CAPÍTULO XXII
No podía quitarme de la cabeza la visión de Robb encadenado y con su cuerpo destrozado en aquella sala. Su sufrimiento me consumía al igual que le estaría consumiendo a él el veneno que James le había inoculado con los latigazos. Tenía que hacer algo por él y tendría que hacerlo cuanto antes, de lo contrario le perdería. Tenía que contárselo a Miguel.
Subí a toda velocidad por las escaleras hasta su habitación y comencé a golpear la puerta. A los poco segundos Miguel me abrió, sorprendido de encontrarme allí. Serían las cinco de la mañana y le había levantado de la cama pues tenía el pelo dorado revuelto, rizándosele detrás de las orejas, y no llevaba más que unos pantalones de pijama holgados. Advirtió en seguida que algo iba muy mal por la expresión de mi rostro y me hizo pasar rápido a su habitación.
–Emma, ¿qué pasa?– preguntó acercándose a mí.
–Miguel, ¡Robb está perdido! James se enteró de que estábamos vinculados y le torturó con un látigo cargado de veneno para que yo lo presenciara… y él se desvinculó de mí– dije.
Y caí de rodillas al suelo de la alcoba sollozando. Miguel se acuclilló junto a mí y me abrazó de inmediato, intentando tranquilizarme y tratando de comprender lo que le estaba contando.
–¿Cuándo ha ocurrido?–preguntó.
–Ahora mismo, en cuanto ha roto el vínculo he subido a buscarte. No creo que Robb aguante mucho, le ha destrozado la espalda. Y no podemos dejarle morir, tengo que hacer algo. Me entregaré, lo que sea– dije llorando.
Miguel me acercó más a él y me cogió en brazos.
–¡Dios mío, Emma!, ¡estás helada! Vamos, tienes que tranquilizarte y contarme todo con detalle. Tranquila, por favor–susurró.
Me llevó hasta su cama, me dejó sobre las sábanas y me arropó con la colcha. El tejido aún guardaba su calor y a me di cuenta de que era cierto que estaba helada porque comencé a temblar violentamente. Miguel se sentó a mi lado y comenzó a frotar mis brazos por encima de la colcha para hacerme entrar en calor. Cuando dejé de temblar se subió en la cama y se sentó frente a mí.
–Ahora cuéntamelo todo–dijo.
Miguel escuchó atento mi relato. Fue paciente incluso en los momentos en los que la emoción me podía y tenía que parar unos instantes para tranquilizarme. Cogió mis manos entre las suyas y se entretuvo acariciando con sus dedos los míos y, la verdad, su contacto me reconfortó en esos momentos. Desde que me había vinculado a Robb me sentía completa, como si todo encajara perfectamente entonces en mí, él era la pieza perdida que completaba mi puzle, y ahora, tras desvincularnos, era cuando más notaba que estaba incompleta porque ahora sabía lo que era la plenitud y lo que significaba perderla. La añoranza era un dolor agudo y penetrante que la presencia de Miguel aliviaba, él transmitía un poco de calor a mi cuerpo helado. Me miraba sereno, intentando tranquilizarme cada vez que me venía abajo, hasta que por fin conseguí ponerle al día de lo ocurrido. Él inspiró con fuerza y frunció el ceño.
–¿Crees que podrías identificar las instalaciones con lo que has visto si las encontrásemos en los planos? O al menos ¿podrías hacer un boceto de las mismas?– preguntó pensativo.
–Creo que sí, pero no recuerdo haber visto ese lugar en la información que recuperé de James, es un sitio bastante más pequeño que las bases que estuve revisando– dije.
–Ya, pero nosotros tenemos nuestra propia base de datos y quizás haya más suerte. Y la ventaja es que nosotros tenemos la ubicación exacta de todas ellas–explicó con su sonrisa torcida– Hay que darle el boceto a David para que se ponga con ello cuanto antes–.
–Pero Miguel, ¿llegaremos a tiempo? James me dijo que el veneno era letal y que Robb no duraría mucho–dije preocupada.
