CAPÍTULO XX
Pasé todo el día en mi habitación, leyendo información en el ordenador y pensando qué hacer. Llevaba todo el día intentando conectar con Robb, pero sin éxito. A medida que pasaban las horas y seguía sin saber nada de él, mi desesperación aumentaba y notaba escalofríos bajo la piel y en mi estómago. También influía que estaba agotada y que había rechazado todas las comidas que me habían traído, bloqueando al final la puerta de mi habitación con el escritorio para que me dejaran tranquila. Estaba anocheciendo y me tumbé en la cama buscando a Robb. ¿Cómo era posible que llevase casi un día inconsciente? ¿Le tendría aún sedado o le había ocurrido algo serio? No, no podía pensar en lo peor, James podía ser el ser más vil del universo, pero no mataría a Robb sin más, no sin antes intentar que me entregara o que él confesara dónde estaba escondida. De pronto alguien golpeó con los nudillos en mi puerta. Supuse que sería Cloe, que me traía la cena. Volvieron a llamar, pero no me apetecía levantarme ni tener que explicar por décima vez consecutiva que tenía el estómago en un puño.
–¡Emma, ábreme! Soy Miguel–se oyó a través de la puerta.
Me incorporé en la cama. Entonces, ¡había vuelto!, ¡habían abandonado la búsqueda! Volví a dejarme caer sobre la cama, furiosa.
–Emma, sé que estás ahí. ¡Ábreme!–repitió con un tono más autoritario.
Todo estuvo en silencio unos minutos, justo ahora estaba muy furiosa como para abrir y definitivamente no quería verle.
–Si no abres, tiraré la puerta abajo–amenazó entonces, enfadado.
No pensaba abrir. No creía que fuera en serio, se cansaría y se iría. Sólo quería que me dejaran en paz para intentar localizar a Robb, ¿tan difícil era de entender? En cualquier momento podría despertar y tendría que estar disponible al cien por cien para él.
De pronto oí un fuerte golpe y el crujido de la madera quebrándose. Me incorporé agitada y salí precipitadamente a la antesala. Miguel acababa de entrar, arrancando la puerta de las jambas y mandando el escritorio al centro de la habitación. Me miraba enfadado y su actitud volvía a ser como de costumbre sumamente arrogante.
–¡Has destrozado la puerta!–dije furiosa.
–Te advertí que lo haría si no me abrías–siseó.
–No me apetecía ver a nadie, ¿es que no te ha quedado claro cuando no te he abierto?–respondí, notando que mi ira iba en aumento.
–Cloe me ha dicho que llevas aquí desde ayer, que no has probado bocado y que ni siquiera has dormido, ¿qué se supone que vas a conseguir con eso?–dijo visiblemente furioso.
–Estoy intentando localizar a Robb, yo aún no me he dado por vencida–le reproché.
–¡Ya entiendo!, ¿insinúas que yo sí? Es eso, ¿no?, ¿crees que ha sido por mi culpa?–siseó –Al menos yo no voy por ahí haciéndome la víctima, dejando de comer y de dormir para llamar la atención–.
Su acusación colmó mi paciencia.
–¿Para llamar la atención?, ¿cómo puedes decir eso? ¡Sal de aquí ahora mismo!–le ordené, ofendida.
Miguel me miró con esa sonrisa de suficiencia que me provocaba ganas de arrearle en la entrepierna.
–Te olvidas de que estoy en mi casa–dijo con un tono cortante.
–Tienes razón–admití –Entonces la que se va soy yo–.
Y sin esperar su reacción me lancé por el balcón. Aterricé en el suelo y eché a correr a toda la velocidad por el jardín. Aún llovía y mis pies descalzos chapoteaban en los charcos que se habían ido formando durante el día. Y entonces él estaba ya allí y me agarraba del brazo, deteniéndome.
–¿Por qué huyes de mí?– dijo, ahora mirándome apesadumbrado.
Entonces, al verle vulnerable, también me sentí yo así y la situación me desbordó. Toda la desesperación que llevaba acumulada desde ayer se me vino encima y finalmente las lágrimas que no habían querido salir hasta ahora, encontraron la ruta de escape. Miguel me contemplaba mientras lloraba, consternado, y entre tanto ambos nos empapábamos bajo la constante lluvia. No quería que me viera así, me avergonzaba parecer débil, pero lo que sentía sobre todo era una ira tremenda hacia él. Me solté de su agarre y me lancé contra él, golpeando su pecho con mis puños.
–Me dijiste que le traerías de vuelta, ¡y te creí!– grité, con la vista nublada por las lágrimas y la lluvia.
