CAPÍTULO XXIII
Pasamos el resto de la mañana planificando la operación. La tropa de avanzadilla había confirmado el emplazamiento enviando fotos del lugar. En algunas de ellas aparecía James que aparentemente entraba y salía constantemente de la base. A primera vista no era un enclave muy complicado de tomar, era un sitio pequeño que aunque contaba con sistemas de detección y aislamiento, no eran de lo más avanzados tecnológicamente. Habría unos cincuenta hombres en total protegiendo la zona y no contaban con ayuda de proximidad, no existiendo bases soportes en un radio de al menos cien kilómetros a la redonda. Esto dejaba clara una cosa, lo que James había pretendido era sobre todo pasar desapercibido en esta operación. No había puesto al grueso de sus fuerzas en el tema. Quizás no había querido llamar la atención del arcángel, igual que había intentado hacer cuando me escondió en una pequeña ciudad de Washington.
Después de almorzar fuimos a descansar, necesitaríamos dormir bien para tener las pilas cargadas para la batalla de esta noche ¡Mi primera batalla en serio! Sólo sentía que Robb no estaría a mi lado. Siempre había pensado que cuando llegara el momento él estaría allí, guiándome y que nos protegeríamos el uno al otro, pero en esta misión mi guía sería Miguel y ahora también confiaba en él porque se lo había ganado, me estaba ayudando a recuperar a Robb y estaría siempre en deuda con él.
Al crepúsculo, Miguel llamó a mi puerta. Me había avisado de que vendría a recogerme para realizar el rito del vínculo antes de partir.
–¡Pasa!–grité desde el vestidor–, la puerta está abierta–.
Oí cómo empujaba la puerta y entraba en la antesala.
–¿Estás visible?–preguntó desde allí.
–¿Estás enfermo? Suponía que nunca hacías ese tipo de preguntas, que irrumpías sin más– dije descolgando unos vaqueros de la percha.
–¿Eso significa que lo estás?–preguntó divertido.
–No, estaba eligiendo la ropa para la ceremonia, ¿qué me aconsejas?– pregunté tomándole el pelo.
–Definitivamente el vestido rojo de gasa–respondió de inmediato, sin bacilar.
–Era una pregunta retórica– le contesté sorprendida.
Y eché un vistazo en el armario para comprobar lo del vestido. Efectivamente había un vestido rojo de gasa colgado de una de las perchas.
–¿Cómo sabías lo del vestido?–pregunté curiosa.
–Lo elegí para ti–respondió tranquilo.
–¿En serio?, no puedo imaginarte en una tienda de señoras discutiendo estilos con la dependienta–dije asombrada.
–Emma, lo compré por internet, estamos en el siglo veintiuno. Te habías fugado de casa y supuse que necesitarías ropa– me explicó paciente.
–Sí, especialmente un vestido de alta costura–dije, mirando la etiqueta de la prenda y alucinando con el precio– Muy propio para uso diario en una base militar–.
–Póntelo, me gustaría mucho ver cómo te queda–me pidió.
–¿Lo dices en serio?–pregunté ahora en serio.
–Sí–afirmó.
De acuerdo entonces. Introduje el vestido por mi cabeza y noté que se deslizaba como seda por mi cuerpo. Me asomé al espejo del baño para ver el efecto. ¡Era precioso! La parte de arriba era ceñida, cruzándose en mi busto con un escote pronunciado. La gasa se drapeaba sobre mi cintura y caderas y luego brotaba hasta el suelo dejando una abertura en cascada en el centro que mostraba mis piernas al andar. Cuando me movía la tela de la falda acariciaba mis piernas, suave y volátil. Nunca había llevado algo tan hermoso. Solté mi melena porque era lo que le pegaba al vestido, pero en lugar de zapatos de tacón me decanté por mis bailarinas. Y salí a la antesala en busca de Miguel. Él estaba mirando por el balcón, pensativo, cuando hice mi entrada. Se volvió y me miró.
–¿Y bien?, ¿suficientemente chic?–dije bromeando.
Miguel me contemplaba serio.
–Es perfecto para el ritual–dijo con voz grave.
–¡Eh!, tú vas en vaqueros, voy a cambiarme ahora mismo–me quejé.
–Como quieras, pero el color rojo es una buena elección– respondió alzando una ceja.
Él llevaba una camisa azul celeste, y vaqueros también azules. Sin lugar a dudas el azul era su color porque hacía destacar sus enormes ojos color cielo.
