CAPÍTULO IV
Cuando llegué al instituto a la mañana siguiente, me sorprendió encontrar la Harley aparcada en el parking. Barrí con la mirada el lugar buscando al motero misterioso, pero no había ni rastro de él. Me quedé allí, alerta, esperando a Lily y nos dirigimos juntas a clase.
–¿De quién es esa Harley?–le señalé según pasábamos.
–No lo sé. Nunca me había fijado en ella, la verdad, pero yo no sé mucho de motos. Pregúntale a Zack, quizás él tenga identificado al propietario–respondió sin darle mucha importancia.
En clase nos dieron el calendario de los exámenes de fin de trimestre y en el ambiente comenzó a sentirse un agobio general. Ya tenía plan para esta tarde, me pondría a hincar codos en la biblioteca.
Después de clase me dirigí como había planeado a la biblioteca pública y fui sola porque mis nuevos amigos habían preferido ir a pasar la tarde a Chancey’s en lugar de ponerse a estudiar. Tendría que haberme unido a ellos si lo que quería esta vez era integrarme correctamente en un grupo normal y no ser catalogada como la friki de Emma, pero al día siguiente teníamos examen de Biología y por naturaleza mi carácter responsable prevalecía en estos casos. Decliné la invitación, pero al menos me habían invitado… esta vez.
Había bastantes adolescentes en la sala de lectura aprovechando la wifi gratuita para conectarse con sus portátiles y tabletas. Otros estaban conectados a los ordenadores de la sala preparando trabajos o navegando en internet. Realmente los libros que nos rodeaban parecían más bien un adorno que un artículo de necesidad, eran el recordatorio de que aquello en realidad no era un cibercafé, sino una biblioteca de las de antes, con una bibliotecaria con gafas y moño que de vez en cuando te sermoneaba en bajito para que se guardara silencio. Rellené los papeles para formalizar mi carnet de usuario y cuando lo tuve listo busqué un sitio que me agradara en la sala de lectura para pasar la tarde.
Finalmente me instalé en una mesa que estaba vacía hacia el fondo, buscando mi localización favorita junto a la ventana. La verdad es que era un poco maniática al respecto y lo sabía, pero prefería tener luz natural a pesar de que la luminosidad no durara demasiado porque se estaba poniendo feo afuera, como si fuera a desencadenarse una tormenta.
Saqué mi portátil y descargué los apuntes de biología del segundo trimestre de la página web del instituto. Llegar a mitad del curso a un instituto nuevo no era una experiencia sencilla para una adolescente. Los profesores ya conocían a los alumnos y los alumnos a los profesores y sus métodos. Para mí suponía empezar de cero, es decir, se trataba de una lucha contra los elementos. Tenía que ponerme al día rápidamente porque en las próximas dos semanas pasaría los exámenes finales antes de las vacaciones de primavera. Bueno, quizás estaba exagerando un poco, si de algo podía sentirme segura era de que podría hacerlo porque el tema académico no suponía mucho esfuerzo para mí. Siempre había retenido la información muy fácilmente, sin tener que memorizarla hora tras hora como les sucedía a otros chicos de mi edad. Mi abuela siempre decía que era brillante en los estudios, como era obvio que lo era en otros muchos ámbitos, pero yo siempre había pensado que se trataba de amor de abuela ya que yo no veía nada obviamente brillante en ningún otro aspecto de mi misma. Yo era tímida, insegura y bastante sosa y me costaba sociabilizar con la gente, al menos eso era lo que había experimentado hasta que llegué al nuevo instituto. Aunque después de todo lo que había pasado en la última semana ya no me importaba lo que pensasen de mí y quizás lo mejor era pasar desapercibida.
Nadie levantó la cabeza para mirarme o cuchichear al verme entrar en la biblioteca. Me pasé un par de horas revisando los apuntes, pero fueron productivas, pues me puse a nivel con el trimestre de Biología. En definitiva gran parte del temario coincidía con el de mi antiguo instituto, lo que me facilitó mucho estudiar para el examen.
