15 - Encuentro
La nave espacial combinada Newton había maniobrado de modo que Rama llenara la portilla de visión expandida en el centro de control. La nave espacial alienígena era inmensa. Su superficie era de un opaco y pardusco gris, y su largo cuerpo era un cilindro geométricamente perfecto. Nicole permanecía de pie junto a Valeri Borzov, en silencio. Para cada uno de ellos, la primera visión del vehículo Rama a la luz del sol era un momento para saborear.
—¿Ha detectado usted alguna diferencia? —preguntó al fin Nicole.
—Todavía no —respondió el comandante Borzov—. Parece como si ambas hubieran salido de la misma línea de montaje. —Hubo un nuevo silencio.
—¿No le gustaría ver esa línea de montaje? —preguntó Nicole.
Valeri Borzov asintió. Un pequeño aparato volador, como un murciélago o un colibrí, pasó a toda velocidad al otro lado de la portilla y se encaminó en dirección a Rama.
—Los abejorros de exterior nos confirmarán las similitudes. Cada uno de ellos tiene almacenado un juego de imágenes de Rama I. Cualquier variación será registrada e informada en el término de tres horas.
—¿Y si no hay ninguna variación no explicada?
—Entonces procederemos según lo planeado —respondió el general Borzov con una sonrisa—. Anclaremos las naves, abriremos Rama y soltaremos los abejorros de interior.
—Consultó su reloj. —Todo lo cual tiene que producirse en un término de veintidós horas a partir de ahora, siempre que el oficial de ciencias vitales confirme que el equipo está preparado.
—El equipo está en perfecta forma —informó Nicole—. Acabo de revisar de nuevo una sinopsis de los datos de salud del viaje. Es sorprendentemente regular. Excepto las anormalidades hormonales de las tres mujeres, que no eran totalmente inesperadas, no han aparecido anomalías significativas en cuarenta días.
—Así que físicamente estamos todos preparados para ir ahí dentro —dijo pensativamente el comandante—. Pero, ¿qué hay acerca de nuestra preparación psicológica? ¿No está usted inquieta por este reciente estallido de discusiones? ¿O podemos achacarlo a la tensión y a la excitación?
Nicole guardó silencio durante unos instantes.
—Admito que estos cuatro días desde la unión han sido un tanto difíciles. Por supuesto, conocíamos el problema Wilson-Brown desde antes incluso del lanzamiento. Lo resolvimos parcialmente manteniendo a Reggie en su nave durante la mayor parte del viaje, pero ahora que hemos unido las dos naves y el equipo está junto de nuevo, parece
que todos se lanzan sobre los demás a la menor oportunidad. Sobre todo si Francesca está presente.
—Intenté hablar dos veces con Wilson mientras las dos naves estaban separadas — dijo Borzov con tono frustrado—. Ni siquiera quiso discutir de ello. Pero resulta claro que está furioso acerca de algo.
El general Borzov se dirigió al panel de control y empezó a apretar las teclas. Una secuencia de información apareció en uno de los monitores.
—Ha de tener algo que ver con Sabatini —prosiguió—. Wilson no hizo mucho trabajo durante el viaje, pero su diario de a bordo indica que pasó una cantidad desorbitada de tiempo en el videófono con ella. Y siempre estaba de un humor de perros. Incluso ofendió a O'Toole. —El general Borzov se volvió y miró intensamente a Nicole. —Como mi oficial de ciencias vitales, quiero saber si tiene usted alguna recomendación "oficial" que hacer respecto del equipo, en especial acerca de las interacciones entre sus miembros.
Nicole no esperaba eso. Cuando el general Borzov había dispuesto aquella "evaluación de la salud del equipo" con ella, no pensó que la reunión se extendiera también a la salud mental de la docena de miembros del equipo Newton.
—¿Está pidiendo también una evaluación psicológica profesional? —preguntó.
