CAPÍTULO II
Salimos de casa y nos dirigimos hasta la estación de metro. Hoy sí que nos integrábamos a la perfección con los grupos de jóvenes que salían de marcha. No nos habíamos maquillado demasiado, pero lo justo para que nos hiciera parecer un poco mayores. Me sentía entusiasmada sólo por el hecho de estar saliendo por ahí, pero no habíamos llegado aún al club y las botas ya me estaban matando. No sabía andar con tacones, era evidente, y lo peor es que tendría que aguantar con ellos toda la noche. Cuando llegamos a Electrum la cola ya daba la vuelta a la esquina.
–Con suerte no nos dejarán entrar–dijo Christine.
–¡No empieces! De todos modos no pienso rendirme, si no nos dejan entrar en éste iremos al siguiente de la lista. ¡Hoy no te libras!–le respondí.
–Pues entonces que nos dejen entrar, pero rápido o nos vamos a helar aquí fuera–añadió cerrándose con fuerza el abrigo.
La cola avanzaba rápido y pronto llegamos a la puerta. El tipo de la entrada pidió nuestras identificaciones y sin mirarlas demasiado nos dio acceso al local. Nada más abrirse la puerta me sentí fascinada. Las luces se movían sinuosas por la pista donde chicos y chicas se movían al ritmo de una música vibrante, que se me metía bajo la piel y hacía retumbar mi pecho. El ambiente estaba cargado y era cálido y se veía que el local estaba abarrotado. Junto al escenario localicé al disk jockey que se movía febril sobre el equipo de música danzando con su propia creación. Cogí a Christine del brazo y la arrastré hasta la zona de baile.
–¿No es genial?– le pregunté.
–En absoluto, en mi vida había visto tipos tan raros–respondió a gritos.
Pero para mí era sencillamente alucinante. Había gente de lo más variopinto allí, y a todos nos unía lo mismo, la música. Estuvimos bailando durante un rato y observé que Christine parecía más relajada, lo que me alivió. Aunque la había arrastrado a ir hasta allí, quería que ella también lo pasara bien y le gustara la experiencia, sobre todo si quería convencerla de repetirlo más veces. Tenía planeado que me acompañara este verano a varios conciertos de rock. Hasta ahora me limitaba a escuchar la música que me gustaba encerrada en mi habitación y siempre a través de los auriculares. A mi abuela le daría un infarto si llegase a escuchar los grupos de rock que me apasionaban. Me encantaban todos los estilos, pero principalmente el rock alternativo. Había grupos estupendos en la actualidad y me moría de ganas de ver sus actuaciones en directo. Trataba de imaginarme qué se sentiría participando en algo así, con cientos de personas vibrando con esa maravilla de música, personas a las que como yo, la música les llenaba el alma.
Observé de pronto que un chico nos miraba un poco más de la cuenta. Estaba al borde de la pista y llevaba unos vaqueros y una cazadora de cuero beige. Christine, que bailaba a mi lado, me cogió del brazo y me llevó a otra zona de la pista, argumentando que esa zona estaba más despejada. Al poco rato volví a localizar al chico de la chaqueta de cuero que continuaba mirándonos.
–Vamos a por un refresco–propuso Christine y me arrastró hacia la barra.
–¿Qué pasa?–le pregunté mosqueada.
–Que tenía sed, ¿tú no?–me preguntó.
Se apoyó en la barra e hizo señas al camarero, que se acercó.
–Dos coca colas light, por favor–dije.
Volví a localizar al chico en cuestión en la barra, alejado unos metros de nosotras. Christine se volvió hacia mí, nerviosa.
–Deberíamos irnos. Ese chico no me gusta nada, no te quita la vista de encima y nos sigue por todo el local–me dijo.
–¿Me mira a mí? Quizás seas tú la que le gustas–dije pensando que era la opción más probable.
–Voy a decirle que nos deje tranquilas. Quédate aquí–dijo dirigiéndose a su encuentro.
El chico no dio tiempo a Christine a acercarse y se perdió entre la gente. Christine, sorprendida, volvió conmigo.
–¡Le has asustado!–le reproché– No me extraña que no se nos acerque ningún chico, cuando pones esa mirada eres temible–.
–Muy graciosa. Nos tomamos la coca cola y nos vamos, ¿de acuerdo? No me gusta nada este ambiente–dijo seria.
–¡Pero si no llevamos aquí ni una hora!–me quejé.
