52 - Vuelo 302
Richard apretó el arnés en torno de la cintura y las nalgas de Nicole.
—Tus pies colgarán —dijo—, y al principio, cuando la cuerda ceda, tendrás la sensación de que caes.
—¿Qué ocurrirá si golpeo el agua? —preguntó Nicole.
—Tienes que confiar en que las aves volarán lo bastante alto como para que no lo hagas —respondió Richard—. Creo que son lo bastante inteligentes, en particular el de los anillos rojos.
—¿Crees que es el rey? —preguntó Nicole, ajustándose el arnés de la manera más cómoda posible.
—Probablemente sea su equivalente —respondió Richard—. Ha dejado bien claro desde un principio que tiene la intención de volar en el centro de la formación.
Richard subió la inclinada rampa que conducía hasta el muro, llevando las tres cuerdas del arnés en las manos. Las aves estaban sentadas juntas, inmóviles, contemplando el mar. Dejaron que él les atara las cuerdas del arnés en la parte central de sus cuerpos, inmediatamente detrás de las alas. Luego observaron el monitor mientras él les mostraba de nuevo los gráficos del despegue. Las aves tenían que elevarse a la vez, lentamente, tensar las cuerdas del arnés directamente encima de la cabeza de Nicole, y luego alzarla hacia arriba antes de empezar a volar en dirección norte, cruzando el mar.
Comprobó que los nudos eran seguros y luego volvió al lado de Nicole en la parte inferior de la rampa. Estaba sólo a unos cinco metros del agua.
—Si por alguna casualidad las aves no regresan por mí —le dijo—, no esperes demasiado. Una vez que encuentres al equipo de rescate, ensamblen el bote de vela y vengan. Yo estaré abajo en la Sala Blanca. —Inspiró profundamente. —Ve con cuidado, querida —añadió—. Recuerda que te quiero.
Nicole pudo decir por el latir de su corazón que el momento del despegue había llegado finalmente. Besó lentamente a Richard en los labios.
—Yo también te quiero —murmuró.
Cuando deshicieron su abrazo, Richard hizo un gesto con el brazo a las aves encima del muro. Terciopelo gris se elevó cautelosamente en el aire, seguido inmediatamente por sus dos compañeros. Flotaron en formación directamente encima de Nicole. Ésta sintió que las tres cuerdas se tensaban y se vio momentáneamente alzada en el aire.
Unos segundos más tarde, a medida que la cuerda elástica empezaba a ceder, Nicole cayó de nuevo hacia el suelo. Las aves volaron más alto, dirigiéndose hacia el agua, y Nicole tuvo la sensación de ser un yo-yo, saltando arriba y abajo a medida que la cuerda se tensaba y luego se contraía con una sacudida cuando las aves se alzaron rápidamente a una superior altitud.
Fue un vuelo excitante. Tocó el agua una vez, apenas, mientras aún estaban cerca de la orilla. Se sintió brevemente asustada, pero las aves la alzaron rápidamente antes que ocurriera nada más grave que mojarse los pies. Una vez que la cuerda del retículo alcanzó su distensión máxima, el vuelo fue bastante suave. Nicole permanecía sentada en su arnés, con las manos sujetando dos de las tres cuerdas, los pies colgando bajo ella a unos ocho metros de las crestas de las olas.
La parle central del mar estaba completamente tranquila. Hacia la mitad del trayecto Nicole vio dos figuras grandes y oscuras nadar debajo de ella, paralelamente a su rumbo. Estuvo segura de que eran tiburones biot. También detectó otras dos o tres especies en el agua, incluida una, larga y delgada como una anguila, que se asomó fuera del agua y la contempló pasar. Bueno, pensó mientras observaba el agua, me alegra no tener que nadar.
El aterrizaje fue fácil. Nicole había estado preocupada por que las aves pudieran o no darse cuenta de que había un acantilado de cincuenta metros en el lado opuesto del mar. Su inquietud se reveló totalmente innecesaria. A medida que se acercaban a tierra firme en el Hemicilindro Norte, las aves aumentaron poco a poco su altitud. Nicole fue depositada suavemente a unos diez metros del borde.
Los pesados pájaros aterrizaron junto a ella. Nicole salió del arnés y se dirigió a las aves. Les dio las gracias profusamente e intentó palmear sus cabezas, pero retrocedieron bruscamente ante su contacto. Permanecieron varios minutos junto a ella y luego, a una señal de su líder, volaron cruzando de nuevo el mar hacia Nueva York.
Nicole se sintió sorprendida ante la intensidad de sus emociones. Se arrodilló y besó el suelo. Sólo fue entonces que se dio cuenta de que nunca había esperado realmente escapar sana y salva de Nueva York. Por un momento, antes de empezar a buscar el equipo de rescate con sus binoculares, revisó todo lo que le había ocurrido desde aquel predestinado cruzar en el vehículo para él hielo. Antes de Nueva York todo parece estar a una vida de distancia, se dijo a sí misma. Ahora todo ha cambiado.