Volví a lanzar mis puños contra su pecho y él se dejó hacer, una y otra vez, sin moverse y sin decir palabra.
–¿Por qué has vuelto sin él?, ¿por qué te has dado por vencido?–sollocé.
Noté que me venía abajo, estaba demasiado agotada incluso para sostenerme. Me escurrí desde su pecho hasta el suelo y me hice un ovillo, rodeando mis piernas con mis brazos. Miguel se agachó junto a mí y esperó a que me calmara y dejara de llorar.
–¡Lo siento!, sé que crees que te he fallado, pero quiero que sepas que estoy haciendo todo lo posible por encontrarlos. He vuelto porque desde aquí tengo más medios para localizarlos, pero he dejado allí una unidad que continuará buscándolos. Y pensé que quizás… tú me necesitarías aquí–dijo con voz grave.
Levanté mi rostro y ahí estaba él, disculpándose, cuando lo que había pasado no era culpa suya. Y no sólo eso, sino que además no me cabía la menor duda de que había hecho todo lo que estaba en su mano para buscar a Robb ¿Cómo podía haber sido tan mezquina con él? Lo peor era que sabía la respuesta, nuestra relación era así, ver cómo podíamos hacernos daño el uno al otro. Había que ponerle fin a esa conducta.
–Miguel–dije, mirándole–¡Perdóname! No sé cómo he podido tratarte así, tú no te lo mereces, desde que te conozco me has ofrecido todo lo que posees para ayudarme y yo…–.
–¡Shhh!–dijo Miguel levantando su mano y poniendo los dedos en mis labios para que no siguiera, dando a entender que no necesitaba escucharlo.
Retiré su mano de mi boca, con suavidad.
–Déjame continuar, por favor, necesito decirlo. Yo siempre te he tratado fatal, nunca te he dado las gracias por nada y lo siento, lo siento de verdad– conseguí explicar antes de que las lágrimas volvieran a inundar mis ojos.
–En realidad me lo he buscado, ¡no te lo he puesto nada fácil!–me confesó.
Intentó limpiarme las lágrimas con los puños de su camisa, que estaba empapada por la lluvia.
–¡Ven!–dijo–, encontraremos algo seco dentro–.
Me tomó de la mano y volvimos a subir por el balcón hacia mi habitación. Una vez dentro Miguel cogió unas toallas del baño y me pasó una, mientras él se secaba con la otra.
–Cámbiate y ven a cenar conmigo–dijo mientras se secaba.
–Miguel, no puedo comer, tengo el estómago en un puño– me excusé.
Se acercó y me cogió el rostro, examinándome con detenimiento.
–Pues inténtalo, ¿crees que a él le gustaría verte así?– dijo, disgustado aparentemente por mi aspecto.
Me liberé, pero accedí a acompañarle.
–Voy a cambiarme y a pedir que nos preparen algo de comer. Vengo a recogerte en diez minutos–dijo.
Y salió de la habitación, levantando el escritorio y colocándolo en su lugar a su paso.
Intenté contactar con Robb de nuevo, pero sin éxito, de modo que pasé al cuarto de baño y me quité la ropa húmeda. Me desenredé el pelo que se me enroscaba húmedo por la espalda y me miré al espejo, ¡tenía un aspecto lamentable! Estaba aún más pálida de mi habitual palidez, tenía los ojos dilatados y llorosos y manchas rojas en las mejillas por haber llorado. Me lavé con agua fría la cara y me dejé el pelo húmedo, pero al menos desenredado, porque no había tiempo de secarlo. Fui al armario y cogí lo primero que pillé, unos vaqueros y una camiseta.
Entonces oí ruido en la entrada y cuando me asomé, Miguel estaba colocando la puerta en las bisagras. Parecía que no la había roto después de todo, sólo la había arrancado de los jambas para entrar. Llevaba unos vaqueros y una camisa azul cielo, a juego con sus ojos, arremangada hasta los codos. Me recorrió con una mirada perezosa y se detuvo en mis pies, sin zapatos.
–¡Ah!, dame un minuto– dije avergonzada.
Me calcé un par de bailarinas y salimos juntos al pasillo. Miguel me condujo al piso de arriba.
–¿Dónde vamos?–le pregunté.
–A mi habitación, ¿recuerdas que te había prometido una visita guiada?–dijo con una sonrisa traviesa.
–Miguel, no empieces–le advertí.
–Tranquila, es que Cloe había pedido que me sirvieran allí la cena y no les iba a hacer cambiar todo. Pero te prometo que me comportaré–dijo esta vez con mirada inocente.