Cuando levanté la mirada de la pantalla me di cuenta de que la biblioteca estaba bastante despejada. Sólo quedaban todavía unos chicos dos mesas más allá de la mía. Eran sólo las seis y media, con lo cual tenía margen antes de la hora de la cena. Seguí navegando por internet un poco más porque en casa era imposible ya que mi tía no tenía conexión. Me resultaba algo difícil de entender hoy en día, especialmente para una persona joven que tendría que ver sus ventajas, aunque fuera sólo desde el punto de vista profesional.
De repente sentí algo extraño, como me había ocurrido el otro día en el bosque y me puse alerta. Un escalofrío me recorrió la espalda y me puso el vello de punta. Miré alrededor y vi que estaba sola, ni rastro de los chicos que hacía un rato leían dos mesas más allá. Aún faltaba un rato para que cerrara la biblioteca, a las siete en punto, y bajé la vista hacia la pantalla de nuevo para continuar navegando, sin embargo no llegué a enfocar la pantalla, pues sentí un susurro junto a mi oído izquierdo que me hizo estremecerme de nuevo y levantar de inmediato la vista hacia allí. Pero no había nadie, no había nada… Quizás lo estaba imaginando todo, pero había sentido en mi cuello el roce del aliento, caliente e inquietante, de una persona.
De pronto atisbé un movimiento por el rabillo del ojo junto a las estanterías de libros del ala izquierda. Sin duda había alguien allí, alguien que me había susurrado algo al oído y se había dirigido hacia las estanterías, tan rápido que no había permitido que le viera. ¡Dios!, ¡sonaba absurdo!, había levantado la vista al instante y las filas de estanterías se encontraban demasiado retiradas, a unos cinco metros de donde estaba mi mesa, seguro que estaba imaginándome cosas, como me ocurría de noche cuando tenía esos extraños sueños. Aun así cerré el portátil, lo guardé en la mochila y me acerqué hacia el primer pasillo de estanterías. Quería echar un vistazo.
Las estanterías tenían unos dos metros y medio de altura, y estaban rebosantes de libros a ambos lados. Estaban separadas unas de otras por unos pasillos estrechos, oscuros y… desiertos. Efectivamente debí haberlo imaginado todo porque allí no había nadie. Comencé a girar sobre mis talones, de vuelta al pasillo central, cuando de pronto algo rozó mi pelo con un toque tan ligero como la brisa y produciendo un suave murmullo que me dejó helada en el sitio. Me volví y no vi a nadie ni a un lado ni al otro del pasillo, pero pude ver algo en movimiento en el siguiente pasillo a través de los huecos existentes entre los libros. Me lancé hacia allí de inmediato. Parecía un “déjà vu”, porque reproducía la misma sensación que experimentaba cada noche en mis sueños. Alguien me estaba acechando, espiando o gastándome una broma pesada. Había notado un roce físico y había oído un murmullo y estaba convencida de que no eran imaginaciones mías.
Giré al siguiente pasillo y también le encontré desierto… Empecé a sentir palpitar mi corazón contra mi pecho, retumbando en mis oídos y me detuve un instante para tranquilizarme. Entonces volví a ver un movimiento en el pasillo contiguo, como si quien me acechara se escapara haciendo zigzag de un pasillo al siguiente tan rápido y silenciosamente que no me permitiera alcanzarlo. La adrenalina comenzó a invadir mi cuerpo y empecé a pensar y a moverme mucho más rápido. Tomé una resolución, seguiría pasillo tras pasillo hasta la pared de la biblioteca. No había otra salida, por lo que tendría que terminar por encontrar a quien estuviese jugando así conmigo. O bien le arrinconaría contra la pared o me le cruzaría cuando intentase volver sobre sus pasos…, pero cuando llegué al último pasillo descubrí que no había nadie ¿Cómo era posible? ¡Podría jurar que había visto a alguien moverse hacia aquí! Debí haber estado alucinando, sin duda mi subconsciente me estaba jugando una mala pasada, imaginando historias para escapar de mi deprimente vida… Me apoyé contra la última estantería y traté de calmarme un poco. Respiré profundamente un par de veces, frotándome con fuerza las sienes. Esto siempre me relajaba, incluso en mis peores momentos…
De pronto las luces de la biblioteca comenzaron a apagarse en serie. ¡Oh, Dios!, sería la hora de cierre y la bibliotecaria no se habría percatado de que aún seguía aquí… Eché a correr por el pasillo contiguo a las estanterías buscando la salida, pero cuando llegué a ver la primera línea de mesas impacté de lleno contra algo, ¡no!, contra alguie grande y sólido.