–¿También el azul es propicio?–dije señalando su ropa.
–Rojo y azul, la combinación perfecta para el vínculo. El rojo simboliza la pasión y la energía y el azul la espiritualidad, el alma, exactamente como en el vínculo, donde uniremos nuestras almas intercambiando nuestras energías vitales ¿Lo ves?, ¡es perfecto!–me explicó.
–Parecen supersticiones absurdas, pero sabes más de esto que yo. Y además el vestido me encanta, con lo que me lo pondré encantada ¡Tienes buen gusto!–dije.
–Lo sé. Gracias–dijo simplemente.
–Bueno, ¿ya tienes preparado el pentagrama?– pregunté interesada.
–¿Pentagrama?, ¿fue así como lo hizo Robb?– preguntó alzando una ceja.
–Sí, ¿vosotros no lo usáis?– pregunté con curiosidad.
–¡Ni por asomo! Ahora verás nuestra versión–dijo.
Cogimos el jeep y nos desplazamos a la zona cinco. Ya había oscurecido y no llamamos demasiado la atención al cruzar la base, a pesar del color de mi vestido. Avanzamos con el jeep hacia el interior del bosque y Miguel aparcó junto a un claro. Me ayudó a bajar y observé que en el suelo estaba trazada la forma de una estrella de seis puntas, no de cinco como el pentagrama.
–Éste es nuestro escenario. Realizamos aquí todos los ritos de vinculación de la base–dijo.
–¿Una estrella?– pregunté paseando por las líneas marcadas en el suelo.
–La estrella de David, dos triángulos equiláteros entrelazados. ¿Sabes la historia?–preguntó.
–No, ilústrame– le pedí.
–Bueno, hay distintas versiones sobre su procedencia, unos dicen que era el escudo del propio rey David, de ahí su nombre, pero también es conocido como sello de Salomón y se dice que el símbolo se inspiró en un fragmento del Cantar de los Cantares: “Yo soy de mi amado y mi amado es mío”– me explicó.
–¿Va de una unión física entre un hombre y una mujer? No sabía que la Biblia narraba pasajes de esa índole– pregunté sorprendida.
–No es nada físico, aunque lo parezca, más bien simboliza la unión entre el cielo y la tierra. De ahí que un triángulo apunte hacia arriba y el otro hacia abajo. Representa el pacto que sellaron Dios y Abraham, la unión entre Dios y el hombre. Dios ama a los hombres y se vincula con ellos, de ahí que también sea el símbolo perfecto para nuestro ritual– explicó.
–Muy interesante–dije, satisfecha con la explicación.
–Bien, ¿estás preparada ahora que conoces la simbología?– preguntó.
–Sí, ¿no tenemos que poner velas en los vértices de la estrella?–pregunté.
–Unas velas servirían, pero aquí usamos antorchas. ¿Te has fijado en los soportes sobre los vértices?, pues son para eso–me explicó.
Me atrajo al centro del escenario y me sentó en el suelo. Luego se dedicó a ir colocando y encendiendo las antorchas. Vino a mi lado y extrajo de su bolsillo una pequeña cajita.
–Y ahora es cuando te hago los bonitos dibujos, te sabrás esa parte, ¿no?–preguntó torciendo la boca.
Asentí y le dejé hacer. Volvió a pintar estrellas de David en las palmas de las manos y en mis muñecas. Después se quitó la camisa y comenzó a dibujar los símbolos en sus manos.
–Espera–dije cogiendo la cajita–Déjame hacerlo a mí– insistí.
–¿Sabes?, es la primera vez que me vinculo a una mujer que no sea de mi familia–dijo mientras me observaba dibujar su cuerpo.
–¿Liberaste a Cloe? –pregunté.
Asintió.
–No entiendo por qué tenéis tantos prejuicios con eso de vincularos con los del sexo opuesto, yo lo encuentro de lo más normal. Los hombres y las mujeres nos complementamos y pienso que debería ser lo idóneo cuando eliges un vínculo, es como la búsqueda de la combinación perfecta, ¿no crees?–le expliqué.
–Quizás tengas razón, pero con una mujer es… mucho más íntimo, más físico si quieres verlo así–dijo mirándome fijamente.
Me acordé de mi unión con Robb y de lo “físico” que había sido el momento, ambos con nuestros cuerpos entrelazados, mordiendo nuestros labios y besándonos hambrientos. ¡Sí!, eso había sido bastante físico.