—Por supuesto —enfatizó su anterior afirmación el general Borzov—. Deseo de usted un A5401 que compruebe la condición tanto física como psicológica de cada uno de los miembros del equipo. El procedimiento establece claramente que el oficial al mando, antes de cada incursión, debe solicitar la certificación de todo el equipo del oficial de ciencias vitales.
—Pero durante las simulaciones usted pidió solamente los datos físicos de salud. Borzov sonrió.
—Puedo esperar, Madame des Jardins —dijo—, si necesita usted tiempo para preparar su informe.
—No, no —dijo Nicole tras una breve reflexión—. Puedo darle mis opiniones ahora, y luego entregarle los documentos oficiales a última hora de la noche. —Vaciló varios segundos antes de proseguir: —No pondría a Wilson y Brown juntos como miembros en ningún grupo o subgrupo, al menos no en la primera incursión. Y tengo algunas reservas, aunque esta opinión no es por supuesto tan fuerte como la anterior, acerca de combinar a Francesca en un grupo con cualquiera de los dos hombres. No plantearé ninguna otra limitación de ningún tipo para este equipo.
—Bien. Bien. —El comandante sonrió ampliamente. —Aprecio su informe, y no solamente porque confirme mis propias opiniones. Como puede comprender usted, esos asuntos pueden ser a veces un tanto delicados. —El general Borzov cambió bruscamente de tema. —Ahora tengo otra cuestión de una naturaleza completamente distinta que plantearle.
—¿De qué se trata?
—Francesca vino a mí esta mañana y me sugirió que celebráramos una fiesta mañana por la noche. Afirma que el equipo se halla tenso y que necesita algún tipo de liberación antes de la primera incursión al interior de Rama. ¿Está usted de acuerdo con ella?
Nicole reflexionó por unos instantes.
—No es una mala idea —respondió—. La tensión ha estado mostrándose de una forma clara... Pero, ¿qué tipo de fiesta tiene usted en mente?
—Una cena todos juntos, aquí en la sala de control, un poco de vino y vodka, quizás incluso un poco de diversión. —Borzov sonrió y apoyó un brazo en el hombro de Nicole.
—Le estoy pidiendo su opinión profesional, ¿comprende?, como mi oficial de ciencias vitales.
—Por supuesto —rió Nicole—. General —añadió—, si cree usted que es el momento de que el equipo celebre una fiesta, entonces me sentiré encantada de dar una mano...
Nicole terminó su informe y transfirió el archivo por línea de datos al ordenador de Borzov en la nave militar. Había sido muy cuidadosa en su lenguaje al identificar el problema como un "conflicto de personalidad" antes que como cualquier tipo de patología del comportamiento. Para Nicole, el problema entre Wilson y Brown era directo: puros y simples celos, el antiguo monstruo de ojos verdes en persona.
Estaba segura de que era aconsejable impedir que Wilson y Brown trabajaran juntos durante las incursiones al interior de Rama. Se censuró por no haber planteado ella misma el tema con Borzov. Se dio cuenta de que su relación de cometidos incluía también la salud mental, pero de alguna manera tenía dificultad en considerarse como la psiquiatra del equipo. Lo evito porque no se trata de un proceso objetivo, pensó. Todavía no tenemos sensores para medir la buena o mala salud mental.
Nicole recorrió el pasillo de la zona de vivienda. Tuvo cuidado de mantener un pie en el suelo en todo momento; estaba ya tan acostumbrada a un entorno de ingravidez que era casi una segunda naturaleza. Se alegraba de que los ingenieros de diseño de las Newton hubieran trabajado tan duro para minimizar las diferencias entre permanecer en el espacio y en la Tierra. Hacía el trabajo de ser cosmonauta mucho más simple permitiendo al equipo concentrarse en los elementos más importantes de su trabajo.