El golpe me dejó sin aliento, lanzándome hacia atrás, aturdida. De pronto una luz me cegó, envolviéndome en un resplandor cálido que entumeció mi cabeza y mi cuerpo. Me sentí caer hacia atrás, pero lentamente y con suavidad, como si estuviera flotando. Oí cómo mi mochila golpeaba con fuerza contra el suelo, pero yo no caí tras ella, sino que estaba en el aire, como suspendida en una nube. Jamás me había sentido así, tan aparte del mundo y por una vez… tan segura.
Entonces oí una risa masculina, suave y sensual, que me hizo abrir los ojos de par en par. Y ahí estaban esos ojos verdes, grandes e inquietantes, los mismos que me habían acechado las últimas noches en mis sueños… Esa mirada me atravesaba de nuevo y me hacía arder por dentro, sólo que ahora era algo real. Pero ¿lo era?, ¿no sería esto en definitiva otro sueño?
Parpadeé y entonces fui consciente de que un chico me estaba abrazando, bueno, más bien sujetando contra su cuerpo para evitar que me abriera la cabeza contra el suelo. Era muy alto y fuerte, con el pelo negro y liso y alborotado hacia arriba. Sus ojos, la primera cosa de él que había visto, eran grandes y hermosos, del color del musgo y ribeteados por unas pestañas oscuras, largas y curvadas que los enmarcaban a la perfección. Definitivamente estaba segura de que eran los ojos que me habían perseguido en mis sueños.
Entonces sentí sus manos en mi espalda, abiertas y cálidas, que enviaban descargas eléctricas a través de mi columna. Sus antebrazos fuertes y musculosos rodeaban mis costados y podía sentirlo con todas mis terminaciones nerviosas, todas y cada una de ellas habían recibido la señal de su proximidad instantáneamente. Era demasiado guapo, en realidad jamás había visto a un chico tan atractivo en mi vida. Su mirada seguía atenta a mi rostro y pude notar cómo me sonrojaba de pies a cabeza.
–¿Estás bien?– preguntó.
De inmediato mis ojos se dirigieron a su boca. Tenía unos labios carnosos y perfectamente esculpidos. Estaba sonriendo, mostrando unos dientes blancos, alineados y perfectos. Su voz era grave y misteriosa y aunque había oído su cadencia, no había podido procesar lo que había dicho, tan sólo había registrado el movimiento de sus labios, no el significado de sus palabras. Por su cara cruzó un gesto ligeramente contrariado e inmediatamente volvió a sonreír.
–Sin duda no estás bien– observó.
Esta vez sí que le entendí, pero cuando intenté responder sólo pude abrir la boca y volver a cerrarla. No lograba articular palabra, era como si mi cerebro se hubiera desconectado de mi cuerpo.
–Puede que estés conmocionada, es uno de los efectos que suelo causar en las chicas. Pero tranquila, no es grave, te recuperarás–dijo sonriendo.
Entonces mi cerebro hizo un “clic” y noté cómo controlaba de nuevo mi cuerpo. Bueno, al menos empezaba a hacerlo.
–Estoy bien. No obstante estaría mucho mejor si no me hubieras arrollado–le advertí.
Me sentía muy furiosa con él debido a su comentario ¡Cómo podría ser tan engreído!
–¡Vaya!,¡puedes hablar!– se burló–Perdona, eres tú quien se ha lanzado a mis brazos. Pero no te preocupes, estoy acostumbrado, la atracción es otro de los efectos que provoco en las mujeres–.
¡Ah!, no lo soportaba más, era arrogante, irritante, imposible,… y seguía abrazándome y apretándome firmemente contra él. Levanté mis brazos que colgaban inertes a ambos lados de mi cuerpo y los apoyé en su pecho para apartarme de él.