Acabé de pintar los símbolos en los brazos de Miguel y me limpié la pintura de los dedos contra la hierba fresca.
–¿Empezamos?–propuse.
–Por supuesto, ¿te acuerdas de la frase que tenemos que decir juntos?–preguntó.
–¿”Yo me vinculo a ti en cuerpo y alma”?– dije.
–Eso es, tenemos que decir la frase y luego mezclar nuestra sangre y por último unir las manos para que nuestra energía se intercambie a través de los símbolos– explicó.
–Te informo de que llevo un poco mal lo de la sangre–aclaré–No me va mucho eso de los pinchazos, cortes, apuñalamientos y demás–.
–¿Y qué hizo Robb?–preguntó Miguel alzando una ceja.
Justo lo que no me apetecía tener que explicar, pero no había sido muy precavida evitando el tema.
–Pues,…, me noqueó y me cortó cuando estaba inconsciente– aventuré.
–Sí, justo el estilo de Robb, que te trata como si fueras de cristal– se burló.
–¡Ya!–dije.
–¿No me lo vas a contar?, si no lo haces te lo sacaré a la fuerza dentro de unos instantes cuando estemos vinculados–me amenazó divertido.
–Lo hizo con un beso… un poco salvaje–expliqué avergonzada.
–¡Buen truco!, ¿quieres que lo hagamos? Por mí no hay problema–dijo provocador.
–Miguel, no empieces, córtame un dedo antes de que me haga a la idea–dije tendiéndole la mano y apartando la vista.
Miguel cogió mi mano derecha, besó mi palma y rápidamente me hizo un pequeño corte en la base de la mano. La sangre brotó, resbalando hacia mi palma y haciéndome sentir nauseas. La retiré un poco para evitar que se manchara el vestido mientras Miguel se cortaba del mismo modo en su mano izquierda.
–¿Estás lista?, ¿pronunciamos a la vez la frase?– preguntó.
No respondí inmediatamente. Era absurdo, pero sentía como si estuviera traicionando un poco a Robb. Sabía que él lo entendería, que incluso me había pedido que me uniera a Miguel, pero yo siempre había pensado que sólo estaría vinculada a él, por siempre, y ahora me sentía un poco mal vinculándome a otro. Y sobre todo con Miguel, que estaba de rodillas frente a mí con el pecho al descubierto y sus rizos dorados alborotados. Era más que nunca la imagen del David de Miguel Angel personificada. Era un vínculo tentador, sin duda, demasiado tentador y eso era lo que empeoraba las cosas.
–¿Te lo estás pensando?–dijo mirándome con su sonrisa torcida.
–¿Bromeas?, por supuesto que no, si lo hiciera saldría corriendo ahora mismo–dije, acordándome de pronto de mi sueño en el que era eso exactamente lo que había hecho.
–Muy graciosa–dijo Miguel frunciendo el ceño– ¿Tanto te desagrado?–.
–Más bien lo contrario–se me escapó como siempre me ocurría con él.
Una sonrisa cautivadora atravesó su rostro.
–¿Te has dado cuenta de que es la primera vez que dices algo agradable sobre mí? Sabes que yo te adoro, deberías ser más considerada conmigo–dijo divertido.
–No tientes a la suerte. Se me está cerrando la herida de la mano y no pienso dejarte cortarme de nuevo. ¡Vamos!, a la de tres– lancé.
–“Me vinculo a ti en cuerpo y alma”–dijimos a la vez.
Miguel enlazó sus manos con las mías y entonces notamos cómo la energía comenzaba a intercambiarse entre nuestros cuerpos. Miguel me rodeó con nuestros brazos a la vez y me atrajo hacia él, mientras sentía cómo su esencia penetraba en mi cuerpo y cómo la mía iba hacia él. De pronto tal y como había ocurrido con Robb las líneas de la estrella de David se iluminaron, llameantes como las antorchas por unos instantes y luego todo acabó. La estrella se apagó, las antorchas se extinguieron y sólo quedamos en el centro de la estrella Miguel y yo, vinculados. Permanecimos unos instantes más abrazados en el claro y después nos separamos poco a poco y nos miramos.
“¿Ha funcionado?” probé.
“¡Vaya! Tienes una voz mental demasiado aguda. Me costará un poco acostumbrarme, es un poco molesto”–protestó.
“¡Dios!, esto no va a funcionar”–me lamenté.