Su habitación estaba al extremo del corredor. Aunque cada uno de los cosmonautas tenía sus aposentos privados (resultado de acaloradas discusiones entre la tripulación y los ingenieros de sistema, que insistían en que dormir por parejas era un uso mucho más eficiente del espacio), las habitaciones eran muy pequeñas y daban una sensación de confinamiento. Había ocho dormitorios en aquel vehículo más grande, llamado la nave "científica" por los miembros de la tripulación. La nave militar tenía otros cuatro pequeños dormitorios más. Ambas naves espaciales disponían también de salas de ejercicios y "salones", habitaciones comunes dotadas con un mobiliario más confortable, así como algunas opciones de entretenimiento no disponibles en los dormitorios. Cuando Nicole pasó junto a la habitación de Janos Tabori en su camino a la zona de ejercicio, oyó su inconfundible risa. Su puerta estaba abierta como de costumbre.
—¿Realmente espera de mí —estaba diciendo Janos— que haga intercambio de alfiles y deje a sus caballos al mando del centro del tablero? Oh, vamos, Shig, puede que no sea un maestro, pero aprendo de mis errores. Caí en esa trampa en una partida anterior.
Tabori y Takagishi estaban enfrascados en su habitual partida de ajedrez de después de cenar. Casi cada "noche" (el equipo seguía rigiéndose por un día de veinticuatro horas que coincidía con la hora del meridiano de Greenwich), los dos hombres jugaban durante una hora más o menos antes de irse a dormir. Takagishi era un maestro reconocido en ajedrez, pero también era de corazón blando y deseaba animar a Tabori. Así que, virtualmente en cada partida, tras establecer una sólida posición, Takagishi dejaba que sus flancos se fueran erosionando.
Nicole asomó su cabeza por la puerta.
—Entre, hermosura —dijo Janos con una sonrisa—. Obsérveme como destruyo a su amigo asiático en sus labores seudocerebrales. —Nicole había empezado a explicar que iba a la sala de ejercicios cuando una extraña criatura, aproximadamente del tamaño de un ratón grande, se deslizó por entre sus piernas y penetró en la habitación de Tabori. Dio un involuntario salto hacia atrás cuando el juguete, o lo que fuera, se encaminó hacia los dos hombres.
El mirlo macho, tan negro de tono,
con su pico naranja tostado,
el tordo, con su nota tan firme,
el abadejo, con sus pequeñas plumas...
cantó el robot mientras se deslizaba hacía Janos. Nicole se dejó caer sobre sus rodillas y examinó al curioso recién llegado. Tenía la parte inferior del cuerpo de un ser humano y la cabeza de un asno. Siguió cantando. Tabori y Takagishi pararon el juego y ambos se echaron a reír ante la desconcertada expresión de Nicole.
—Vamos —indicó Janos—, dígale que lo quiere. Eso es lo que haría la reina de las hadas Titania.
Nicole se encogió de hombros. El pequeño robot se mantuvo temporalmente quieto. Cuando Janos la animó de nuevo, Nicole murmuró "Te quiero" al robot de veinte centímetros de altura.
El Bottom en miniatura se volvió hacia Nicole.
—Me parece, señorita, que usted debería tener pocas razones para eso. Y, sin embargo, si he de decir la verdad, razón y amor se hacen muy poca compañía hoy en día.
Nicole se asombró. Adelantó una mano para tomar a la diminuta figura, pero se detuvo cuando oyó otra voz.
—Señor, que estúpidos son esos mortales. ¿Dónde está ahora ese juguetón al que cambié por un asno? Bottom, ¿dónde estás?
Un segundo pequeño robot, éste vestido como un elfo, entró en la habitación. Cuando vio a Nicole, saltó del suelo y flotó a la altura de sus ojos durante varios segundos, con sus diminutas alas negras batiendo a un ritmo frenético.
—Soy Puck, muchachita —dijo—. No te había visto por aquí antes. —Se dejó caer al suelo y guardó silencio. Nicole estaba desconcertada.
—¿Qué demonios...? —empezó a decir.