–¡Más que suficiente! Las cosas nuevas es mejor que vengan en dosis pequeñas–dijo.
–Creo que la frase no es exactamente así–protesté.
–Es mi frase y eso es exactamente lo que he querido decir– sentenció.
Bailamos otro poco porque Christine se quedó más tranquila al ver que el chico de la cazadora beige parecía haberse esfumado. Otros dos chicos se acercaron e intentaron bailar con nosotras, pero Christine estuvo muy cortante y acabaron largándose. Como vi que su humor no iba a mejorar, finalmente cedí y nos fuimos del local. Ella se relajó visiblemente cuando salimos a la calle e incluso sugirió que fuéramos a tomar un cappuccino al Starbucks antes de volver a casa.
Era alrededor de media noche cuando volvimos a casa en taxi. Como hacíamos habitualmente, yo me bajaba en mi bloque y Christine seguía el trayecto hasta su casa, que estaba a dos manzanas de la mía. Cuando llegábamos a mi calle me pareció reconocer a un tipo que subía en un coche en la acera de enfrente.
–Christine, ¡mira!, ¿no es ése el tipo del club?–pregunté señalando hacia el coche.
Christine miró por la ventanilla y se quedó un momento en silencio.
–Juraría que no–respondió.
–Pues me lo había parecido. Bueno, ¡da igual! Que descanses, te veo mañana–dije cuando el taxi se paró.
Christine esta noche, sin embargo, bajó conmigo del taxi.
–Pero ¿por qué te bajas aquí?–pregunté sorprendida.
–Me apetece andar un poco. Sube a casa, ¡vamos! Mañana hablamos–dijo señalando el portal.
–Vale, lleva cuidado–respondí un poco perpleja.
Me despedí y me dirigí al portal. Christine había estado hoy muy rara. Estaba claro que era sincera cuando decía que la había sacado de su ambiente, tendría que pensármelo dos veces antes de volver a arrastrarla a un lugar así.
Entré en casa intentando hacer el menor ruido posible para no despertar a mi abuela. Todo estaba en silencio, con lo que intuí que se había ido pronto a la cama, como de costumbre. Esto me alivió, me había temido encontrármela despierta en su sillón exigiendo explicaciones.
Nada más entrar en mi habitación me quité las botas y las volví a meter en su caja. No era probable que me las pusiera nunca más puesto que los pies me dolían una barbaridad. De repente me sentí terriblemente cansada y sin pensármelo mucho más me metí en la cama, durmiéndome casi al instante. Tuve pesadillas toda la noche. Soñé que Christine y yo huíamos por una calle desierta. Alguien nos perseguía y cuando estaba a punto de atraparnos, yo desaparecía de la escena y veía a Christine forcejeando con el tipo de la cazadora beige. Ella gritaba y yo no podía hacer nada para ayudarla. Los gritos eran tan reales que acabaron por despertarme y lo que fue más curioso fue que incluso despierta, me parecía seguir oyéndolos. Tardé unos instantes en darme cuenta de que quien gritaba no era Christine, sino Catherine y temiéndome lo peor salté de la cama.
Catherine estaba en la habitación de mi abuela, junto a su cama, y lloraba desconsoladamente. Me acerqué despacio mientras ella me levantaba las manos para que me detuviera, pero no podía evitarlo, tenía que verla. Mi abuela descansaba plácidamente sobre su cama, con las manos sobre su pecho, pero entendía lo que pasaba porque estaba demasiado quieta. Me quedé allí, paralizada, no queriendo asimilar lo que había ocurrido. Catherine se me acercó y me abrazó sin parar de llorar y de pronto salió de la habitación apresuradamente. Me senté al pie de la cama de mi abuela y me quedé allí durante no sé cuánto tiempo. Oía a Catherine de fondo hablando por teléfono y de vez en cuando se asomaba a ver cómo estaba yo. Y yo estaba como en una nube, con la cabeza embotada, sin querer reconocer lo que había ocurrido. Seguía mirando a mi abuela como si en cualquier momento se fuera a incorporar y a prepararse para el desayuno.
De pronto Catherine vino a por mí y me sacó de la habitación. En el salón estaba el señor Fletcher, el abogado de mi abuela. Se acercó y dándome unas palmaditas en la espalda intentó tranquilizarme diciendo que todo estaría bien, que mi abuela había previsto todo para mí por si esto llegaba a ocurrir. No podía comprenderlo, yo nunca había pensado que esto podría ocurrir. Me había hecho a la idea de que mi abuela viviría mucho más. Yo iría a la universidad y después buscaría un trabajo y un sitio decente donde vivir y la llevaría conmigo. Nunca se me ocurrió pensar que nos separaríamos tan pronto y menos aún sin ni siquiera despedirme de ella.