–Suéltame–le pedí.
Sus ojos se oscurecieron con un brillo malvado y su boca se inclinó seductoramente en una sonrisa torcida.
–¿Estás segura de que quieres que lo haga?, ¿crees que encontrarás el equilibrio?– preguntó con un tono irónico.
Por la forma en que me hizo la pregunta y la mirada que la acompañó, intuí que se estaba refiriendo a algo distinto del sentido literal. Sin pensarlo más detenidamente, planté mis pies con fuerza en el suelo y empujé con más insistencia mis manos sobre su pecho, sintiendo su firmeza y su calidez a través de su camiseta. Esta vez él me soltó, tan de repente que noté como en ese instante perdía algo importante. Al romperse el abrazo sentí cómo se iba la calidez, la seguridad y el confort que había sentido con él. Para mi martirio, él lo notó también y una sonrisa de satisfacción iluminó su rostro. Se sentía muy pagado de sí mismo, era evidente, y su comentario no hizo más que confirmármelo.
–Puedo abrazarte de nuevo, si así lo deseas, no tienes más que pedírmelo– susurró grave.
Le lancé una mirada asesina que él mantuvo sin que desapareciese la sonrisa de suficiencia de su rostro. Decidí apartar mis ojos la primera. Notaba que comenzaba a dispersarse mi enfado rindiéndose al ansia de mirarle de nuevo para recordar cada uno de sus rasgos. Era muy atractivo y aunque se comportaba como un estúpido no podía dejar de mirarle, embelesada. Tenía que salir de allí, ¡ya mismo! Me agaché a por la mochila y avancé, dejándole atrás.
–Espera, te dejas tu libro–dijo.
Me volví y vi que me tendía un libro en su mano.
–No es mío– respondí.
Y me dispuse a volverme de nuevo.
–Sí, sí lo es. Lo llevabas en la mano cuando me abordaste– me contradijo.
De nuevo empezaba a crisparme, pero no se saldría con la suya.
–Te equivocas, no es mío–insistí.
Oí su risa suave y seductora de nuevo.
–¿Problemas de memoria? ¡Sí que debo haberte afectado!– se burló.
Su cara volvió a adoptar esa expresión de chico malo y seguro de sí mismo ¡Cómo era posible que fuera tan creído! Me acerqué y le quité bruscamente el libro de la mano con cuidado de no tocarle. Quería y tenía que parecer enfadada y no sabía si mi cuerpo me delataría de nuevo si le tocaba, incluso aunque se tratara de un ligero roce. Apreté el libro contra mi pecho sin mirarlo, porque sólo podía mirarle a él. Pero no podía dejar que dijera la última palabra.
–Mi memoria está perfectamente– le aseguré.
Esto hizo que sus ojos se oscurecieran con un brillo metálico y que me penetraran de nuevo. Sentí cómo se me aceleraba la respiración.
– Me alegra saberlo, amor, así podrás pensar en mí más tarde –me provocó.
–¿Tienes algún problema de conducta tipo narcisismo, egocentrismo o un trastorno similar? –le lancé no pudiendo contener la rabia.
En lugar de alterarse pareció ganar confianza y su sonrisa se amplió.
–Intuitiva. ¡Uhm!, ¡me gusta!–añadió, sin duda burlándose de mí.
No pude evitar observarle con incredulidad, con la boca abierta ante su descaro. Él seguía sin apartar su mirada de mí y su expresión me dio miedo porque no era sólo una actitud engreída la que veía en su cara, sino un instinto animal, básico y salvaje que me recordó a una pantera antes de lanzarse a su presa. Aterrada, me volví y salí corriendo hacia la salida.
Según pasaba por el mostrador, la bibliotecaria me llamó la atención con un siseo.
–¿Te vas a llevar el libro?–me preguntó.
Entonces dirigí mi mirada al libro que apretaba fuertemente contra mi pecho. Se lo tendí, dispuesta a decir que no, que era un error, pero entonces lo pensé mejor.
–Sí, sí– asentí.
Y busqué en mi cartera el carnet de préstamo. Cuando salía de la sala, vi a la bibliotecaria apagar el resto de luces y volví de nuevo al mostrador.