—Shhh... —dijo Janos, haciéndole señas de que se mantuviera quieta. Señaló a Puck. Bottom estaba durmiendo en la esquina cerca del borde de la cama de Janos. Puck lo había descubierto y estaba rodándolo con un fino polvillo que sacaba de una bolsita. Mientras los tres seres humanos miraban, la cabeza de Bottom empezó a cambiar. Nicole hubiera podido decir que las pequeñas piezas de plástico y metal que formaban la cabeza del asno estaban simplemente reordenándose, pero aun así se sintió impresionada por el alcance de la metamorfosis. Puck desapareció justo en el momento en que Bottom despertaba con su nueva cabeza humana y empezaba a hablar.
—He tenido una visión de lo más extraña —dijo—. He tenido un sueño, pero se necesita algo más que la inteligencia de un hombre para decir qué sueño era. No será un hombre sino un asno si llega a explicarlo.
—Bravo, bravo —exclamó Janos mientras la criatura guardaba silencio.
—O medetó —añadió Takagishi.
Nicole se sentó en la única silla desocupada y miró a sus compañeros.
—Y pensar —dijo, agitando la cabeza— que acabo de decirle al comandante que ustedes dos estaban psicológicamente cuerdos. —Hizo una pausa de dos o tres segundos. —¿Querría alguno de ustedes decirme por favor qué está pasando aquí?
—Es Wakefield —dijo Janos—. El hombre es absolutamente brillante y, al contrario de algunos genios, también es muy listo. Además, es un fanático de Shakespeare. Tiene toda una familia de estos pequeños tipos, aunque creo que Puck es el único que vuela y Bottom el único que cambia de forma.
—Puck no vuela —dijo Richard Wakefield, entrando en la habitación—. Apenas es capaz de flotar, y sólo por períodos muy cortos. —Parecía azorado. —No sabía que estaba usted aquí —le dijo a Nicole—. A veces entretengo un poco a esos dos en medio de su partida de ajedrez.
—Una noche —añadió Janos mientras Nicole seguía sin habla—, acababa de concederle la derrota a Shig, cuando oímos lo que creímos era un estruendo en el pasillo. Un momento más tarde, Tybalt y Mercutio entraron en la habitación, maldiciendo y haciendo entrechocar sus espadas.
—¿Es esto un hobby suyo? —preguntó Nicole al cabo de unos segundos, señalando hacia los robots con un gesto de la mano.
—Mi señora —interrumpió Janos antes que Wakefield pudiera responder—, nunca, nunca confunda una pasión con un hobby. Nuestro estimado científico japonés no juega ajedrez como un hobby. Y este joven de la ciudad natal del Bardo, Stratford-upon-Avon, no crea estos robots como un hobby.
Nicole miró a Richard. Estaba intentando imaginar la cantidad de energía y trabajo necesarios para la creación de sofisticados robots como los que acababa de ver. Sin mencionar el talento y, por supuesto, la pasión.
—Muy impresionante —le dijo a Wakefield.
La sonrisa del hombre fue un reconocimiento a su cumplido. Nicole se disculpó y se dispuso a abandonar la habitación. Puck pasó velozmente por su lado y se detuvo en el umbral.
Sí nosotros las sombras os hemos ofendido,
pensad, y todo quedará enmendado,
que simplemente os habéis adormecido aquí,
mientras estas visiones aparecían.
Nicole estaba riendo cuando pasó por encima del diminuto espíritu y dio las buenas noches a sus amigos con un movimiento de su mano.
Nicole permaneció en la sala de ejercicios más tiempo del que había esperado. Normalmente, treinta minutos de pedaleo o de correr sobre la cinta sin fin eran suficientes para liberar las tensiones y relajar su cuerpo para el sueño. Aquella noche, sin embargo, con la meta de su misión ahora tan al alcance de la mano, le era necesario trabajar más tiempo para calmar su hiperactivo sistema. Parte de su dificultad residía en su preocupación residual acerca del informe que había archivado recomendando que Wilson y Brown estuvieran separados en todas las actividades importantes de la misión.