“Estaba bromeando, tu voz es melodiosa y angelical. Podías tener un poco mejor humor” se disculpó.
“Ja,ja, ja. ¿Suficiente?” me burlé.
“No, quiero que sepas que funcionará. Me adorarás tanto que nunca querrás romper tu vínculo conmigo” explicó fanfarrón.
“¡Seguro! ¿Tienes mis aptitudes?” dije cambiando de tema.
“Enséñame cómo funcionan” pidió.
Estuvimos un rato más en el claro compartiendo lo básico sobre el modo de usar nuestras aptitudes. Yo me sentía ridícula moviéndome con el vestido al viento, pero según Miguel quedaba muy sexy, cosa que me hizo ponerme aún más nerviosa por la forma en que me miraba. Volvimos a la residencia antes de las diez y Cloe nos esperaba en la sala principal donde se nos había servido algo de comida.
–¿De dónde vienes con esas pintas?–me preguntó mirándome curiosa.
–Acabamos de vincularnos–dije como si eso lo explicara todo.
–¿Y qué tiene que ver eso con el vestido?– preguntó con los ojos en blanco.
“¿Me has tomado el pelo?”–pregunté furiosa a Miguel.
“Ha merecido la pena. Estabas preciosa, te favorece el rojo” dijo provocador.
–Discúlpame Cloe, tengo que matar a tu hermano–dije lanzándome hacia su cuello mientras él me cogía en brazos y me sujetaba.
–Podéis decir lo que queráis, pero esto parece una riña de enamorados–preguntó Cloe.
Su comentario hizo que soltara de inmediato el cuello de Miguel y me apartara, mientras él se doblaba de la risa.
–¡Basta de comentarios de ese tipo!–dije zanjando la conversación.
Cenamos y nos retiramos a cambiarnos y prepararnos para la partida. Me retiré con Cloe a la sala Zen donde había desplegado a lo largo del tatami el equipo de combate. Cloe me indicó cómo ponerme el uniforme. Consistía en una malla negra, reforzada con un material elástico y muy duro en los muslos y las piernas y una camiseta del mismo material con todo el pecho reforzado. En la zona de las articulaciones no llevaba el refuerzo, facilitando el movimiento. Sobre la camiseta Cloe me puso una armadura en forma de chaleco con la forma del pecho femenino. Estaba hecho de un material metálico y muy ligero y se ajustaba en los laterales mediante unas cintas de cuero.
–Es de titanio–me aclaró Cloe– Muy resistente y ligero–.
Lo completé con mis botas altas militares y con un cinturón con bolsillos donde Cloe me metió las cosas básicas: veneno y antídoto, un cuchillo, una barra inmovilizadora y un móvil.
–A priori esto no te va a ayudar mucho–dijo Cloe–Lo que importa es lo que hagas con esto–dijo señalando mi sien.
–Sí, tienes razón–admití.
Seguidamente ella se puso también el equipo y lo completó poniéndose un gorro de lycra y pasándome otro a mí.
–Miguel no me ha dicho que venías– le dije a Cloe.
–Es que aún no lo sabe– confesó.
–¡Dios!, ¿no me digas que le vas a cabrear justo cuando salgamos?–dije alterada.
–Bueno, tiene dos horas de vuelo para que se le vaya pasando–dijo Cloe–Y por cierto, tú me vas a ayudar a convencerle–.
–A mí no me metas en líos, son cosas entre hermanos y entiendo que no te quiera llevar. Es muy peligroso, Cloe– dije.
–¿Tú también me vas a tratar como una niña? Acuérdate de que tenemos la misma edad y de que eres mi amiga. Te dije que Miguel siempre me dejaba atrás y tú entendiste mi frustración. Ahora tienes que ayudarme. Quiero ir, quiero ser de ayuda en la misión. Quiero ir por Robb, por Rick y Tom y por ti y mi hermano. Soy hija del arcángel y Miguel me tiene entre algodones mientras él se va por ahí enfrentándose a cualquier peligro. ¡No lo soporto más!– gritó Cloe.
–De acuerdo–dije suspirando–Te ayudaré, intercederé por ti–.
Cloe me abrazó entusiasmada.
–¡No te emociones! Eso no quiere decir que esté hecho. Miguel tiene la cabeza más dura que he visto en mi vida, superando incluso a Robb– dije poco convencida del éxito.
–¡Ah, sí!, pero tenemos una carta a nuestro favor– anunció satisfecha.