–Perdone, pero hay todavía un chico ahí dentro, junto a la primera fila de estanterías–dije.
La bibliotecaria parecía perpleja.
–¡Qué extraño!, creí que sólo faltabas tú,… de hecho no veo a nadie más en las cámaras–respondió.
Me adelanté a mirar la pantalla y efectivamente, allí no había nadie ya. La bibliotecaria me miró confusa y yo noté de nuevo un escalofrío que me recorría entera.
–Debo de haberme equivocado –me excusé.
Salí atropelladamente de la biblioteca. Cuando llegué al exterior me apoyé contra la fachada y volví a acariciarme las sienes. Había estallado la tormenta y el aire estaba cargado, encendido, pero no me importó, las tormentas me relajaban, siempre lo hacían. El aire rico en ozono despejaba mi mente y me calmaba. Me iba a empapar, eso sí, pero no me importaba, sólo quería salir de allí, ya reflexionaría sobre todo lo ocurrido más tarde… A lo mejor ese encuentro irreal ni siquiera había ocurrido y todo esto no era más que un sueño.
Me dirigí al parking a retirar mi bicicleta y entonces la vi. La Harley estaba allí, hermosa y reluciente, en el parking de la biblioteca donde sólo parecían acompañarla mi bici y el monovolumen de la bibliotecaria. Definitivamente algo estaba ocurriendo y tenía que ver con el propietario de esa moto.
Llovía a cántaros y era bastante tarde, pero había tomado una decisión, me quedaría bajo el ala del edificio, semioculta tras los buzones de devolución automática de libros, a esperar al propietario de la Harley. Tenía el presentimiento de que el chico de ojos verdes que misteriosamente había desaparecido delante de mis ojos era el dueño de la moto. Quería asegurarme de que era el caso porque era demasiada coincidencia que allá dónde iba veía esa moto… Quizás me estaba siguiendo por algo, como en mis sueños, y tenía que averiguar qué era lo que quería de mí.
Oí un ruido procedente del hall de entrada de la biblioteca y me agaché un poco más para ocultar mi cabeza de la vista. Presté atención y escuché un taconeo en el tramo de escalones que descendían hasta el parking. Sin duda era una mujer, la bibliotecaria. Me incliné ligeramente y alcancé a verla subir en el monovolumen, que abandonó el aparcamiento un momento después.
Volví a ocultarme entre los dos buzones apoyando mi espalda contra la pared y dejándome resbalar hasta quedar en cuclillas. La lluvia venía racheada debido al viento y empezaba a calarme, pero tenía que esperar, él no tardaría mucho en aparecer si es que estaba aún en la biblioteca. Si había logrado ocultarse allí esperando que saliera la bibliotecaria, ahora tenía vía libre para salir. Pero en los edificios oficiales debía de haber cámaras y alarma de seguridad, no sabía cómo iba a evitar esos contratiempos sin que la policía apareciera en cualquier momento.
También existía la posibilidad de que él hubiera salido antes que yo, pero era poco probable, tendría que haberme pasado por encima y en cualquier caso la bibliotecaria le habría visto. Y además, de ser así, la moto no estaría aquí,… suponiendo que fuera suya. Eran conjeturas, pero parecía su estilo de vehículo. Por su aspecto, le pegaba el riesgo y la velocidad, justo lo que para mí definía a una Harley. También tendría que tener dinero porque esa moto costaba una pasta y no creo que él la hubiera comprado por sí mismo. Quizás era un niño de papá, malcriado y harto de todo, que había optado por hacerse el rebelde e incordiar a las chicas para llamar la atención, o simplemente era un psicópata al que yo estaba esperando para pedir una explicación…
Entonces mi móvil empezó a vibrar, sobresaltándome y haciéndome volver en mí. Intenté cogerlo rápidamente, antes de que saltara el buzón de voz porque debía de tratarse de mi tía, ¿quién si no iba a llamarme a estas horas?
–¿Emma?– preguntó.
–Hola, tía Susan– dije con el tono más bajo que pude.
–¿Dónde estás?, es tarde– preguntó.