Me sentí un poco incómoda por tener que estar a solas con él en su dormitorio, pero no quería que él lo notara, con lo que intenté parecer despreocupada.
–¿Cuándo has llegado?–le pregunté para evitar que quedásemos en silencio.
–Una media hora antes de ir a verte, sólo tuve tiempo de ver a Cloe, que me puso un poco al día de lo que había pasado por aquí–dijo, refiriéndose seguramente a que le había informado sobre mí y mi cerramiento–Estoy hambriento, sólo he tomado un café esta mañana y ayer no tuvimos tampoco mucho tiempo para entretenernos pensando en comer–dijo despreocupado.
–Lo siento–dije.
Y pensé que posiblemente Robb tampoco había comido nada en todo ese tiempo y me sentí fatal por ello, ahora entendía lo que me había querido decir Miguel cuando yo me negaba a comer.
Abrió la puerta de su habitación y me quedé con la boca abierta, ¡más que una habitación era una magnífica suite! Tenía un salón enorme, con sus sofás y su televisión panorámica, un anexo con aparatos de musculación y una cinta de correr y al fondo de la estancia había una mesa con sillas junto a un gran balcón con vistas al jardín. La puerta del dormitorio estaba entreabierta y pude ver una cama de unos dos metros de ancho y las puertas de un enorme vestidor. Supuse que el baño tendría hasta jacuzzi. Sin duda no podía llamársele un cuartucho.
–¡Vaya!–dije–, empiezo a entender lo de la visita guiada–.
Conseguí que soltara una carcajada.
–¡Ya me conoces!, me gusta impresionar a las chicas–dijo satisfecho.
Avanzó hasta la mesa, donde habían dispuesto la cena y un único cubierto. Parecía que no había sido idea de Cloe que yo me uniera a él para cenar. En ese momento llamaron a la puerta y entró Sara. Traía una bandeja con el otro cubierto. Su cara pasó de estar iluminada a apagarse completamente al encontrarme allí.
–Sara, gracias, pero no tenías que haberte molestado tú, ya se lo había pedido al servicio–dijo Miguel.
–Lo sé, sólo quería asegurarme de que todo había ido bien en Nueva York. David no me ha contado demasiado sobre vuestra operación y quería verte por si necesitabas algo más–dijo, mirándome de refilón.
–Gracias, no necesito nada más. Mañana pasaré por tu despacho y hablaremos–la despidió Miguel.
Y Sara, reticente, se giró y salió de la habitación. Me sentí fatal por ella, era evidente que Miguel ni siquiera la veía de ese modo, sólo la trataba como a cualquiera de sus oficiales. Intenté imaginar qué sería de mí si amara a Robb como le amaba y él no me correspondiera por mucho que yo intentara captar su atención. Posiblemente acabaría volviéndome loca. Súbitamente sentí curiosidad por esa extraña relación entre Sara y Miguel, quizás podría echarle una mano a la chica después de todo...
–Miguel, ¿desde cuándo conoces a Sara?– pregunté como si no me interesara el tema demasiado.
Él pareció sorprendido por el giro de la conversación. Separó mi silla de la mesa, indicando con la mano que me sentara y después me ayudó a arrimarla a la buena distancia de la mesa. Su comportamiento era muy educado para lo que me tenía acostumbrada.
–Creo que desde que éramos niños–respondió finalmente– Entiendo que no te caiga demasiado bien, Cloe tampoco simpatiza con ella, pero a pesar de su carácter no tiene precio como jefe de seguridad–me explicó.
¡De modo que ésa era su misión en la base! y lo de andar detrás de Miguel como un perrillo faldero era su forma de intentar que se fijara en ella… Estaba convencida de que no era la forma más eficaz de llamar la atención de Miguel.
–Es guapa–dije–¿Habéis salido alguna vez?–.
Miguel me miró intrigado, arqueando una ceja.
–¿Quieres hablar de mis citas? No tendríamos con una noche–fanfarroneó.
¡Vale!, mejor no tentar a la suerte porque podía empeorar las cosas.
–¡No!, déjalo estar, sólo era curiosidad mórbida–dije sirviéndome un poco de ensalada.
–No, no he salido con ella–me confesó tras un silencio incómodo mientras llenaba mi copa de agua–No suelo buscar relaciones en la base, ¡ya sabes!, por si no sale bien… prefiero hacerlo fuera de este ambiente, como cuando te conocí a ti–.