–¿Y cuál es?– pregunté curiosa.
–Que tú eres aún más cabezota que él–dijo divertida.
Bajamos a la entrada de la residencia y localizamos a David que nos esperaba en un jeep. Se extrañó cuando vio a Cloe vestida con el equipo de combate, pero consideró más acertado no decir nada y nos trasladó al aeropuerto, donde ya estaba el resto del equipo.
Había tres helicópteros preparados, incluido Pegaso, para la operación. Miguel iba a desplazar un total de cuarenta hombres en los helicópteros más la avanzadilla de diez que ya ocupaba posiciones estratégicas para la incursión. Los cincuenta hombres supondrían al menos encarar en igualdad numérica al enemigo. Busqué a Miguel con la mente. Tenía que enfrentarme a él con el tema de Cloe cuanto antes, no podríamos retrasar la salida. Le encontré ocupado en el interior de Pegaso.
“Miguel, te necesito un momento. Estoy en la pista” dije.
“Dame un minuto “respondió mientras terminaba de dar instrucciones a un oficial.
Le vi bajar del helicóptero, vestido también con el equipo. Estaba imponente. Me recordaba al sueño que tuve en el que Robb lucía una armadura negra con un escudo grabado que en su día no identifiqué. Miguel llevaba una armadura similar y también llevaba un escudo dibujado con filigrana plateada. Según se acercaba tracé a ver lo que representaba. Se trataba de una espada que irradiaba luz y cuya empuñadura eran unas alas de ángel. Deduje rápidamente que se trataba de la espada de luz del arcángel San Miguel, el escudo de familia. Vino sereno hacia mí hasta que divisó a Cloe y entonces frunció el entrecejo.
–Cloe, ¿qué haces con el equipo de combate?–preguntó con tono seco.
–Voy a ir con vosotros– amenazó Cloe sin dejarme suavizar el tema primero.
Miguel me miró y me encogí de hombros, con lo que volvió a mirar a su hermana.
–¡Ni hablar! Creo que hoy ya he tenido esta conversación. Vuelve ahora mismo a la residencia–ordenó furioso.
Cloe me miró suplicante y se iba a lanzar otra vez a protestar, seguramente empeorando las cosas. Le hice un gesto para que se callara.
–Miguel–dije atrayendo su atención–,eres hijo del arcángel, un líder nato y por encima de todo un guerrero. Lo llevas en la sangre y siempre vas buscando la acción. Imagínate cómo sería que te confinaran entre cuatro paredes y no te dejaran luchar, ¿cómo te sentirías?– le pregunté.
–Emma, ¿estás de su parte? Tú sabes que es muy peligroso para ella. Es sólo una niña– dijo exasperado.
–También es hija del arcángel y por sus venas corre sangre de guerrero igual que por las tuyas. Pero tú le impides volar, ¿es eso justo? Sé que la amas sobre todas las cosas, pero tienes que dejarla crecer y convertirse en quien es en realidad. Es una luchadora y debes permitírselo– expliqué intentando que sonara convincente.
–¿Me estás pidiendo que la deje entrar en un combate abierto? Ella no tiene experiencia. Nunca lo ha hecho–dijo y mentalmente añadió “Y tú tampoco. Ya tengo bastante con haber accedido contigo”.
–No Miguel, no te estoy pidiendo que la dejes luchar. Está claro que no tiene experiencia, pero al menos déjala venir. Si ella promete que no intervendrá, que sólo se quedará en la retaguardia para ayudar si hay heridos o para apoyar en la operación. Si lo hace, ¿le permitirás venir?–dije en tono de súplica.
Cloe nos escuchaba sin intervenir, pero se le notaba un poco disgustada porque con mi petición ya la había apartado del frente de la batalla. Pero si bien yo era su amiga, no estaba loca, no iba pedirle eso a Miguel porque ni yo misma la llevaría con nosotros con esa idea. Como había dicho él, bastante teníamos ya con tener que arriesgar nuestras vidas como para exponer también la suya.
Miguel me miraba, vacilante, y yo no retiraba mi mirada de él. Estaba en su cabeza y presenciaba su lucha interna y él estaba en la mía y veía que era sincera, que le entendía y empatizaba con su preocupación, pero también le mostré cómo Cloe sufría por ser tratada así, por ser dejada de lado y estar sobreprotegida por él.