Tenía que inventarme alguna excusa rápido porque era cierto que era tarde y no había llamado a casa.
–Tía, perdona, estoy en la biblioteca todavía. Como llovía tanto la bibliotecaria me ha dejado quedarme un poco más a ver si amainaba mientras ella recogía, pero ya iba para allá– respondí.
–¡Oh no, Emma! Te vas a empapar y tienes un buen trecho hasta casa. Con este tiempo no voy a dejarte venir en bici sola, James irá a buscarte. Va a venir a cenar con nosotras y no le importará pasar por allí. En la pick-up tiene sitio de sobra para tu bici. Voy a llamarle–dijo.
Esto no era lo que necesitaba ahora mismo ¡Mi tía con instinto protector! Tenía que buscar argumentos para disuadirla.
–Tía Susan, no te preocupes, no es necesario que molestes a James. De verdad que parece que está despejando y no creo que tarde más de quince minutos en estar en casa…– repliqué.
Pero no me dejó acabar.
–¡Ni hablar! Espera en el parking, le aviso ahora mismo. E intenta cobijarte en algún sitio hasta que llegue. No quiero que enfermes Emma–dijo.
Y colgó justo en el mismo momento en que oía rugir un motor en el parking una vez, dos veces,… y arrancó ¡La Harley se iba! Me impulsé contra la pared y salí tan rápido como pude de mi escondite para ver desaparecer a la moto y a su propietario por la vía de acceso a la avenida principal. ¡Mierda!, tenía que aparecer justo cuando hablaba por el móvil. Era demasiada casualidad, pero al fin y al cabo se me había escapado……
¡Estaba exhausta!, toda esta tensión me había dejado agotada y el estar empapada de pies a cabeza tampoco ayudaba a que me encontrara mejor. Y para colmo tenía que esperar a James y montar en su coche y soportar su compañía durante la cena… No parecía un mal tipo, pero había algo en él que no acababa de estar bien…, mi sexto sentido me decía que no podía confiar en él. No me gustaba, pero tenía que comportarme, al fin y al cabo era el novio de mi tía y era su vida, ella ya era mayorcita para saber lo que hacía. Por lo tanto decidí guardarme mi opinión sobre James exclusivamente para mí, ya bastante carga suponía hacerse cargo de mí, como para que pensara que no aprobaba su estilo de vida o sus compañías. Intentaría ser agradable con James, aunque sólo fuera por ella.
Vi acercarse un coche por la vía de servicio, una pick-up. James. Me acerqué al parking de bicicletas y abrí el candado, dirigiéndome al coche bajo la lluvia. James ya estaba saliendo del vehículo y se dirigía a mi encuentro.
–¡Vaya, Emma!, ¡estás empapada! Déjame que te ayude con la bicicleta, la pondré atrás. Monta en el coche, que el tiempo está feo–dijo.
–Gracias, James– respondí.
Y me subí al asiento del copiloto. Inmediatamente James me siguió y volvió a incorporarse a la avenida principal.
–¿Has pasado toda la tarde en la biblioteca?– preguntó.
No tenía muchas ganas de conversar con él, pero tenía que ser educada porque él lo estaba siendo conmigo…
–Sí, tengo que estudiar para los exámenes del segundo trimestre–contesté.
Me miró con esos ojos fríos y rasgados y sentí que se me helaba la sangre.
–Eres una chica muy responsable, Emma. Tu tía y yo estamos sorprendidos contigo, pensábamos que los adolescentes daban muchos problemas, pero tú eres muy madura para tu edad–comentó.
–Gracias….–dije no sabiendo qué responder.
Volvió a mirarme de nuevo, como esperando que fuera yo quién le diese más conversación, pero giré mi cabeza hasta apoyar la frente contra la ventanilla e hice cómo si mirase el paisaje a través de la lluvia. Llegamos a casa y me apeé rápido del coche, dirigiéndome a por la bici. James me indicó que entrara en casa, que ya se encargaba él. Subí los escalones hasta el porche y me sacudí bien las botas en el felpudo antes de entrar en el hall.
–Tía, ¡ya estamos aquí!– anuncié.
