel momento Nicole había hecho la transferencia de datos simplemente para vaciar la memoria de su ordenador de viaje por si la necesitaba. Pero está todo allí, recordó, por si algún detective diligente lo busca alguna vez. Las drogas, la presión sanguínea de David, incluso una críptica referencia al aborto. Y, por supuesto, la solución de Richard al mal funcionamiento del CirRob.
En sus dos paseos Nicole vio varios ciempiés biots, e incluso en una ocasión un bulldozer, al límite de su visión. No vio ningún ave y tampoco oyó ni vio ninguna octoaraña. Quizá sólo salgan de noche, meditó mientras regresaba para cenar con Richard.