–Voy a serte sincero Emma–dijo levantando mi rostro– Aunque tuviésemos claro dónde está Robb, no habría tiempo suficiente de preparar una incursión y recuperarle. Si no toma el antídoto pronto, los daños del veneno serán irreversibles–sentenció.
Aunque ya lo había sospechado, que él lo mencionara me abatió profundamente. Me tapé el rostro con mis manos y me hundí en la más profunda desesperación. Entonces ¿no había esperanza?, ¿perdería a Robb? Eso era algo que no iba a consentir, encontraría cómo salvarle a cualquier coste.
–Mi prioridad es salvar a Robb–dije–Cuéntame qué es ese veneno y cómo podemos conseguir el antídoto–.
–Se dice que ese veneno brota de una fuente del mismo infierno, pero en realidad es un arma química creada hace varios siglos por los primeros del otro bando. Se trata de una sustancia letal que actúa abrasando como ácido el cuerpo de la víctima, pero lo hace lentamente, destruyéndolo poco a poco con un dolor extremo. Los humanos no aguantarían su efecto ni unas horas, pero los híbridos somos más fuertes y gracias a esto se expande aún más lentamente, pero como mucho la resistencia es de un par de días, no más. Nuestra gente consiguió crear el antídoto hace tiempo y si lo tomas a tiempo permite expulsar el veneno del cuerpo. Y no hay problema en obtenerlo, Cloe sabe prepararlo, pero ¿de qué serviría si no podemos llegar a tiempo de dárselo a Robb?– dijo.
–Miguel, ¿y si yo pudiera transportar mi esencia hasta Robb y aplicarle el antídoto? No sé si será posible transportar cosas, pero tengo que intentarlo, es la única esperanza– expliqué.
–De acuerdo, llamaré a Cloe ahora mismo–dijo con determinación.
Se levantó de la cama y cogió el móvil que tenía en la mesilla, marcando con agilidad las teclas. Tuvo que hacer un par de llamadas hasta que consiguió que Cloe lo cogiera. No eran aún las seis y Cloe no era muy madrugadora. Le estuvo explicando el problema y según le escuchaba, más me convencía de que probar con el transporte extracorpóreo era la única solución. No había obtenido grandes logros hasta el momento, pero ahora el aliciente era distinto, dependía de ello la vida de Robb.
Me levanté y me apoyé en la estructura de la cama mientras Miguel terminaba su conversación con Cloe. Colgó y se volvió hacia mí y las palabras que había pensado decirme quedaron sin pronunciar en sus labios. Sus ojos se detuvieron en mí, con sus pupilas dilatadas, y después me fueron recorriendo pausadamente, deteniéndose en mis piernas, en mis caderas y en mi pecho. Sentí como si su mirada me desnudara y entonces recordé que sólo llevaba un ligero camisón de seda que no cubría más allá de mis muslos.
Él por su parte también estaba ligero de ropa, sólo llevaba un pantalón de pijama que le caía por debajo de las caderas y los músculos de su bajo vientre se adivinaban, muy marcados, contra la prenda. Era realmente atractivo, no podía negarlo, y tuve que desviar mi vista hasta su rostro para que no resultara obvio lo que estaba pensando sobre él. Pero él siguió observando mi cuerpo, haciendo que me sintiera aún más avergonzada. Me rodeé con los brazos para cubrirme y protegerme de su intensa mirada y observé que me sonrojaba intensamente.
Hasta ahora sólo Robb me había mirado así, pero en ese caso su mirada me provocaba un oscuro placer que hacía que me sintiera poderosa y me envalentonara. Cuando Miguel me miraba así, sin embargo, me sentía incómoda y avergonzada. No le culpaba por mirarme porque era un chico y después de todo yo estaba medio desnuda y entendía que le resultara difícil no mirarme, pero me sentía avergonzada. Con las prisas por contarle lo sucedido no había pensado en el decoro antes de plantarme así en su habitación, por lo tanto era mi culpa estar tan expuesta. Finalmente Miguel desvió la mirada hacia el suelo, liberándome de la presión que sentía.