¿No me habré precipitado?, se preguntó. ¿No habré dejado que el general Borzov influyera en mi opinión? Nicole se sentía muy orgullosa de su reputación profesional, y a menudo analizaba constructivamente sus decisiones importantes. Hacia el final de sus ejercicios se convenció de nuevo a sí misma de que había archivado el informe adecuado. Su cansado cuerpo le dijo que estaba preparado para echarse a dormir.
Cuando regresó a la zona de vivienda de la nave espacial, todo estaba a oscuras excepto el pasillo. Cuando iba a girar a la izquierda hacia el pasillo que conducía a su habitación, su vista se posó más allá de la sala, en dirección a la pequeña habitación donde guardaba todo su material medico. Es extraño, pensó, forzando la vista a la escasa luz. Parece como si hubiera dejado la puerta abierta.
Cruzó la sala. La puerta de la habitación estaba realmente entreabierta. Había activado ya la cerradura automática y empezado a cerrar la puerta cuando oyó un ruido en el interior de la habitación a oscuras. Entonces entró y encendió la luz. Sorprendió a Francesca Sabatini, sentada en un rincón ante una terminal de ordenador. Había información exhibida en el monitor frente a ella, y Francesca sostenía en una de sus manos una botellita.
—Oh, hola, Nicole —dijo con voz intrascendente, como si fuera normal el que ella estuviera sentada en la oscuridad ante el ordenador en la sala de material médico.
Nicole avanzó hacia el ordenador.
—¿Qué ocurre? —preguntó casualmente, mientras sus ojos escrutaban la información de la pantalla. Por las cabeceras codificadas, Nicole pudo decir que Francesca había solicitado la subrutina de inventario para listar los dispositivos anticonceptivos disponibles a bordo de la nave espacial. —¿Qué es esto? —preguntó, señalando el monitor. Ahora había una huella de irritación en su voz. Todos los cosmonautas sabían que la sala de material médico estaba vedada para todo el mundo excepto la oficial de ciencias vitales.
Cuando Francesca siguió sin responder, Nicole se puso furiosa.
—¿Cómo ha entrado aquí? —preguntó. Las dos mujeres estaban a sólo unos pocos centímetros la una de la otra en el pequeño hueco contiguo al escritorio. Nicole extendió bruscamente la mano y tomó la botella que sostenía Francesca. Mientras leía la etiqueta, Francesca se deslizó por el pequeño espacio que quedaba libre y se encaminó hacia la puerta. Nicole descubrió que el líquido que tenía en su mano era un abortivo y siguió rápidamente a Francesca fuera de la sala.
—¿Va a explicarme esto? —exigió.
—Devuélvame la botella, por favor —dijo finalmente Francesca.
—No puedo hacerlo —respondió Nicole, agitando la cabeza—. Éste es un medicamento muy fuerte con serios efectos residuales. ¿Qué pensaba que estaba haciendo? ¿Tenía intención de tomarlo y esperar a que pasara inadvertido? Tan pronto como hubiera completado un inventario de comparación habría detectado que había desaparecido.
Las dos mujeres se miraron durante varios segundos.
—Mire, Nicole —dijo al fin Francesca, esbozando una sonrisa—, se trata de un asunto realmente muy simple. He descubierto recientemente, con mucho pesar por mi parte, que me hallo en los primeros estadios de un embarazo. Quiero abortar el embrión. Es un asunto privado, y no deseo implicarla a usted ni a ningún otro miembro del equipo.
—Usted no puede estar embarazada —respondió rápidamente Nicole—. Yo lo hubiera detectado en sus datos biométricos.
—Lo estoy sólo de cuatro o cinco días. Pero estoy segura. Ya puedo sentir los cambios en mi cuerpo. Y es la fecha correcta del mes.
—Usted sabe cuáles son los procedimientos adecuados para los problemas médicos — dijo Nicole tras una cierta vacilación—. Esto habría podido ser muy sencillo, como usted misma dice, si primero hubiera acudido a mí. Lo más probable es que hubiera respetado su petición de confidencialidad. Pero ahora me pone en un dilema...