¡Estupendo!, ya lo había empeorado. Este tema me convenía aún menos que el de Sara, pero aun sabiendo que me provocaba a propósito, reaccioné cómo él esperaba y entré al trapo.
–¡Entiendo!, es más fácil un “ha sido genial enrollarme contigo, ya te llamaré”, que esforzarse en que la relación funcione –dije con ironía.
Plantó los cubiertos en el mantel con suavidad y se inclinó hacia mí, apoyando los codos en la mesa.
–¡Vaya!, pensaba que también era tu estilo porque eso es exactamente lo que tú me hiciste aquella noche–dijo divertido.
¡Cómo era posible que aún en una situación como la que teníamos consiguiera irritarme tanto!
–No es mi estilo en absoluto, yo no me estaba enrollando contigo, sólo quería entretenerte para que los demás pudieran llevarse a Snake–expliqué alterada.
–De haber querido sólo entretenerme, te habría bastado con charlar amistosamente conmigo. Ya tenías mi atención y sin embargo te lanzaste sobre mí,… yo a eso le llamaría enrollarse–continuó cada vez más animado.
–Lo hice porque mi amiga Lily estaba en el local y me iba a descubrir. No podía dejar que nos viera juntos y se destapara todo. No se me ocurrió otra cosa y a ti, la verdad, no pareció importarte demasiado en ese momento–concluí disgustada.
–Yo no he dicho que me importase, de hecho me gustó bastante porque, como tú dices, ése es mi estilo–dijo él, mordaz.
–Vale, sé que me la tienes jurada desde ese día, así que ¡suéltalo! Dime qué es lo que hice que te molestó tanto–exigí furiosa.
–Adivínalo–me pidió mirándome intensamente.
–Miguel, no estoy para juegos. Lo siento, me voy a acostar–dije.
Me levanté de la mesa, enfadada y cansada. Miguel se levantó a la vez que yo y me sujetó por los brazos. Su expresión había cambiado, ya no era desafiante ni engreída, sino apesadumbrada. Sus cambios de humor me estaban desquiciando porque no conseguía seguirle el ritmo.
–Lo siento, la discusión se me ha ido de las manos. De verdad, no sé en qué estaba pensando… Siéntate, por favor, aún no has comido nada–suplicó.
Me quedé mirándole, confusa. No me apetecía nada quedarme pero aún no había conseguido hablar con él de lo que había ocurrido y tenía que hacerlo, quería proponerle algo. Me senté de nuevo en la silla y esto le relajó.
–Bueno, y ahora si te parece vamos a intentar comer algo mientras ideamos un plan para rescatar a Robb–dijo, guiñándome un ojo.
Su comentario hizo que me olvidase por completo de la discusión anterior y bastó para convencerme de que estaba de mi lado y que no abandonaría a Robb.
–De acuerdo–le dije sonriendo por primera vez desde la emboscada.
–Deberías sonreír más a menudo, te favorece–dijo mirándome de reojo y de pronto volvió a cambiar de tema– ¿No has podido contactar aún con Robb?–.
–No, llevo todo el día intentándolo, pero no le encuentro–le expliqué.
–¿No os habréis desvinculado?– preguntó entonces Miguel.
–¡No!–exclamé y luego continué más moderada–No lo sé y yo lo sabría de ser así, ¿no?–.
–Lo deberías sentir, sí, y además perderías sus aptitudes al romperse el vínculo. Lo normal también es que te viniera a la mente sus palabras cuando el vínculo se rompe–explicó.
–Creo que no ha pasado nada de eso–dije, aliviada.
–Pues entonces es que aún estará drogado–siguió Miguel–Quizás le han mantenido así hasta alcanzar su destino. Es más fácil pasar desapercibido, igual que nos pasó a nosotros con Snake–.
–Miguel, sospecho que James los tiene en Canadá. En la casa donde vivía con Susan tenían unos billetes de avión y documentación falsa preparada para llevarme allí. No creo que fuera casualidad, quizás tenía planeado realizar el sacrificio en alguno de sus escondites por la zona y no creo que haya cambiado de planes en ese aspecto– dije, atrayendo la atención de Miguel.
–¿Dónde te iba a llevar exactamente?–preguntó.
–No lo sé con exactitud, pero el vuelo era a Quebec, con lo que entiendo que deberíamos de buscar en la zona. He estado estudiando unos documentos que le robé a James donde están los planos de varias de sus bases e instalaciones, pero no hay localizaciones. ¡Podría ser cualquiera de ellas!–dije.