–Cloe preparará ahora mismo el antídoto y se reunirá con nosotros en la sala de entrenamiento–dijo con voz grave.
–De acuerdo– dije avergonzada y me dirigí a la sala para salir de la intimidad de su habitación.
Miguel se detuvo un instante sacando algo del armario y después se reunió conmigo en la sala. Traía su camisa azul en la mano y se situó detrás de mí ayudándome a ponérmela.
–Gracias–dije, cruzándola sobre mi pecho.
Luego me acompañó hasta la puerta de su habitación y me retuvo allí, inclinándose para sacarme con delicadeza los mechones de cabello que se me habían quedado prisioneros bajo el cuello de su camisa.
–Ve a cambiarte y nos vemos arriba–dijo con dulzura mientras jugueteaba con mi pelo.
Asentí. En ese momento se abrió la puerta de enfrente y Cloe salió y se nos quedó mirando con los ojos como platos.
–¿Qué habéis estado haciendo vosotros dos?–preguntó alterada– ¿No os habréis acostado?–.
–¡Cloe!– exclamé, mientras enrojecía de pies a cabeza.
–¡Vale!, pero sería lo que pensaría cualquiera que viera la escena–dijo, señalando con la mano significativamente hacia nosotros.
–Cloe, no digas tonterías–le riñó Miguel–Creo que tienes un trabajo urgente. Nos vemos arriba en cuanto estéis listas–.
Cloe y yo nos dirigimos juntas hacia las escaleras y en cuanto Miguel cerró la puerta de la habitación la reprendí.
–¿Cómo se te ocurre decir eso?– le pregunté metiéndole un codazo en el brazo.
–¡Ay!– se quejó– Estabais muy ligeros de ropa tonteando a la puerta de su habitación. Y llevas su camisa, ¿qué pensarías tú?–.
–Sólo fui a contarle lo que había pasado, no sucedió nada– le expliqué recalcando el nada más de lo necesario.
–Mira Emma, si no supiera que estás absolutamente colada por Robb, no me creería lo del nada– dijo enarcando una ceja.
–¡Basta de este tema!– dije– Cloe necesito que traigas cuanto antes el antídoto y que me ayudes en la sala Zen. Tengo que transportárselo a Robb, está muy grave– expliqué.
–Emma, nunca he podido transportar nada conmigo de ese modo. Creo que no será posible– me explicó apenada.
–Tiene que haber alguna forma Cloe. Tengo que intentarlo–dije.
–Sí, lo intentaremo. Ya verás cómo encontramos la forma. Voy volando al laboratorio– me animó saliendo veloz hacia el piso de abajo.
Me dirigí a mi habitación y cuando me disponía a entrar me crucé con Sara que salía de allí e iba a cerrar la puerta.
–Hola–dije sorprendida.
–Buenos días, encontré la puerta abierta y te estuve llamando y como no respondías me he asomado por si algo iba mal, ¡deformación profesional!– explicó mirándome seria.
Y entonces reparó en la camisa que llevaba y en lo poco que llevaba debajo de la misma y comprendí que había imaginado lo mismo que Cloe. Tragó con fuerza, intentando no venirse abajo, y me sentí de nuevo fatal por ella. Y sin embargo no creía que sirviera de nada darle explicaciones porque era obvio que tenía todas las evidencias en mi contra.
–Gracias, todo está bien– dije y me apresuré a entrar en mi habitación.
Cuando subí a la sala Zen, Miguel ya estaba allí con David. Mientras esperábamos a Cloe me pidieron que dibujara un boceto de la guarida de James, que David completó haciéndome mil preguntas con detalles que a mí al principio se me habían pasado por alto.
–Bien, buscamos una pequeña estación subterránea en los alrededores de Quebec–dijo David– Esto nos tiene que limitar mucho el círculo–.
Y se largó para empezar la búsqueda.
–Emma–dijo Miguel avanzando hacia mí–, le hice una promesa a Robb antes de lo del otro día–.
–Lo sé, Robb me lo contó– dije.