Catherine me envolvió con una manta en el sofá y allí me quedé observando cómo venían unos individuos y se llevaban a mi abuela. El señor Fletcher me explicó que mi abuela me había dejado toda su herencia, pero que legalmente no podía acceder a ella hasta que tuviera dieciocho años y que entre tanto, al no tener ningún otro familiar, tendría que ir a un centro tutelado hasta la mayoría de edad. No podía creerlo, yo no quería ir a un sitio así. Supliqué para que me dejaran estar allí, en el apartamento, hasta que me graduara el próximo año, pero parecía que no sería posible, que tendría que ir a ese centro. Entonces recordé el día anterior, cuando ante mi tarta de cumpleaños había deseado una vida mejor. ¿Cómo no me había dado cuenta de que había tenido una vida estupenda?, ¿cómo había sido tan egoísta de haber pensado sólo en mí cuando mi abuela se había volcado conmigo? Finalmente las lágrimas que había estado conteniendo durante toda la mañana acabaron por brotar y me quedé todo el día allí sentada en el sofá, compadeciéndome y pensando en que ahora estaba sola. No tenía a nadie, sólo tenía a Christine y me separarían de ella. Me llevarían a ese centro tutelado y no podría verla más. Pero ahora la necesitaba, tenía que contarle lo sucedido, ella me apoyaría y quizás encontrábamos alguna solución para evitar que me sacasen de allí. Quizás sus padres me permitirían quedarme con ellos durante ese año. No conocía a los padres de Christine porque siempre estaban de viaje de negocios. Tenían una empresa propia y eran esclavos del trabajo. Yo me compadecía bastante de Christine, pero ella no parecía llevarlo mal. Tenían una asistenta interna que se ocupaba de todo en casa y que cuidaba a Christine desde que era una niña. Era evidente que quería mucho a Christine y la conocía mejor que su propia madre.
Llamé a Christine al móvil y daba fuera de cobertura. Decidí llamar a su casa y tampoco obtuve respuesta. Era media tarde, ya tendría que haber sabido algo de ella, pero no me devolvió la llamada y yo no logré localizarla. ¡Era muy extraño! Me habría vestido y habría ido hasta su apartamento, pero no me sentía con fuerzas para nada. Catherine se quedó conmigo esa noche y me ayudó a prepararme para el funeral. Intenté de nuevo localizar a Christine, pero sin resultado, era como si se la hubiera tragado la tierra.
El señor Fletcher vino a buscarnos a la mañana siguiente y nos dirigimos con él al cementerio para despedir a mi abuela. Era un día frío y nublado, que amenazaba tormenta. El sacerdote dijo una oración por el alma de mi abuela y yo anhelé que fuera cierto lo que decía y que hubiera un lugar mejor al que transportar nuestro alma cuando acababa nuestra vida aquí. Antes de que enterraran el féretro le lancé una rosa roja de talle largo, ¡nuestras favoritas! Y de pronto se había ido del todo, para siempre y yo estaba sola de nuevo.
Entonces alcancé a ver una mujer que me observaba a una distancia prudente. Rondaría la treintena y era de estatura media. Me volví hacia el señor Fletcher, que se encogió de hombros, y se dirigió caminando hacia ella. Los vi presentarse y comenzar una conversación, pero Catherine me arrastró de allí hacia el coche y volvimos al apartamento. Seguía sin localizar a Christine por lo que decidí acercarme a su bloque y averiguar qué había pasado. No encontré a nadie en su casa y finalmente me dirigí a hablar con el conserje que tampoco sabía nada al respecto, con lo que volví a casa. ¡No sabía qué hacer! ¿Debería ir a la policía? Quizás le había pasado algo a Christine, pero en ese caso su asistenta estaría allí, me habría intentado localizar y habría llamado a sus padres. ¡Todo era muy confuso! Era como si se hubiera desvanecido aquella noche, camino a su casa y no pude evitar sentirme responsable. Si no le hubiera arrastrado por ahí esa noche habríamos hecho algo más normal y habríamos vuelto pronto a casa. Incluso habría podido despedirme de mi abuela de otra forma, antes de acostarnos, como cada noche y quizás Christine habría llegado sana y salva a su casa.