“¿Por qué ella se ha sincerado contigo y nunca me dijo nada a mí? Soy su hermano, quiero que sea feliz” me preguntó Miguel.
“Sencillamente por eso, Miguel, porque te ama y no querría nunca hacerte daño, por eso no se atrevió a decirte cómo se sentía realmente. Yo, al fin y al cabo, soy una extraña y por eso le resultó más fácil confesármelo a mí” dije intentando tranquilizarle.
“¿Cumplirá su promesa?, ¿se quedará atrás?” preguntó dudando.
“Hazla jurar con la mano en el pecho, si no lo hace no creo que debas dejarla venir” dije.
Miguel asintió y se aproximó a Cloe y yo avancé para dejarles a solas. Necesitaban este momento para ellos.
David me ofreció la mano para subir a Pegaso y me indicó que me sentara en la primera línea de asientos. Me recosté contra el cristal y me dejé llevar hasta Robb. Había esperado hasta el último momento para hacerlo, pero no podía esperar más, tenía que saber cómo estaba. Me transporté a la sala y le encontré tumbado aún en el camastro. Parecía que le habían limpiado las heridas y le habían dado de beber agua, lo que me reconfortó. James al fin y al cabo pretendía mantenerle con vida. Su aura seguía débil, pero ya su vida no pendía de un hilo como cuando le encontré el día anterior. Me metí en su interior y le pasé parte de mi energía. La necesitaba.
“Robb, estoy aquí, ¿puedes oírme?” pregunté.
“Emma, ¿estoy delirando?” dijo débil.
“Estoy aquí, pero sólo en mente. Sin embargo pronto estaré contigo de verdad porque vamos a rescatarte. Aguanta amor, pronto podremos estar juntos otra vez” expliqué.
“Debo de estar soñando, pero me vale si es contigo. Te amo” pronunció.
“Te amo” dije.
Y tuve que volver.
Me había dolido tener que salir, pero sabía que no podía agotar mi energía. Hoy me iba a hacer falta. La sensación de angustia que sentía cada vez que pensaba que Robb seguía allí era asfixiante. Notaba pinchazos en todo el cuerpo. Sabía que tenía que tranquilizarme y estar relajada antes del combate, pero era misión imposible. Al fin y al cabo Miguel tenía razón, yo era una novata, sería mi primera batalla y aunque era fuerte, no tenía de mi parte a la experiencia. Me quité la armadura, que me oprimía fuerte el pecho y me acurruqué en mi asiento. Nos disponíamos a despegar. Miguel subió a Pegaso y me buscó con la mirada. Después se sentó a mi lado, quitándose también la armadura.
–¿Hoy no vas a pilotar?–pregunté sorprendida.
–No, hoy mi sitio está a tu lado–dijo vehemente.
–¿Ha jurado Cloe?–pregunté.
–Sí y la he mandado al último helicóptero para que nuestro médico le diera instrucciones. Así la mantendrá ocupada–dijo pesaroso.
“¿Estás furioso conmigo?” le pregunté mentalmente.
Se volvió a mirarme y exhaló. Él también estaba tenso, se le notaba en la rigidez de sus hombros y en la expresión de su mirada.
“Sí, pero ¿de qué me sirve?, siempre consigues lo que quieres” respondió.
“Eso no es verdad, de ser así Robb no habría ido a esa estúpida misión y nos ahorraríamos todo esto. ¿Crees que me emociona ponerte en peligro a ti, a tu hermana y a tu gente? Pues no, en realidad estoy muerta de miedo Miguel. No sabes cuánto miedo tengo por vosotros y por Robb” confesé.
Miguel se acercó a mí y pasó su brazo por mis hombros atrayéndome hacia su pecho.
“No puedo decirte que todo va a ir bien porque no lo sé y no me gusta crear falsas esperanzas, pero sí sé decirte que haremos todo lo que esté en nuestras manos para que esto salga bien. Tú y yo tenemos en nuestras manos la vida de esta gente y la de Robb y sus hombres. Un verdadero líder tiene que guiar a sus hombres a la victoria y tiene que protegerles. Tú y yo somos uno ahora y esa es nuestra misión. No debemos tener miedo, no podemos permitírnoslo, tú eres poderosa y hoy lo tienes que demostrar y recuerda que yo estaré a tu lado y que te abriré camino, ¿de acuerdo?" preguntó buscando mi mirada.
“De acuerdo” respondí.
Y Miguel satisfecho, se inclinó y rozó sus labios con los míos.