–Sólo hasta que vuelva–susurró Miguel.
Y yo asentí con lágrimas en los ojos que él comenzó a secar con sus dedos del mismo modo en que solía hacer Robb. Y entonces Cloe entró como un torbellino y comenzó a parlotear.
–Emma, he tenido una idea. Sé lo que podemos intentar y quizás funcione. Tienes que ser tú quien tome el antídoto y cuando te transportes, podrás generar tus esferas curativas para Robb. Así podrás aplicárselo directamente a sin tener que transportar el frasquito, ¿no es una idea estupenda?– dijo emocionada.
–Sí, sí que lo es– respondí, sintiendo cómo la esperanza se renovaba.
Y nos pusimos a ello. Me tomé el antídoto que tenía un sabor amargo como la hiel y me tumbé en el tatami, concentrándome en Robb y en la sala donde le había visto por última vez. Cloe estaba a mi lado, ayudándome a focalizar mi energía. Hasta ahora había conseguido que mi cuerpo se catapultara a pequeñas distancias, pero ahora tendría que superarme. Pensé en la sala, reviví la tortura de Robb y noté cómo me lanzaba fuera de mi cuerpo y cuando abrí los ojos me encontraba justo allí. Pero la sala estaba vacía, las cadenas de las que ayer colgaba suspendido Robb pendían del techo y no había ni rastro de James. Volví a mi cuerpo. Tendrían que haberle devuelto a su celda, si no le encontraba allí ya no sabría dónde encontrarle y no podría transportarme con él. Me concentré en la pequeña celda, recordando los momentos que había pasado compartiendo el encierro de Robb. Y me lancé hacia allí encontrándome en la conocida celda de paredes blancas. Robb yacía tendido boca abajo en el pequeño lecho con la espalda atravesada por terribles surcos que habían tornado su carne de un color negro rojizo bastante inquietante. Floté hasta él, llena de preocupación, y sentí su aura débil e intermitente. Sin embargo él desprendía muchísimo calor, la fiebre debía de estarle abrasando el cuerpo, intentando resistirse a la acción del veneno. Me acerqué, intentando acariciarle, pero yo era etérea y no conseguía tocarle.
“Robb, estoy aquí. Te vas a recuperar amor mío, ya lo verás” susurré.
Comencé a canalizar mi energía hacia mis manos, transportando con ella la esencia del antídoto. Generé una esfera bastante cargada con la sustancia y la introduje en la espalda de Robb. Hice circular la energía por su espalda y por cada grieta dañada de su piel. No parecía haber mejoría por lo que generé otra dosis y la impulsé contra su frente, recirculándola por sus arterias, luchando contra el veneno y sin embargo algo me decía que no era suficiente, su aura seguía muy débil y su corazón latía irregular.
“Aguanta Robb. Me lo prometiste, ¿no te acuerdas? Me prometiste que volverías y que estaríamos juntos. Lo juraste con nuestras manos enlazadas sobre tu corazón. Eres un guerrero, no te rindas, por favor” supliqué intentando abrazarlo sin poder asirle contra mí.
Y entonces supe lo que había que hacer. Volví a la sala Zen donde Cloe y Miguel vigilaban mi cuerpo.
–Necesito más antídoto, lo que he tomado no es suficiente–pedí con urgencia.
Cloe se apresuró a traerme otra probeta con el líquido amargo que yo ingerí a toda velocidad.
–Debo volver–dije cerrando de nuevo los ojos.
Y ahora sabía dónde tenía que ir y no era a la sala precisamente. Era al lugar que más amaba en el mundo, un lugar que había compartido con Robb y del que unas simples palabras habían conseguido expulsarme. Tenía que volver a su interior como cuando estábamos vinculados. Compartiría mi esencia con la suya y le ayudaría a vencer al veneno. Y pensando en él logré lanzarme a su interior. Me costó amoldar mi forma extracorpórea al tamaño de Robb, pero lo hice, extendiendo mi aura dentro de su cuerpo y liberando con mi energía el antídoto. Lo hice circular por todo su sistema sanguíneo limpiando a su paso el veneno y obligándolo a salir de su cuerpo, expulsándolo por sus poros. Parecía que comenzaba a funcionar, pero aunque su cuerpo respondía, Robb no. Estaba libre de veneno pero su cuerpo seguía dañado por las secuelas. Probé a usar energía curativa desde dentro de su cuerpo, extendiéndola por su sistema e intentando reparar los daños sufridos y entonces comencé a sentir dolor, un dolor inmenso a medida que extendía la cura, pero dado que yo estaba dentro de él esa sensación debía de ser suya, no mía. Estaba regresando.