Richard desató el arnés del ave líder y lo dejó caer al suelo. Los tres pájaros estaban ahora libres. La criatura con el cuerpo de terciopelo gris torció su cuello hacia atrás para ver si Richard había terminado. El intenso rojo cereza de sus anillos era más vivo aún a plena luz del día. Richard se preguntó acerca de su significado, sabedor de que había muchas posibilidades de que no volviera a ver nunca más aquellos magníficos alienígenas.
Nicole se acercó a Richard. Cuando aterrizó, ella lo abrazó con pasión. Las aves miraron descaradamente mostrando su curiosidad. Ellos también deben de estar haciéndose preguntas acerca de nosotros, pensó Nicole. La lingüista en ella imaginó que en realidad podía ser posible llegar a hablar con una especie extraterrestre, empezar a comprender cómo podía operar una inteligencia completamente distinta...
—Me pregunto cómo podemos decirles adiós y muchas gracias —estaba diciendo Richard.
—No lo sé —respondió Nicole—, pero sería estupendo...
Se detuvo a contemplar al ave líder. Ésta había llamado a las otras dos criaturas a su lado, y los tres pájaros estaban inmóviles mirando a Richard y a Nicole. A una señal, las tres abrieron las alas, en toda su extensión, y formaron un círculo con ellas. Giraron una vuelta completa una sola vez, y luego volvieron a situarse en línea recta frente a los humanos.
—Vamos —dijo Nicole—, nosotros también podemos hacerlo.
Nicole y Richard se situaron lado a lado, con los brazos extendidos, y miraron a las aves amigas. Entonces Nicole puso sus brazos en los hombros de Richard y lo condujo trazando un círculo. Richard, que a veces era más bien torpe en muchas cosas, tropezó una vez, pero consiguió completar el movimiento. Nicole imaginó que el líder avícola estaba sonriendo cuando ella y Richard se situaron de nuevo en línea ante ellos después de la revolución.
Las tres aves se elevaron unos segundos más tarde. Más y más arriba en el cielo, hasta que alcanzaron el límite dé la visión de Nicole. Luego volaron hacia el sur, a través del mar, hacia su casa.
—Buena suerte —susurró Nicole cuando partieron.
El equipo de rescate no estaba en las inmediaciones del campamento Beta. De hecho, Richard y Nicole no habían visto ningún signo de ellos durante los treinta minutos en que condujeron el todo terreno a lo largo de la costa del Mar Cilíndrico.
—Esos tipos deben de ser realmente estúpidos —gruñó Richard—. Mi mensaje estaba a plena vista en el Beta. ¿Es posible que todavía no hayan llegado allá?
—Faltan menos de tres horas para la oscuridad —respondió Nicole—. Puede que ya hayan vuelto a la Newton militar.
—De acuerdo, entonces al infierno con ellos —dijo Richard—. Comamos algo, y luego iremos al telesilla.
—¿No crees que deberíamos guardar algo del melón? —preguntó Nicole unos minutos más tarde, mientras comían. Richard la miró desconcertado. —Sólo por si acaso — añadió.
—¿Sólo por si acaso qué? —dijo Richard—. Aunque no encontremos a ese estúpido equipo de rescate y debamos subir todas las escaleras, estaremos fuera de aquí antes que se haga oscuro. Recuerda, volveremos a estar en ingravidez arriba en la escalera.
Nicole sonrió.
—Supongo que me he vuelto más cautelosa por naturaleza —dijo. Volvió a guardar varios trozos de melón en su mochila.
Llevaban conducidas tres cuartas partes del camino hacia el telesilla y la escalera Alfa cuando divisaron a las cuatro figuras humanas en sus trajes espaciales. Parecía como si estuvieran abandonando el conglomerado de edificios que habían sido designados como el París de Rama. Las figuras caminaban en dirección opuesta al todo terreno.
—Te dije que los tipos eran idiotas —exclamó Richard—. Ni siquiera han tenido el buen sentido de quitarse sus trajes espaciales. Debe de tratarse de un equipo especial, enviado aquí en el vehículo de repuesto sólo para encontrarnos y traernos de vuelta.
Encaminó el todo terreno a través de la Planicie Central en dirección a los humanos, Richard y Nicole empezaron a gritar simultáneamente cuando estuvieron a unos cien metros, pero los hombres en los trajes espaciales siguieron su lento avance hacia el oeste, ignorándoles.
—Probablemente no puedan oírnos —ofreció Nicole—. Llevan los cascos y deben de estar conectados a su equipo de comunicaciones.
