CAPÍTULO III
A la mañana siguiente bajé temprano a la cocina y encontré a mi tía Susan preparando café.
–Buenos días, tía–dije acercándome.
–Hola, Emma. Iba a subir ahora a despertarte, pero te me has adelantado ¿Has descansado?–preguntó mirándome con detenimiento.
–No demasiado–admití.
–Es normal, es mucho cambio–dijo–Siéntate, desayunaremos juntas–.
Tomamos café con tostadas y mi tía me estuvo contando que trabajaba desde casa normalmente. Tenía por el momento un par de encargos que le llevarían un tiempo y no solía ir mucho al centro. De todos modos hoy me llevaría al instituto y me recogería y en el futuro podría desplazarme en bicicleta. Aparentemente el instituto sólo estaba a unos cuatro kilómetros de casa y en los días de lluvia podría tomar prestado su coche para que no me mojara. Me contó que James era policía y trabajaba en la comisaría de la ciudad. Sin poder evitarlo pensé que seguro que era el que hacía de poli malo en los interrogatorios porque el papel le iba al pelo. Aprovechando que mi tía estaba habladora pensé en sacarle algo de información sobre mis padres.
–Tía, entonces ¿en esta casa crecisteis tú y mi padre?–pregunté curiosa.
–Sí. La han reformado desde entonces, por supuesto, pero en esencia es mi hogar y me trae muchos recuerdos–dijo.
–¿Cómo era mi padre?–pregunté con curiosidad.
–Era un encanto. De niño era travieso, pero muy cariñoso. Siempre fue un buen hermano para mí, muy protector y cuando crecimos se convirtió en un buen hombre. Tenía mucho éxito con las chicas, claro que fue tu madre la que le robó el corazón. Ella era muy hermosa también, como tú–dijo.
–¿La conociste bien?–pregunté satisfecha de obtener por fin cierta información.
–No, Emma. Yo ya estaba en Europa cuando se conocieron. Sólo vine para su boda y …no nos volvimos a ver–dijo bajando la mirada.
–Entiendo–dije.
–Toma, tengo algo para ti que te gustará–dijo y me puso un saquito de terciopelo en la mano.
Lo abrí y extraje un pequeño colgante en forma de cruz, de color negro y de un mineral que no logré identificar. Lancé una mirada inquisitiva hacia mi tía.
–Era de tu padre. Me lo dio cuando me fui a París, para que le recordara. Creo que deberías llevarlo tú–dijo y cogiéndolo de mi mano me lo anudó en el cuello.
–Gracias, me encanta–admití.
También me había puesto el corazón de plata de mi madre que descansaba sobre mi pecho. Así llevaría algo de ambos cerca de mí. Hoy sería un día duro puesto que no se me daba muy bien sociabilizar, con lo que cualquier ayuda por muy simbólica que fuera era bienvenida.
El instituto estaba un poco retirado del centro, pero tenía unas instalaciones estupendas con un buen parking, un polideportivo y pistas para practicar distintos deportes. Llegamos pronto, pero ya empezaban a llegar estudiantes al centro y se notaba que cobraba vida. Mi tía me acompañó a secretaría y les entregó mi expediente que había traído desde el otro instituto. Rellenamos una serie de formularios y me entregaron el horario de mis clases. Me incorporaba al final del segundo trimestre, pero venía de un instituto avanzado y no creía que me costase demasiado hacerme con el temario. Me preocupaba bastante más cómo encajaría socialmente.
Mi tía se despidió y me dijo que me buscaría en el parking a las cuatro, cuando finalizaran mis clases. Me aproximé por el pasillo hacia mi primera clase e inspirando con fuerza entré en el aula. Los estudiantes que estaban ya en sus pupitres levantaron la mirada y se quedaron observándome. Me sentí bastante avergonzada, sin saber a dónde dirigirme. De pronto una chica rubia de ojos azules se levantó sonriente y se dirigió a mí.
–Hola, soy Lily Walter. Tú debes de ser la chica nueva–dijo tendiéndome la mano.
–Hola, soy Emma Newmann–dije estrechando su mano.
–Emma, ¡bonito nombre! ¿Por qué no te sientas conmigo?–dijo señalando un pupitre libre, a su lado.
–¡Claro!, gracias–accedí.
Lily me gustó enseguida. Me recordó a la primera vez que vi a Christine, porque ella también intuyó mi timidez y se acercó a mí facilitándome las cosas. Lily era igual y también parecía muy extrovertida. No me hizo demasiadas preguntas y me fue presentando a todos y cada uno de los alumnos de la clase, que me miraban como si les fascinara mi persona. No estaba en absoluto acostumbrada a esto, ya que siempre había pasado inadvertida en el instituto.
Durante el almuerzo nos sentamos con otro grupo de chicos y chicas. Un chico de cabello rubio oscuro, bastante atractivo, se sentó a mi lado y se giró hacia mí extendiendo su mano.
–Hola, soy Zack. Creo que Lily no ha sido lo bastante considerada como para presentarnos–dijo con una sonrisa radiante.
–Hola–dije estrechando su mano.
No estaba muy acostumbrada a hablar con chicos y mucho menos como éste, pero me pareció el tipo de chico popular con el que sería fácil entablar conversación e intenté relajarme.
–No te he presentado a Emma a propósito–intervino Lily –Eres un peligro–.
–¡No le hagas caso!–dijo Zack mirándome intenso– Soy un encanto, ya lo descubrirás–.
–Sí, ¡menudo encanto!–dijo Lily haciéndose un hueco en el banco entre los dos y desplazando a Zack.