Tuve que volver a la sala Zen en varias ocasiones para descansar y recuperar energía, pero cada vez me era más fácil ir hacia el interior de Robb, y aplicar la cura. La fiebre comenzaba a bajar y sus latidos se hacían más constantes. Las heridas de la espalda tenían mejor aspecto y comenzaban a cicatrizar. Los híbridos sanábamos bien, me lo había dicho Cloe, de modo que confiaba que una vez libre de veneno, curarían enseguida. Me notaba muy débil, no aguantaría mucho más el ritmo y tendría que volver a mi cuerpo y descansar, pero necesitaba enormemente hablar con él, cerciorarme de que lo peor había pasado y que todo empezaría a mejorar.
“Robb cariño, estoy aquí contigo. No podía hacerme a la idea de que me habías echado y sabes que soy persistente, por lo que he decidido invadir tu privacidad. Seguro que si me oyeras me responderías con algo ingenioso y provocador, algo que me haría morirme de vergüenza y a la vez derretiría mis huesos. Me noto débil Robb, tengo que volver y reponerme, pero volveré en cuanto haya cargado energía. Te amo, tenlo presente”.
Cuando retorné a mi cuerpo no era capaz ni de abrir los ojos de lo exhausta que estaba. Debí de quedarme dormida en la sala, sobre el tatami. Cuando me desperté era casi de noche y estaba en mi dormitorio y me dolía todo el cuerpo, enormemente, como el día que me había pasado Miguel diez veces por encima. Me incorporé y escuché un ruido en la antesala y me levanté a echar un vistazo. Miguel estaba tendido en el sofá que era demasiado pequeño para él y se había quedado dormido en una postura difícil. Me acerqué y me arrodillé a su lado pensando en despertarle y mandarle a su cama dos por dos, donde seguro que no sufriría una contractura múltiple. Me quedé observándole unos instantes sin embargo. Su hermoso rostro estaba tranquilo y sus labios carnosos, ligeramente torcidos, pronunciaron mi nombre.
–¿Estás despierto?–pregunté, sorprendida de que me nombrara.
Miguel abrió los ojos, sobresaltado, y se quedó contemplándome.
–Perdón, no quería ser brusca–dije–, pero me estaba doliendo el cuerpo de verte acurrucado aquí–.
Se incorporó, estirándose en el estrecho sofá.
–¿Cómo estás? Has dormido todo el día–dijo escurriéndose por el sofá y sentándose en el suelo junto a mí.
–Me siento como si hubiera estado entrenando contigo–dije con un puchero.
–Y eso que no has visto todo mi arsenal. Y...– dijo dejando a medias la frase.
–¿Y… qué? – le pregunté – Te falta tu toque final, ¿no? Intenta que no sea demasiado para mí por favor, hoy no estoy para aguantar la gresca mucho rato– me burlé.
Miguel sonrió, mirándome intensamente.
–Ya me vas conociendo, pero esta vez sólo iba a decir que me tenías preocupado–aclaró.
Levanté mis cejas, mirándole con incredulidad.
–Lo digo en serio, hoy te has expuesto a una carga excesiva y has acabado sin energía, totalmente exhausta. Ni siquiera sentíamos tu aura. Estabas tan ko que te traje en brazos hasta aquí y ni te enteraste. Cloe y yo hemos hecho turnos para asegurarnos de que estuvieras bien. Poco a poco has ido recuperando energía, lo he notado– explicó.