Entré en el apartamento y me sorprendió oír voces en el salón. Me dirigí allí de inmediato esperando que se tratara de Christine y encontré al señor Fletcher con la mujer que habíamos visto en el cementerio.
–Emma– me llamó el señor Fletcher al advertir mi presencia–Ven, hija, voy a presentarte a alguien–.
Me acerqué en silencio y me detuve al lado del señor Fletcher y observé a la mujer. Era castaña, con una melena que le llegaba a rozar los hombros y los ojos de un azul pálido. Observé que tenía un rostro agradable, mientras ella me miraba con una expresión de condolencia.
–Ésta es tu tía Susan–dijo el señor Fletcher sonriendo.
–¿Mi tía?–pregunté sorprendida–Creía que no tenía más parientes–.
–Eso pensábamos todos, Emma, pero afortunadamente no es así. Tu abuela me había hablado de cierta familia de tu padre y ayer intenté localizarlos, por si existía la mínima posibilidad, y afortunadamente tu tía se puso en contacto con mi bufete esta mañana–dijo el señor Fletcher.
–Emma–dijo la mujer–Soy Susan, la hermana de tu padre–.
–No sabía que mi padre tuviera una hermana–dije sorprendida por la noticia.
La verdad es que no sabía nada sobre mi padre o su familia. Mi abuela casi nunca me había hablado de él, ni casi sobre mi madre. Pero lo que estaba claro es que nunca me había dicho que tenía una tía.
–Bueno, yo vivía en Europa cuando tus padres murieron y tu abuela consideró que era mejor que no me entrometiera de momento, que sería muy duro para ti, pero volví a Estados Unidos hace un año y desde entonces he tratado de localizaros. Siento que te haya encontrado en estas circunstancias tan tristes–murmuró poniendo una mano sobre mi hombro.
Sentí frío a su contacto y me aparté y ella se retiró un poco para no presionarme.
–Desde luego la situación de Emma es bastante desafortunada, pero quizás eso cambie cuando oiga su propuesta– insinuó el señor Fletcher.
–Sí, Emma. Sé que tienes que ingresar en un centro tutelado al no ser mayor de edad, pero quizás si vivieras conmigo este año podrías evitar esa inconveniencia. Y de veras me gustaría que te quedases conmigo, podríamos conocernos mejor y además sería sólo por un año– me ofreció con una sonrisa.
–¿Nos quedaríamos en Nueva York?– pregunté esperanzada.
–¡Oh!, no, en realidad vivo en el estado de Washington, en una pequeña ciudad al norte de Seattle. Pero te encantará, vivimos en plena naturaleza, en la casa donde nos criamos tu padre y yo. La recuperé cuando volví de Europa y es enorme para mí… Estoy segura de que te adaptarás muy bien. El instituto tiene buena fama en la zona y por supuesto no habrá problema para que te continúes allí, aunque el curso esté avanzado–me explicó intentando convencerme.
¡Dios mío!, el estado de Washington, al otro lado del país. Se trataba de un sitio pequeño y alejado de todo, de mi hogar y de Christine, pero sabía que era la mejor opción que tenía en este momento. Me evitaría tener que ir a un centro de menores y estaría con alguien de mi familia, mi tía. Podría contarme cosas sobre mi padre, un perfecto extraño para mí y sólo sería un año, como ella había dicho. Después de graduarme seguiría con mis planes de la universidad y sería independiente económicamente. ¡Podría soportarlo!
–Sí, tía, acepto. Te agradezco mucho tu ofrecimiento–accedí finalmente.
El rostro de mi tía se iluminó y me abrazó torpemente. No parecía una mujer afectuosa, pero ¡claro!, yo era una perfecta desconocida para ella. Ya era bastante que me ofreciera acogerme con ella sin saber nada sobre mí. Eso decía que al menos sería buena persona.
–¡Me alegro tanto, Emma! Tienes que preparar tus cosas cuanto antes. Es necesario que partamos mañana, pero no te preocupes por todo lo demás, ya me encargo yo con el señor Fletcher. Tú sólo ocúpate de preparar el equipaje y descansar, has sufrido un shock muy grande para lo joven que eres. Pronto pasará todo, cielo– dijo y abrazándome de nuevo reanudó su conversación con el señor Fletcher.
Aterrizábamos en el aeropuerto de Sea-Tac justo al ocaso. Había intentado mantenerme serena en el viaje por no preocupar a mi tía, pero sentía que había dejado una parte importante de mí en Nueva York y realmente era así, porque no había podido contactar con Christine. Se la había tragado la tierra.