Tía Susan se asomó desde la cocina. Llevaba un moño y delantal. Parecía que estaba cocinando algo y no olía nada mal.
–Emma, estaba preocupada. Preferiría que me dieses un toque al móvil si te vas a retrasar. Aún no conoces mucho la zona y no me gusta que vuelvas de noche sola hasta aquí, es fácil equivocarse de camino y adentrarse en el bosque por error–protestó.
Parecía realmente preocupada. Yo pensaba que sería bastante permisiva con respecto a los toques de queda, llamadas y demás, pero quizás tenerme en casa había hecho aparecer su instinto maternal… La respondí con dulzura porque me conmovió que se preocupara por mí.
–Lo siento tía, tienes razón. Estaba estudiando y se me pasó el tiempo volando, pero te aseguro que no volverá a suceder–dije.
Parecía que mi tono la convenció de que no lo había hecho intencionadamente.
–De acuerdo, sube a tu habitación y cámbiate ¡Estás empapada! Te avisaré para cenar –dijo.
Asentí y escalé de dos en dos las escaleras hacia mi habitación. Me desnudé de inmediato, echando toda la ropa empapada en el cesto de la colada y abriendo la ducha a máxima temperatura. Me metí dentro y dejé que el agua me desentumeciera. Estaba aterida. Noté cómo los músculos de mi espalda comenzaban a destensarse, cerré los ojos y me dejé llevar por la sensación de calor que me invadía. Y entonces le recordé, tal como él me había dicho que haría. Y me recreé de nuevo en la sensación de estar en sus brazos. Mis piernas comenzaban a temblar, de modo que deslicé mi espalda por la pared de la ducha hasta quedar sentada bajo el agua. Me rodeé las piernas con los brazos y seguí pensando en él. Aunque su comportamiento había sido altanero, me sentía fascinada por él, y no sólo por lo guapo que era, sino por su seguridad, por el magnetismo que desprendía y por el misterio que le envolvía…
–Emma, ¡la cena está lista!–me avisó mi tía.
Dejé de soñar despierta y me apresuré a terminar mi ducha. Me puse unos vaqueros y una sudadera y con el pelo aún mojado bajé a cenar. Me preparé mentalmente para parecer tranquila y serena porque no quería que mi tía y James notaran lo alterada que estaba.
La cena fue como yo esperaba, otra prueba para mí. James monopolizó toda la conversación que consistió en un millón de preguntas para Emma. Preguntas sobre mis padres, sobre mi vida en Nueva York, sobre mis amistades, etc… No parecía tener intención de parar. Parecía que seguía mentalmente una lista y tras mi respuesta, que solía ser escueta y sosa, lanzaba otra más. No apartó su vista de mí ni un momento, con una mirada fría y profesional, como si me estuviera haciendo un interrogatorio… ¿De qué se supone que era culpable? ¿De ser huérfana?, ¿de no acordarme de mi pasado?, ¿de que mi abuela se hubiera ido y yo ahora sólo tuviera a tía Susan? ¿Le fastidiaba tanto que yo estuviera aquí?
Luego comenzó a preguntarme si me integraba bien, si tenía miedos o pesadillas e incluso se ofreció a ponerme en contacto con un amigo suyo, un buen psicólogo. Quizás estaba en su naturaleza de poli escrutar así la vida de la gente, pero para mí ya había sido suficiente, ¡se había pasado de la raya! Me excusé, alegando que tenía que repasar para el examen de mañana, y me fui a mi habitación.
Una vez en mi cuarto cerré la puerta con llave porque cuando James estaba aquí me sentía más segura de este modo. No es que pensara que iba a entrar en mi habitación, sobre todo estando mi tía allí, pero prefería seguir mis instintos.