—Olvide toda esta conferencia burocrática —interrumpió secamente Francesca—. No estoy interesada en las malditas reglas. Un hombre me ha dejado embarazada, e intento librarme del feto. Ahora, ¿va a darme la botella, o debo hallar alguna otra forma?
Nicole se sintió ultrajada.
—Es usted sorprendente —le respondió a Francesca—. ¿Espera realmente que yo le dé esta botella y me marche? ¿Sin hacerle ninguna pregunta? Puede que usted sea así de inconsciente acerca de su vida y su salud, pero yo no. Primero tengo que examinarla, comprobar ;su historial médico, determinar la edad del embrión... sólo entonces podré considerar el prescribirle esta medicina. Además, es probable que me sienta impulsada a señalarle que hay otras ramificaciones morales y psicológicas...
Francesca dejó escapar una carcajada.
—Ahórreme sus ramificaciones, Nicole. No necesito que su moralidad de clase alta de Beauvois juzgue mi vida. Mis felicitaciones si usted ha criado a una hija como madre soltera. Mi situación es muy distinta. El padre de este bebé dejó de tomar a propósito sus píldoras, pensando que dejándome embarazada podría reavivar mi amor por él. Estaba equivocado. Este bebé no es deseado. Ahora, si debo ser más gráfica...
—Ya es suficiente —interrumpió Nicole, frunciendo disgustada los labios—. Los detalles de su vida personal no son asunto mío. Lo único que debo decidir es lo que es mejor para usted y la misión. —Hizo una pausa. —En cualquier caso, debo insistir en un examen adecuado, incluida la habitual imagen pélvica interna. Si se niega, entonces no autorizaré el aborto. Y, por supuesto, me veré obligada a hacer un informe completo...
Francesca se echó a reír de nuevo.
—No necesita amenazarme. No soy tan estúpida. Si la hace sentir mejor meter su sofisticado equipo entre mis piernas, entonces adelante. Pero hágalo ya. Quiero a ese bebé fuera de mí antes de la incursión.
Nicole y Francesca apenas intercambiaron una docena de palabras durante la siguiente hora. Fueron juntas a la pequeña enfermería, donde Nicole utilizó sus sensibles instrumentos para verificar la existencia y el tamaño del embrión. También comprobó si Francesca podía recibir con garantías de seguridad el líquido abortivo. El feto estaba creciendo cinco días dentro de Francesca. ¿Quién podrías llegar a ser?, pensó Nicole mientras contemplaba en el monitor la microscópica imagen del diminuto saco pegado a las paredes del útero. Incluso en el microscopio en la sonda no había forma de decir que la colección de células era una cosa viva. Pero ya estás vivo. Y buena parte de tu futuro se halla ya programado por tus genes.
Nicole hizo que la impresora listara para Francesca lo que podía esperar físicamente una vez que hubiera ingerido el medicamento. El feto sería barrido, rechazado por su cuerpo, en el plazo de veinticuatro horas. Era posible que se produjeran algunos ligeros calambres con la menstruación normal que seguiría inmediatamente.
Francesca bebió el líquido sin la menor vacilación. Mientras su paciente se vestía de nuevo, Nicole retrocedió mentalmente a la época en que ella había sospechado por primera vez su propio embarazo. Ni por un momento tomé en consideración... y no sólo porque su padre fuera un príncipe. No. Era una cuestión de responsabilidad. Y amor.
—Puedo decir lo que usted está pensando —indicó Francesca cuando ya estaba preparada para irse. Se hallaba de pie junto a la puerta de la enfermería. —Pero no pierda su tiempo. Ya tiene suficientes problemas propios.
Nicole no respondió.
—Así que mañana el pequeño bastardo habrá desaparecido —dijo fríamente Francesca, con los ojos cansados y furiosos—. Es malditamente bueno saberlo. El mundo no necesita otro bebé medio negro. —No aguardó la respuesta de Nicole.