Mi tía no era muy habladora, cosa que en estos momentos agradecí, pero me contó que se dedicaba a la fotografía. Había estudiado en París y trabajaba en publicidad, pero que al volver a casa había decidido montar un negocio por libre en su ciudad natal. Estaba saliendo con un hombre desde hacía poco, pero me contó que la cosa parecía que funcionaba. Esto me preocupó un poco porque no sabía si a él le agradaría que mi tía me llevara a vivir con ella. No quería que por mi culpa la cosa saliera mal, pero aparentemente mi tía me confirmó que lo habían hablado y que todo estaba bien, y que además aún no habían pensado en vivir juntos, con lo cual no tendría que estar de por medio por el momento.
James, el novio de mi tía, nos esperaba en llegadas y acercándose se apresuró a ayudarme con mis maletas. Era un hombre bastante impresionante. Rondaría los treinta y algo y era alto y fuerte. Su cabello era rubio plateado y lo llevaba hacia atrás un poco largo por la nuca, pero lo que más me impresionó fue su mirada. Sus ojos grises eran fríos como el hielo y cuando los posó en mí sentí como si se me hubiera helado la sangre en las venas. Me observó con demasiado detenimiento, haciéndome sentir incómoda, hasta que Susan carraspeó y nos presentó.
–James, ésta es Emma, mi sobrina–dijo mi tía.
–Hola–dije.
–Se te ve muy apagada Emma, será mejor que te llevemos a casa. Estás cansada y todavía tenemos una hora de camino–dijo James y se dirigió hacia el parking.
Salimos de Seattle cuando anochecía y seguimos por la autovía hacia el norte, rodeados por todas partes por bosque. La zona era un pulmón verde, estando rodeada por numerosos parques nacionales. Si bien nos alejábamos de la costa, había agua por todas partes ya que numerosos ríos y lagos serpenteaban por la zona. El lugar me habría emocionado mucho más si fuera aficionada a los deportes de exterior, pero no era el caso. Además lloviznaba y tenía pinta de que ése debía de ser el clima típico por aquí, de ahí tanta frondosidad. Preferí no pensarlo y no darle más vueltas a nada más por hoy e intentar adaptarme a este nuevo lugar y a mi nueva familia.
Llegamos a mi nueva ciudad, tan pequeña que en población no llegaba ni a los catorce mil habitantes cuando sólo Manhattan albergaba a más de millón y medio. Desde luego realmente suponía un cambio. Vivíamos a las afueras, literalmente en pleno bosque, pero la casa era muy bonita. Era de madera y estaba pintada en colores pastel. Era tarde y estaba muy oscuro, por lo que decidí dejar la exploración para el día siguiente. James, tras subir mis maletas al piso de arriba, se despidió besando a mi tía en la sien. En cuanto salió de la casa noté que me relajaba. Ese hombre tenía algo que me ponía en tensión, pero suponía que se debía a que aún no le conocía bien. Seguro que con el tiempo acabaría habituándome a él.
Mi tía me enseñó mi habitación. Era bastante amplia y tenía una cama grande y un armario bastante espacioso. También tenía un escritorio con su silla frente a un ventanal impresionante con vistas al bosque. Me gustaba, y además tenía mi propio baño con acceso desde la habitación. Eso era un extra que no había tenido ni en Manhattan. Se trataba de un baño pequeño con mampara de ducha, aseo y lavabo, pero al menos sería de uso exclusivo mío. Estaba tan agotada que ni siquiera quise comer y mi tía no me insistió. Me dijo que al día siguiente tendría que ir al instituto, salvo que estuviera muy cansada, y yo le aseguré que iría. Cuanto antes pasara el trago del primer día, mejor.
Esa noche comenzaron esos sueños. Me encontraba en el bosque en plena noche y andaba descalza sobre la hierba húmeda. Llevaba un vestido blanco, vaporoso, que se agitaba con el aire entorno a mí. Estaba sola, pero me sentía observada. Avancé, internándome en el bosque, y oí un murmullo cerca de mí. Me giré y de pronto distinguí unos ojos entre los árboles. Esos ojos enormes me observaban, inquietantes e imposibles. Eran de color verde y brillaban en la oscuridad, como si se tratara de los ojos de un depredador. Entonces me desperté jadeando y no pude dormir más en toda la noche…