–Necesitamos algo más concreto, como unas coordenadas. Podríamos planear una incursión aislada si supiéramos exactamente dónde se encuentra, pero no estamos dimensionados para un enfrentamiento directo, eso sería un suicidio. No sé de cuántos hombres dispone James, pero nosotros sólo somos una centena y jugamos con desventaja, porque ellos nos verían venir–dijo.
–Lo sé. La mejor solución es que consiga comunicarme con Robb para que me revele su localización y la información que conozca sobre las defensas de James. Pero Miguel, tenemos que actuar rápido, James pretende torturarle, le va a llevar hasta el límite para que me entregue, lo vi en un sueño–le expliqué.
–¿Tienes sueños premonitorios?–preguntó.
–Sí, los tenía. Hace bastantes días que no he vuelto a tenerlos, pero tampoco me he centrado mucho en el tema con tanto jaleo– dije.
–Si consigues tener alguno, podría ser otra vía de información útil. Quizás pueda ayudarte Cloe a avanzar con el tema, ella puede hacer que te concentres mejor–dijo.
–De acuerdo, le pediré que me ayude. Miguel, ¿qué sabes de James? Robb no me ha contado demasiado sobre él, salvo que es el primero del infierno y un tipo bastante cruel. Le ha estado investigando pero tampoco había descubierto nada relevante hasta que yo aparecí en escena. ¿Cuál es la versión que circula por tu lado?– pregunté con curiosidad.
–James ciertamente tiene fama de depredador, despedaza sin miramientos al que se le pone por en medio. Ahora tiene el poder, pero ha conocido etapas peores y no creo que quiera volver a quedar relegado al segundo puesto–explicó Miguel.
–¿Cómo?, ¿no ha sido siempre el jefe?–pregunté intrigada.
–No, de hecho su nombramiento es más bien reciente, no hará más de veinte años. Antes era el segundo al mando y no lo llevaba demasiado bien. Es un tipo ambicioso y se dijo que algo tenía que haber maquinado en la destitución del primero del infierno, pero todo eran conjeturas. Su predecesor fue hallado culpable de traición y recibió como castigo la muerte. Fue entonces cuando nombraron jefe a James, que como imaginarás no es su verdadero nombre, pero se hizo llamar así para cambiar un ciclo en su larga vida–relató Miguel.
–Y ¿qué tal se lleva con tu padre? Supongo que en los consejos tienen que saltar chispas, ¿no?– pregunté.
–Pues debe de haber problemas. Mi padre había negociado una tregua con el predecesor de James y aparentemente ambos bandos se estaban comportando, pero James no está por la labor, lleva mucho tiempo intentando romper la tregua. Entiendo que no busca abrir un combate directo, porque lo habría hecho ya, pero está creando mal ambiente en el consejo y extendiendo una política de abuso de poder en sus tropas que acabarán por desencadenar de nuevo enfrentamientos–respondió.
–Y ¿es ahí donde intervengo yo?, ¿quiere mis aptitudes para hacerse más fuerte y venceros?– pregunté.
–Es posible, desde luego no las va a utilizar para firmar la paz–contestó Miguel.
–Entonces hay algo que no entiendo, si tu padre me tenía escondida para que no me encontrara James, ¿por qué no lo hizo en un sitio como éste donde él nunca podría haberme encontrado? ¿Por qué correr el riesgo de dejarme en un sitio como Nueva York al cuidado de una anciana?– pregunté contrariada.
–Emma, creo que ésa es una buena reflexión. Mi padre no se habría arriesgado a dejarte tan desprotegida. Apuesto a que estabas en poder de un tercero. Esa mujer, tu abuela, tendríamos que averiguar qué papel tenía en esta historia, quizás eso nos ayudaría a comprender tu pasado– dijo con un brillo de intuición en sus ojos.
–De acuerdo, pero si como dices se han sacrificado a primeros hay otra cosa que es más urgente investigar, ¿cómo se puede matar a un inmortal?–pregunté
–Hay leyendas, pero no he visto una ejecución de un primero en mi vida. Claro que yo sólo tengo diecinueve años, que es un nanosegundo en la historia de nuestra gente–dijo– ¿En qué andas pensando?–.
–En que vamos a recuperar a Robb y después de eso no quiero tener que seguir huyendo toda mi vida, voy a dar con James y, cuando sepa cómo hacerlo, le mataré aunque tenga que pasar por encima de medio infierno para hacerlo–dije furiosa.
–¿Sabes?, para ser el Equilibrio tienes un pelín desarrollado el sentido de la venganza. Pero, ¡qué diablos! yo nunca rechazo una buena pelea con esa panda de demonios. Conecta la antena, nena, tenemos una base que localizar– me animó.