Me tiré sobre la cama y aupé mi mochila para sacar el ordenador. Entonces el libro que había tomado prestado de la biblioteca cayó sobre mi colcha. Había olvidado completamente que lo tenía, claro que nunca tuve la intención de cogerlo. Tenía una encuadernación negra y la etiqueta de clasificación de la biblioteca en el lomo. No había ninguna letra impresa en las tapas ni ningún otro motivo, sin embargo al abrirlo observé que la encuadernación hacía como de doble tapa y que debajo de la misma el libro parecía más desgastado y antiguo. Quizás por eso le habían cubierto con una doble encuadernación, para que no pareciera tan deteriorado. Levanté la cobertura exterior y eché un vistazo al título “Ángeles y Demonios”. ¡Oh, vaya! Conocía ese título, era una novela de Dan Brown, uno de mis escritores favoritos…, pero no parecía ser esa novela precisamente porque este ejemplar parecía bastante antiguo. Empecé a ojearlo y rápidamente confirmé que se trataba literalmente de un tratado de ángeles y demonios. Había ilustraciones de lo más variopinto, desde hermosos ángeles sacados de famosos cuadros de pintores como Raphael y Miguel Ángel, hasta temibles demonios y bestias, con ilustraciones de Dante y otros autores que no había oído nombrar. El texto trataba de la eterna lucha entre el cielo y el infierno, de los ejércitos del bien y el mal y de las categorías y rangos de los soldados que los formaban… Me quedé un tanto perpleja por la temática, pero picó mi curiosidad y abrí rápidamente mi portátil para teclear en Google algo así como “batalla entre cielo e infierno”. Lancé el explorador de internet, ávida de información, cuando me apareció el mensaje de redes no disponibles. ¡Dios!, lo había olvidado, aquí no había internet… Tenía que convencer a mi tía para instalarla, aunque yo no podía costearla y si ella no la necesitaba aparentemente pues no me iba a permitir insistir en el tema. Quizás debía plantearme buscar un trabajo para poderme pagar algunos caprichos de este tipo ahora que no tenía acceso a mi cuenta bancaria. Me quedaba casi un año para los dieciocho, cuando recibiría mi herencia, y de alguna forma tendría que sobrevivir hasta entonces. Bastante cargo era ya para mi tía mi manutención como para andar causándole gastos extras. Me buscaría algo a tiempo parcial o podría dar clases particulares o cuidar niños para ganar algo de dinero. Tampoco necesitaba mucho, sólo lo suficiente para pagar una cuota de internet y permitirme alguna salida con mis amigos a Chancey´s o al cine.
Era tarde, de modo que cerré el ordenador, me puse el pijama y me acosté. Fue al apagar la luz cuando todos mis sentidos volvieron a agudizarse. No oía nada en el piso de abajo, con lo que no sabía si James seguía o no en casa. Era extraño, si estaba allí no estaban hablando, ni la televisión tampoco parecía encendida… Quizás ya se había ido… Oía el viento rugiendo en el exterior y la lluvia repiqueteando contra mis ventanas y sobre el tejado. Era una noche inhóspita y empecé de nuevo a sentirme sola e insegura, con pocas ganas de dormir. No había dormido mucho desde que llegué aquí y no sabía hasta cuanto podría aguantar este ritmo físicamente con tan pocas horas de sueño.
Cerré los ojos y empecé a relajarme y al poco tiempo me dormí. Y empecé a soñar… Estaba en el bosque de nuevo. La luz de la luna se filtraba entre las copas de los árboles e iluminaba lo suficiente para permitirme avanzar. Iba descalza, con mi vestido largo y vaporoso acariciándome las piernas a cada paso, tan ligero como la brisa. Mis cabellos flotaban sueltos sobre mi espalda y cuando levanté la vista, los ojos verdes me miraban. Pero esta vez tenían rostro. Era él, el chico de la biblioteca y en esta ocasión no sentí angustia al sentirme observada. Él me tendía la mano y yo me acercaba voluntariosa a tomarla. A cada paso que daba sin embargo todo se oscurecía un poco más. Ya no veía los rayos de luna, sólo había penumbra y sentía frío en mis pies a cada pisada. Su mano seguía tendida hacia mí y sólo me quedaban un par de metros para alcanzarla y la angustia comenzó a apoderarse de mí, pero ya conseguía rozar sus dedos. Él atrapó mi mano y me rodeó con sus brazos de nuevo, como lo había hecho en la biblioteca, y yo me apreté contra él, con miedo y frío en mi interior. Estaba a salvo, con él todo estaba bien.