–Gracias, me mimáis demasiado–dije– Y ahora tienes que descansar tú. Vete a tu espléndida cama y duerme un sueño reparador, ¿de acuerdo?– le pedí con una sonrisa.
–O sea que mi cama te parece estupenda, ¿eh? Pues espera a… –comenzó.
–¡Shhh!–dije poniendo mi mano en su boca–¡No lo digas!, como te he dicho, hoy no tengo fuerzas para arrearte en la entrepierna. Reserva tus comentarios para otra vez que sean acogidos con más ánimo–dije.
Miguel se levantó, soltando una carcajada, y me ayudó a incorporarme.
–De acuerdo, pero antes quería decirte algo que estoy seguro de que te alegrará. Sabemos dónde está Robb, hemos conseguido localizar el refugio y estamos planeando la incursión– me informó.
Sin poder evitar la alegría me lancé a sus brazos con tal ímpetu que caímos los dos sobre el sofá.
–Emma, pensaba que la fuerza era una aptitud de Robb– me comentó burlándose Miguel.
–Sí, sí que lo era– respondí comprendiendo lo que pasaba.
Me había desvinculado de Robb, eso era evidente, pero aun así por alguna extraña razón seguía conservando sus aptitudes.
–¿Cómo es posible?–le pregunté a Miguel.
Él se me quedó mirando, negando con la cabeza. Decidí comprobar que mi suposición era cierta. Levanté el sofá con una mano y crucé la habitación en un segundo, por lo que todo parecía estar como antes. Estaba claro que no había perdido las aptitudes de Robb. Miguel me observó durante el proceso y se sentó, perplejo, en el borde del sofá.
–Nunca lo había visto antes–murmuró–Cuando nos desvinculamos perdemos las aptitudes de nuestro compañero. Debe de ser porque eres tú, de algún modo eres capaz de adquirir las aptitudes de los demás. Creo que también hiciste algo así con Cloe, conseguiste poseer sus aptitudes e incluso mejorarlas– explicó.
–Bueno, esto es una ventaja– dije pensando en las posibilidades.
El móvil de Miguel vibró y lo cogió de inmediato.
–De acuerdo, estoy contigo en cinco minutos– respondió.
–Era Dave, me espera abajo para ultimar unos detalles. Hemos enviado esta mañana una avanzadilla al refugio para asegurar la localización y registrar movimientos, eso nos permitirá ir más en seguro cuando hagamos la incursión–me explicó.
–¿Cuándo tienes prevista la operación?– pregunté.
–Depende del retorno que tengamos, pero no quería dilatarlo demasiado, quizás la próxima madrugada. Estamos a unas dos horas de distancia en helicóptero del lugar, la idea es sorprenderles antes del amanecer– explicó– Deberías dormir y recuperar fuerzas–.
Accedí. Tenía que hacerlo si quería estar lo suficientemente fuerte para volver a visitar a Robb y sobre todo para la operación de rescate. No me cabía la menor duda de que necesitaría todo mi potencial.
Nada más despertar me transporté hacia Robb. Yacía aún en el lecho, inmóvil, pero cuando me adentré en él su temperatura casi era normal, si bien seguía muy débil. Le di parte de mi energía para ayudarle a recuperarse. Si todo iba bien en menos de un día podría abrazarle de nuevo.
“Robb, tranquilo. Sabemos dónde estás, pronto iremos a por ti. Aguanta amor. Cumple tu promesa” le susurré.
“Emma” susurró Robb.
Por fin le sentía allí, débil, pero al menos estaba en parte consciente. Esperaba que me hubiera escuchado y comprendido que pronto le sacaríamos de allí.
“Te quiero. Aguanta. Tengo que volver, pero pronto vendré a por ti” susurré.
Me vestí y me dirigí a la sala principal donde Miguel estaba reunido con David y otros oficiales. Miguel al percatarse de mi presencia, se acercó a la puerta y me indicó que entrara.
–Sírvete algo para desayunar, aún no noto tu aura al cien por cien–me sugirió señalando la mesa donde estaba el buffet.