Un frustrado Richard condujo hasta menos de cinco metros de distancia en la fila india, detuvo el todo terreno y saltó apresuradamente. Corrió con rapidez hacia el hombre que iba a la cabeza, gritando todo el camino.
—¡Eh, amigos! —gritó—. ¡Estamos aquí, detrás de ustedes! Todo lo que tienen que hacer es darse vuelta...
Se detuvo en seco cuando contempló la vacía expresión del hombre que iba adelante. Reconoció el rostro. ¡Jesús era Norton! Se estremeció involuntariamente cuando un extraño hormigueo recorrió hacia abajo su espina dorsal. Richard apenas tuvo tiempo de saltar fuera del camino de la procesión de los cuatro hombres mientras pasaban lentamente junto a él. Aturdido por la impresión estudió los otros tres rostros, ninguno de los cuales cambió de expresión mientras pasaban junto a él. Eran otros tres cosmonautas del equipo de la Rama I.
Nicole estaba a su lado sólo unos segundos después que la última figura pasara por su lado.
—¿Qué ocurre? —exclamó—. ¿Por qué no se han parado? —Toda la sangre había desaparecido del rostro de Richard. —Querido, ¿te encuentras bien?
—Son biots —murmuró Richard—. Malditos humanos biots.
—¿Quééé? —replicó Nicole, con un hilo de terror en su voz. Corrió rápidamente hacia la cabeza de la fila y contempló el rostro detrás del cristal del casco. Era definitivamente Norton. Cada rasgo de su rostro, incluso el color de los ojos y el delgado bigote, era absolutamente perfecto. Pero sus ojos no decían nada.
Los movimientos del cuerpo también, ahora que los observaba, parecían artificiales. Cada par de pasos constituía la repetición de un esquema. Sólo había ligeras variaciones de figura a figura. Richard tiene razón, pensó Nicole. Son humanos biots. Deben de haber sido fabricado a partir de las imágenes, del mismo modo que la pasta dentífrica y el cepillo. Un pánico momentáneo creció en su pecho. Pero no necesitamos un equipo de rescate, se dijo, calmando su ansiedad, la nave militar está aún amarrada al otro lado del cuenco.
Richard estaba abrumado por el descubrimiento de los humanos biots. Permaneció en el todo terreno durante varios minutos, incapaz de conducir, haciéndole preguntas a Nicole y a sí mismo que ninguno de los dos podía contestar.
—¿Qué es lo que está ocurriendo aquí? —repetía una y otra vez—. ¿Todos esos biots están basados en especies reales, halladas en alguna parte del universo? ¿Y por qué son fabricados?
Antes de seguir hacia el telesilla, Richard insistió en que ambos tomaran algo de metraje vídeo de los humanos biots.
—Las aves y las octoarañas son fascinantes —dijo mientras tomaba un primer plano especial del movimiento de piernas de "Norton"—, pero este tipo los supera a todos.
Nicole le recordó que faltaban menos de dos horas para la oscuridad, y que aún podía ocurrir que tuvieran que subir a pie la Escalera de los Dioses. Satisfecho de haber grabado la extraña procesión para la posteridad, Richard se deslizó al asiento del conductor del todo terreno y se encaminó hacia la escalera Alfa.
No hubo ninguna necesidad de realizar ninguna prueba para ver si el telesilla funcionaba correctamente; estaba en marcha cuando pasaron por su lado con el todo terreno. Richard saltó fuera del vehículo y corrió hacia la cabina de control.
—Alguien está bajando —dijo, señalando hacia arriba.
—O algo —dijo lúgubremente Nicole.
La espera de cinco minutos pareció una eternidad. Al principio ni Richard ni Nicole dijeron nada. Luego, sin embargo, Richard sugirió que tal vez debieran sentarse en el todo terreno en caso de que tuvieran que escapar rápidamente.
Los dos apuntaron sus binoculares hacia el largo cable que se extendía hacía arriba, hacia el cielo.
—¡Es un hombre! —exclamó Nicole.
—¡Es el general O'Toole! —dijo Richard unos momentos más tarde.
Lo era realmente. El general Michael Ryan O'Toole, oficial norteamericano de la Fuerza Aérea, descendía por el telesilla. Estaba aún varios cientos de metros por encima de Richard y Nicole, y todavía no los había visto. Estaba atareado estudiando con sus binoculares la belleza del paisaje alienígena que lo rodeaba.
Se preparaba para abandonar definitivamente Rama cuando, mientras subía en el telesilla, divisó lo que parecían tres pájaros que volaban hacia el sur en el cielo de Rama. El general había decidido regresar para ver si podía descubrir de nuevo aquellos pájaros. No estaba preparado para el alegre recibimiento que le aguardaba cuando alcanzó el final de su trayecto.