–De acuerdo, pillo la indirecta y os dejo a solas. Ya nos veremos, Emma–dijo guiñándome un ojo.
Y dicho esto se levantó y se largó con su bandeja.
–¡Menuda pieza! Intentará ligar contigo y ya te aviso que es un rompecorazones–dijo Lily.
–Gracias. No estoy acostumbrada a que la gente se fije en mí, estoy un poco intimidada–dije.
–No te preocupes, eres la novedad, pero en unos días se les pasará y te dejarán tranquila. ¿Quieres que hagamos algo después de clase? Podría enseñarte la ciudad, no es que haya mucho que ver, pero al menos te enseñaré lo que solemos hacer por aquí– se ofreció amablemente.
–Hoy no puedo, viene mi tía a buscarme después de clase. Pero si mañana estás disponible me encantaría–propuse esperando que aceptara.
–Pues claro, mañana estará bien–dijo.
Mi tía vino a recogerme puntual y camino a casa me estuvo preguntando sobre mi primer día de instituto. Afortunadamente no había ido nada mal, gracias a que Lily me estaba ayudando a integrarme completamente. El día había abierto y los rayos del sol comenzaban a filtrarse entre las nubes. No tenía mucha tarea para el día siguiente y decidí que sería la ocasión perfecta para explorar la casa y los alrededores. Salí de la casa y recorrí el pequeño jardín. El bosque nos rodeaba, misterioso, y sentí una atracción intensa de adentrarme en él. Me fui acercando a la linde sin atreverme a atravesarla por completo. El sol se filtraba entre las copas de los árboles y levanté mi rostro para que sus rayos me acariciaran y me infundieran valor. Una ligera brisa sacudía las ramas, que producían un sonido suave y relajante al mecerse. Mi larga melena se agitaba al viento y a pesar de estar en un entorno tan distinto de mi hogar, me invadió un sentimiento de libertad que no había experimentado nunca antes. Y entonces me sentí llena de energía y, armándome de valor, me adentré en el bosque. No quería alejarme mucho porque podría desorientarme, con lo cual no perdí de vista la casa en ningún momento. Di un paseo, rodeando la casa y respirando el olor a tierra húmeda, a madera y a musgo. Desde luego era un sitio increíble y creía que podría adaptarme a vivir en él. De pronto percibí algo y mi cuerpo se puso alerta sin saber por qué. Me sentía observada, como en mi sueño. Era absurdo, pero me entró miedo y decidí volver al jardín, a territorio seguro. Una vez allí pasé un rato ojeando el álbum de recortes que me había regalado Christine hasta que se puso el sol y refrescó y entré en la casa.
Esa noche, nada más dormirme, volví a tener el mismo sueño. Estaba en el bosque y me vigilaban y cuando huía me sentía observada por esos misteriosos ojos verdes. Sin embargo la sensación de inquietud que había sentido la noche anterior se había transformado en otra cosa. Ansiaba descubrir a quién me miraba y ya no sentía miedo, sino una curiosidad abrumadora por el propietario de esos ojos inquietantes. Sin duda estos sueños comenzaban a preocuparme.
Al día siguiente fui al instituto en la bicicleta que me había conseguido mi tía. No había más de cuarto de hora de trayecto y me vendría bien hacer un poco de ejercicio. Lily me esperaba en el parking, donde había aparcado su pequeño todoterreno. Había conseguido que nos sentáramos juntas en casi todas las clases y fue un alivio para mí, porque Lily me caía bien y me encontraba bastante a gusto con ella. Después de clase fuimos hacia el centro y me enseñó dónde estaban la biblioteca, los cines, la zona de tiendas y la cafetería más frecuentada por la gente del instituto: Chancey’s. Entramos a tomar algo y efectivamente el lugar estaba abarrotado. No había mesas libres y nos dirigíamos a la barra cuando Zack nos hizo señas desde una mesa. Estaba con otros dos chicos y nos acercamos a saludar.
–Sentaos con nosotros– nos ofreció Zack.
–De acuerdo–dijo Lily, sentándose y entablando conversación con el chico a su derecha.
–¿Y bien? Espero que nuestra ciudad te haya cautivado. Como ves, no tiene mucho que envidiar a Nueva York–dijo Zack dirigiéndose a mí en tono irónico.
–¡No está mal! Creo que sólo le falta algún que otro rascacielos para darle un aire un poco más chic–dije siguiendo la broma.
–De eso nada. Tenemos las mejores montañas a nuestro alrededor y no creo que la vista envidie nada a la del Empire State Building. Cuando haga mejor tiempo te lo demostraré. Podríamos hacer escalada, ¿te gustaría?–dijo acercándose más.
–No lo sé, nunca he probado, pero no soy muy buena en los deportes en general, será mejor que empiece con algo más suave–confesé un poco avergonzada.
–Sin problema, también me gustan las cosas suaves–dijo Zack retirando un mechón de cabello de mi rostro.
Su contacto hizo que me sonrojara y me aparté un poco. Lily, que pareció advertir la situación, nos incluyó hábilmente en la conversación y así evitó que Zack siguiera flirteando conmigo.
Cuando salimos de Chancey’s, me dirigí a por mi bicicleta para volver casa. Según quitaba el candado sentí que me estremecía, sin duda estaba refrescando. Entonces me fijé en un motorista que atravesaba en ese momento la avenida. Llevaba una preciosa Harley y no pude evitar seguirle con la mirada. Parecía un tipo alto y fuerte y me quedé con las ganas de haberle visto más de cerca. Me daría pánico conducir una moto y sin embargo los moteros tenían un atractivo intrínseco para mí, siempre me habían parecido sexis y peligrosos.