–¿Y tú?, ¿has dormido algo?–pregunté levantando una ceja.
–Sí, encontré un hueco para volver a mi espléndida cama. Claro, que me gusta más cuando tú estás dentro, sobre todo con ese camisón que deja poco trabajo a la imaginación– susurró acercándose a mí.
Consiguió que me ardiera el rostro recordando cómo me había mirado el día anterior. Sin poder evitarlo le metí un codazo en las costillas que le hizo doblarse, pero de risa.
–¡Te has pasado!–le dije indignada.
–Ayer no me dejaste soltarte ninguna y tenía que recuperar las ocasiones perdidas– dijo sonriendo.
–¿Cuándo salimos?– pregunté dirigiendo mi atención a David que hablaba con los oficiales sobre la estrategia apuntando sobre un plano del refugio.
–¿Salimos en plural? Emma, tú esperarás aquí, iré sólo con mis hombres– dijo serio.
–¿Cómo?, ¡no! Yo voy a ir también–dije soltando la bandeja del desayuno con fuerza sobre la mesa.
–¡Ni hablar! No voy a llevarte a la boca del lobo, es justo lo que querría James. Hazte a la idea de que te quedas–sentenció Miguel.
–No me conoces si piensas que voy a tragar con eso, Miguel. Voy a ir y no hay más que hablar– grité furiosa.
Habíamos captado la atención del resto de la sala, que nos observaban en silencio mientras montábamos el numerito. Miguel se volvió hacia ellos.
–Dejadnos solos–ordenó.
Cuando salieron se volvió hacia mí furioso, echando chispas por sus ojos.
–Aquí mando yo, te guste o no–dijo grave.
–No soy uno de tus oficiales, por si no te has dado cuenta y no necesito tu autorización para hacer lo que me plazca. Si no me llevas contigo iré por mi cuenta– le amenacé llena de ira.
–Estás bajo mi protección y no es seguro llevarte. No me hagas tener que encerrarte y atarte en una celda hasta nuestra vuelta–me amenazó ahora él.
–¡No te atreverás!– le respondí furiosa acercándome más a él–No vas a excluirme de esto. Soy más fuerte de lo que piensas y si hay alguien que puede enfrentarse a James soy yo. Haría trizas a tus hombres y lo sabes–grité.
Miguel me miraba en silencio, pensativo. No sabía si era porque estaba empezando a ver mi punto de vista o porque estaba pensando en otra forma de disuadirme, pero aproveché para lanzar mi última estocada.
–Podríamos vincularnos, nos haría a ambos más fuertes–propuse sabiendo que él lo había deseado una vez y que quizás le tentaría con ello de nuevo.
–Estar dentro de esa cabezota todo el tiempo no es tentador, prefiero que te quedes–respondió machacando toda mi estrategia.
–De acuerdo, pensé que te interesaría. Sin lugar a dudas reforzaría algo tu defensa, que es bastante pobre si me permites que lo mencione–dije furiosa.
–¿Y ahora criticas mi forma de pelear?–siseó–Nena, yo ya estaba ganando batallas cuando tú te entretenías con cuentos de hadas–.
–¡Vincúlate a mí!, cuidaremos el uno del otro–le propuse con dulzura, cambiando de estrategia.
Miguel exhaló, mirándome intensamente. Parecía que mi tono le había relajado un poco, no estaba tan furioso. Quizás se avendría a razones o de lo contrario me estaba planteando sugestionarle. Era un poco ruin, pero no iba a permitir que me dejara fuera de esto. Para mi sorpresa me cogió con ambos manos el rostro y acercó a mí, intenso.
–¿No te das cuenta de que si te ocurriera algo no me lo perdonaría en la vida?–me susurró apoyando su frente en la mía.
–Es lo mismo que me sucede a mí y yo no te dejaría atrás–respondí.
Miguel se apartó, exhaló y se mordió con rabia el puño.
–De acuerdo–accedió al fin–, pero nos vincularemos como has propuesto y sobre todo, seguirás mi plan–.
–Por supuesto– respondí sonriendo victoriosa.